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Queridos amigos, hoy es un día de esos, en que sabes que tenes que dar una noticia triste, y sin embargo te inunda una profunda paz, sabiendo que en el Cielo hay una gran Acción de Gracias…

Quizás algunos de ustedes se han enterado, otros lo sabrán ahora, que ayer 19 de Julio -Dia internacional del Pequeño Gesto-, ha sido la Pascua del Padre Diego Fares, sj.

Después de un tiempo de estar enfermo, ha recibido el llamado prometido por Jesús:

– «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;  desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».

Los justos le responderán: «Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?

¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?

¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?».

Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».

Bendecido por el Padre, lo imaginamos entrando al Cielo…

Bendecido por la Virgen, lo imaginamos entrando al Cielo…

Bendecido por Jesús, su gran Amigo, a quien nos enseño a conocer, amar y servir…

Bendecido por sus Santitos amigos: San Jose, la Teresita, San Ignacio y Fabro…

Bendecido por sus padres, amigos que partieron antes…

Bendecido por tantos y tantos, y tantas y tantas personas a quienes sirvió como al mismo Jesús…

Agradezco haber compartido la hermosa misión de los Ejercicios Espirituales con Dieguito, aprendí mucho, muchísimo con Fares, de que somos pequeños instrumentos y que la Obra la hace el Creador cuando se abraza con su creatura…

Les dejo una partecita de una de «Sus Contemplaciones del Evangelio» que estábamos extrañando en estos días en que andaba mas flojito, esperando el llamado del Padre…

Esta Contemplación es del 22 de Febrero de 2020:

«Las Manos Perfectas del Padre»

Las manos del Padre son las que abrazan y acarician el rostro del hijo que volvió. Son las mismas que contaron la plata de la herencia y se la dieron, en un gesto sin mezquindad, como quien pone en manos de otro un fajo de dinero y rubrica el gesto haciendo sentir el peso de su mano y luego lo suelta y lo deja ir. El gesto del que da bien dadas las cosas. Así da el Padre, generosamente, con desprendimiento, mirando a los ojos del hijo, que no lo mira, sino que mira la plata…

Las manos del Padre son las que se mueven encareciendo las palabras con que quiere convencer al hijo mayor de que acepte a su hermano. Son manos que le tocan el hombro, que lo sacuden un poco para sacarlo del ensueño de su propio enojo, que vela la mirada. Manos que se posan en su espalda con suavidad, como para hacerlo entrar junto consigo.

Las manos del Padre son manos trabajadoras. Mi Padre siempre trabaja, revela Jesús. No es un universo automático el universo en el que vivimos. Es verdad que las imágenes “antropológicas” del Dios creador, ese anciano con barba larga volando sobre las estrellas en una masa de ángeles, es de Miguel Ángel. Algunos prefieren una imagen más destilada, de una energía estelar sin rostro, que hace chocar átomos entre sí durante miles de millones de años luz y al final “hete aquí que aparecemos nosotros” con nuestros celulares, nuestros drones y nuestros parlamentos. Confieso que no hay ninguna cara de Dios Padre pintada por artistas que me guste. Y tampoco me gusta ninguna que pueda proyectar o imaginarme yo. Pero lo que no acepto es un Dios sin manos. No acepto ninguna lógica que le corte las manos al Dios que espero. Porque son las manos que me formaron en el vientre de mi madre y son las manos en las que espero caer cuando me muera. Así como me recibieron las manos de la partera al nacer y me pusieron en las manos de mi madre, así espero me reciban las manos de mis seres queridos, de mis santos amigos y de los pobres que recibí en El Hogar de San José, de María y de Jesús cuando me escurra hacia adentro y me apague, y me pongan en las manos de mi Padre, que me dio la vida.

Si en algo espero es en las manos de Dios. Y trato de sentir cómo se “mete” en el cuadro de mi existencia, en medio de los acontecimientos de mi vida y cómo ajusta alguna cosa, cómo da una palmada de ánimo, cómo me sostiene y me tira para arriba, cómo me señala el sendero o que me fije en aquel…, cómo me hace señas de que vaya, de que me anime y me tire nomás, cómo me saluda de lejos y me aplaude cuando doy un pasito adelante en su reino.

Las manos de nuestro Padre para mí son como las de papá, cuando jugábamos a hacer luchitas en la cama grande y me lanzaba altísimo por el aire y me campujaba con seguridad mientras yo reía y reía a carcajadas felices. Son como sus manos cuando me llevaba al colegio caminando en la mañana fría de Mendoza, como lo llevaba a él su padre. Son como las manos que me dejaron ir cuando le dije que me iba a San Miguel para ver si en la Compañía estaba el lugar al que Dios me llamaba y me quise recostar en su pecho y el me empujó suavemente a que partiera. Son manos como ojos, que solo se quedan quietas para que el abrazo sea solo con la mirada y permita partir, marcando la distancia, marcando que cada uno debe seguir su sueño y hacer su camino.

Las manos se pueden sentir con todo el cuerpo pero donde mejor se sienten es en las propias manos. Las manos perfectas del Padre se sienten perfectas en nuestras manos, cuando “hacemos su voluntad”, que es como decir cuando “hacemos lo que hacen sus manos”.

Cuando practicamos la misericordia con nuestras manos es cuando la Mano del Padre se mete en la historia. No tenemos la capacidad mental ni cordial de ver y de amar a Dios como lo que Él es. Nos desborda por todos lados. Pero sí tenemos la capacidad de sostener como Él sostiene a un hijo, de abrazar como Él abraza a uno que se había distanciado, de hacer cosas buenas -de prepararlas, de realizarlas y de ofrecerlas- como Él hace cosas buenas, de acariciar y bendecir como Él acaricia y bendice, de padecer y no soltar, como Él -en Jesús- nos enseña que padece y no nos suelta de su mano.

Iba un día caminando al Hogar por Moreno, por la vereda del shopping, una semana después de que se me habían muerto dos amigos y colaboradores muy queridos, que eran mi mano derecha, y le decía al Señor con lágrimas, que eso no tenía nada de bueno, que no me dijeran que era su providencia, que estaba todo mal y no había allí nada de bueno. Lo desafié a que me explicara qué podía haber de bueno en lo que estaba pasando y lo que sentí, como si Él derramara con su mano un bálsamo en mi interior que me dilató el corazón que tenía angustiado, fue: “que tenés ahora tu corazón más parecido al mío”. Sentí lo que siente Él cada vez que pierde a uno de los suyos, cada vez que cae un pajarito, como dice Jesús, cada vez que un pequeño es escandalizado, cada vez que un Jesusito tiene que nacer -o no nacer- en un refugio, cada vez que su Jesús está de nuevo crucificado y se lo matan o lo dejan que muera nomás, sin ayuda.

Así como con el corazón, pasa también con las manos: que se vuelven más parecidas a las suyas. Cuando toco al mendigo al que le doy la monedita (que aquí es un euro y allá como 90 pesos), cuando bendigo a todos los que saludo  cada vez que me voy o se van, cuando trabajo bien escribiendo y no pierdo tiempo: mis manos y mis dedos son más parecidos a los Suyos, a los de nuestro Padre. Y sale natural fijarme en otras manos, buscar otras manos, querer estrechar las manos de todos. Porque las manos están hechas para eso, para relacionarse, para unirse.

Nuestras manos se vuelven parecidas a las Manos del Padre cuando lo aplaudimos solo a Él y solo a los que Él aplaude: a los que hacen las obras buenas que Él planeó desde el comienzo de la creación para que las practicáramos; las obras que Jesús nos enseñó a hacer y que el Espíritu nos indica que hagamos con su sabiduría y su discernimiento y nos da la fuerza para llevarlas adelante.

No aplaudir vanidosos es un buen ejercicio (comenzando por suprimir los auto-aplausos, que ya es mucho). Pero aplaudir calurosamente a los que Dios aplaude, es mejor. Y le hace mucho bien a nuestras manos.

Diego Fares sj

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Nos queda toda su herencia espiritual, sigamos buscando sus blogs, en donde seguirá acompañándonos con sus reflexiones tan rezadas…

Marta Irigoy

.

Momento de meditación 

Diego Fares sj

“El escritor polaco Jan Dobracynski -afirma Francisco-, en su libro La sombra del Padre, noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida”.

     En este último punto de Patris Corde, el Papa Francisco nos hace ver que “Sombra” es una imagen evocadora. ¿Qué evoca la sombra? Lo que una metáfora evoca tiene a la vez un contenido específico y otro que depende de cada persona que entra en diálogo con ella. Así sucede con las parábolas: a cada corazón y a cada época le dicen cosas nuevas. Para el José de Dobracynski, “sombra” tiene un sentido positivo (cuidar a Jesús) y otro que a veces parece negativo (estar relegado a no ser una realidad). Al menos estas cosas son las que va imaginando y sintiendo José al recibir esa palabra especial del Ángel.

     A Francisco la palabra “sombra” le evoca tres “ideas” y una “imagen” de la Biblia: las ideas de auxiliar, de proteger del calor y de no apartarse del lado de Jesús para seguir sus pasos. Pero, una vez mencionadas, Bergoglio no sigue por el camino de seguir definiendo más y más una idea con otra. Un ejemplo sería tomar la idea de “no apartarse” y definirla como “cercanía” y así siguiendo… El Papa deja un momento en suspenso las ideas y toma una “imagen bíblica” concreta que narra cómo Dios mismo le hizo de “sombra” a su pueblo cuidándolo en el desierto como un padre cuida a su hijo. Luego  sí, elige Francisco una acción que integra todo lo demás -ideas e imagen- y que será la clave del punto séptimo: “ejercitar”; realizando día a día lo que evocan estas ideas y esta imagen San José “ejercitó su paternidad” con Jesús. Francisco se centra en adelante en mostrar “modos de ejercitar la paternidad”.

¿Quieres permanecer a su lado como la sombra del Padre…? 

Antes de ver los modos de ejercitar la paternidad que tiene San José solacémonos contemplando la escena en la que el Ángel entra en sus sueños y le pregunta ¿Quieres permanecer al lado de Jesús como la sombra del Padre…? Comprenderemos mejor por qué Francisco integra a los poetas para expresar su pensamiento.

     Dobracynski narra así cómo se debate José en sus sueños: 

“He decidido marcharme. No encuentro otra salida. No volveré a ver a Miriam. No podría verla. Si llegara a mirarla, no sería capaz de creer en la realidad. Hay que ser loco, para no aceptar la verdad de lo que ven los ojos y oyen los oídos. Y sin embargo… ¡Por lo tanto, tengo que marcharme! ¡Tengo que huir! ¡Pero si no he hecho nada reprochable! ¿Por qué he de huir como un cobarde, que teme el castigo? Si huyo, mi huida hará que todos me consideren indigno. Pero solo así la puedo salvar. Yo no puedo acusarla. Tengo que renunciar tanto a ella como a mi buen nombre…

—No temas, acógela en tu casa…

Oyó estas palabras como si alguien las hubiera pronunciado a su lado en voz alta. Se volvió bruscamente. Pero nada había cambiado en derredor suyo. La noche seguía siendo plateada y gélida. La claridad de las estrellas era tan viva que podía verlo todo a su alrededor. No había nadie. Solo allí cerca había brotado una flor blanca que difundía un intenso perfume. No la había visto antes. Es posible que la flor estuviese cerrada y solo abriera sus pétalos en la oscuridad.

Se encogió sobre sí mismo buscando calor en su propio cuerpo. Volvió a dormirse.

En el sueño la flor creció, se hizo gigantesca, se inclinó sobre él. Decía:

—Acéptala en tu casa como esposa. No ha sido un hombre quien te la ha arrebatado… Ha sido Él quien se inclinó sobre ella. El que ha de nacer será el Salvador por todos esperado. El profeta habló de ella y de Él. Vendrá para enseñar el más grande de los amores. No tengo palabras para expresar siquiera lo mucho que os ama… Él mismo os lo dirá, género humano. Él os lo mostrará. Pero, hasta que eso ocurra, todo ha de quedar oculto. Él lo quiere así, para no cegar con su luz. Para no hacer violencia.

Quiere conquistaros como un joven conquista a su amada, vistiéndose de mendigo y poniendo su corazón a sus pies. Precisamente tú deberías entenderlo…

Estaba echado temblando. Ya no sabía ahora si estaba durmiendo o si oía realmente estas palabras.

—¿Es posible…? —susurró.

Todo esto es cierto —le parecía oír—. Qué poco le conocéis, pese a todo el amor que habéis recibido… ¿Realmente no sabéis todavía quién es Él? Escucha, José, hijo de David, y de Acaz, y de Ezequías, y de Jacob. Él te pregunta a ti: ¿tú, que has renunciado a ella, quieres permanecer a su lado como la sombra del Padre…? ¿Lo aceptas?

Volvió a sentarse. El perfume de la flor llegaba hasta él desde la oscuridad. Las estrellas centelleaban sobre su cabeza. Reinaba el silencio. Se pasó los dedos por la cara

como para convencerse de que no había cambiado de forma.

—¿Podré hacerlo? —susurró—. La amo tanto…

—Acógela en tu casa…

Las últimas palabras se diluyeron en el silencio. Cuando se puso de pie, la flor había desaparecido.

Hundió la cara en las manos. Había repetido tantas veces en su vida: Revélame, Señor, tu voluntad; muéstrame lo que he de hacer. Esperaré tu orden con paciencia…

Había estado esperando durante muchos años. Creía saber lo que estaba esperando. Y lo que esperaba había llegado. Pero al mismo tiempo había superado sus esperanzas. Se enfrentó a algo tan grandioso que le parecía que esta grandiosidad lo iba a aplastar. El miedo se apoderó de él. Pero en medio de este temor veía una sola cosa: la felicidad de volver con Miriam.

Sacudió fuertemente la cabeza, como si quisiera arrojar con este movimiento todos los resentimientos humanos.

Allá a lo lejos, por encima de la cumbre reluciente del Hermón, se quebró la cortina de la noche. Una franja clara de luz apareció sobre la corona de los picos.

Abrió las manos y rezó: Oh Señor, no apartes de mí tu rostro. Sé benévolo y misericordioso con mi ceguera. Ahora sé para qué me mandabas esperar. ¿Quién soy yo para rebelarme? Exiges que tenga una esposa que no sea mi esposa y un hijo para el que debo ser padre, aunque no sea su padre; hágase conforme a tu voluntad. Que sea lo que Tú quieres. Cuando se debiliten mi entendimiento y mi voluntad, apóyame. Acepta mi decisión hoy que me has concedido la fuerza… Frente al día naciente estaba como Josué en el umbral de la Tierra Prometida y, como aquel, susurró una antigua oración:

—Acepto el peso de tu Reino, Señor nuestro…” .

Modos de ejercitar la paternidad

José ejercita su paternidad aceptando hacerse cargo de María y de Jesús. Como dice Francisco: “Nadie nace padre, sino que se hace, y no sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercitala paternidad respecto a él”.

Un modo paterno de pensamiento afectivo e integral

     La escena es hermosísima: el perfume de la flor y las estrellas hacen de marco al sueño de José. El Ángel, que solo dice palabras esenciales, usa la palabra “sombra” en esta frase: “Permanecer a su lado como la sombra del Padre”. La metáfora de “ser sombra de Alguien como el Padre”, tiene una impertinencia (como dice Ricoeur que sucede con toda metáfora): ¿es posible que el Padre tenga sombra siendo que es puro Espíritu? 

     El Ángel dice algo interesante: que Jesús no quiere “cegarnos con su luz”, no quiere hacernos “violencia”. Pues bien, se ve que esto le viene del Padre, que tampoco quiere cegarnos ni imponerse. Como que a los dos les viene bien esto de ser sombra, para no abrumar. El Padre manda a su Hijo luego de una larga preparación de un pueblo, para que inculturado en ese pueblo, le vaya enseñando “como es Dios”: puro Amor misericordioso y gratuito, y lo haga con un lenguaje comprensible. 

     Y como el Padre quiere cuidar a Jesús, al menos hasta que se sepa cuidar solo, elige a José para que “esté” al lado de Jesús. El Padre siempre “está” con Jesús (el Señor dice que él nunca está solo). Pues bien, en San José podemos “ver” la sombra del Padre que está -invisiblemente- con su Hijo. 

     Es muy lindo esto. No es que Dios sea sólo el sol y José una sombra en sentido despectivo: ser sombra es algo propio también de Dios a la hora de interactuar con los hombres. 

Esto nos hace descubrir la importancia inusitada de San José y la grandeza de su misión. Tiene que estar como está el Padre: todo el tiempo, siempre, siguiendo de cerca a su Hijo, pero silenciosamente, como nos sigue nuestra sombra. 

     La tradición exalta el silencio de san José. Pero la “idea” de silencio puede resultar ambigua; puede hacer sentir a alguno que José era un anciano tranquilo, con un rol más bien pasivo… La imagen que narra Dobracynski hace más justicia a lo que nos muestra el evangelio de Lucas: un san José que “piensa a mil”, que se hace cargo hasta en sueños del desafío que tiene adelante, un José activísimo, un hombre de discernimiento y de acción, con todos sus sentidos atentos a la realidad política, a su propio corazón y a la voz de Dios.

Siguiendo esta línea, Francisco expresa su pensamiento de modo integral, teniendo en cuenta las ideas, sí, pero buscando además las imágenes de poetas y literatos. Y dando un lugar decisivo a lo que necesitan los que lo leen, a la necesidad de un tipo de padres -no autoritario- que tiene el hombre de hoy. 

Advertir estas características del estilo de Francisco ayuda a la hora de leer sus escritos. Nos ayuda a entenderlo a él más en profundidad y salir de la mentalidad de una cultura actual que nos ha acostumbrado a considerar como teólogo o filósofo solo al que se especializa en un modo de pensar abstracto excluyendo otros modos de pensar. Si uno da importancia a las decisiones que un pensamiento suscita, el san José del evangelio es un gran “pensador”, uno que hace realidad con sus decisiones audaces lo que se le ha revelado en un proceso de discernimiento que le ha costado realizar. Vemos a san José ejercitando un silencio muy activo, que no se expresa con palabras, pero sí con acciones decididas.

