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Momento de Meditación

Diego Fares sj

«Que vuelva a resonar, una vez más, el llamado a la santidad»

En Gaudete et exsultate Francisco hace un «llamamiento» universal a la santidad, a la alegría del amor. Universal no quiere decir «en general», quiere decir a todos pero tomado cada uno en concreto, con nombre y punto en el que se encuentra en el camino de su vida. Y «alegría» del amor, no es la alegría como estado de ánimo pasajero, sino la alegría inmediata y duradera que sólo Cristo encarnado, muerto y resucitado puede dar. Es la alegría de pode amar en el contexto actual, en toda situación. El llamado es al «en todo amar y servir» de Ignacio y a la contemplación para «crecer en el amor». Aquí y a partir de ahora. Este llamamiento, en los Ejercicios Espirituales, tiene su meditación propia: la del rey temporal que ayuda a contemplar al Rey eternal (EE 91-99).

El Papa  desea que «vuelva a resonar el llamamiento». Y califica de «humilde objetivo» esto de que el llamado resuene. Humilde y potente en sentido evangélico: como la levadura que fermenta toda la masa. El llamamiento de Jesús -El reino de los cielos está cerca, crean y conviértanse!- es el punto de partida real de todo lo demás que Jesús quiere hacer. El llamamiento suscita la Fe.

Si nos fijamos en el actuar conjunto del Padre y Jesús, constatamos que el Padre confía toda la actuación en manos de su Hijo. Y cuando interviene, con majestad soberana, es para manifestar su agrado y predilección por Jesús. Su único mandamiento es que «escuchemos a su Hijo amado». Eso basta.

Por qué basta escucharlo? Por que Jesús no solo dice cosas, El es la Palabra en la que fuimos creados. Escucharlo a Él exteriormente -en el Evangelio- es escucharlo en el interior de nuestro corazón, en las fibras de nuestro ADN.

Es tan familiar la voz de nuestro Pastor, que al reconocerla nuestro corazón no puede no seguirlo. Es tan verdadero su mensaje, tan claro y posible de realizar y de cumplir  lo que nos manda y aconseja, que si «no somos sordos a su llamamiento» seguramente lo podremos seguir y hacer todo lo que Él nos diga.

Cuando en el Padre nuestro decimos «hágase tu voluntad», no siempre pensamos en esto: que la voluntad del Padre se contiene entera en que escuchemos a Jesús.  Pareciera un trámite y sin embargo es todo lo contrario. Lo que hace el Padre es abrirnos el espacio infinito de la oración como «escuchar a Jesús». Que el Creador, el Omnipotente, el Misericordioso, el Más Grande, nos de a conocer su Voluntad en un sólo mandamiento es algo digno de atención.

La oración se convierte así en la primera tarea del día: ir a escuchar al Jefe porque lo dice el Jefe supremo. Yo en Ejercicios, que es donde recupero este espacio de oración cotidiana como lo más importante, me suelo preguntar cómo es que se me ocurre siquiera enfrentar el día y salir sin rezar. Soy como el empleado que no saluda al Jefe de mañana para preguntarle si tiene algo especial para encomendarle.

Una cosa más sobre esto de escuchar. Cuando uno dice a otro «escuchá», lo que le está diciendo es «escuchá bien». Sin  el ruido de los prejuicios, sin la sordera del juicio apresurado. Lo que le agrada al Padre es que el llamado de Jesús pueda resonar libre de interferencias para así poder suscitar la Fe.

Llamamiento al servicio alegre imitando a Jesús

En la meditación del Rey y en la de Dos Banderas, Ignacio nos hacer ver que existe un reino en el que el cristiano puede cumplir con su propio deber de servir libre y gozosamente, como un noble caballero: el reino de Dios en la Iglesia» (H. Rahner).

La meditación del Rey -centrada en el llamamiento de Jesús- nos permite «re-consagrar» la palabra «servicio». Es una palabra santa pero que puede haber adquirido connotaciones si no de obligación (porque hacemos mucho servicio voluntario), sí de eficientismo. E Ignacio libera el servicio del eficientismo externo y liga su eficacia al hacer las cosas con Jesús y como Jesús. Es esencial al servidor que haga las cosas al estilo de Jesús. El estilo no solo como modo de trabajar y de usar las cosas sino, y de manera muy especial, el estilo en cuanto modo de compadecer: involucrado, cercano, tierno, comprensivo, generoso… y todo el infinito mundo de matices que tiene Jesús compasivo.