Pensemos en un padre o una madre cuyo hijo está enfermo: no se limitarán a leer los números generales de los análisis, sino que estarán atentos a todo, y de manera especial a los síntomas “particulares” y “únicos” de su hijo. Estarán abiertos además a todo el que pueda aportar algo para que su hijo mejore. 

     Bergoglio une de modo muy sencillo tres cosas: una idea, una imagen y un sentimiento, que es lo que debe contener toda buena homilía, como decía un viejo jesuita. El suyo es un pensamiento contemplativo, que parte de la afectividad – sintiendo de corazón “lo que expresa la realidad sobre la cual medita”- y va dejando que el corazón unifique la inteligencia, la sensibilidad e imaginación y los sentimientos, avanzando hacia nuevas síntesis muy concretas.

     Esto es algo que hacemos todos: todos hablamos desde el corazón, porque es algo propio del ser humano, pero esto no siempre se valoriza correctamente. Frente a un pensamiento homogéneo y único (en cuanto abstracto) no todos dan lugar al pensamiento de cada persona y a los modos de expresarse de cada cultura. Es lo que intenta revalorizar el Papa al hablar de un estilo “sinodal” en el que se piensa caminando juntos, integrando las diversidades en el diálogo. Cosa que solo se logra “cordialmente”. 

Fin “pastoral” del escrito: sociedad e Iglesia actual

Afirma Francisco: “En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La amonestación dirigida por san Pablo a los Corintios es siempre oportuna: «Podrán tener diez mil instructores, pero padres no tienen muchos» (1 Co 4,15); y cada sacerdote u obispo debería poder decir como el Apóstol: «Fui yo quien los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio» (ibíd.). Y a los Gálatas les dice: «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (4,19)”. 

     El pensamiento del Papa avanza teniendo en cuenta la necesidad pastoral de nuestro tiempo que “necesita padres”. También la Iglesia, y aquí cita a Pablo: diez mil pedagogos, pero un solo padre. Se da un paso más en cuanto a lo de “ejercitar/se” al hablar de que Cristo se “forme” en cada creyente. Cuando somos pequeñitos, nuestros padres nos hacen de “sombra” de Dios: están atentos, están cerca, pero sin molestarnos, dejando que juguemos libremente mientras no haya peligro. La imagen es realmente evocadora de tiempos de infancia en los que todos hemos tenido quien nos ha hecho de “sombra buena”.

     El discurso De Francisco, por tanto, no es solo teórico, sino que integra lo pastoral. El corazón no solo unifica las potencias intelectuales y sensibles de cada persona, sino que también tiene en cuenta a los demás, sus necesidades con respecto a Cristo, que moldean el propio discurso y lo hacen en orden a que Cristo “se vaya formando”. Esto también lo tiene en cuenta cualquier pensamiento publicitario interesado en vender a la persona concreta que tiene delante: no sigue la línea de un discurso aisladamente racional, sino que tiene en cuenta al cliente a la hora de ver qué dice para lograr vender su producto. Los publicistas conocen mejor al hombre actual que muchos teólogos de escritorio, que viven sólo en su mundo abstracto.

Padre castísimo

     Dice Francisco: “Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de ‘castísimo’. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya”.

Cuando escuchamos a Francisco hablar de la castidad y decir que es: “ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida”, sentimos un buen gusto en el alma y la posibilidad de abrirnos a una nueva perspectiva: la de un amor que se alegra de ver crecer en libertad al otro, a los hijos, de manera especial. Dios mismo nos ama con “amor casto”, sin imponerse… haciéndonos libres, incluso de alejarnos de Él. Desea que seamos capaces de elegir, de ser libres, de salir… aunque nos vayamos como el hijo pródigo.

Así narra Dobracynski al final del libro la alegría de José al ver que su hijo se ha vuelto adulto:

“Solo cuando salieron del Templo Miriam le reconvino dolorida: 

—¿Qué has hecho, Hijo? ¡Nos has causado tanta alarma y zozobra! ¡Los dos hemos estado muy asustados! Te hemos buscado temblando… ¿Cómo pudiste portarte así? 

No bajó la cabeza como quien se siente culpable. José, mirando de reojo al Hijo, percibió un fulgor en Su mirada; el mismo misterioso fulgor que ya había visto una vez. 

—¿Me habéis estado buscando? —dijo—. ¿Habéis temido por mí? ¡Teníais que haber sabido que mi sitio está en la casa del Padre! 

El tono de voz era sereno, pero lo que decía sonó a reproche. José vio palidecer a Miriam y cómo le temblaron los labios. Ella no dijo nada. Sin mediar palabra, se dirigieron hacia el puente. 

Salieron de la ciudad, llegaron a su tienda. Jesús, sin haber pronunciado todavía una sola palabra, empezó a recoger el equipaje. Preparó los fardos, los puso sobre el asno. Mientras trabajaba, ellos le observaban atentamente a hurtadillas.
—No te preocupes —le susurró José—. Vendrá con nosotros. Todo seguirá como antes.
—Así parece —le contestó ella en voz baja. Yo temía que… Pero, José, ¿por qué ha dicho eso?
Ya tenía en la punta de la lengua: «Para que te acuerdes cuando llegue el momento de la verdadera separación…». Pero no lo dijo. No quiso presumir del conocimiento que le había sido infundido. Sus caminos se separaban. Ella iba a seguir; él, la sombra, iba a desaparecer. Por eso, ella no comprendía todavía lo que él había comprendido. Por primera vez él se le había adelantado… 

—Todo listo para el camino —dijo el Muchacho, plantándose delante de ellos—. Si lo mandas, abba, podemos partir. 

—Vamos —asintió él con la cabeza. 

Ayudaron a Miriam a montar en el asno. Jesús tomó las riendas y José, viéndolo, no alargó la mano para cogerlas. Por primera vez era el Hijo quien iba a conducir la montura de la madre. 

Anduvieron un trecho, cuando preguntó: 

—¿Qué opinas, Hijo, ¿de la ciencia de los grandes doctores? Sabes que quise hablar por ti con el venerable Johanan. No tenía tiempo para charlar conmigo. Pero hablaron contigo… Dime, ¿quieres que vayamos otra vez a la ciudad santa y que le pida al rabbí Johanan que te tome por discípulo? 

Notó que Jesús sacudió vigorosamente la cabeza. Luego el Muchacho se volvió hacia José y dijo: 

—Si me permites, abba, que diga lo que pienso, lo diré. No deseo estudiar con los doctores. Estos hombres son sabios de palabras, pero no ven la vida. Quieren discutir acerca del cielo, y no vislumbran la tierra… 

—Pero el Altísimo habita en el cielo —señaló José. 

—También dice: levanta una piedra y me encontrarás, da un corte a un árbol y allí estoy… 

Se sobresaltó. No recordaba las palabras citadas por su Hijo. 

—Él está oculto aquí —seguía diciendo el Muchacho— y ahora quiere venir para quedarse con los hombres… Permíteme que no vaya a estudiar con ellos. Me quedaré con mamá. Cuidaré de ella. 

En las últimas palabras había un afecto tan profundo como si un momento antes no hubiesen sido pronunciadas aquellas otras palabras llenas de reproche. Vio que la mano de Miriam se posaba cariñosamente sobre el brazo del Hijo y que Él frotó la mejilla contra esa mano. Se miraron mutuamente y vio cómo se sonreían.

Era feliz viendo su amor. No sentía soledad ni envidia. Sabía que el amor de Miriam y de Jesús era como un cántaro rebosante, que esparcía el agua a su alrededor. Donde empapaba la tierra, brotaba la vida. El dolor cosquilleaba en su pecho, pero también él iba sonriendo”. 

Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo. 

Momento para Contemplar

Marta Irigoy

Terminamos con esta entrega, el Año de San José, con un conocimiento interno de este Santo tan amigo y tan querido…

Hemos compartido la Carta apostólica Patris corde, del Papa Francisco, en donde fuimos ahondando junto al P. Diego, una mirada nueva sobre la vida de San José…

Muchos de nosotros hemos descubierto un lado diferente del Santo de la Providencia, que nos ha ayudado a crecer en devoción, en cercanía y en profunda confianza para relacionarnos con él de un modo nuevo…

La presencia escondida (en la sombra) de San José, ha marcado la vida de Jesús y de Maria. 

La invitación de este último Taller, es:

  • Hacer memoria agradecida de los momentos de este año en que sentimos a San José presente, como hizo con Jesús “permaneciendo a nuestro lado como la sombra del Padre”.

“El pensamiento del Papa avanza teniendo en cuenta la necesidad pastoral de nuestro tiempo que “necesita padres”. También la Iglesia, y aquí cita a Pablo: diez mil pedagogos, pero un solo padre. Se da un paso más en cuanto a lo de “ejercitar/se” al hablar de que Cristo se “forme” en cada creyente. Cuando somos pequeñitos, nuestros padres nos hacen de “sombra” de Dios: están atentos, están cerca, pero sin molestarnos, dejando que juguemos libremente mientras no haya peligro. La imagen es realmente evocadora de tiempos de infancia en los que todos hemos tenido quien nos ha hecho de “sombra buena”.

Hacer memoria agradecida de quienes en este tiempo han sido “sombra buena” en nuestro caminar…

  • “Teniendo en cuenta la necesidad pastoral de nuestro tiempo que “necesita padres”; ante quienes hoy, sientes la invitación (pidiendo consejo e iluminación  a San José) a “permanecer a su lado como la sombra del Padre”.

Terminamos este Año de San José, agradeciendo tanto bien recibido, con este hermoso Himno que compartimos en nuestro primer Taller de este año:

Hacer clik en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=qWxGT7TUZ5g

Himno a san José

Hoy a tus pies ponemos nuestra vida;

hoy a tus pies, ¡Glorioso San José!

Escucha nuestra oración

y por tu intercesión obtendremos la paz del corazón.

En Nazaret junto a la Virgen Santa;

en Nazaret, ¡Glorioso San José!

cuidaste al niño Jesús

pues por tu gran virtud fuiste digno custodio de la luz.

Con sencillez humilde carpintero;

con sencillez, ¡Glorioso San José!

hiciste bien tu labor obrero del Señor

ofreciendo trabajo y oración.

Tuviste Fe en Dios y su promesa;

tuviste Fe, ¡Glorioso San José!

Maestro de oración alcánzanos

el don de escuchar y seguir la voz de Dios.

Momento de meditación

Diego Fares sj

Dentro del ámbito de estos Talleres de ejercicios, hemos estado reflexionando, contemplando y pidiendo a San José, tal como nos lo presenta el Papa Francisco en Patris Cordis, la gracia de su conducción espiritual, que es universal, para nuestra oración y discernimiento.

Hemos meditado relacionando las características del servicio de José relacionándolas con su oración: la oración unificada propia de quien tiene un corazón de Padre. Si su persona entera es la gracia del Padre de otro padre para Jesús, la oración que se hace con todo el peso de cada persona es propiamente la adoración. San José despierta el deseo de adorar con corazón de Padre y de hacerlo sin protagonismos, desde un maravilloso “segundo lugar”. Hemos pedido rezar “solo si estamos enamorados  (y para enamorarnos) y de rezar de manera que siempre quedemos con hambre de más.

Le hemos pedido la gracia de rezar como él con una oración que vence al mal solo con el bien. Por eso se trata de una oración que busca ser muy creativa. Porque no puede ir ni mínimamente contra nadie y entonces debe tener la valentía de ser sobreabundante e imaginativa en un modo de hacer el bien que supere el mal por una intensidad mayor de lo común en la que a ternura se refiere. Saber contemplar por dónde y cómo se desborda la ternura de Dios, requiere un discernimiento cordial. Un discernimiento que lleva tiempo, porque la ternura requiere tiempo y matices en los modos. 

Al tratar este punto el Papa trae San José muy al presente, a la llaga que es para tantas familias la falta de trabajo. El texto se detiene más en la denuncia de este mal y lo que bellamente describe del trabajo apunta a incidir en el deseo de luchar para que todos lo tengan y que sea digno. Pedimos una oración de esas con que “urge a Dios” un padre trabajador que pide de manera incansable el pan y el trabajo cada día. 

En este encuentro, el título de José es Padre trabajador. Meditaremos por tanto sobre la oración de San José en el trabajo, o mejor, cómo reza un padre trabajador por su familia. 

Denuncia

            Nos recuerda el Papa, en una consideración suya especialmente fuerte, acerca de la dignidad: “Toda injusticia que se comete contra una persona que trabaja es un atropello a la dignidad humana, incluso a la dignidad del que comete la injusticia: se baja el nivel y se termina en esa tensión de dictador-esclavo. En cambio, la vocación que Dios nos da es muy hermosa: crear, re-crear, trabajar. Pero esto puede hacerse cuando las condiciones son justas y se respeta la dignidad de la persona1”. Y cuenta: “Una vez, en una Cáritas, a un hombre que no tenía trabajo e iba a buscar algo para su familia, un empleado de Cáritas le dijo: “Por lo menos puede llevar el pan a su casa” — “Pero a mí no me basta con esto, no es suficiente”, fue su respuesta: “Quiero ganarme el pan para llevarlo a casa”. Le faltaba la dignidad, la dignidad de “hacer” el pan él mismo, con su trabajo, y llevarlo a casa. La dignidad del trabajo, tan pisoteada por desgracia”. 

Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!” 

¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?”.

“La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. 

La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!” 

La meditación intentará ayudarnos a “despertar” nuestra conciencia de la dignidad del trabajo, de la alegría que despierta, de como ayuda a desarrollarse a la familia y en ella a cada persona, y cómo es la clave de toda la cuestión social. Todo esto hace que necesitemos que San José “meta mano” y espolee a todos a luchar por el trabajo de manera concentrada y tenaz.

 El valor, la dignidad, y la alegría del trabajo

Dice Francisco: “Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la Rerum novarum de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo”.

Valor

Cabe aquí volver a leer la fábula de los tres picapedreros, que es de Charles Péguy. Narrar y escuchar siempre abre la mente y el corazón, especialmente si es el texto original con toda su riqueza de matices, que no se ven en versiones online, donde la fábula se “sintetiza” y termina banalizada:

“Charles Péguy va en peregrinaje a Chartres. Observa a un tipo cansado, que suda y que pica piedras. Y le pregunta: ‘-¿Qué está haciendo, señor?’ ‘-Acaso no ve: pico piedras; es duro, me duele la espalda, tengo sed, tengo calor. Practico un sub-oficio, soy un sub-hombre’. Péguy continúa y ve más lejos a otro hombre que pica piedras, que no se ve tan mal. ‘-Señor, ¿qué hace?’ ‘-Gano mi vida. Pico piedra, no he encontrado otro oficio para alimentar a mi familia, estoy muy contento de tener éste.’ Péguy continúa su camino y se aproxima a un tercer picapedrero que está sonriente y radiante y le hace la misma pregunta, y éste responde: ‘-Yo, señor, construyo una Catedral.’ El hecho es el mismo, la atribución de sentido es completamente diferente. Esta atribución de sentido viene de nuestra propia historia y de nuestro contexto social. Cuando se tiene una catedral en la cabeza, no se pica y pica de la misma manera.”

Péguy nos conmueve el corazón haciéndonos sentir el orgullo de quien sabe que está construyendo una catedral: es la gracia de pulsar, en el secreto de la pequeña tarea bien hecha, el corazón de lo grande y valioso.

Dignidad

Continúa Péguy: “El trabajo gozaba de un honor increíble, el más hermoso de todos los honores, el más cristiano, el único quizá que se puede mantener. Hemos conocido un honor del trabajo exactamente igual que el que en la Edad Media gobernaba la mano y el corazón. Hemos conocido esa piedad del trabajo bien hecho llevada hasta la exigencia última. Durante toda mi infancia he visto ajustar los mimbres de las sillas exactamente con el mismo espíritu y con el mismo corazón, y con la misma mano, que ese mismo pueblo había levantado sus catedrales. Esos obreros no servían. Trabajaban. Con un honor absoluto, como le corresponde al honor. Era preciso que cada palo de la silla estuviera bien hecho. Estaba muy claro. Era lo más importante. No había que hacerlo bien por el sueldo o por los clientes del jefe. Tenía que estar bien hecho en sí mismo, en su mismo ser. Cualquier parte de la silla, aunque no se viera, estaba hecha tan perfectamente como la que se veía. Era el principio mismo de las catedrales. Todo era un acontecimiento: algo sagrado. Todo era una elevación interior, y una oración, el día entero, el sueño y la vigilia, el trabajo y el poco de descanso, la cama y la mesa, la sopa y el buey, la casa y el jardín, la puerta y la calle, el patio y el vestíbulo, y los platos en la mesa. No se trataba de ser visto o no visto. Era el ser mismo del trabajo el que debía ser bien hecho”.

Péguy nos hace experimentar el honor y la dignidad que regala el trabajo bien hecho al que le es fiel.

Alegría

Concluye Péguy: «No sé si se nos creerá pero hemos conocido obreros con ganas de trabajar, que no pensaban sino en trabajar. Hemos conocido obreros que, ya de mañana, sólo pensaban en trabajar. Se levantaban por la mañana pronto y cantaban sólo pensando en que se iban a trabajar. Trabajar constituía su alegría y la raíz profunda de su ser. Y su razón de ser”.

Péguy nos hace sentir la alegría de ser que se desata, se desarrolla y consolida al trabajar.

 Conciencia renovada del significado del trabajo

Así, pues, vemos cómo el trabajo tiene ver con nuestra dignidad como personas -que el Papa extiende a dignidad de la familia-, con la obra exterior que realizamos creativamente y con la alegría que se siente al ver cómo se forma y mejora el carácter y el estilo propio que tengo como persona, en la medida en que uno se expone a la actividad y concreta sus posibilidades.  

Recuerdo que en el Hogar distinguíamos siempre entre empleo y trabajo. El empleo es un trabajo con el que uno se gana la vida. Pero aún en el caso de que uno esté desempleado, no tiene que ver con que igual trabaje en todo lo que quiera y pueda: porque eso lo dignifica, lo vuelve colaborativo con la sociedad y con la creación y lo llena de alegría al irse formando como persona, con estilo propio.

Junto con estos bienes interiores, brotan también los otros, los que hacen a nuestra dimensión comunitaria. 

El Papa nos ayuda a tomar conciencia también de este significado del trabajo: “El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión.  El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia”. 

Patrono de los que desean rezar para saber cómo amar mejor: trabajando.

Con respecto a la oración una última reflexión. Como la de la mayoría de la gente que trabaja para llevar adelante su familia, la oración de José es una oración centrada principalmente en el trabajo. Los trabajadores piden cada día, como manda el Padrenuestro, el pan y el trabajo. Y agradecen el de ayer y hoy para volver a pedirlo para mañana. 

El discernimiento de un padre trabajador, en cuanto oración contemplativa que busca la voluntad de Dios y el bien de su familia, que es sagrada, tal como para nosotros es sagrada la nuestra, está orientado a tener y mejorar esas virtudes prácticas que lo ayudan a proteger y custodiar con su trabajo el bienestar de su Hijo Jesús y de María su esposa. Es decir, la oración del padre trabajador se dirige al trabajo mismo, a que se lo den los que tienen que darlo y a mejorarlo uno mismo. 

También la oración, tomada como un trabajo (el trabajo con Dios es rezar, aprender a rezar y poner en práctica lo rezado) recae en primer lugar sobre sí misma: rezar es trabajar en la oración. Cuando el trabajo no es expresión de la persona, porque no se hace con el sentido que hemos visto, se convierte en esclavitud. Pero cuando sí es expresión de toda la persona y de todo un pueblo, el trabajo se convierte en oración. 

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Momento para contemplar

Marta Irigoy

Este año, en que estamos reflexionando, contemplando y descubriendo la figura de San José, vamos desgranando distintos aspectos que nos van ayudando a crecer en la devoción y amistad con este Santo tan querido!

También, vamos descubriendo que la espiritualidad ignaciana nos capacita, es decir, nos hace capaces de ser hombres y mujeres «contemplativos en la acción» que pueden descubrir a Dios en todas las cosas… Por eso, es bueno tomarnos un momento para poder rezar nuestra relación entre oración y trabajo…Los monjes tienen ese lema que dice tanto: «ora et labora»

Decía el P. Diego más arriba:

…La oración, tomada como un trabajo (el trabajo con Dios es rezar, aprender a rezar y poner en práctica lo rezado) recae en primer lugar sobre sí misma: rezar es trabajar en la oración. Cuando el trabajo no es expresión de la persona, porque no se hace con el sentido que hemos visto, se convierte en esclavitud. Pero cuando sí es expresión de toda la persona y de todo un pueblo, el trabajo se convierte en oración.

Es bueno, tener en cuenta que Jesús  santificó el trabajo con su oficio de artesano. Nosotros nos unimos a Él cuando trabajamos. Si el trabajo que cotidianamente realizamos desde la sintonía del Evangelio, no nos distrae de la presencia constante de Dios…

 El trabajo muchas veces, favorece el silencio, la humildad, la obediencia a la realidad que nos atraviesa, nos ayuda a las  relaciones de trabajo y fortalece  la unidad de la pequeña comunidad que son nuestros lugares de trabajo.

Un lindo ejercicio para realizar, podría imaginar nuestros lugares de trabajo , incluyendo nuestra casa, espacio donde podemos hacer presente la vida escondida de Nazareth donde San José, junto a Maria hicieron de la vida ordinaria, la maravillosa siembra de aquellas imágenes con las que Jesús iría iluminando el Anuncio del Reino de Dios…

  • Elegir alguna de las Parábolas, quizás la que más te ha hablado del Reino de Dios…
  • Luego  dejar que esas imágenes iluminen la realidad cotidiana…
  • Terminar pidiendo la Gracia que creas necesaria pedir…
  • Y no te olvides de tener  puestos los ojos en  Jesús, que te acompaña en la tarea cotidiana…

Bienaventuranzas de los trabajadores

Felices los que trabajan por la paz porque serán reconocidos como hijos de Dios

Son los que convierten cada herramienta, cada encuentro con un cliente, cada papel de un trámite en un mensaje de paz; en una propuesta de paz.

Son los que ayudan, desde su puesto de trabajo a erradicar todo tipo de violencia…

Felices los que trabajan por el Reino de Dios

Felices los que tienen en su horizonte la imagen del Reino que se construye y crece. Los que consagran su vida al servicio del Reino, que, así, en diversos estados, descubren que su trabajo es creativo y creador en la edificación de la eternidad.

-Juan Carlos Pisano-

Momento de Meditación

Diego Fares sj

Imaginar cordialmente para conocer plenamente (y que brote la valentía)

El título de “Padre de la valentía creativa”, es ciertamente original. En Patris corde Francisco describe la paternidad de José advirtiendo los modos como se concreta: “en” la ternura, “en” la obediencia, “en” la cogida, “en” el trabajo… Pero en este punto califica distinto: aquí nos dice que José es Padre “de” una cualidad esencial en el Reino de Dios: la valentía. Y el signo de esta valentía no está puesto en la fuerza de voluntad o el ímpetu de las pasiones, sino en la creatividad y en la imaginación. 

Bergoglio siempre ha sido un hombre valiente, lleno de coraje apostólico, uno que, por el Evangelio, no le teme a nada. Y aquí vemos que pone directamente esta virtud que tanto aprecia bajo la paternidad directa de San José. Se trata de esa peculiar valentía para defender y cuidar a Jesús y a la Iglesia. 

Recuerdo unas meditaciones del tiempo de nuestra formación en que Bergoglio nos hablaba de la valentía conectándola creativamente – a mi modo de ver- con la memoria y la paz. Decía: “Es precisamente la memoria de la salvación recibida quien nos constituye en creyentes y nos da fortaleza para la lucha contra el mundo. El príncipe de este mundo no tiene poder sobre Cristo (Jn 14,30), porque ya está juzgado (Jn 16,11). Esta memoria nos actualiza una realidad: nuestra victoria contra el mundo es la fe (l Jn 5,4). Por tanto nos acercamos a la lucha contra el mundo con valentía, nos acercamos «en vencedores», procurando cumplir el consejo de san Pablo: «Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres (viriliter agite), sed fuertes» (l Cor 16,13); sabiendo que podemos confiar al Señor todas nuestras preocupaciones, pues Él se ocupa de nosotros, aun cuando el Diablo nos ronde (cf. 1 Pe 5,7-8)» (El espíritu del mundo, en Meditaciones para religiosos). Esta conciencia de victoria en Cristo (que no tiene nada que ver con ningún tipo de triunfalismo, sino que es victoria por la Cruz) siempre ha sido un distintivo de Bergoglio. En Evangelii gaudium, Francisco trató el tema específicamente: “Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo» (EG 119).

 Decía también: “En esta guerra contra el Malo, lo que consolida nuestra valentía es la paz, que no nos deja amedrentar en nada ante los adversarios (Flp 1,28) y –sobre todo– configura el «estilo de lucha», un estilo que nace de esa paz, guerrea en paz y gesta la paz. El lugar de esta paz es el corazón: allí está la presencia de Jesús que nos da seguridad. En esta paz se gesta el coraje apostólico (parresía) y el aguante apostólico (hypomone)”. 

El desafío del mundo actual 

Hacemos un excurso tocando un punto de actualidad para poder luego apreciar mejor la importancia del tema de la valentía creativa que nos ha propuesto Francisco. Michel Paul Gallagher, s.j. de quien estoy leyendo su libro “Tiempo de prórroga”, en el que – de una manera cómo solo un jesuita empapado de la caridad discreta que se aprende en los Ejercicios puede hacerlo- comparte sus últimos años de vida espiritual en lucha contra el cáncer, solía afirmar que el mayor desafío que enfrenta nuestra fe por parte de la cultura actual es un desafío a la imaginación y no tanto al intelecto o a la voluntad. Para él, el creyente debe ser una persona de imaginación, para responder íntegramente y de manera afectiva y efectiva a la llamada de Dios. Pues bien, aquí Francisco coincide y puede ayudarnos redescubrir el papel de la imaginación en la fe, especialmente en la crisis de fe de nuestro tiempo. Lo sorprendente (hablo así porque no lo había notado nunca) es cómo el Papa pone esta valentía creativa en directa relación con San José. Es que no es común imaginar a nuestro Patrono como alguien creativo e imaginativo…, y sin embargo! ¡Cuánto por descubrir todavía en José!

Dice Gallagher: «Normalmente no se llega hasta el corazón a través de la razón, sino a través de la imaginación. Para Newman la función de la imaginación era literalmente la de “realizar” la fe, en el sentido de hacer a Dios decididamente real en la propia vida». Se trata de dejarse afectar por el imperativo de escuchar con los oídos de la fe las palabras del evangelio, de abrir los ojos de la fe a los sucesos de la vida, de imaginar cordialmente para conocer plenamente.  Imaginar cordialmente para conocer plenamente! ¡Una formulación feliz!

No confundir lo imaginativo con la imaginario

“Estemos alerta – advierte Gallagher- para no dejarnos intimidar por los que nos dicen que organicemos nuestra vida sobre la base de hechos empíricos y nada más. Los poetas y los artistas de todos los tiempos nos llaman a no avergonzarnos de la imaginación. Y, como decía Chesterton, no hay que confundir lo imaginativo con lo imaginario. Lo primero es un rico camino hacia posibilidades más plenas. Lo segundo es una trampa de fantasía o falsedad. La imaginación es un gran don humano que pertenece al lado derecho del cerebro. Si lo menospreciamos, todo nuestro enfoque de la vida queda limitado. La fe religiosa, en ese caso, desaparece de nuestro mapa, porque es asunto de acogida y de relación más que de racionalidad. William Lynch lo formuló exactamente: la fe significa imaginar la vida con Cristo como el Señor de una imaginación nueva”.

Camino más lento de la imaginación: más espiritualidad que doctrina

“Me encantaría saber – decía Gallagher – cómo corregir el daño del desequilibrado vacío que hace tan posible la falta de fe. Eso significaría curar la unilateralidad de nuestras maneras de pensar y liberar nuestra imaginación de su cárcel de mezquindad. Requeriría otro lenguaje de Iglesia, que quizás se empieza a encontrar, sobre todo gracias al papa Francisco. Exigiría un punto de partida muy distinto en el viaje hacia el redescubrimiento de Dios. Sospecho que la gente tiene necesidad de una iniciación más lenta hacia lo profundo. Sería algo parecido a la «mistagogía» del primer milenio, cuando los que se preparaban para el bautismo emprendían un largo proceso de iniciación a los misterios. A pesar de lo que dije anteriormente, estoy convencido que la gente al margen de la religión necesita en primer lugar espiritualidad, antes que doctrina o sacramento”. Veo a san José como el patrono y guía ideal para un proceso de este tipo.

Sana tensión entre pasado y futuro

Volvemos a Patris CordeAfirma el Papa Francisco que la valentía creativa se gesta en la tensión entre acoger la propia historia (pasado) y arriesgarse dando un paso adelante (futuro): “Si la primera etapa de toda verdadera curación interior es acoger la propia historia, es decir, hacer espacio dentro de nosotros mismos incluso para lo que no hemos elegido en nuestra vida, necesitamos añadir otra característica importante: la valentía creativa.” 

Las cualidades del corazón de San José que va haciendo notar el santo Padre – su hacerse cargo incluso de lo que no eligió y su creatividad para llevar adelante con valentía lo que no imaginó –, tienen su fuente en la misión que le fue confiada y que José abrazó con todas sus fuerzas. Fue la grandeza inusitada de la misión que se le propuso lo que le ensanchó el corazón más allá de toda expectativa humana, lo hizo desear desplegarse más allá de sus posibilidades para ponerse a la altura de aquello a lo que estaba siendo sido convocado. Este crecimiento espiritual de José revela un corazón bien dispuesto desde antes, maduro y grande, resuelto a dejar que la semilla del Reino de el ciento por uno en frutos que puede dar.

¿Cuál fue el secreto de José?, se pregunta Francisco, tomando palabras de San Juan Crisóstomo: el secreto fue que “Entró en el servicio de toda la economía de la Encarnación”. Francisco cita una bellísima homilía de San Pablo VI  (1966) en la que alude a este secreto como un “servir por amor”:  San José “hizo de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida”. Servir a Cristo fue su vida, “servirlo en la humildad más profunda y la dedicación más completa, servirlo con amor y por amor”.

Creo que el cariño y la admiración de Bergoglio por San José, tienen mucho que ver con un sentirse identificado con lo que da en llamar la “resolución” de José. Él se resolvió a “convertir su vocación humana de amor doméstico (su amor a María) en una oblación sobrehumana de sí mismo y de toda su capacidad de amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa”. 

Un obispo amigo dice siempre que Bergoglio-Francisco es un hombre “concentrado”: 24 hs. sobre 24 hs. al día, es uno que está pensando en cómo servir mejor a la Iglesia. No se distrae. Servir en lo grande y en lo pequeño es su sana obsesión, su locura al estilo paulino, una pasión que no deja lugar a otras cosas, sino que se retroalimenta de lo mismo que dona. Y lo hace con valentía creativa.

Es bueno notar aquí, al hablar de valentía que no se trata de una valentía ciega o impulsiva, una valentía de “riñones”, digamos. Es otra cosa: la valentía evangélica es valentía lúcida y esperanzada, que mira lejos, que ve todo el panorama y elige los medios más originales y mas aptos para sortear los peligros.

Bergoglio siempre ha sido creativo a la hora a acercar entre sí y poner en tensión virtudes que no es muy común que se las considere juntas. En Patris corde une la nobleza de corazón de San José con su capacidad de discernimiento, por ejemplo; y ahora la valentía con la creatividad, con la imaginación. Resulta inspiradora la afirmación de que para discernir bien es necesario tener un corazón noble (no solo inteligencia de datos fácticos). La nobleza de corazón abre la inteligencia para que juzgue desde la perspectiva amplia del Amor, así la creatividad estimula la valentía atrayéndola con belleza. No se trata de una valentía ciega o impulsiva, sino lúcida y esperanzada, que mira lejos, que ve todo el panorama y elige los medios más originales y mas aptos para sortear los peligros.

En San José vemos que esta radicalidad de su servicio brotó del haber “tomado consigo”de una vez para siempre la oportunidad que le brindó la Providencia y no haber soltado ya nunca más ni al Niño ni a su Madre. 

Los recursos creativos

Francisco advierte una serie de recursos creativos de los que se vale José para cuidar al Niño y llevar adelante a su familia en medio de grandes dificultades: “Esta (la valentía creativa) surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener”.

El recurso humano: la persona misma

El Papa reflexiona acerca de algo que es muy humano: “Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente”. Y su conclusión es que “Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre”. 

Es consoladora esta apreciación de que la persona de José era “el verdadero milagro”. La creación es un misterio y otro misterio más grande aún es cómo fue que “algo no le salió bien” a nuestro Creador, aún siendo todopoderoso. El hecho es que la solución del problema del mal en el mundo no lo quiso resolver Dios de manera “técnica”, por decirlo así, sino que vino a involucrarse personalmente en la historia y a dar la vida para reparar lo que el mal había dañado. En este sentido, el recurso a personas como María y José, está en sintonía con el estilo de salvar y de llevar adelante la vida que instituirá Jesús entre los que lo sigan. Un estilo en el que las personas mismas son lo importante y no solo lo que hacen o logran. 

Veamos los ejemplos que usa el Papa de este “ser el verdadero milagro” propio de San José.

La transformación del Pesebre es un ejemplo de lo que puede inventar un corazón de padre en una situación triste de pobreza cotidiana. “El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7)”.Francisco nos sitúa en una perspectiva muy original, nos dice que “el cielo intervino confiando en la valentía creadora de José”. Contemplando la escena recuperamos recuerdos lindos de infancia, esa admiración infantil que de niños sentimos por nuestros padres cuando los veíamos geniales y poderosos para darnos una “casa” en la que su presencia era más sólida que las paredes.

No somos solo nosotros, niños, ni solo los ángeles, hábiles en recursos para hace cumplir las ordenes de nuestro Padre Dios, los que se admiran del ingenio y del cariño de José, sino que al decir “el cielo”, podemos imaginar que el mismo Padre Celestial se complace viendo cómo actúa este otro padre que le ha querido dara su Hijo predilecto. Aquí está quizás la clave de todo: el don del Padre a su Hijo encarnado no son “cosas”, sino otro padre (y una Madre!, por supuesto). Y en esto vemos la valentía creativa del Padre eterno, que sabe arriesgar bien. San José, el corazón de San José, lleno de amor por Jesús, su hijo adoptivo, es directamente “el” don que le da el Padre eterno para que le cuide a su hijo. Ser padre del Hijo del Padre Eterno es la fuente de donde brota la valentía y la creatividad de José, que en la humildad de los episodios de la vida oculta, son, si uno sabe contemplar, algo muy pero muy especial. Convertir la cueva de animales en el Pesebre de Belén no es algo que se pueda dar por descontado. Hay mucho corazón allí, hay verdadera valentía creativa.

La huida en la persecución es ejemplo del valor de la persona allí donde el peligro es extremo y la amenaza inimaginable. “Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14)”. En la capacidad que desarrolla José en sus tres sueños, de saber olfatear una maldad que supera todo lo que normalmente se podría temer y en su huida justo a tiempo, se hace presente la astucia de la que hablará Jesús (la de la serpiente) y el estar alerta con todos sus sentidos a lo que sucede. José tiene ese sexto sentido de los padres que los vuelve totalmente despiertos, resueltos y efectivos a la hora de proteger su bien mas preciado. Qué no hace un padre por su familia! Ahora, esto que es algo inscrito en nuestra naturaleza, en José se ve potenciado por la gracia. Una gracia que, insisto, no se limita a sus efectos buenos, sino que es una gracia de “densidad” de corazón. José crece como Padre, a imagen de la Divina Providencia, a medida que va cuidando y educando a Jesús. 