El llamamiento de Cristo dice así: «Quien quisiere venir Conmigo, tiene que trabajar Conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria» (EE 95). Un poco antes, en el ejemplo del rey temporal agregaba: «Ha de estar contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc. (El «etcétera» de Ignacio es invitación a imaginar todo aquello en lo que podemos imitar «el estilo de Jesús» en cosas que hacen a la vida privada e influyen en la misión); asimismo tiene que trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etcétera (en este etcétera podemos imaginar cuáles era los trabajos de Jesús: predicar, visitar, conversar, perdonar, sanar, acompañar, enseñar…-; y también su vigilancia: profetizar, discernir el mal espíritu, prever y preparar a los suyos…); porque así tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos» (EE 93).

De hecho, la alegría de la que habla Ignacio -esa expresión suya «será contento» (que significa conformarse -contentarse- pero con alegría -contento- no con cara de vinagre) la alegría, digo, tiene más que ver, en esta vida, con imitar a Jesús en pasar pobreza, injurias y vituperios, que con la victoria exterior, que más bien es una alegría que se reserva para el final, para el cielo.

De esto habla el Papa en Evangelii Gaudium cuando dice que no hay que separar misión y vida privada, ya que cada uno de nosotros puede decir, humildemente pero de verdad: «En el corazón de mi Pueblo yo soy una misión» (EG 273).

Esta coherencia de vida, el no separar la misión (donde uno es más generoso) de la vida privada (donde uno se reserva sus espacios) no es posible, dice Francisco, si uno no se sitúa en el corazón de nuestro pueblo: “Si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo” (EG 273). La gente que realiza con absoluta seriedad y responsabilidad los oficios más humildes en nuestra sociedad nos da ejemplo cotidiano de lo que significa «ser pueblo», sentirse uno más, en un trabajo pequeño, quizás, pero importante para que funcione la comunidad. El Papa habla del «maestro de alma», de la «enfermera de alma», del «político de alma» (hay muchos que sí la tienen y que no la han vendido ni están indecisos).

La pertenencia a un pueblo es una pertenencia espiritual. No basta con tener la misma sangre o habitar el mismo suelo: se pertenece en la medida en la que uno cumple su misión en orden al bien común de su gente. Es una pertenencia que se puede incrementar o perder (no solo en un país de misión sino dentro de la propia cultura y país) según uno concrete o no la decisión de ser con y para los demás. Pueblo, en sentido evangélico, es una palabra dinámica (se es en la medida en la que uno se involucra y sirve) e inclusiva: siendo de mi pueblo soy alguien abierto a todos los pueblos.

Crear espacios de oración para que el llamado pueda resonar

En un llamado, lo importante es que resuene. Que no tengamos los oídos en modo avión ni llenos de ruidos.

Un impedimento actual para la escucha del llamado proviene del consumismo: «Las constantes novedades de los recursos tecnológicos, el atractivo de los viajes, las innumerables ofertas para el consumo, a veces no dejan espacios vacíos donde resuene la voz de Dios. Todo se llena de palabras, de disfrutes epidérmicos y de ruidos con una velocidad siempre mayor. Allí no reina la alegría sino la insatisfacción» (GE 29).

El espacio vacío donde resuena la voz de nuestro «jefe y Señor» es la oración: Santa Teresa decía que «la oración es ‹tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama». Y el Papa agrega: «Quisiera insistir que esto no es solo para pocos privilegiados, sino para todos, porque «todos tenemos necesidad de este silencio penetrado de presencia adorada«.⁠ La oración confiada es una reacción del corazón que se abre a Dios frente a frente, donde se hacen callar todos los rumores para escuchar la suave voz del Señor que resuena en el silencio» (GE 149).

«Será difícil que nos ocupemos y dediquemos energías a dar una mano a los que están mal si no cultivamos una cierta austeridad, si no luchamos contra esa fiebre que nos impone la sociedad de consumo para vendernos cosas, y que termina convirtiéndonos en pobres insatisfechos que quieren tenerlo todo y probarlo todo. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos. En medio de esta vorágine actual, el Evangelio vuelve a resonar para ofrecernos una vida diferente, más sana y más feliz» (GE 108).