Esto es lo que intuyo y voy tratando de compartirles: José se fue haciendo cada vez más padre de Jesús! Por eso dice el Papa que San José era el verdadero “milagro”. Los recursos que usó la providencia de nuestro Padre más que cosas prácticas fueron recursos gestados en su corazón y que lo hicieron madurar a él mismo. Cuando un padre se conmueve ante una dificultad que experimenta su familia y se pone a trabajar para solucionar las cosas, el hacerse cargo personalmente de lo que pasa da confianza a los suyos. El mismo límite humano de un padre común hace que se vea más grande el corazón y el amor con que hace y sufre las cosas y esto es muy formativo para la vida de los hijos. No se trata de usar recursos de superhombres, sino de hacer sentir a los suyos que él como padre está y estará pase lo que pase. Este amor es capaz de superar cualquier desafío y amalgamar el amor familiar consolidándolo en medio de las pruebas. En la debilidad está la fuerza, en el límite de ser solo un ser con recursos pobres se agiganta el don del corazón entero. 

Ahora bien, de la persecución de Herodes que lleva ya el sello demoníaco y se volverá a hacer presente en la Pasión sin que nada pueda detenerla, podemos concluir que el hecho de que José haya puesto a salvo a Jesús fue algo excepcional. A nivel de la gente común, es significativo que no se libraran otros inocentes que cayeron bajo la espada de Herodes. Y considerando que la batalla desatada contra Cristo por el demonio y sus adláteres es la guerra, la peor y la más grande, esta huida a Egipto y todo el trabajo de proteger a su familia agrandó las espaldas de José, de manera tal de convertirlo en protector de toda la Iglesia, de todos los pequeños Jesús de la historia. 

San José, al afrontar esta persecución desmedida nos enseña a confiar en el poder de la debilidad cuando se deja ayudar personalmente por Dios. Esto contra la lectura superficial de la historia que, da “la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia. Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar”           

Para concretar con un tercer ejemplo cómo es la valentía creativa de José el Papa pone como modelo de los amigos del paralítico: personas capaces de planear, inventar, encontrar. En esa escena se ve que el milagro del paralítico es la persona de sus amigos, al igual que el milagro para Jesús y para la Iglesia es la persona de José, junto con María, siempre. 

“Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que Jesús podía curar al enfermo y como no pudieron introducirlo por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico: “¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!”» (vv. 19-20). Jesús reconoció la fe creativa con la que esos hombres trataron de traerle a su amigo enfermo”. Jesús se admira cuando la gente arriesga creativamente en la fe, arrojándose confiada en sus manos, seguros de que serán tratados con misericordia y comprendidos, más allá de las cuestiones formales. Estamos hablando de valentía de corazón, no de hígado. Valentía noble, dialogal, que forma comunidad y crea lazos, nada que ver con la del heroe aislado que se corta solo.

Valentía de los exiliados 

Francisco termina con una imagen de valentía creativa actual: la de los padres que deben exiliarse con sus familias. “El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria”.

El Papa hace hincapié en la condición de migrante y de refugiado de la Sagrada Familia. La vulnerabilidad del que se queda sin patria es grande y aquí se ve el corazón fuerte y ancho de José, capaz de llevar adelante la vida concreta de su familia en estas condiciones tan duras que comparten tantos en nuestro mundo de hoy.

Y la principal cualidad de la valentía creativa de José es la de mantener la familia a salvo y unida. Nada pudo hacer que se separaran de su abrazo y siempre tomó consigo al Niño y a su Madre. “Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le había mandado (cf. Mt 1,24; 2,14.21). De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe[21]. En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz»[22]. 

José custodia,  protege y vela por la unidad de la sagrada familia. Lo mismo hace con la Iglesia. Es el vínculo paterno, vínculo de unidad sagrada entre todos los miembros de la familia.

“Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. 

En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre”.

De manera muy bella, el Papa hace extensivo el cuidado del pequeño Jesús al cuidado de todos los pequeñitos del mundo: son “el Niño”. “Este Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). Así, cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando.” 

“Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia, se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre.”

El misterio del Niño y de su Madre, van juntos. Y de ellos es custodio y garante José.

Hermoso tema en el que este Mes estamos invitados a reflexionar, meditar y rezar!!

Momento para contemplar

Marta Irigoy

Recojo algunos párrafos que he tomado de lo que nos preparó el P. Diego, para que podamos ahondar sobre la “Valentía Creativa”…

“En San José vemos que la radicalidad de su servicio brotó del haber “tomado consigo” de una vez para siempre la oportunidad que le brindó la Providencia y no haber soltado ya nunca más ni al Niño ni a su Madre. 

El Papa Francisco habla de los recursos creativos de que se vale José para cuidar al Niño y llevar adelante a su familia en medio de grandes dificultades: “Esta (la valentía creativa) surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.

El Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret…               

Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar”

  • La invitación será, hacer memoria de aquellas “dificultades” que surgieron en nuestra historia y poder agradecer los recursos (dones) que descubrimos que teníamos para poder tomar la vida (nuestras Marías y nuestros Jesusitos)  transformando la dificultad en oportunidad…   
  • En un segundo momento, podemos agradecer las “personas milagro” que a lo largo de nuestra vida, nos “tomaron en sus brazos”, dándonos la confianza que necesitábamos. la mano que nos ayudó a levantarnos de las caídas, la sonrisa que nos trajo la paz, la palabra que consoló nuestra tristeza, la mirada que nos trajo firmeza  en nuestra debilidad…  

Podemos terminar rezando esta oración a san José:

“Querido padre san José: Seguros de ser escuchados por tu amor por nosotros, dejamos en tu corazón, llenos de esperanza para que presentes a tu Hijo las Gracias que te confiamos.

Te pedimos que escuches las oraciones de todos cuantos nos han pedido que recemos por ellos y dales todo lo que necesitan y les conviene. 

Querido padre san José, ruega por nosotros para que seamos fieles al sueño que  Dios sembró en nuestros corazones y seamos misión para amar y servir a quienes se nos han confiado, como a vos se te confió, la vida de Maria y el Niño Jesús” Amen

Elecciones buenas y nobleza de corazón

Momento para la reflexión

Diego Fares sj

“Mirar a aquel hombre, san José, que se hace cargo 

de lo que él no engendró, nos alentará a tener más fe 

en nuestra paternidad religiosa”[1]

Dice Francisco: 

«José acogió a María sin poner condiciones previas. 

Confió en las palabras del ángel. 

La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; 

y hoy, en este mundo donde la violencia 

psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, 

José se presenta como figura 

de varón respetuoso, delicado que, 

aun no teniendo toda la información, 

se decide por la fama, dignidad y vida de María. 

Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, 

Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio”». 

REFLEXIÓN ACERCA DE “OPTAR CON CORAZÓN DE PADRE,

ES DECIR ELEGIR CON UN AMOR DE PREDILECCIÓN

Optar es la palabra clave de este pasaje 

en el que Francisco nos habla de José como padre en la acogida.

Optar, elegir, pero no por frío cálculo o conveniencia humana, 

sino como opta un padre, un esposo, con amor de predilección.

José optó con este amor por María — por María embarazada —, 

la tomó consigo, recibiéndola y acogiéndola en su casa;

la puso bajo el abrigo de su protección física y jurídica, 

librándola así de las sospechas de la gente 

y del posible castigo de la ley. 

Así de íntegra fue su opción, 

lo que decidió y eligió en su corazón 

y llevó a cabo con prontitud y fidelidad,

de una vez para siempre. 

Acogió a María y al Niño para toda la vida, 

en las buenas y en las malas, 

en las angustias de la  persecución y el destierro 

y en la felicidad inefable de los 30 años de vida cotidiana 

en compañía de Jesús y María en Nazaret. 

Esta opción, dice el Papa, José la pudo hacer 

con la ayuda de Dios, 

que iluminó su juicio cuando él buscaba 

la manera de tomar la mejor decisión

Como vimos en la reflexión pasada, 

el discernimiento cordial 

que José hizo lo mejor que pudo, 

dadas las circunstancias,

jugándose humanamente 

dentro de los parámetros culturales y religiosos 

que reglaban su vida, 

discernimiento hecho en medio de sus noches de desvelo, 

fue la condición previa para que Dios le pudiera ayudar, 

iluminándolo en su sueño 

al mostrarle la totalidad de su plan de salvación

y permitirle tomar una decisión mejor: 

en vez de abandonar en secreto a María 

la tomaría consigo públicamente 

como esposa para toda la vida. 

REFLEXIÓN ACERCA DE LA NOBLEZA DE CORAZÓN

ENTENDIDA COMO “SOPORTAR MAYOR RESPONSABILIDAD”

La virtud que le ayuda a discernir y a elegir lo mejor, 

el Papa la llama “nobleza de corazón”. 

Es algo nuevo para mí 

este modo como Francisco une “discernimiento y nobleza”. 

Reflexionemos un poco acerca de la unión entre estas dos virtudes. 

Basta un gesto 

— el del que no se aprovecha del caído en la derrota, por ejemplo —

para juzgar que una persona es noble. 

La nobleza de corazón es algo que cualquiera capta 

de modo neto y sin dudar, 

en alguno gesto como el que mencionamos más arriba. 

Lo mismo pasa con la bajeza: 

inmediatamente nos damos cuenta de que alguien es ruin 

si vemos que se aprovecha del mas débil. 

Sin embargo,  no es fácil definir la nobleza 

con un concepto abstracto, ya que no se trata 

de una virtud más entre otras, sino de una síntesis.  

La nobleza de corazón tiene que ver 

con la grandeza de corazón o de espíritu, 

con lo que los antiguos llaman magnanimidad.

El corazón grande de alguien noble se manifiesta en su generosidad, 

tanto para dar como para perdonar. 

También se relaciona la nobleza 

con una humildad espontánea o falta de vanidad: 

el que es noble obra en cada momento lo mejor 

sin necesidad de hacerse ver 

ni de obtener un beneficio para sí. 

Ahora bien, si queremos una característica 

radical y definitiva de la nobleza

la tenemos en esto: el que es noble no traiciona.

Culturalmente se ha ligado la nobleza

a una clase social, la de los nobles 

en el tiempo mítico en que eran “caballeros andantes” 

al estilo de Don Quijote. 

Esto es así porque la nobleza es una virtud 

que tiene que ver con el nacimiento, con el linaje, 

con ser “de buena cepa”, 

en el sentido de que, si uno es de buena familia,

 no puede “bajarse” de esos valores que lleva en la sangre 

porque significaría traicionarse a sí mismo. 

El que es noble actúa noblemente

aunque nadie lo vea y aunque los otros no lo merezcan. 

Tiene su lógica este vínculo entre nobleza y realiza, 

pero existencialmente la idea clasista de nobleza 

ya no tiene cabida en la mentalidad actual.

Las monarquías que aún duran suelen desmentir con sus comportamientos 

la idea de una nobleza de corazón.

Sin embargo, creo que persiste el valor raíz 

de esta atribución de la nobleza a la sangre 

que es “la buena familia”, sea de la clase social que sea: 

unos padres trabajadores y honrados 

influyen por su propio peso 

en la conciencia y en la conducta de sus hijos.

La nobleza también se la atribuimos a algunos animales: 

se dice del caballo que es un animal noble, 

pensando en que hace lo que tiene que hacer sin protestar, 

respondiendo a su propia naturaleza noble 

y no a la imposición externa. 

Pero hay aquí mucho de proyección: 

llamamos nobles a los animales que nos son fieles, 

que no son rebeldes y que nos sirven. 

Vemos su constancia como si fuera un reflejo

de la decisión libre de ser fieles

que es en definitiva lo que caracteriza la nobleza. 

La nobleza tiene que ver con los valores más altos, 

esos a los que el que es noble mira y por los que se mide 

sin compararse con los que siguen valores más bajos. 

Guardini uutiliza ejemplos del juego 

para hablar de caballerosidad y nobleza. 

Puede hacerlo y resulta ilustrativo porque en el juego, 

el valor más alto es gratuito: es el amor al juego mismo. 

Esto hace que el actuar con nobleza, 

sin hacer trampas ni aprovecharse del adversario, 

sean actitudes que un buen jugador mantiene por sí mismo 

y no por obligación externa. 

En el evangelio, la nobleza tiene estas mismas raíces:

la del origen y la de lo más alto. 

Jesús nos dice que 

seamos misericordiosos 

porque nuestro Padre del Cielo es misericordioso, es decir: 

por fidelidad a nuestro origen, a nuestra raíz, a nuestra familia

y por ser fieles a esa vocación 

que nos hace tender hacia lo más alto, 

hacia lo mejor. 

Ahora sí, luego de estas reflexiones, vamos a la relación 

entre nobleza, discernimiento y buenas opciones.

El peso de lo que hemos visto acerca de la nobleza 

ya nos permite darnos cuenta de que 

el discernimiento y la elección según Dios 

no es solo cuestión de agudeza intelectual 

ni de capacidad de procesar todos los datos de la realidad 

para elegir los medios más prudentes a la hora de actuar. 

Esto lo pueden hacer 

mejor que nosotros y más rápido los algoritmos. 

La raíz del discernimiento espiritual 

solo arraiga en la tierra buena del corazón noble. 

San Ignacio expresa esto en términos de “intención simple”:

“En toda buena elección, 

en quanto es de nuestra parte, 

el ojo de nuestra intención debe ser simple, 

solamente mirando para lo que soy criado, es a saber, 

para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima” (EE 169). 

El que es noble tiene este ojo simple, 

que mira el propio origen y los valores más altos 

y no confunde el fin con los medios. 

Se pregunta Romano Guardini,  

“¿Qué significa ser noble?” 

Y responde: 

Soportar mayor responsabilidad que otros.

Esto es, saber que uno se debe al honor; 

que su puesto está en el lugar de mayor riesgo; 

que, en el fondo, no hay más que un enemigo temible: 

el ser rastrero. 

El verdadero noble 

es aquel que ejecuta todo esto 

no sólo a fuerza de propósitos y fatigosas consideraciones, 

sino aquel en quien todo esto se ha hecho carne y hueso, 

siéndole imposible proceder de otro modo”.

LA NOBLEZA DE CORAZÓN DE SAN JOSÉ

Esta fue la opción de José, 

la que lo hacía temer y temblar: 

“Soportar mayor responsabilidad que otros”, 

sin chicanear, sin excusarse, 

aunque nadie lo viera;

hacerse cargo, 

elegir el lugar de mayor riesgo 

para proteger a sus amados Jesús y María — los más débiles —, 

cargar con más trabajo para ayudarlos, 

no compararse, no mirar  “lo que otros harían” 

o lo que “nadie haría”, 

sino lo que podía hacer él, con la gracia que había recibido 

y la ayuda del Señor, que nunca le faltó…, 

estas son sus actitudes nobles. 

En el mundo innoble en que vivimos, 

en el que campean todos los tipos y modos de “ser innobles”, 

desde la traición a los valores más sagrados  

—como la vida, la patria, el honor y los deberes de la propia profesión —, 

a la vulgaridad cotidiana 

que lleva a pequeños gestos innobles, 

ventajitas, faltas de compromiso, rastrerismo, desagradecimiento…, 

en este mundo innoble, decía, 

paradójicamente, 

la sed de nobleza ha crecido.

¡Es así! Aunque no seamos del todo conscientes, 

la nobleza es el reclamo de fondo 

que late en tanto grito y queja social 

(que se tiñe también, a veces, de falta de nobleza, 

quizás por despecho o impotencia). 

Tenemos sed de gente noble, 

Tenemos necesidad física de ver 

de oír que alguien ha tenido un gesto de nobleza,

aunque más no sea uno, que nos refresque el alma

y reencienda la esperanza como solo la nobleza sabe hacer.

Un solo gesto de nobleza 

repara el tejido social lastimado 

por mil gestos de vileza.

Tenemos hambre de grandeza de espíritu, 

de gestos desinteresados, 

de actos buenos hechos por puro amor al bien,

de gestos de libertad soberana, 

de fidelidad…, de nobleza de corazón.

En este sentido,

la nobleza de San José es una bocanada de aire fresco  

dentro de la Iglesia y también para todo el que se interese por su figura.

SUPEDITAR LA LEY A LA CARIDAD

De todas las virtudes y actitudes 

que irradia la nobleza, en José, 

el Papa destaca una:

la que hace que “supedite la ley a la caridad”. 

Su nobleza lo lleva 

a “decidirse por la fama, dignidad y vida de María”, 

a elegir el bien de ella por encima del propio. 

De hecho, los reproches de los maledicentes 

habrán recaído sobre él, 

a quien considerarían contaminado 

por haber elegido a María y a un hijo que no era suyo. 

Lo que nos lo vuelve más cercano a José 

es la constatación de que esta nobleza suya 

no estuvo exenta de luchas. 

Bien podría haber pasado a la historia 

como el que se borró para quedar bien 

y abandonó a María en secreto. 

Actitud por encima de la ley judaica común, 

pero por debajo de la nobleza de la caridad evangélica. 

San José estuvo tentado de supeditar «— sutilmente —

la caridad a la ley. 

Decía Bergoglio en unos Ejercicios espirituales

allá por los años 70: 

“En San José 

cuando resuelve repudiar a María en secreto, 

vemos esa resistencia inicial a la misión 

al no poder comprender la magnitud del llamado: 

es el miedo a la misión. 

Y es una  señal  de buen espíritu sentir esto, s

obre todo si uno no se queda allí 

y permite que la fuerza del Señor 

se exprese sobre esa debilidad, 

le de consistencia y la funde: 

“José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa, 

porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo (Mt 1,20)”. 

Continúa Bergoglio: 

“El Señor, al darnos la misión, nos funda. 

Y lo hace no con la funcional consistencia

de quien da una ocupación o empleo cualquiera, 

sino con la fortaleza de su espíritu el cual, 

de tal modo nos hace pertenecer a esa misión, 

que nuestra identidad quedará sellada por ella”[2]

Este sello, que funde en una sola cosa 

identidad y misión en nuestro corazón,

es el sello de la nobleza.

RECONCILIARSE CON LA PROPIA HISTORIA

Para poder tener la libertad de espíritu 

que nos permite supeditar la ley a la caridad

(toda ley, no solo la externa 

sino también los mandatos internos 

que provienen de nuestro carácter y del entorno social) 

la nobleza se vuelve hacia el propio corazón 

y lo hace mirar su propia historia con ternura y misericordia. 

El fruto de esta mirada se constata 

en lo que el Papa llama 

“acoger la propia historia, 

reconciliarnos con todo lo que aconteció, 

tal como fue y es”. 

“Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida 

cuyo significado no entendemos. 

Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. 

José deja de lado sus razonamientos 

para dar paso a lo que acontece y, 

por más misterioso que le parezca, 

lo acoge, 

asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia

Si no nos reconciliamos con nuestra historia, 

ni siquiera podremos dar el paso siguiente, 

porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas 

y de las consiguientes decepciones”.  

Para poder vivir el presente y el futuro 

en una colaboración creativa y fecunda con Dios nuestro Señor, 

para poder “jugar el partido con él, 

esperando sus pases y pasándole la pelota”, 

(para poder criar hijos, luchar por los demás,

servir a la patria y a la iglesia)

no podemos estar siempre preocupados por nosotros mismos

(ni por ambiciones ni por culpas),

debemos estar reconciliados con nuestro pasado, 

bendiciéndolo íntegramente 

ya que por la misericordia del Señor 

nos trajo hasta aquí, hasta este presente 

en el que colaboramos, como blanda arcilla, 

con Dios que mete mano en nuestra historia 

y la remodela a gusto (suyo y nuestro).

San José, decía Bergoglio, 

para poder recibir la misión

y dejarse conducir por Dios dócilmente 

de modo tal de salvar la fama de María 

y proteger a Jesús de todos los peligros, 

“fue primero salvado por Dios 

de una conciencia de justicia no abierta a los designios de Dios, 

de un plan de vida aislado, 

de una vida, quizás sin tantas tribulaciones, 

pero sin el consuelo de llevar a Dios en sus brazos”[3].

ACOGER NO IMPLICA PODER EXPLICAR Y ENTENDER TODO

Reconciliarse con la propia historia 

para poder actuar con libertad y nobleza de espíritu 

no significa poder entender y explicar 

todo lo que pasó, sino acogerlo.

El Papa hace alusión a esto cuando dice que: 

“La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, 

sino una vía que acoge. 

Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, 

podemos también intuir una historia más grande, 

un significado más profundo. 

Parecen hacerse eco las ardientes palabras de Job que, 

ante la invitación de su esposa a rebelarse 

contra todo el mal que le sucedía, respondió: 

«Si aceptamos de Dios los bienes, 

¿no vamos a aceptar los males?» (Jb 2,10). 

El discernimiento espiritual de un corazón noble 

primero acoge lo que viene del Dios Noble 

y luego pide explicaciones. 

Esto es lo que vemos en María y en José. 

Entre amigos, primero se dice “sí” 

y luego se ve cómo será posible realizar ese sí. 

Pero en los que son nobles, el sí que acoge todo va primero. 

Sin peros ni condiciones.

El REALISMO CRISTIANO: NO RECHAZA NADA DE LO QUE EXISTE

Afirma Francisco: “El realismo cristiano, 

que no rechaza nada de lo que existe, 

vuelve una vez más. 

La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad, 

es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y sombras. E

sto hace que el apóstol Pablo afirme: 

«Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28). 

Y san Agustín añade: 

«Aun lo que llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur)». 

En esta perspectiva general, 

la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste”.

Este realismo cristiano del que habla Francisco 

extiende la nobleza a toda la realidad, 

no solo a algunas personas nobles en grado sumo. 

Contra la opinión habitual de que “la vida me engañó” 

para el cristiano la creación es noble, 

la realidad modelada constantemente 

por las manos nobles de nuestro Padre que, 

como un buen jardinero, 

poda su viña para que de más fruto es noble: 

todo contribuye al bien de quienes aman a Dios. 

Ver la nobleza en los demás

      El que es noble de corazón 

sabe ver la nobleza en los demás. 

En Dios, en primer lugar: sea lo que sea que nos “hace” 

(que nos sucede), 

el que es noble no duda ni un segundo 

de la nobleza del corazón del Señor. 

Esta fe absoluta en la nobleza de Dios, 

como un amigo se fía ciegamente de la nobleza de su amigo, 

aunque le digan otra cosa o las apariencias parezcan indicar otra cosa, 

hace que uno pueda discernir mejor. 

Acoger a los más débiles

Dice el Papa: “La acogida de José 

nos invita a acoger a los demás, 

sin exclusiones, tal como son, 

con preferencia por los débiles, 

porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), 

es «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) 

y nos ordena amar al extranjero”.

Con la nobleza que Jesús describe en sus parábolas

“Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José 

el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32)”. 

Afrontar y asumir

“Entonces, lejos de nosotros el pensar 

que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. 

La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José, 

que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, 

asumiendo la responsabilidad en primera persona”. 

Acoger lo que no hemos elegido, pero está allí, es fortaleza y protagonismo

Agrega el Papa: “José no es un hombre que se resigna pasivamente. 

Es un protagonista valiente y fuerte. 

La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida 

el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. 

Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, 

para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, 

inesperada y decepcionante de la existencia”.  

REFLEXIÓN SOBRE LA NOBLEZA

Y EL DISCERNIMIENTO DEL PUEBLO FIEL DE DIOS

      Esta fortaleza para acoger la realidad como es y como viene 

es una de las virtudes que caracterizan 

al pueblo fiel de Dios en su conjunto. 

Es la fortaleza para ir adelante, 

con paciencia grande ante las desilusiones, 

buscando la paz sin renunciar a la lucha por la justicia, 

trabajando por el bien común pese a todo, 

volviendo a ponerse en pie una y otra vez 

cuando la vida tira abajo lo construido. 

Esta fortaleza del pueblo fiel de Dios 

es propia de su nobleza de corazón 

y tiene que ver con esa “infalibilidad en el modo de creer” 

que tenemos como pueblo, 

de la que el papa siempre habla. 

Van unidas la nobleza y fortaleza de corazón 

y la capacidad de discernir 

-aún en medio de equivocaciones parciales y de idas y vueltas- 

lo que es de Dios y lo que ayuda al bien común.

      Continúa Francisco: “La venida de Jesús en medio de nosotros

es un regalo del Padre, 

para que cada uno pueda reconciliarse 

con la carne de su propia historia, 

aunque no la comprenda del todo. 

Como Dios dijo a nuestro santo: 

«José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20), 

parece repetirnos también a nosotros: 

“¡No tengan miedo!”. 

Tenemos que dejar de lado nuestra ira y decepción, 

y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana 

y con una fortaleza llena de esperanza—

a lo que no hemos elegido, pero está allí. 

Acoger la vida de esta manera 

nos introduce en un significado oculto.

La vida de cada uno de nosotros 

puede comenzar de nuevo milagrosamente,

si encontramos la valentía para vivirla

según lo que nos dice el Evangelio. 

Y no importa si ahora todo parece haber tomado 

un rumbo equivocado 

y si algunas cuestiones son irreversibles. 

Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas. 

Aun cuando nuestra conciencia nos reprocha algo, 

Él «es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20)”. 

MOMENTO PARA CONTEMPLAR

Marta Irigoy

Luego de leer esta hermosa reflexión del Padre Diego, 

podemos quedarnos con aquellos párrafos que más toquen el propio corazón…

Dentro de los mensajes que se nos proponen para la meditación, 

emerge la imagen de San José como quien deja de lado sus razonamientos y acoge lo acontece…

Nos puede ayudar a seguir ahondando 

en la hermosa tarea de acoger nuestra propia historia… 

 “Acoger la propia historia, reconciliarnos con todo lo que aconteció, tal como fue y es”. 

“Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. 

Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. 

José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, 

por más misterioso que le parezca, lo acoge, 

asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia

Si no nos reconciliamos con nuestra historia, 

ni siquiera podremos dar el paso siguiente, 

porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas 

y de las consiguientes decepciones”… 

Debemos estar reconciliados con nuestro pasado, 

bendiciéndolo íntegramente 

ya que por la misericordia del Señor nos trajo hasta aquí, 

hasta este presente en el que colaboramos, 

como blanda arcilla con Dios, que mete mano en nuestra historia 

y la remodela a gusto (suyo y nuestro).

Para la oración, la invitación será  traer a la memoria 

aquellos acontecimientos de nuestra vida  

que en su momento no entendíamos, nos asustaban, 

nos llenaron de angustia y confusión y nos abrumaba el temor… 

  • Leemos este texto de San Pablo: 

«Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28).

  • ¿Qué sentimientos surgen  el propio corazón?
  • ¿Me animo a bendecir mi historia con todo lo que aconteció?
  • Dejo que las mismas palabras que Dios Padre le dijo a San José, consuelen nuestro hoy… 

                     “José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20)…

          Parece repetirnos también a nosotros: “¡No tengan miedo!”…                                                                                                                                                         


[1] J. M. BERGOGLIO, Meditaciones para religiosos, Bilbao, Mensajero, 2014, 238.

[2] J. M. BERGOGLIO, El Señor que nos funda, cit., 125. 

[3] Ibíd., 251.


San José: Padre en la obediencia cordial

Texto del Papa: “Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad[13].

José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería «denunciarla públicamente»[14], pero decidió «romper su compromiso en secreto» (Mt 1,19).

En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María”.

Reflexión: La obediencia de José no es pasiva ni formal. Es una obediencia de corazón, una obediencia que ha superado un proceso angustioso, con dudas y sentimientos encontrados a los que José ha dado su tiempo.

Este animarse a sentir las dudas, la contradicción y la oscuridad es un paso esencial del discernimiento.

Antes de obedecer lo que el Señor le sugerirá, José se anima a llegar a una decisión propia, la mejor posible para él. Recién allí, Dios le revela cosas que no podía saber y que le hacen cambiar su voluntad por la del Padre.

José se anima a sentir sus miedos más hondos y a llevar al límite su conciencia moral. Abandonar a María en secreto es lo mejor que se le ocurre. Yo lo veo como una forma de cargar la culpa sobre si. Me suena parecido al “yo tampoco te condeno” de Jesús a la adúltera. Si José no la repudiaba, tampoco los otros podrían hacerlo.

Lo que destaco es que el Señor obra luego que uno ha discernido en conciencia lo más noble y se ha jugado por ello. Entonces si, manda su Ángel a quitarle el miedo y a revelarle un panorama más amplio.

Sintiendo la consolación que se experimenta cuando Dios nos quita el miedo y nos revela su Plan, José elige inmediatamente hacer la voluntad de Dios. Puede hacerlo porque junto con el hacerle ver su Voluntad el Señor le libera el corazón, los sentimientos y la mente de todos los temores y oscuridades.

Esta liberación es el sentimiento más fuerte de un buen discernimiento: uno experimenta que el Señor abrió una puerta donde había un muro.

Texto del Papa: “En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar: «Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15)”.

Reflexión: Francisco hace notar que en este segundo discernimiento que José “no dudó”.

Una de las Gracias más lindas de un buen discernimiento es que facilita el camino a todos los demás. El primer discernimiento fue un discernimiento de estado de vida, un discernimiento que lo llevó a José a una elección para toda la vida. Tener ya hecha esta elección implica jugar el partido con Dios de socio. Dios también se juega y confía nada menos que a su Hijo en manos de José. Y ahora Jose sabe que, junto con Jesús, Dios le dará todas las gracias que necesite para cuidarlo ( como hace con todo el que elige su familia para siempre o su comunidad religiosa y su porción de pueblo de Dios para siempre).

Por eso José no duda! El y el Padre aman a Jesús por sobre todas las cosas y eso hace que José se tire de cabeza a la menor indicación de Dios referente a la seguridad del Niño y de su Madre.

Para nosotros la enseñanza es que si uno se anima a hacer elección de vida y no la toca ni se vuelve atrás, los otros discernimientos y elecciones serán no más fáciles, sino más “de corazón”. Las dudas y las angustias no bloquearán el corazón que encontrará el camino tirándose en las manos del Padre sabiendo por experiencia que se puede fiar.

Texto del Papa: “En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).

Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23)”.

Reflexión: En estos dos últimos sueños se invierte de alguna manera el proceso. Lo más lindo es que ahora el miedo de José no le juega en contra, sino a favor. Ha aprendido a temer lo mismo que teme Dios -que algo pueda hacerle mal a Jesús- y Dios le “confirma” que ese temor es bueno y que puede seguir su criterio. La libertad de José es total. Todos sus sentidos, incluso el miedo, sintonizan con el querer del Padre! Que felicidad!

La confirmación es el último paso del discernimiento. En nosotros, la confirmación interior requiere siempre la de la Iglesia. En este modo de proceder del Padre con José – que con María y Jesús son la primera y plena Iglesia- este pequeño paso de un Dios que se le pone detrás y confirma sus decisiones, nos permite entrever la grandeza de José! El Padre celestial camina detrás del padre terrenal de su Hijo y confirma sus decisiones. Esto es lo que hará Jesus Resucitado que confirmará lo que decida su Iglesia!

Texto del Papa: “En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní.

José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios (cf. Ex20,12). 

En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia[16] y se hizo «obediente hasta la muerte […] de cruz» (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús «aprendió sufriendo a obedecer» (5,8).

Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”».

Reflexión: El Papa destaca que José fue llamado a servir a Jesús -a su Persona y Misión- mediante el ejercicio de la paternidad.

El discernimiento es el verdadero ejercicio de la paternidad. Discernir de corazón y enseñar a un hijo a discernir de corazón es el signo más fuerte de la paternidad plena. Asociar a un hombre a su Paternidad es el don más grande que el Padre haya hecho a alguien. Este discernimiento cordial, que en María es un “Fiat” inmediato a la voluntad del Padre, en José se da en un proceso que nos lo acerca y nos permite aprender como hijos lo que significa discernir y obedecer de corazón a nuestro Padre.

Momento para contemplar

Marta Irigoy

En este Mes del Sagrado Corazón, que hermosa invitación será rezar en torno al corazón obediente de San José…

El corazón de San José, fue formado en esa disponibilidad que lo ayudo a capacitarse para descubrir lo que le agrada al Padre… Corazón Obediente y discernidor en el cual Jesús también fue acompañado…

El Corazón de Jesús tiene mucho de la herencia recibida en Nazareth de Maria y José…

Un momento crucial y seguramente, un momento “kairos” , fue cuando el Niño Jesús se les perdió de vista, quedándose en el Templo… en la casa de “su Padre”…

Sin embargo, Jesús, bajo y volvió con ellos a Nazareth y quedo “sujeto a ellos” es decir, obediente a quienes el Padre se los había  confiado…

  • Estamos invitados en este Mes del Sagrado Corazón a entrar en estos corazones…

Al Corazón de José para animarnos a mirar y rezar nuestras inquietudes y oscuridades…

Al Corazón de Maria, para que Ella nos anime a confiar en que nada hay imposible para Dios…

Al Corazón de Jesús, para dejarnos consolar…

Al Corazón del Padre, que nos espera para hacernos sentir sus “hijos muy amados”…

La ternura intensa de José

Diego Fares sj

En el apartado «San José, padre en la ternura», el Papa Francisco usa una expresión acerca de la cual vale la pena que nos detengamos a reflexionar: «Debemos aprender -dice- a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura».

Cuando nosotros hablamos de aceptar nuestras debilidades es común agregar que las aceptamos «con resignación« o «con humildad», pero no es tan común decir que las aceptamos con intensa ternura. Es como si muy en el fondo pensáramos que si es verdad que Dios puede hacer grandes cosas con nuestras debilidades haría cosas mucho más grandes si fuésemos más fuertes, más perfectos. No es ilógico este razonamiento sobre la perfección, solo que para nuestro Padre, la perfección es en la Misericordia y la fuerza no hay que ponerla en «endurecerse», sino en hacer más tierna la ternura. «Cada vez que miramos a María (y a José, agregamos nosotros) volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella (y en él) vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes» (EG 288).

Una ternura combativa

      No es virtud de débiles la ternura. Todo lo contrario. Francisco nos dice que la ternura es siempre «combativa»: «Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre (imágenes estas de alguien falto de ternura)».  Y continúa Francisco: «Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo […]. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativaante los embates del mal» (EG 85).

«Ternura intensa» es, por tanto, ternura sostenida en el tiempo y que les hace frente a los embates del mal y a las adversidades. Es la ternura del que se hace cargo de la fragilidad del otro y se deja modelar por ella. Es el otro el que, con su fragilidad, nos da la medida de cuánta ternura hace falta para tratarlo bien. La fragilidad del bebé da a la madre y al padre, que lo tocan con sus manos, la medida de lo que es un gesto tierno: se dan cuenta inmediatamente cuando han sido un poco bruscos. La herida del enfermo dice a la enfermera con cuánta delicadeza la debe tratar. Y cuando la fragilidad y la herida son condición permanente, la ternura debe ser también permanente. Aquí está el por qué de la ternura incondicional de Dios. El sabe (y lo sabe en carne propia en Jesús) que sus criaturas estamos marcadas en nuestra esencia misma por la fragilidad.

Hacer una caricia aislada puede ser que no requiera mucho esfuerzo, pero mantener una actitud de ternura a lo largo del tiempo, sin exasperarse ni cansarse, requiere gran fortaleza de espíritu. Basta pensar en lo heroico de la ternura de una madre que pasa noches enteras, y a veces meses y años enteros, cuidando con la misma ternura a su hijito enfermo. Recuerdo a un paciente con el que me crucé por un rato en la sala de espera para una resonancia magnética. Calculé que tendría unos cuarenta y cinco años, pero un retraso de maduración lo hacía parecer un niño grande. Su madre, mujer entrada en años pero aún enérgica, me contaba cómo se había caído hacía unos días y hablando de los cuidados que necesitaba su hijo dejó escapar con un suspiro que «lo cuidaba desde hacía 48 años. Lo dijo simplemente, como reflexionando para sí que era normal estar un poco cansada, pero sin acentuar mucho la cosa. E inmediatamente, olvidada de sí, ya estaba de nuevo arreglándole la camisa y haciéndole cariñosas recomendaciones acerca de quedarse quieto mientras le hacían el estudio al que no tenía que tenerle miedo.