Al hablar de las «notas de la santidad en el mundo actual» el Papa usa un lenguaje auditivo, musical, en el que el aguante, la paciencia y mansedumbre, el buen humor, la audacia apostólica y el fervor, la comunidad y la oración, no son «notas sueltas» sino un acorde en cuyo «espacio musical» resuena «de modo especial» el llamado a la santidad hoy (cfr. GE 110). Si pensamos estas notas en términos «espaciales» vemos que «crean espacio»: al aguante crea espacio, la paciencia crea espacio, da tiempo…; la mansedumbre no ahoga, da lugar al otro; el humor distiende, es como una ventana de aire fresco, la audacia impulsa a salir más allá, a ganar terrenos de nadie; la comunidad es «lugar teológico» donde nos juntamos a rezar.

Discernimiento como salida de sí

Una novedad de Francisco en el modo de concebir el llamamiento en la hora actual se puede ver en que el Señor que «golpea y llama» a nuestra puerta, no es tanto para entrar sino para salir. «Pero a veces me pregunto si, por el aire irrespirable de nuestra autorreferencialidad, Jesús no estará ya dentro de nosotros golpeando para que lo dejemos salir» (GE 136).

Salir es discernir. Porque la autorreferencialidad es un encierro, una cárcel con barrotes de esquemas mentales que nos quitan libertad. Dice Francisco: «Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias, temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los ‹signos de los tiempos›— para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21)» (GE 168). El discernimiento requiere «disposición a escuchar: al Señor, a los demás y a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas» (GE 172).

Discernimiento como modo de salir de sí es la característica del llamado de Jesús hoy: «Esto nos hace ver – dice el Papa- que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos» (GE 175).

Discernimiento como instrumento para seguir al Señor

El Señor dice que para seguir al Señor necesitamos «instrumentos» y, más precisamente, instrumentos de lucha. Porque no se trata de un seguimiento lineal, sino dramático: «La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida» (GE 158).

El combate no es solo contra la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres, ni tampoco solo con nuestras propias inclinaciones (cada uno tiene sus pasiones desordenadas, dice el papa) sino contra el diablo, el príncipe del mal (GE 159).

La escucha: sustrato básico de todo discernimiento

«¿Cómo saber – se anima a preguntar el Papa- si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo?» (GE 166). Este es la pregunta más importante que, si aceptamos que estamos en guerra, tenemos que hacernos todos los días. No se trata de dudar de todo. Pero sí de no ser ingenuos y estar abiertos a escuchar y a dejarnos confrontar: «Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas» (GE 172).

El Espíritu nos da la gracia, en primer lugar de volver «a escuchar a Jesús, con todo el amor y el respeto que merece el Maestro». El Espíritu hace que le permitamos «que nos golpee con sus palabras, que nos desafíe, que nos interpele a un cambio real de vida» (GE 66). «Para todo discípulo es indispensable estar con el Maestro, escucharle, aprender de él, siempre aprender. Si no escuchamos, todas nuestras palabras serán únicamente ruidos que no sirven para nada» (GE 150).

Decía el Papa en su Carta al Pueblo de Dios en Chile: «Quisiera detenerme en la palabra «escucha», ya que discernir supone aprender a escuchar lo que el Espíritu quiere decirnos. Y sólo lo podremos hacer si somos capaces de escuchar la realidad de lo que pasa».

La escucha es el primer paso del discernimiento -primero en el sentido de básico, es el trasfondo que nunca se deja atrás, siempre hay que «volver a escuchar» con más atención al otro, con más apertura de corazón, «salvando la proposición ajena», preguntando, acogiendo, poniéndonos en los zapatos del otro (y del Otro).

El Papa nos advierte que, en este combate que es la vida, en la lucha de paradigmas que escuchamos en nuestra cabeza, hasta «podría ocurrir que en la misma oración evitemos dejarnos confrontar por la libertad del Espíritu, que actúa como quiere». Puede suceder que uno rece, y mucho, y sin embargo «evite la confrontación con el Espíritu» (GE 172).

En el primer taller hablábamos de ejercitarnos en «mirar en modo discernimiento». En sacarnos los anteojos de las ideologías. Pues bien, escuchar bien es el primer paso para «ver bien». Cuando uno escucha, naturalmente el esfuerzo se dirige al sonido y al tono en el que se revela lo que quiere decir el otro. Uno pesca la intención en los énfasis y en el tono. Poníamos el ejemplo que hace ver la diferencia entre ver y escuchar: uno puede ver muchas imágenes al mismo tiempo y hacer zapping. El oído en cambio se atasca más rápido y cuando hablan muchos uno pide que hablen de a uno. La contaminación acústica produce disgusto y hasta dolor. En cambio a la contaminación visual nos acostumbramos más rápido (aunque a la larga produzca el síndrome de Stendhal, el cansancio la ver tantos cuadros en un museo). Quizás por eso le es más fácil al demonio «disfrazarse de ángel de luz» que «imitar la voz del buen Pastor». Jesús dice que «sus ovejas reconocen su voz». Se fía del oído a la hora de discernir.

Qué criterios nos da el Papa para saber si algo viene del Espíritu bueno o del Maligno?

            Discernir estas dos voces -sabiendo que a veces el mal espíritu se disfraza de ángel de luz y puede usar la misma escritura para engañarnos como trató de hacer con el Señor en las tentaciones del desierto- es una gracia y hay que pedirla cada día. Cuando en el Padrenuestro Jesús nos enseña a pedir «líbranos del Maligno» no es solo que nos libre de que nos posea o nos haga daño. El Papa dice: «Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1P5,8)» (GE 161).

La escucha supone que el Otro hable, y al hablar manifiesta su libertad: puede decir lo que quiere. Por eso, cuando uno escucha de alguna manera se pone en actitud de pobre, de quien tiene que recibir lo que el otro le quiera decir. Escuchar al Espíritu, como nos recomienda el Papa, supone una actitud de pobreza espiritual. Para cultivar esta actitud de pobres, de gente que cada día tiene que pedir el discernimiento así como pide el pan y el perdón, «el último criterio» es el Evangelio; y también -dice el Papa- el Magisterio que lo custodia». El evangelio y el magisterio bajo la guía del Espíritu, porque sólo el Espíritu «sabe penetrar hasta los pliegues más oscuros de la realidad y tener en cuenta todos los matices para que emerja con otra luz la novedad del Evangelio» (GE 173).

La pobreza nos lleva no solo a acudir cada día a la oración sino a reconocernos pobres también ante la misma Palabra que Dios nos dice. No se trata de que por el hecho de «entenderla o poder explicarla»  sepamos lo que nos quiere decir. El Espíritu es el que nos enseña a aplicar la parábola justa en cada ocasión. «La lectura orante de la Palabra de Dios, más dulce que la miel (cf.Sal 119,103) y «espada de doble filo» (Hb 4,12), nos permite detenernos a escuchar al Maestro para que sea lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro camino (cf. Sal 119,105)» (GE 156).

Escuchar bien implica preguntar bien

Y cómo me relaciono con el Espíritu? Dice Francisco: «Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de tien cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy» (GE 23). Escuchar bien implica saber preguntar.

Están las preguntas personales: Señor, cómo te sentís? Esta pregunta activa la mirada sobre nosotros mismos no desde una «idea» o un «mandato» sino desde los sentimientos del Señor. Pablo dice «no entristezcan al Espíritu» y nosotros podemos preguntarle «si le alegró algo bueno que hicimos o si lo hemos entristecido».

Están también las preguntas sobre el qué: «Qué tenemos que hacer» como le preguntaba la gente a los apóstoles el día de Pentecostés. Aquí María nos da en detalle lo que el Padre decía de modo amplio: «Hagan todo lo que Jesús les diga», cosa que el Papa sintetiza en el Protocolo de la santidad para el mundo de hoy. Hagan las obras de misericordia que el Señor elenca en Mt 25.

Están luego las preguntas por el modo. De nuevo nuestra Señora nos da la clave: «Cómo será posible esto si yo…». Expresar al Señor nuestra pobreza, nuestros condicionamientos de todo tipo, y preguntarle cómo se las ingeniará.

Están las preguntas por el más: «Cómo puedo hacer mejor las cosas, qué paso adelante me proponés, Señor». San Pedro Fabro dice que esta pregunta por «algo más» es infalible para que el buen espíritu muestre su agrado y nos proponga un paso concreto y posible en el camino del bien y el mal espíritu en cambio, se enoje y agite y se revuelva buscando excusas, poniendo impedimentos, tratando de desalentar. Preguntar por el más, ayuda. Esta es la lógica del don y de la cruz: «No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo» (GE 174).