Se me quedó grabada su figura como la imagen de una mujer tierna y fuerte, de una ternura incondicional, consciente de que tendrá que sostenerla a lo largo de toda la vida con ese hijo-niño. Y me volvió hoy a la mente al escuchar la expresión del Papa «ternura intensa».

El misterio de la fragilidad de Jesús y la ternura de san José

Cuando hay amor, la fragilidad del otro despierta ternura y, viceversa, donde vemos en alguien que ama una inmensa ternura es señal de que el otro tiene una gran fragilidad. Así, la ternura grande de San José es como una ventana abierta que nos permite comprender, en alguna medida, la fragilidad de María y de Jesús. Fragilidad que no se limita a la normal fragilidad de una mujer embarazada y de un niño pequeño, sino que, además, tiene que ver con un misterio muy grande. Un misterio que está relacionado con la encarnación, con la fragilidad de una inocencia y una bondad sin límites como las de María y Jesús en medio de un mundo agresivo y violento como el nuestro. La ternura combativa de José fue la que protegió esta fragilidad de su querida familia.

Pensaba, por ejemplo, en una particular fragilidad que manifestó Jesús a los doce años, cuando se perdió en el Templo siguiendo el impulso de atracción irresistible que sentía por las cosas de su Padre. Este «no poder refrenar» el celo por la casa de su Padre expuso peligrosamente a Jesús al alejarlo de su familia. El Niño quedó vulnerable ante esos doctores de la ley que terminarían siendo sus enemigos (y que ya habían tenido que ver con la persecución de Herodes, doce años antes). Le sucederá lo mismo cuando, ya adulto, expulse a los vendedores del templo: al no poder disimular su celo, el Señor se expone, como lo demuestran las acusaciones que luego le armaron sus enemigos.

La sombra del Padre

Mirando a San José, pensaba: ¿Cómo habrá hecho José para educar a alguien como Jesús? ¿Cómo habrá hecho para educar a alguien tan bueno, tan devotamente obediente, tan irresistiblemente abierto y atraído por el bien? 

Dobraczynski, en La sombra del Padre, termina su libro imaginando el regreso de la sagrada Familia a Nazaret. Leamos este hermoso texto:

«No hablaron hasta llegar al atrio. Solo entonces Miriam le reconvino dolorida:

—¿Qué has hecho, Hijo? ¡Nos has causado tanta alarma y zozobra! ¡Los dos hemos estado muy asustados! Te hemos buscado temblando… ¿Cómo pudiste portarte así?

No bajó la cabeza como quien se siente culpable. José, mirando de reojo al Hijo, percibió un fulgor en Su mirada; el mismo misterioso fulgor que ya había visto una vez.

—¿Me habéis estado buscando? —dijo—. ¿Habéis temido por mí? ¡Teníais que haber sabido que mi sitio está en la casa del Padre!

El tono de voz era sereno, pero lo que decía sonó a reproche. José vio palidecer a Miriam y cómo le temblaron los labios. Ella no dijo nada. Sin mediar palabra, se dirigieron hacia el puente.

Salieron de la ciudad, llegaron a su tienda. Jesús, sin haber pronunciado todavía una sola palabra, empezó a recoger el equipaje. Preparó los fardos, los puso sobre el asno. Mientras trabajaba, ellos le observaban atentamente a hurtadillas.

—No te preocupes —le susurró José—. Vendrá con nosotros. Todo seguirá como antes. —Así parece —le contestó ella en voz baja—. Yo temía que… Pero, José, ¿por qué ha dicho eso?

Ya tenía en la punta de la lengua: “Para que te acuerdes cuando llegue el momento de la verdadera separación…”. Pero no lo dijo. No quiso presumir del conocimiento que le había sido infundido. Sus caminos se separaban. Ella iba a seguir; él, la sombra, iba a desaparecer. Por eso, ella no comprendía todavía lo que él había comprendido. Por primera vez él se le había adelantado…

—Todo listo para el camino —dijo el Muchacho, plantándose delante de ellos—. Si lo mandas, abba, podemos partir.

—Vamos —asintió él con la cabeza.

Ayudaron a Miriam a montar en el asno. Jesús tomó las riendas y José, viéndolo, no alargó la mano para cogerlas. Por primera vez era el Hijo quien iba a conducir la montura de la madre. 

 […] Vio que la mano de Miriam se posaba cariñosamente sobre el brazo del Hijo y que Él frotó la mejilla contra esa mano. Se miraron mutuamente y vio cómo se sonreían.

Era feliz viendo su amor. No sentía soledad ni envidia. Sabía que el amor de Miriam y de Jesús era como un cántaro rebosante, que esparcía el agua a su alrededor. Donde empapaba la tierra, brotaba la vida. El dolor cosquilleaba en su pecho, pero también él iba sonriendo».

Algunas reflexiones para sacar provecho

Hacemos algunas consideraciones para sacar provecho de esta conmovedora escena.

Cuando encuentran a Jesús en el Templo y este responde a María, hubiera sido lógico que José le dijera a Jesús algo así como: «Está bien. Pero mientras estás en mi casa, al menos avisame si es que tuPadre te manda hacer algo que te pone fuera de mi jurisdicción. Porque Él a mí me ha encargado cuidarte». Pero al tratar de imaginar un razonamiento con frases de este tipo, lo que me viene a la mente es la imagen de José antes de tomar consigo a María y al Niño, cuando se debatía entre los pensamientos que le venían de la ley y los sentimientos de hombre bueno. 

Aquella fue su primera prueba y la definitiva, creo yo. Tuvo que tomar consigo a María, su esposa, que había quedado totalmente vulnerable ante la sociedad de su tiempo, sin posibilidad de defenderse. Y José se hizo cargo de ella de la única manera posible dado lo humillante de la situación de María: con un respeto y una ternura infinitas. La situación era de esas en que un hacerse cargo meramente formal hubiera herido a María incluso más que un repudio. Se ve que san José comenzó a aprender allí cuál sería el modo de tratar a Jesús. 

¿De dónde sacamos que José se hizo cargo con una ternura inmensa? Es una conclusión al ver que no cayó en las tentaciones contrarias a la ternura: no cayó ni en la dureza del legalismo ni en el borrarse excusándose. La única actitud superadora de estas tentaciones es actuar con una intensa ternura. 

En la escena del Templo, en el silencio de José no se nota ningún rastro de legalismo. Ese legalismo que lo habría llevado a decir a Jesús Niño: «Yo soy tu padre, en esta casa mando yo». Tampoco se nota la angustia propia de un padre que siente que ha perdido el control de la vida de su hijo y se encierra en sí mismo. 

Dobracynski, en esta escena, nos permite «contemplar» cómo san José profundiza en su ternura: cómo contiene a María en silencio; cómo deja que Jesús tome las riendas del burrito, reconociéndole mayoría de edad; cómo sonríe al ver que Jesús y María se entienden sin necesidad de que él intervenga. 

El silencio de San José nos hace pensar, como sugiere Dobraczynski, que aquí él se le adelanta a María. La suya es la mirada de un padre que sabe que pronto morirá (el cosquilleo doloroso en su corazón) y saluda las promesas «desde lejos». José vuelve más intenso su silencio y redobla la fuerza de lo que significa «tomar consigo» al Niño (ya independiente) y a su Madre (verdaderamente angustiada).

Notamos, por otra parte, en las palabras de nuestra Señora un tono de  reproche a Jesús, un reproche cariñoso que le nace de su corazón de madre como desahogo de tanta angustia que pasaron. El silencio de José, en cambio, nos hace pensar que ha aprendido la lección: cuando Jesús lo sorprende, como en este caso, él tiene que entrar más hondo en sí mismo y redoblar su confianza en su hijo intensificando suternura. Es el único recurso pedagógico, si se nos permite hablar así, para “educar” a alguien como Jesús, que deja ver aquí la acción de otra “educación”: la misteriosa educación que recibe de su único Padre. 

La respuesta de Jesús a María, finalmente, me hace sentir que es como si el Niño recién ahí se hubiera dado cuenta de que sus padres no maduraban a su mismo ritmo. Por eso, por una parte, les dice que se tendrían que haber dado cuenta, pero por otra, regresa con ellos y les estaba sujeto. En este Jesús de doce años se ve ya madura su entrega absoluta a la misión de seguir la voluntad del Padre incondicionalmente. Y se ve que esta entrega lo pone en situación de una extrema fragilidad, como fue la de quedarse solo por tres días, en medio de los que luego serían sus enemigos acérrimos. 

Concluimos sintiendo que san José debe haber tenido que crecer más allá de lo que nosotros podemos imaginar en su paternidad. La maduración de Jesús debe haber supuesto para José nuevos desafíos a cada momento, con el simple ritmo de su crecimiento natural “en estatura y gracia”. 

Nos hemos detenido unos momentos en esta imagen de san José padre en la ternura que nos regala el Papa Francisco. Hemos visto que José, como todo padre que se hace cargo de su familia, cuida con ternura la fragilidad de su esposa embarazada y de su hijo pequeño. Y también hemos visto que hay aquí algo más, algo que hace que la paternidad en la ternura de san José tenga un plus. Es plus será lo que le permitirá «extender» después su paternidad a toda la Iglesia y a todos los «hermanos» de Jesús. Ese plus es el que trasunta su imagen haciendo que se gane nuestra confianza sin sombra de dudas. Ese plus de ternura José lo recibió como gracia de estado en el instante en que decidió «hacerse cargo y tomar a su esposa y al Niño» bajo su custodia y cuidado, es un plus que brota de la fragilidad extrema de Jesús. Un Jesús cuyo corazón rebosa de intensa ternura y al que solo se le puede responder creciendo en ternura, como nos enseña nuestro querido san José.

Momento para contemplar

Marta Irigoy

Hermosa expresión para rezar en este mes de mayo… Ternura intensa

En la su Carta Apostólica sobre San José, el Papa Francisco, dedica como comenta el P. Diego, un lindo, profundo y desafiante modo de proceder, hablando de la TERNURA…

Y para poder  vivir de un modo tierno, miremos a  “San José, padre en la ternura”…

El Papa Francisco usa una expresión acerca de la cual vale la pena que nos detengamos a reflexionar: “Debemos aprender -dice- a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura”. No es virtud de débiles la ternura. Todo lo contrario. Francisco habla de una “ternura combativa”…

Por eso, para este momento para contemplar, estamos invitados a pedir la Gracia de poder mirar nuestra debilidad con «intensa ternura»

  • Lo primero será mirar ese aspecto de mi persona con lo que muchas veces entro en «combate»… Lo que no me gusta, entristece, aisla o apaga la luz de mi mirada…
  • Luego animarme a agradecer mi debilidad… en ella se esconde esa grieta que posibilitara que la vida luminosa de Dios entre en mi vida…
  • Después, con esa paz profunda que emerge en los corazones agradecidos, abrazar mi debilidad…

El gran desafío es permanecer en este trabajo interior ya  que nos puede llevar tiempo…

“Ternura intensa” es ternura sostenida en el tiempo y ante las adversidades…

  • Y mientras  vamos haciendo este proceso, no olvidarnos, -como escribe más arriba el P. Diego-, que “Ternura intensa”, es la ternura del que se hace cargo de la fragilidad del otro y se deja modelar por ella. Es el otro el que, con su fragilidad, nos da le medida de cuánta ternura hace falta para tratarlo bien. La fragilidad del bebé da a la madre y al padre la medida de lo que es un gesto tierno y lo que no. La herida del enfermo dice con cuánta delicadeza se la debe tratar. Y cuando la fragilidad y la herida es condición permanente, la ternura debe ser también permanente. Aquí está el porqué de la ternura incondicional de Dios para con nosotros, sus criaturas, marcadas en nuestra esencia misma por la fragilidad…
  • ¿Qué persona, lugar o situación me desafían a compartir la Ternura incondicional que Dios me tiene?

Cuídame ( Jorge Drexler y Pedro Guerra)

Cuida de mis labios
Cuida de mi risa
Llevame en tus brazos
Llevame sin prisa

No maltrates nunca Mi fragilidad
Pisare la tierra q tu pisas
Pisare la tierra q tu pisas

Cuida de mis manos
Cuida de mis dedos
Dame la caricia
Que descansa en ellos

No maltrates nunca Mi fragilidad
Yo sere la imagen de tu espejo
Yo sere la imagen de tu espejo

Cuida de mis sueños
Cuida de mi vida
Cuida a quien te quiere
Cuida a quien te cuida

No maltrates nunca a mi fragilidad
Yo seré el abrazo que te alivia
Yo seré el abrazo que te alivia

Cuida de mis ojos
Cuida de mi cara
Abre los caminos
Dame las palabras

No maltrates nunca mi fragilidad
Soy la fortaleza de mañana
Soy la fortaleza de…

Momento de reflexión

Diego Fares sj

“Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción a San José, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos.

 Como descendiente de David, de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán, y como esposo de María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por este papel suyo en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano

“Vayan a José y hagan lo que él les diga” (Gn 41,55)

“La confianza del pueblo fiel en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph” –Vayan a José– , que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55).

La imagen de José, el hijo predilecto de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia y al que Dios bendijo en Egipto, está como trasfondo de la imagen que, como pueblo de Dios, nos hemos ido haciendo de San José.También el Niño Jesús debe haber escuchado la historia de José en el catecismo y seguramente la habrá asociado con el nombre de su abba, de su papá. 

Imagino el interés de Jesús proyectando mi experiencia de niño en el colegio de los Maristas. Los hermanos nos contaban las historias bíblicas con tal pasión y arte lleno de cariño que a mí se me quedaron grabadas en mi corazón de niño y se que a muchos de mis compañeros también. La de José era una de ellas. Con qué gusto escuchábamos maravillados cómo Dios lo iba librando de todos las trampas que le iban tendiendo los que le tenían envidia! Cómo lo iba haciendo ascender el Señor ganándole la confianza de sus amos, hasta convertirlo en el hombre más importante de Egipto después del mismo Faraón. Y cómo José usaba todo para bien de los demás y no en beneficio propio.

En lo que nos cuenta Mateo de la infancia de Jesús, hay elementos en común entre los dos José, el hijo de Jacob y el padre adoptivo de Jesús: los sueños salvadores, que adelantan lo que sucederá y los ayudan a librarse del mal; el destierro en Egipto (que hoy sería como emigrar de un pueblito de nuestro interior a New York); la providencia de Dios que convierte en bendiciones todos los males que los demás les infligen. Es común también el ingenio, la mansedumbre y la astucia de ambos para afrontar las pruebas de la vida, confiándose una y otra vez en el Dios que los libra de todo mal y de toda tristeza (“bisha” en arameo significa “mal” y también “tristeza”). 

La oración que vence el mal solo con el bien

Reflexionando para sacar provecho llevamos estas cosas a nuestro tema: San José y nuestra oración. Hablando de la eficacia de la oración cristiana, hay una característica propia de Cristo que podemos ver reflejada en la historia del patriarca José y de San José. La señala Tertu­liano: 

“La oración cristiana no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que, sin evitarles el dolor a los que sufren, los fortalece con la resignación y con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios. Si en el pasado (o en la oración que no ha sido evangelizada del todo aún por el Señor), la oración hacía venir calamidades, aniquilaba los ejércitos enemigos o impedía la lluvia, ahora, por el contrario, la oración del justo aparta la ira de Dios, vela en favor incluso de los enemigos y suplica por los perseguidores. La oración es lo único que tiene poder sobre Dios; pero Cristo no quiso que sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que él le ha dado ha de servir para el bien”.

Este punto contiene una preciosa clave de la oración de Jesús, una clave que disipa todos los escándalos con que el maligno hace tropezar a los que deseamos rezar. Es común sentir una voz interior que -siempre con insidia- insinúa cosas que si las ponemos en palabras dirían más o menos así: “Para qué rezar. Si total Dios no te escucha” o “aunque te escuche, no te concederá lo que le pides”. Esta voz se refuerza cada vez que sufre o muere un inocente. Nos dice: “Ves? Te lo decía. Tu Dios no impide el mal ni la injusticia en el mundo. Que haga lo que quiera, para eso es Dios, pero para qué pensar que podes meterte de manera positiva vos, que no sos nadie”. 

Para disipar todas estas falacias de un plumazo, Tertuliano nos hace ver que la oración tiene poder, pero es un poder especial que hay que comprender muy bien: “Cristo no quiso que la oración sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que Él le ha dado a nuestra oración ha de servir para el bien”. Es decir: para ver la eficacia de la oración no tenemos que mirar el mal externo, que nos fascina, nos bloquea al ver cómo se multiplica, se contagia como un virus y se repite, sino el bien, que a veces es externo (en general pequeñito o naciente), perootras muy interior, como por ejemplo, la fortaleza para sufrir con paciencia, e incluso alegremente, como vemos testimoniado en el coraje de los mártires.

En la vida de José, hijo de Jacob, esta gracia se hace presente de manera paradigmática. Al final del ciclo de los patriarcas se concentran en José todas las bendiciones que Dios fue dando a Abraham, Isaac y Jacob, nuestros padres en la fe. La dinámica de construir solo sobre el bien sin hacer ningún mal se va consolidando lentamente en la historia de salvación (aunque la imagen del Dios que castiga y destruye a los enemigos reaparezca en muchas partes) y sigue una lógica particular. Algunas características, a las que podemos agregar otras que el Espíritu nos sugiera, son las siguientes.