Por último, cito la pregunta por el énfasis o la jerarquía: en qué querés que insista, Señor; qué está para Vos primero? Preguntar por lo primero y por el énfasis también mueve los espíritus. Por que el mal espíritu no siempre tienta con cosas malas ni pone en discusión lo bueno que hay que hacer. A veces simplemente hace que posterguemos las cosas o las hagamos desordenadamente o sin poner el acento en lo importante.

El Papa da un ejemplo muy significativo de distintos énfasis que pueden darse leyendo el evangelio: «En el evangelio de Lucas ya no escuchamos el «Sed perfectos» (Mt5,48) sino «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (GE 81).

La misericordia es lo que acentúa el Papa hoy y lo que pone en primer lugar.

Con su Magisterio nos dice todos los días que, en el momento actual, hay que escuchar más «misericordia» que «perfección». Por este lado va la santidad en el mundo actual, que no cree sino a los testigos de la misericordia.

Otro ejemplo que da el Papa es sobre cómo el mal espíritu nos hace escuchar ciertas verdades «disminuyendo su intensidad» o minimizando su perentoriedad, mientras que de otras cosas nos exagera la importancia. Son tentaciones bajo especie de bien, que desjerarquizan o sacan de contexto las verdades. El Papa decía que «en el hospital de campaña» en que vivimos, hay que salvar vidas antes que controlar el colesterol. Y para actuar como médicos de frontera nos da «el protocolo de la santidad», las preguntas prácticas y las medidas urgentes que uno puede tomar hoy, sin temor a equivocarse. Un niño tiene hambre? Tengo que darle de comer. Si no llego a muchos yo solo, para eso debo asociarme a las obras de misericordia que la Iglesia lleva adelante. Y si un niño está en gestación? Sólo una mirada de profunda misericordia -mirada con la que solo su madre puede mirar- es la que puede «desarmar» todas las miradas de la razón pragmática. Por eso, el remedio contra el aborto no está en ninguna ley (ni que penalice ni que legalice) sino en hacer todo lo posible para que esa mirada materna, que cuenta siempre con la ayuda de la naturaleza y de la fe y que hoy ya no cuenta con la ayuda de la cultura que se va imponiendo, para que esa mirada materna, no se apague, sea cuidada, educada por las mismas madres, valorada por la sociedad.

Esta mirada de misericordia, que le quita la cruz al otro, a los más débiles, y la carga sobre las propias espaldas, es capaz de brindar una gran felicidad. Porque la felicidad es paradójica y nos regala las mejores experiencias cuando aceptamos esa lógica misteriosa que no es de este mundo, como decía san Buenaventura refiriéndose a la cruz: «Esta es nuestra lógica». Si uno asume esta dinámica, entonces no deja anestesiar su conciencia y se abre generosamente al discernimiento.

Concluimos con un hermosa convicción del Papa:

«Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias» (GE 135).

 

Momento para Contemplar

Marta Irigoy

Siguiendo el camino de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos propone en la Meditación del Reino, dejarnos «seducir por el Señor» para desde ahí poder discernir el llamado personal al que Jesús, Buen Pastor, me invita en el momento actual de nuestra vida. En el «aquí y ahora» en donde cada uno está viviendo…

Retomando algunas frases del P. Diego, me llego hondamente esta palabra que se hace imagen y sonido: «en el corazón de mi pueblo yo soy una misión» (EG 273). Ya que ilumina mucho,  sabernos en el corazón de un Pueblo, que con sus dolores y alegrías, gesta el Reino de Dios…

Lo gesta, como dice una hermosa antífona, que cantamos en el Jubileo del año 2000:

«En cada gesto de amor, tu Reino llega…»

y se ilumina más el texto del P. Diego, que dice: «La gente que realiza con absoluta seriedad y responsabilidad los oficios más humildes en nuestra sociedad nos da ejemplo cotidiano de lo que significa «ser pueblo», sentirse uno más, en un trabajo pequeño, quizás, pero importante para que funcione la comunidad. El Papa habla del «maestro de alma», de la «enfermera de alma», del «político de alma»…

            La pertenencia a un pueblo es una pertenencia espiritual. No basta con tener la misma sangre o habitar el mismo suelo: se pertenece en la medida en la que uno cumple su misión en orden al bien común de su gente.

Y esta tiene que ser nuestra alegría, sabernos Pueblo que gesta el Reino de Dios en cada pequeño y sencillo gesto de amor…

Para rezar este mes de Julio, en donde nos preparamos para celebrar a San Ignacio, podemos pedir la Gracia de dejarnos seducir por Jesús, para tener sus sentimientos y acercar el Reino de Dios en cada gesto de amor…

Decálogo de la Santidad -Escrito por Obispo Francisco Cerro-

  1. Santo es “vivir con los sentimientos del corazón de Cristo”.
  2. Es no renunciar a amar “hasta el extremo”.
  3. Es abrirse siempre a los planes imprevisibles de Dios.
  4. Es creer contra toda esperanza.
  5. Es encontrarse con “quien sabemos que nos ama”.
  6. Es vivir el gozo y la alegría del Amor de Dios.
  7. Es no tener miedo a subir al monte y bajar al valle.
  8. Es decir: “aquí estoy para hacer tu voluntad”.
  9. Es vivirlo todo desde un amor enamorado.
  10. Es ser de Dios, no ser de uno mismo, ser para los demás.

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Momento de Reflexión

Diego Fares sj

Llamar al que nos llama. Seguir al que viene a nuestro encuentro. Dejarlo todo para ganar a Aquel que nos dona todo y se dona a sí mismo en sus dones… Estas cosas resuenan en el corazón al contemplar a Jesús que llama a los primeros discípulos junto al lago de Genesaret.
El Señor tiene la delicadeza de venir a buscarnos y a llamarnos siendo que somos nosotros los que tenemos necesidad de invocarlo y seguirlo a Él. El lago es imagen de la vida en cuya corriente nos sumergimos cada día buscando el alimento por medio de nuestro trabajo. A esa orilla de nuestra vida cotidiana viene Jesús a buscarnos, para dar sentido trascendente a nuestro afán: los haré pescadores de hombres.
Seguir el llamamiento del Señor implica una conversión afectiva: dejar nuestros intereses para buscar los suyos. Y en eso nuestro pueblo fiel es maestro de vida.

Al contemplar el llamamiento de los primeros discípulos uno no puede dejar de pensar qué buena gente habrán sido Andrés y Pedro, Santiago y Juan, los amigos pescadores a quienes Jesús llamó! Qué habrá visto Jesús en ellos que lo entusiasmó para construir su Iglesia con esta gente sencilla, fiel y abierta a la gracia. Pienso que al Señor le deben haber gustado dos cualidades de los pescadores: una su capacidad de trabajar en equipo, no individualmente. La otra, el vivir de un trabajo que requiere comenzar cada noche de nuevo, de vivir rogando la gracia de una buena pesca. El depender de la providencia y el trabajar como compañeros son dos gracias que Jesús quiere para su Iglesia.

En tu Nombre echaré las redes… Lo dejaron todo y lo siguieron

Las dos frases elegidas para ilustrar esta escena nos ponen en la tensión propia del discípulo misionero. Es muy notable que los discípulos, habiendo conseguido un milagro tan grande (y apropiado para ellos ya que una pesca así colmaba sus expectativas de pescadores) no hayan buscado usar a Jesús para sus intereses (invitarlo a participar del negocio de la pesca) sino que, dejando todo (incluida la pesca milagrosa) lo hayan seguido a Él. En la mención del Nombre de Jesús está la clave: al ver el milagro que se produce al echar las redes en el Nombre de Jesús, se dan cuenta de Quién es Él. Alguien a quien hay que seguir y obedecer y no alguien a quien hay que usar para los propios intereses.
El llamamiento junto al lago implica una conversión profunda de la vida, un cambio de dirección en los intereses. Jesús se ha acercado a su vida y los ha rondado y ahora ellos comienzan a girar en torno a Jesús, que va centrando todo en sí, en su Nombre.