  • Vemos cómo Dios va librando a José de un mal mayor sin impedir otros males, como cuando Rubén intercede para que no lo maten sus hermanos, pero no logra evitar que sea vendido como esclavo. 
  • Vemos también que cada mal, soportado pacientemente por José, se transforma -con el tiempo- en bendición, como la confianza que se gana de su amo que le confía la administración de todos sus bienes y, cuando por la falsa acusación de su mujer es encarcelado, al hacerle un bien al copero del Faraón, se prepara la gracia que hará que se convierta en el hombre más poderoso de Egipto. Sin embargo, el copero al que le interpretó el sueño y fue restituido en su cargo, se olvidó de José hasta dos años después, en que el sueño de las vacas gordas y flacas del Faraón le hizo acordarse de su benefactor y decírselo al Faraón. 
  • Finalmente, toda la historia de la envidia de sus hermanos se muestra como guiada por Dios para que termine bien. Como afirma Pablo: “Sabe­mos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Rm 8, 28). En la historia de José vemos cómo Dios construye y actúa siempre que encuentra un resquicio de bien en el corazón de alguien. Vence el mal (extendido) con el bien (pequeño pero concreto). 

En la infancia de Jesús vemos en acto esta dinámica del bien íntegro sin sombra de mal. 

  • San José se juega por María contra todas las apariencias, fiado en un “no temas” que lo consoló en el sueño. 
  • San José convierte el pesebre desolado en lugar de ternura y de luz para Jesús. 
  • San José huye oportunamente a Egipto y cuida de que Jesús crezca seguro, en estatura, sabiduría y gracia, en medio de la pobreza del destierro y de las dificultades de la vida. 
  • Rodeado de males, podríamos decir, San José se mantiene serena y lúcidamente concentrado en sus dos bienes: María y Jesús. Cuida el trigo y no se deja desilusionar por la cizaña. 
  • San José junto con María insisten y persisten en el bien, como cuando buscan al niño perdido por tres días hasta encontrarlo. 
  • San José construye bien sobre bien sin darle entidad al mal. 

Madeleine Delbrêl expresaba esta gracia puramente cristiana diciendo: 

“Discernir en toda persona lo que es luz, incluso fragmentaria, incluso distorsionada. Ser conscientes de que es difícil arrancar la cizaña sin arrancar el trigo bueno. Buscar poner en toda persona siempre más y más grano bueno sin ocuparse de la cizaña. Respetar a cada uno: no ensuciar su ideal a causa de sus  desencantos o rencores. No combatir contra el mal, sino sembrar un poco de vida donde se encuentra el mal (como si fuera real), (conscientes de) que el mal es ausencia de bien”.

Que la lucha contra el mal no se robe toda nuestra energía

Por supuesto que vivir siguiendo esta lógica, que la podamos llevar a la práctica y experimentar (con el tiempo) sus frutos, no es algo simplemente humano, sino una gracia. Nosotros solemos obrar alternando dos actitudes: la de buscar hacer un bien y la de luchar contra el mal. Pero en la práctica, la lucha contra el mal nos ocupa más tiempo y en nuestra lucha muchas veces nos mimetizamos con el mal y terminamos luchando contra él con las mismas armas que el maligno usa. 

  • Si nos gritan, gritamos más fuerte. 
  • Si nos peganm devolvemos ojo por ojo en el mejor de los casos y muchas veces vamos más allá (para que el otro aprenda, decimos, o para evitar que vuelve a hacernos mal en el futuro, nos justificamos). 
  • Si el otro habla mal de nosotros, hablamos mal de él. 
  • Y así. Al final, nos pasamos la vida luchando “mal” contra el mal. 

La actitud de Jesús, de vencer el mal sólo con el bien, sin hacer ningún mal, nos parece poco eficaz. “Si uno obra así, lo toman por tonto o por débil” -decimos- “y esto empeora las cosas”(lo cual, a corto plazo y sin la bendición de Dios, puede ser verdad). 

Sin embargo, aquí está todo el espíritu del Evangelio: 

  • si alguien te abofetea, pon la otra mejilla; 
  • si te quita la bufanda dale también la campera; 
  • si te obliga a caminar con él un kilómetro (o a esperarlo una hora) camina dos. 

     Las bienaventuranzas son bendiciones de Jesús para quien obra así: respondiendo al mal con el bien, cuidando de utilizar solo cosas, palabras y gestos buenos. Es lo que nos enseña la parábola del trigo y la cizaña, como decía Madeleine. 

Entrenarnos haciendo memoria 

Pero antes de intentar practicar este modo de combatir el mal al estilo de Jesús, hace falta entrenarse, y un primer paso consiste en releer nuestra historia, la historia de nuestros “males”, de las situaciones en las que otros nos hicieron el mal o la vida nos hizo padecer cosas malas, y buscar dónde estuvo Dios haciéndonos algún bien concreto (aunque siempre nos haya parecido insuficiente, ya que no evitó todo el gran mal). Se descubren muchas cosas. La primera es que, si estamos haciendo esta revisión, es que sobrevivimos! Mucho de bueno (interior y también exterior) debe haber habido para que estemos hoy aquí. Buscarlo, ponderarlo y agradecerlo: es­tas actitudes preparan nuestro ánimo para obrar con esta lógica en adelante. 

Debemos pedir al Padre que nos haga sentir amados y predilectos

Ahora bien, dado que la ausencia del bien es tan vasta y persistente que adquiere estructura y consistencia real, el bien que pedimos en la oración no puede ser cualquier bien, sino que tiene que tener la riqueza vital de un bien especialísimo y grande. No basta con pedir ser amados, sino que debemos pedir a Dios ser y sentirnos sus predilectos. Solo un bien así -íntimamente gozado- es capaz de hacer frente al mal, tan extendido y por eso mismo tan aparentemente consistente.  

Estaba rezando a San José y meditando acerca de esa gracia tan suya de sentirse amado siendo el número dos, siendo “no protagonista”, y de hacer siempre el bien sin ningún mal, y pensaba que la imagen de Dios que tengo tiene que ver con con esta necesidad y deseo de ser amado con amor de predilección. 

Al constatar esto me vino la tentación de preguntarme si no era que este deseo, al no verse satisfecho de manera plena en esta vida, es lo que hacía que de alguna manera me inventara un Dios para el que soy especial, un Dios que me ama con  amor de exclusividad en medio de un cosmos que me ignora, en sus 2 billones (o dos “Tera”) de galaxias en expansión y dentro de una especie -la humana- en la que solo soy uno más entre 8 mil millones de personas que nacen y mueren de a miles cada hora. 

Contra este sentimiento de anónima insignificancia, que me provocan los grandes números (y los escritores que los manejan con astucia de sofistas), me venía la palabra del Padre a Jesús en el bautismo: “Tú eres mi hijo amado, el predilecto”. Y junto con esta escena, la revelación de Jesús de que el Padre nos ama a cada uno igual que a Él, como a hijos muy queridos. 

Contraponiendo estas dos cosas (un tipo de estadísticas y el Evangelio), reflexionaba que no es justo afirmar como si fuera algo obvio -dada la magnitud de esos grandes números-, que el cosmos nos ignora. De hecho nuestra existencia como personas únicas es fruto de un trabajo que podríamos juzgar como especializado de todo el universo, que no produce seres en serie, sino únicos. 

Nuestra unicidad no solo es espiritual, sino también genética y material. Y aunque nuestra materia es frágil y la configuración especial que lleva a cada uno de nosotros a ser el que es cesa con la muerte y se diluye, no por eso deja de causarnos maravilla. Es lo que se llama el “fine tuning” o “sin­to­nía fina” del universo, que consiste en constatar que si las leyes de la física fuesen diversas, aunque solo fueran un poquitito diver­sas, la vida no sería posible. Nuestro universo ha sido y es sintonizado finamen­te para que pueda aparecer y mantenerse la vida.

Además, nuestra vida personal y social también lleva lleva en sí este sello de la unicidad y de la predilección: nacemos como hijos predilectos  de nuestros padres y aunque con el tiempo pasemos a ser uno más en la escuela, en el trabajo, en la vida de nuestro pueblo, la humanidad siempre reconoce a sus predilectos y cada persona atesora para sí la parte de predilección que le brindan las personas que lo aman, sus amigos, sus seres queridos, aquellos a los que uno sirve y tiene como predilectos a su vez.

Es un misterio nuestra existencia y estas dos experiencias, la de sentirnos predilectos y la de sentirnos descartables, se alternan y se mezclan sin que podamos reducir nuestra vida a una de las dos. Si miramos hacia atrás, somos fruto de una predilección. Si miramos hacia adelante, al no poder atravesar con la inteligencia el muro de la muerte, parecemos prescindibles y olvidables.

Un consideración más. Esto de desear ser predilectos es un anhelo de nuestro corazón que no depende de nosotros en cuanto que no podemos obligar ni reclamar a los demás nos amen de manera especial. Sin embargo, sí depende de nosotros amar a los demás con amor de predilección. Y como dice San Francisco de Asís, hay más alegría en amar que en ser amado. Es más pleno amar que ser amado, porque amar con predilección a los otros es un acto libre y en cambio ser amados es algo que no depende de nosotros. 

Por tanto, queda al menos argumentado racionalmente que la imagen de un Dios que nos ama como a hijos predilectos no es una mera proyección de deseos sin sustento, sino de deseos que tienen que ver con nuestro propio ser y con la manera de actuar de todo el universo.

Porque existimos podemos decir que somos predilectos, de la naturaleza, de nuestra familia y de la humanidad, y porque somos predilectos es que deseamos este amor y podemos donarlo como expresión de lo más profundo de nuestro ser.

Los que han amado más

En el orden social podemos ver que son más amadas por sus pueblos aquellas personas que han amado más. Es en este sentido que el Papa habla de un San José amado por su pueblo. Amó mucho a María y a Jesús y, ya que ellos son las personas que más nos aman, aquel que más las amó y las cuidó, goza justamente de nuestra predilección. 

Este es un fruto directo y propio de la encarnación del Verbo: las personas que más aman a Jesús, reciben más amor, no solo de parte suya, sino también del Padre, que ama a los que aman a su Hijo, y del pueblo de Dios, ya que aquellos que aman a Jesús transmiten mejor este amor a los demás y se transforman en fuente de irradiación de ese amor. Santa Teresita del Niño Jesús es el testimonio más dulce y esplendente de cómo la predilección a una pequeñita se desborda en predilección para todos los demás. 

En síntesis: si vamos a rezar, que sea concentrándonos en el bien y no en el mal. Si vamos a rezar, que sea como predilectos, no como alguien que se siente “un número más en la fila” de gente anónima y desconocida.

MOMENTO PARA CONTEMPLAR

Marta Irigoy

Durante el tiempo de Cuaresma, tan propicio para que todos conozcamos “la misericordia de Dios”. Es la gran revelación que ha sido y es la misión de Jesús. Por eso, la cuaresma prepara el corazón, para que cada uno de nosotros  hagamos  experiencia del Corazón del Padre, ese corazón en el que  cada uno de nosotros es un “hijo único”, como dice Pronzatto…

Por eso, en providencial el tema de este mes, en el que  rezamos en torno a San José, padre amado por el pueblo…”

El Padre Diego, nos invita en su Meditación a “rezar sintiéndonos amados y predilectos”, confiando  como afirma Pablo: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien dequienes lo  aman” (Rm 8, 28)…

“El bien que pedimos en la oración no puede ser cualquier bien, sino que tiene que tener la riqueza vital de un bien especialísimo y grande. No basta con pedir ser amados, sino que debemos pedir a Dios ser sus predilectos. Solo un bien así -íntimamente gozado- es capaz de hacer frente al mal…

Ayudas para la reflexión y oración

Para un este momento de reflexión / oración,  siguiendo la propuesta del P. Diego, vamos a tomar un tiempo para releer nuestra historia, la historia de nuestros “males”, de las situaciones en las que otros nos hicieron el mal o la vida nos hizo padecer cosas malas, y buscar dónde estuvo Dios haciéndonos algún bien concreto (aunque siempre nos haya parecido insuficiente, ya que no evitó todo el gran mal)…

BUSCAR       

-Qué cosas descubro?

PONDERAR   

-Los dolores y sufrimientos que provocaron esas situaciones, en que fortalecieron nuestra  fe?

AGRADECER

-Agradecer la presencia de Dios, en personas que han sido instrumentos enviados por El…

Para este tiempo de Pascua que comenzamos, pidamos la Gracia de ahondar en nuestra vida estas palabras de San Pablo:

        “Sabemos que Dios dispone todas las cosas

para el bien de lo aman” (Rm 8, 28)…

Les Deseamos una Fecunda Semana Santa y una Gozosa Pascua!!

Momento para reflexionar

Diego Fares sj

Este año dedicaremos nuestros Encuentros de oración a la persona de San José. Nos dice el Papa Francisco en Con corazón de padre (Patris Corde) que el pueblo fiel de Dios ama a San José porque sabe que, con corazón de padre, José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios «el hijo de José». Y agrega el Papa: “Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad”.

  Si bien San José ayuda a la Iglesia universal en todas sus necesidades (y de manera particular ayuda a las necesidades materiales para llevar adelante a las familias) hay una gracia que quizás no estemos acostumbrados a pedirle y en este tiempo la necesitamos mucho: la gracia de la oración cotidiana. Tomaremos a San José como “intercesor, apoyo y guía” de nuestra oración, para que nos ayude con su silencio y su ejemplo a rezar en medio de nuestra vida. Le pediremos que nuestra oración “pase desapercibida -como él- a los hombres, pero no a Dios, y que sea nuestro modo de ejercitar “una presencia diaria, discreta y oculta” en medio de nuestra familia y de nuestro pueblo. 

Para poder rezar así, hay que tener un corazón de padre. Pues bien, San José nos enseña a rezar con corazón de Padre. 

Este corazón de Padre, aunque sea más grande que lo que pueden expresar todas las palabras del universo (y por eso José fue un hombre silencioso), se puede definir con una sola palabra: adoración. 

Una adoración de la que quisiera destacar un aspecto no habitual. En general, la palabra adoración nos hace pensar en inclinar la rodilla y la cabeza, incluso hasta tocar el suelo, en señal de reconocimiento de criaturas ante nuestro Creador y Señor, el Dios que es siempre más grande de todo lo que podemos pensar e imaginar y al que le debemos nuestro propio ser y existir. 

Es una figura “cercana” a nuestra condición humana

Pero es también adoración la que le expresa con el beso de su boca (ad-ore) un papá o una mamá a su hijito pequeño, diciéndole que lo adora. La adoración no solo es al más grande sino también al más pequeño. Expresa un amor absoluto a aquel a quien debemos todo nuestro ser, porque dependemos de él o porque depende enteramente de nosotros y por tanto requiere de todo nuestro ser y existir para poder llegar a ser él. Adorando a Jesusito, José aprende a adorar al Padre Eterno, reconociéndolo no como un mero Creador en el sentido de un hacedor o fabricador, sino como un Creador-Padre, que da la vida porque ama a sus hijos con amor infinito. Amando a Jesús como José tenemos la gracia concreta de poder sentirnos amados por nuestro Padre. En esta gracia tan propia suya San José puede ser nuestro padre adoptivo, lo podemos adoptar nosotros, como nuestro apoyo, nuestro guía y nuestro intercesor. 

Hablando de San José con corazón de padre, el Papa Francisco nos dice así: “Al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia Católica, quisiera —como dice Jesús— que “la boca hable de aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir con ustedes algunas reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana”. En el modo de hablar de Francisco podemos sentir a un padre que habla de otro padre. Así como lo mejor que pudo hacer el Padre Eterno por su Hijo amado fue darle un padre terreno como San José, así también lo mejor que puede hacer un padre como el Papa es ahijarnos a este padre que es San José para que gocemos como el de todos los beneficios de su paternidad. 

San José nos da deseos de rezar de corazón

 “Este deseo – dice el Papa- ha crecido durante estos meses de pandemia, en los que podemos experimentar, en medio de la crisis que nos está golpeando, que «nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”. Gente como San José: con corazón de padres.

San José nos impulsa a rezar como la gente que ha sido protagonista “en segunda línea”

 “[…] Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico, sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos[1]». Son gente con corazón de padre. 

San José es el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta

 “Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ’segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud”. 

 La segunda línea es para los que tienen el corazón más grande que ellos mismos y lo muestran amando, sirviendo y enalteciendo a los demás. Esto es también adoración. Como decíamos, la otra cara de la adoración al Padre es la adoración a los más pequeños en el servicio. 

Viene muy bien traer aquí esa oración tan linda a San José, que podríamos rebautizar hoy como: “Oración con corazón de padre”, ya que todas las cualidades que menciona esta oración solo son posibles a quien tiene un corazón de padre.

Oración con corazón de padre

Enséñanos, José

Cómo se es “no protagonista”

Cómo se avanza sin pisotear,

Cómo se colabora sin imponerse,

Cómo se ama sin reclamar.

Dinos José

Cómo se vive siendo “número dos”,

Cómo se hacen cosas fenomenales

desde un segundo puesto.

Explícanos

Cómo se es grande sin exhibirse,

Cómo se lucha sin aplauso,

Cómo se avanza sin publicidad,

Cómo se persevera y se muere uno

sin esperanza de que le

hagan un homenaje.

Enséñanos, dinos, explícanos…

 ¿Qué nos enseñaría, diría y explicaría San José, con su vida más que con sus palabras, acerca de este corazón de padre? Pienso que con el gesto de estrechar al Niño en sus brazos y darle un besito nos enseña y nos explica que ser “número dos”, con alegría y fecundidad, solo es posible si uno, por una lado, “adora” al número Uno, al Padre, y por otro lado y al mismo tiempo, adora a sus predilectos: a Jesús y a los pobres,que son los preferidos de Jesús. 

Solo en la adoración que nos hace sentirnos estrechados por el abrazo de nuestro Padre Dios y que nos lleva a abrazar con nuestro servicio a los más pobres y pequeños, podemos colmar ese deseo ilimitado de ser amados que hace que tantas veces nos robemos el primer lugar (o lo compremos), siendo que lo podríamos tener gratis, si en vez de adorarnos a nosotros mismos adoráramos al Padre y a los más pequeños. Solo el amor a un hijo puede hacer que un padre y una madre vivan felices en ese segundo lugar que es el del servicio y que hace que tengan en el primer lugar de su corazón, no a sí mismos, sino al hijo o hija amados.

Creatividad

Además de este aspecto de la adoración “al más pequeño”, a aquel cuya existencia depende de nosotros como la de un hijito, hay otro aspecto de la adoración: la creatividad. Cuando Jesús habla de «adorar en espíritu y en verdad” podemos traducir esto diciendo que la adoración debe ser original y propia de cada uno, para que sea auténtica. Debe por tanto ser creativa: no en el sentido de brillante, sino porque sale del fondo del corazón, de la autenticidad de lo que uno puede expresar de manera tal que lleve su sello. En este sentido cada cristiano debe inventarse una oración de adoración que sea solo suya. 

En la vida de Jesús podemos ver su agrado ante las personas que le expresaban su amor de manera original. El Señor defendía estas expresiones de la gente sencilla de su pueblo frente al formalismo de los fariseos. Esta adoración, en espíritu y en verdad, en la gente sencilla se expresa de muchas formas: en la medallita que alguien lleva en su pecho toda la vida porque fue el regalo de su madre, por ejemplo, medallita que besa en señal de adoración cada vez que quiere agradecer o pedir al Señor; en el cumplimiento de una promesa, la de caminar a Lujan o a algún santuario de la Virgen; en la realización de alguna acción en la que la persona le hace notar al Señor su amor ofreciéndole algo muy significativo, en el que el sacrificio que cuesta es expresión del amor más grande. 

Lo que quiero compartir es que esta adoración única de cada uno es la oración básica, el principio y fundamento de nuestra vida espiritual. Desde esta adoración que solo el Padre y cada uno conoce en lo secreto, y que muchas veces ni la misma persona sabe que adora, pero el Padre sí, desde aquí, uno se puede conectar con la adoración comunitaria de la Iglesia.

La invitación por tanto, es a descubrir esta oración de adoración que el Espíritu Santo ya ha derramado en nuestro corazón junto con el amor que es amor de hijos. Si uno quiere descubrir cuál es esta oración para él tiene que agradecer y ponderar mucho los gestos más sencillos que le salen espontáneamente del corazón frente a Dios a la Virgen santísima o alguno de los santos. Son gestos que resisten a la tendencia a convertirse en un deber y que aunque en algún momento uno sienta el tironeo de no dejar de hacerlo por cumplimiento, siempre que los hace le dejan el sabor a algo más, a un amor sincero. Es como cuando nuestra madre nos pedía un beso y nosotros de niños pequeños se lo dábamos con gran alegría y en cambio de adolescentes un poco refunfuñando y como cumpliendo un deber. Sin embargo el buen gusto de un beso a la madre siempre se transforma en algo auténtico y original.

Dos gracias para rezar con corazón de Padre 

 Hay dos gracias que podemos pedir a San José para rezar con un corazón de Padre, adorando de manera creativa en la vida ordinaria. Son dos gracias que él recibió como regalo y cultivó con trabajo toda su vida. Una, la formula en forma de consejo el Papa Francisco: Reza solo si estás enamorado o si deseas enamorarte. “El que reza es como un enamorado: lleva siempre en el corazón a la persona amada, vaya donde vaya. Por eso, podemos rezar en cualquier momento, en los acontecimientos de cada día: en la calle, en la oficina, en el tren…; con palabras o en el silencio de nuestro corazón”. 

Por tanto, el primer consejo es reza solo si estás enamorado. Si piensas que no lo estás, pide la gracia, así como pides encontrar a la persona amada que existe para ti. Reza desde ese lugar de tu corazón que está siempre atento a enamorarse. San José estuvo siempre enamorado de María y de Jesús. Si se piensa en su vida oculta desde esta perspectiva, todo se ilumina.

La otra gracia para rezar con corazón de padre la expresa San Bernardo hablando de la riqueza inagotable de la oración que desea la sabiduría y el discernimiento para encontrar la palabra justa, esa que decide e inclina nuestro actuar de cada día: Reza de manera que te quedes con hambre. 

Bernardo reflexiona así: “Dichoso el hombre que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia. Si has hallado la sabiduría has hallado miel; procura no comerla con exceso, no sea que, harto de ella, la vomites. Come (reza) de manera que siempre quedes con hambre. Porque, dice la misma sabiduría: El que me come tendrá más hambre de mí”.

Esperando no escandalizar a nadie, yo traduciría esto así: reza de manera que siempre sientas que has rezado poco. En vez de culparte pensando que rezaste mal, agradece y alégrate de quedar en deuda. La deuda del amor es la única que debemos tener siempre: sentir que amamos (rezamos) poco, es bueno si lo hacemos sin culpa y pidiendo humildemente poder volver a rezar (a amar) de nuevo, mejor, cada día. 

Pienso que San José, para haber podido ser esposo casto de María y padre adoptivo de Jesús, debe habérselas ingeniado para vivir con alegría esta conciencia de su “no estar a la altura y sin embargo ponerse una y otra vez a la altura”. A mí me basta ver que transformó una cueva de animales en el pesebre de Belén. Solo un corazón de padre carpintero como el suyo es capaz de un trabajo así.


[1]         Francisco, Meditación en tiempos de pandemia, 27 marzo 2020.

Momento para contemplar

Marta Irigoy

Este año, tan desafiante y a la vez tan lleno de deseos y esperanzas, se nos invita a poner la mirada y el corazón en la persona de San José, padre adoptivo de Jesús que tuvo la hermosa misión de cuidar al hijo de Dios y a su Madre Maria…

San José, es el hombre que confío plenamente, en que era  Dios el que sostenía en su cotidianeidad la vida de familia y de trabajo.

Podemos intuir que en su corazón latía incesantemente el santo nombre de Jesús, nombre que Dios le había revelado en sueños para ese Niño que Maria estaba esperando…

Toda la vida de San José, fue custodiar la vida de Jesús (el niño) y Maria (la Madre)…

Custodia que se  dio en la vida diaria, en lo  simple y sencillo de la vida… y quizás podemos intuir que José vivía en una constante “Adoración cotidiana”

Por eso, en este año, queremos aprender de San José, ese modo de vivir unidos a Jesús, dejando que su Santo Nombre sea latido en nuestro corazón, adorando a Dios que nos hace  descubrir cómo está presente en todas las cosas…

La Iglesia oriental, tiene una larguísima tradición que llama la oración del Corazón, que consiste en rezar interiormente, el Nombre de Jesús…

Este modo de oración,  nos va ayudando a descubrir el llamado de Dios a tener un corazón de oración… es decir, respirar el Nombre de Jesús…día y noche… tan simple de hacer, tan necesario como respirar…

Pidámosle a San José que nos ayude a caminar este año, tomados de la mano de Jesús y Maria…

Terminamos rezando este Himno a San José, tan hermoso!!

Hacer clik en este enlace: www.youtube.com/watch?v=qWxGT7TUZ5g

Himno a san José

Hoy a tus pies ponemos nuestra vida;

hoy a tus pies, ¡Glorioso San José!

Escucha nuestra oración

y por tu intercesión obtendremos la paz del corazón.

En Nazaret junto a la Virgen Santa;

en Nazaret, ¡Glorioso San José!

cuidaste al niño Jesús

pues por tu gran virtud fuiste digno custodio de la luz.

Con sencillez humilde carpintero;

con sencillez, ¡Glorioso San José!

hiciste bien tu labor obrero del Señor

ofreciendo trabajo y oración.

Tuviste Fe en Dios y su promesa;

tuviste Fe, ¡Glorioso San José!

Maestro de oración alcánzanos

el don de escuchar y seguir la voz de Dios.

Momento de Reflexión

Diego Fares sj

En el centro de los ejercicios está la elección o reforma de vida con su confirmación.

Fiorito afirma que todos los documentos de los ejercicios -las meditaciones, las reglas, las instrucciones prácticas- constituyen una unidad que él llama «kerigmática», en la que el anuncio y la contemplación del misterio de Cristo no apuntan a nuestras ideas meramente, sino que apuntan a desencadenar en nosotros ese discernimiento de espíritus que nos llevará a elegir y reformar nuestra vida según lo concreto que Dios nos da y nos pide.

La elección y reforma de vida no es solo la actitud subjetiva de nuestra voluntad que elige algo libremente, sino la unión de nuestra libertad con la libertad de Jesús: elegimos lo que él nos ofrece para elegir, la vocación o carisma con que nos invita a seguirlo y en el que nos bendice y hace dar fruto en la Iglesia para el bien común. Carisma que Él nos confirma una y otra vez, perfeccionando el primer llamamiento a lo largo de toda nuestra vida.

Fiorito señala que el tiempo de la elección, junto con la confirmación por parte del Señor, se extiende desde el primer misterio de la vida pública de Cristo hasta la Contemplación para alcanzar amor inclusive.

Considera la Contemplación para alcanzar amor, en la que uno «encuentra en paz a Dios nuestro Señor» -en la presencia gloriosa de Cristo resucitado en todas las cosas -, como la confirmación de todos los ejercicios. 

Es interesante la consideración de Fiorito de que la elección no termina en la Segunda semana, sino que se extiende en la semana de la Pasión y en la de la Resurrección. Fundamenta esto mostrando que San Ignacio sigue poniendo documentos de elección durante la Tercera y Cuarta semana. Estos son las Reglas para ordenarse de comer y los Coloquios de Tres binarios y Tres maneras de humildad. 

REFORMAR LA ELECCIÓN SIEMPRE PARA MEJOR

Lo que yo saco de esto es que el concepto de elección no es un concepto de algo puntual y subjetivo, sino que se abre a la reforma de la elección misma, profundizando siempre de nuevo en la totalidad del misterio de Cristo. Hay una gracia cuando Cristo llama -a Pedro y a sus compañeros, por ejemplo- a ser pescadores de hombres y ellos dejando todo eligen seguirlo. Pero esta elección el Señor la va perfeccionando a lo largo del seguimiento. No se trata de un simple seguir a Jesús tal como yo era en el momento de dejar todo, sino de un seguimiento en el que me dejo transformar por los criterios del Evangelio de manera radical en cada momento significativo de mi vida. 

Jesús les enseñará sus discípulos a discernir la voz del Padre de la del mal espíritu, les enseñará el criterio de que la autoridad reside en el servicio, que ser el más pequeño y servidor de todos es la condición para entrar en el Reino de los cielos, etc. Y ante cada nueva enseñanza será necesaria de parte de ellos una nueva elección y una nueva reforma de vida.

Cada vez que el Señor confirma alguna actitud evangélica, cada vez que le dice a alguien «tu fe te ha salvado» o, como le dice a Pedro, «Esto te lo ha revelado mi Padre», la elección se redondea, por decirlo así, y se convierte en elección de a dos: de Cristo y mía. Elección siempre en proceso de reforma y mejoramiento. 

JUNTO CON CADA MOMENTO DE ELECCIÓN HAY SIEMPRE UN MOMENTO DE CONFIRMACIÓN.

Hay una confirmación que se hace apenas uno ha hecho su elección o reforma de vida y le ofrece al Señor lo que ha elegido, como quien ofrece algo precioso a su rey señor y le pide que le muestre su complacencia.

San Ignacio dice que hacia el final de la Segunda semana, cuando uno ya hecho elección supuestamente, está la con la contemplación de la conversión de María Magdalena (EE 282).

Ignacio identifica aquí a María Magdalena con la pecadora que rompe el frasco de perfume y unge al Señor. Si la Magdalena, como dice el Evangelio, «llevó un vaso de alabastro de perfume y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume» (Lc 7, 37-38), nosotros, por nuestra parte, conviene que le manifestemos nuestro amor ofreciéndole nuestra elección o reforma de vida, «para que su divina majestad la quiera recibir y confirmar, siendo su mayor servicio y alabanza» (EE 183).

Así, la elección o reforma de vida que hacemos en el curso de la Segunda semana de los Ejercicios, es la respuesta a aquella pregunta que nos hacíamos durante la Primera semana, cuando, «imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, veíamos cómo de Creador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal para morir por mis pecados». Y nos preguntábamos «lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo» (EE 53). Esta última pregunta que entonces hacíamos —«lo que debo hacer por Cristo»— es la que ahora tiene respuesta en nuestra elección o reforma de vida como respuesta de amor a un amor que él primero nos ha manifestado (1 Jn 4, 10. 19; Rom 5, 8).

LA CONFIRMACIÓN DE JESÚS ENALTECE NUESTRAS ELECCIONES.

Vemos que el Señor confirma la actitud de la pecadora, así como confirmará también después la actitud de María, defendiéndola de las críticas de Judas. Estás confirmaciones que hace el Señor del modo que eligen amigas para demostrarle su amor, rompiendo su frasco de perfume y ungiéndolo con sus lágrimas, da a la elección un carácter sobrenatural. Puede tratarse de pequeños gestos de fe o de servicialidad como de acciones grandes de seguimiento del Señor: lo que elegimos nosotros, al ser confirmado por Jesús que muestra que eso le agrada, se consolida como un carisma especial. La confirmación de Jesús enaltece nuestras elecciones.

LA CONFIRMACIÓN COMO FORTALECIMIENTO

Hay otro tipo de confirmación que es el que se puede ver en la Tercera semana. Si hemos hecho la elección, se trata de animarnos contemplando padecer a Cristo en su pasión a resistir hasta derramar sangre, como hizo Jesús, todas las tentaciones que nos vendrán contra la gracia que hemos recibido en el momento de la elección o reforma de vida, cuando hemos conocido la voluntad de Dios y hemos sentido que nos confirmaba en ella. En la pasión podríamos decir que el Señor no solo reafirma que le agrada lo que hemos elegido, sino que nos fortalece, nos confirma -nos vuelven más firmes- en nuestra decisión, al verlo padecer por nosotros con amor.

Fratelli tutti: contribuir al bien de la especie y el planeta ofreciendo la amistad social, que es lo mejor de nosotros mismos

Fratelli Tutti es una Encíclica de síntesis, en la que el Papa retoma sus preocupaciones más entrañables acerca de la fraternidad universal y de la amistad social y las pone en un contexto amplio de reflexión.

La palabra amor aparece 87 veces. Pero no aparece cosificado en abstracto como cuando hablamos de «el amor», sino que aparece en su dimensión universal, en su dinamismo de creciente apertura a todos. 

En ese sentido podemos decir que la Encíclica es una Contemplación para alcanzar amor, no solo personal, sino amor social y político, amor fraterno y de amistad a todos los hombres, amor encarnado en actitudes concretas de predilección por los más abandonados.

De los consejos de San Francisco, el Papa dice: «quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él» (FT 1).

En la parábola del buen samaritano – una parábola para reflexionar sobre un amor que se abre a todos (FT 82)- el Papa dice que no hay una enseñanza de ideales abstractos ni se circunscribe a una moraleja ético y social. La parábola nos revela una característica del ser humano: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor» (FT 68). Esta es una de las frases que nos recuerda la contemplación para alcanzar amor. 

Es importante unir el cuidado de la casa común y el amor de amistad social. Cuando contemplamos la naturaleza podemos constatar que cada ser creado contribuye al bien común dando lo mejor de sí, nada menos. Lo mejor del ser humano es la capacidad de amistad y por eso con nada menos podemos contribuir al bienestar del planeta y de la sociedad. 

«Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser». Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo» (FT 88). «El amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan completar. La pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos» (FT 89).

«Para estimular una sana relación entre el amor a la patria y la inserción cordial en la humanidad entera, es bueno recordar que la sociedad mundial no es el resultado de la suma de los distintos países, sino que es la misma comunión que existe entre ellos, es la inclusión mutua que es anterior al surgimiento de todo grupo particular. En ese entrelazamiento de la comunión universal se integra cada grupo humano y allí encuentra su belleza. Entonces, cada persona que nace en un contexto determinado se sabe perteneciente a una familia más grande sin la que no es posible comprenderse en plenitud» (FT 149)

El Papa desarrolla espléndidamente «El valor único del amor» – de un «amor efectivo» y «La creciente apertura del amor». Esta dinámica expansiva del amor que busca llegar al más lejano con lo mejor de nosotros mismos -la amistad- es el corazón de la Encíclica.

Momento para contemplar

Marta Irigoy

Muy clara la Meditación que nos regala el P. Diego!!

Quizás para este momento contemplativo, podemos tomar el Texto de la Unción de Betania, en Jn 12, 1-8. 

En  este relato se muestra a Maria; hermana de Marta y Lázaro, quien había sido alabada por Jesús, porque había elegido la mejor parte… (Lc 10, 38-42)… 

Podemos decir que Maria de Betania, es una mujer de sabias elecciones… aquellas elecciones que salen de la profundas certezas que emergen de nuestro interior, cuando en nuestra vida solo buscamos lo que más le agrada a nuestro Padre…

  • Ayudas para la contemplación:

Pido la Gracia: Que pueda Señor, elegir lo que te agrada…

Leo el Texto: Jn 12, 1-8:

“Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. 

Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:  «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?».                                                                                                         Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. 

 Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. 

 A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre».

Me imagino la escena, “como si presente me hallase”. Como es el lugar? 

  • Veo las personas…
  • Oigo lo que dicen…
  • Miro lo que hacen…
  • Dejo que el Perfume también llene de fragancia mi vida…                                ¿Qué fragancia necesita mi vida?
  • Dialogo con alguno de los personajes que aparecen en la escena… Le pido lo que necesito. Agradezco lo contemplado. 

Puedes terminar la Oración con esta plegaria:

Quisiera hoy, en estas horas de mi caminar frágil,

dejar mi vida entre tus manos,

como vasija humilde, como barro confiado.

Dejar que modeles en mi alma tu proyecto;

permitirte conquistar mis ideas y mis actos;

prestarme para que también otros,

desde mi vida transformada,

puedan avanzar hacia la esperanza

y descubrir Tu Amor eterno.

Amen