El Nombre de Jesús

Para los antiguos, el nombre, lejos de ser una designación convencional, expresa el rol de un ser en el Universo. El Nombre de Jesús es “el Nombre que está sobre todo nombre ( Fil 2, 9). Es decir: su rol es “la clave” del universo, la piedra angular.
“Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10, 9). Decir “Jesús” es decir la Palabra que unifica todo, que recapitula todo, que da Vida a todo, que da sentido, que salva, que purifica y plenifica. Por eso, lo que se hace como discípulos se hace en su Nombre: “todo cuanto hagan, de palabra y de boca, háganlo todo en el Nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3, 17.) Invocar el Nombre de Jesús en todo significa que a quien seguimos es a Él, a su Persona. No un proyecto sino una Persona. El tesoro es Jesucristo mismo, no lo que Él nos da; lo que nos da “viene por añadidura”. Invocar el Nombre del Señor Jesús –como Pablo- significa reconocerlo como Señor de nuestra vida práctica, como Dueño nuestro. Confesarlo como “Hijo de Dios”, como Hijo del Padre –como San Juan- nos hace participar de su Vida, ser hijos de Dios Padre.

El Nombre de Jesús convertido en “Icono sonoro”

En los talleres de este año estamos aprendiendo a rezar con imágenes. Decimos que las imágenes evangélicas transmiten energía. Pues bien, nada más lleno de energía vital y creadora que pronunciar el Nombre de Jesús. El Nombre de Jesús se puede convertir en un ícono sonoro. Contemplar no sólo es movimiento que va de la vista al sentimiento sino también sonoridad de la palabra pronunciada que produce imágenes vitales.

Pronunciar el Nombre de Jesús en paz y confiados en la ayuda del Espíritu

Antes de pronunciar el Nombre de Jesús, es necesario intentar colocarse a uno mismo en estado de paz y recogimiento.
Luego hay que implorar la ayuda del Espíritu Santo consolador, el único medio de poder “decir Jesús es el Señor” ( 1 Cor 12, 3). Y esto basta. Todo otro preliminar es superfluo.
Habiendo sido pronunciado el Nombre bendito de Jesús una primera vez con adoración amante, resta sólo dedicarse a ello, ligarse, repetirlo lentamente, dulcemente, tranquilamente.
Sería un error querer “forzar” la oración, buscando concentrarse demasiado o queriendo intensificar los sentimientos.
Más bien se trata de dejar que el Nombre de Jesús, como una mancha de aceite perfumado, penetre e impregne silenciosamente nuestra alma.
El nombre pronunciado puede prolongarse en los minutos de reposo, de silencio, de atención interior a lo que Jesús mismo hace sentir. Sin tensión, sin prisa, como un pájaro que alterna el batido de alas y el vuelo planeando.
Si sobreviene la fatiga y uno se distrae se puede interrumpir la invocación para retomarla cuando uno se sienta dispuesto de nuevo.
El fruto a alcanzar no es una repetición literal sino una especie de latencia, de aquiescencia del Nombre de Jesús que se posa sobre nuestro corazón y se va adueñando de su ritmo y sentimientos.
No hay que buscar sentir cosas o sacar frutos. Basta con ofrecer al Señor la invocación de su Nombre.
Sin embargo, no es raro que Jesús envuelva a menudo la invocación de su Nombre con una atmósfera de alegría, de calor y luz: “Tu Nombre es un perfume expandido… Atráeme” Jesús (Cfr. Cantar 1, 3-4).
Mientras que los métodos complicados de oración suelen dispersar y fatigan la atención esta oración, que consiste en una sola palabra –Jesús- o en una frase – “Jesús Hijo del Padre, ten misericordia de mí”- posee un poder de unificación, de integración, bienhechor para las almas divididas y dispersas por el pecado o las angustias de la vida.
El crecimiento de esta oración conlleva un decrecimiento de las “otras cosas”. Un dejarlo todo para seguir sólo su Nombre.
Existen grados en la oración de Jesús. Ella se profundiza y se dilata a medida que nosotros descubrimos, en el nombre, un nuevo contenido.

Adoración y salvación

Comienza siendo Adoración y sentimiento de Presencia. Y luego, esta presencia se experimenta como Salvación: su presencia misericordiosa nos libera de culpas y pecados. Pronunciando el Nombre recibimos ya aquello de lo que tenemos necesidad. Lo recibimos desde ahora en Jesús que no sólo es dador de cosas sino el Don. Es el alimento, la sustancia de todas las cosas buenas. Si hemos cometido algún pecado, el Nombre de Jesús hace que el Señor retome naturalmente su lugar en la vida del pecador, del mismo modo que habiendo resucitado volvió a sentarse simplemente en la mesa donde sus discípulos, que lo habían abandonado, le presentaban pescado y miel.
Su nombre devuelve la paz a aquellos que son tentados. En lugar de discutir con la tentación, la invocación del Nombre de Jesús -creo en Jesucristo mi Dios y Señor- hace que el Señor establezca la paz con su Presencia en medio de nuestro encerramiento y restablezca la calma como cuando ordenó a la tormenta que se sosegara.

Encarnación

Pronunciando el Nombre de Jesús lo “intronizamos” en nuestro Corazón, ofrecemos nuestra carne a la Palabra como hizo María: “hágase”. Al invocarlo, el Señor “se encarna” en nuestra vida.

Transfiguración

El Nombre de Jesús es un instrumento, un método de transfiguración. Podemos ir a nuestros hermanos con el nombre de Jesús en nuestro corazón y pronunciar silenciosamente sobre ellos el Nombre que es su verdadero nombre. Nombremos a cada persona con el Nombre de Jesús con una actitud de servicio y amor y se nos transfigurarán.

Comunión

Pronunciar el Nombre de Jesús es comulgar con Él espiritualmente. El Nombre del Señor puede convertirse para nosotros en una especie de Eucaristía. Podemos hacer del Nombre de Jesús una ofrenda de Acción de gracias al Padre y luego saborearlo como quien recibe el Pan de vida.

El Nombre y el Espíritu

Pronunciar el Nombre de Jesús nos hace sentir su relación con el Espíritu. Jesús colmado por el Espíritu; Jesús que insufla el Espíritu a los suyos.

El Nombre y el Padre

Decir Jesús como lo dice el Padre es sentirlo Hijo y en su Nombre sentirnos hijos amados del Padre.

Momento de Contemplación

Hna Marta Irigoy md

“NAVEGAR MAR ADENTRO DEL CORAZÓN, PARA DEJARNOS ENVIAR…”

EL LAGO DE GALILEA: “Lugar de la sobreabundancia del don”
La misión de Jesús se inicia en Galilea, la parte norte de la Palestina. Allí se encuentra la ciudad de Nazaret, en la que Él se había criado, y también el lago de Genesaret, donde puso tan de manifiesto el poder de Dios y es el lugar donde Jesús Resucitado vuelve a citar a sus discípulos:
“Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán». (Mt 28, 10)
Hoy vamos a contemplar el “icono de la pesca milagrosa”… y el Lago de Genesaret como lugar teológico del llamado del Señor a sus primeros discípulos y a nosotros también…

“El lago, la orilla, las barcas… La muchedumbre amontonándose para escuchar de Jesús la Palabra de Dios.

Los pescadores limpiando las redes. Jesús, de pie, ve. Todo comienza con su mirada. Libre con las cosas y confiado con las personas, sube a la barca y pide a Simón. Como necesitado. Su mirada une, su pedido convoca. La generosidad del pescador puede más que el cansancio, y desde la barca de Simón, Jesús enseña a la multitud.

Cuando todo parece concluido, viene la palabra de Jesús para Simón y los pescadores. Una doble orden los incluye: ¡Navega mas adentro –apártate hacia lo profundo- echen las redes para la pesca! En nombre de todos, Simón afronta el desafío. Respetuosamente expone con realismo el fracaso total del trabajo en común: toda la noche…esforzándonos…nada.

Pero por encima de la humillación, Pedro, se arriesga a confiar y obedece: en tu palabra…Haciendo lo que saben, casi naturalmente, la pesca sobreabunda, el don los colma… Nadie puede solo con el don de Dios…”

PARA CONTEMPLAR

Hoy queremos contemplar a Jesús que camina en la orilla del Lago y que me pide subir a la “barca de nuestra vida”…

“En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes». Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres». Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron” (Lc 5, 1-11)

* Leer atentamente el texto y dejar que estas palabras inunden el corazón…

* Dejo que Jesús se suba a mi barca…

* Una vez en mi barca, me dice: navega mar adentro de tu corazón…

* Le expongo como Pedro con realismo el fracaso total del trabajo en común: toda la noche…esforzándonos…nada.

* Confío en su Palabra…y por encima de la humillación me arriesgo a confiar y obedecer en su palabra… Tiro la red de mis intentos…

* La pesca sobreabunda, el don me colma… ya que nadie puede solo con el don de Dios…, siento mi pequeñez y la comparto con Jesús…

* Me admiro de su don y la confianza que tiene en mí…

* Me dejo enviar…

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