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Momento de reflexión

Diego Fares sj

La meditación que Ignacio titula: «Llamamiento del Rey temporal (que) ayuda a contemplar la vida del Rey eternal» (EE 91-99), presenta una dificultad a nuestro “imaginario social”. Las figuras de los reyes actuales no parecen ser de gran ayuda a la hora de establecer una analogía con la imagen de  Jesús. Si pensamos en reyes antiguos, es fuerte el carácter negativo que se desprende de la imagen del rey yendo a las cruzadas. Incluso los símbolos del poder real, el trono, el bastón, la corona…, tienen más bien un carácter decorativo, o que debemos resignificar  interiormente para no unir “trono” con “poltrona”, “bastón” con  “manija”, “corona” con “coronita”. Y cuando usamos términos como “conquista” hay que explicar que el Señor conquista no por la fuerza, sino por el amor,  y que su poder es el del servicio, etc… Más aún, el modelo mismo de un Dios-Rey, aunque sea un Rey justo y bueno, no resulta muy convocante en nuestra cultura igualitaria y democrática, en la que cada individuo busca realizarse en algo propio y le resulta difícil confiar en un “llamado universal a una tarea común”.

Laudato Si: un llamado universal con características nuevas

Pese a todas estas dificultades, con el llamado del Papa Francisco en su Encíclica Laudato si a cuidar nuestra madre tierra algo de ese fuego, que era capaz de encender el llamado del rey en el corazón de un caballero medieval, pareciera haber vuelto a aparecer. Si lo sabemos escuchar, el llamado de Laudato si es verdaderamente un llamado universal. El Papa lo dirige: «A todos los hombres de buena voluntad» como decía San Juan XXIII en «Pacem in terris» (LS 3).

Afirmamos que es verdaderamente universal porque el estilo del llamado  responde a las dificultades que veíamos más arriba. En primer lugar, no es un llamado que el Papa hace «desde la altura de un rey o de un líder solitario», sino que es un llamado que retoma «muchos llamados». El Papa quiso que el texto fuera preparado de forma colegiada y para su redacción quiso contar con muchas personas de distinta condición, incluidos representantes de otras confesiones religiosas.  Además, la invitación no es a una nueva cruzada, sino a «un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta» (LS 13). La universalidad de este llamamiento es, por tanto, una universalidad que viene de escuchar a muchos e invita a dialogar con todos.

Un llamamiento sinodal

Una linda imagen del “sujeto con autoridad” que hace el llamamiento la podemos encontrar en los últimos Sínodos. En ellos, el Papa ha escuchado y participado -a veces como uno más, sin autoridad añadida, como expresó en una intervención durante el Sínodo de la Amazonia. Así, la imagen del Señor que a todos llama resuena de manera particular cuando la representa no la voz de una sola persona sino una voz común que surge en medio de un acontecimiento sinodal.

Hablar de un “llamamiento sinodal” nos evoca las palabras de Jesús, cuando afirma:  “El Padre que me ha enviado, él me ha ordenado de qué cosa hablar y qué debo decir. Las cosas que yo dijo, las digo así como el Padre me las ha dicho a mí” (Jn 12, 49-50). Como vemos, no se trata de la autoridad de un Jesús Rey que tiene la última palabra, sino de un Jesús Hijo que habla en comunión con el Padre. Este Jesús puede ser muy bien representado por un Sínodo que dialoga y habla en comunión entre sí y con el Papa.

Una autoridad distinta

Desde esta perspectiva,  es posible repensar el sentido profundo de la meditación que nos propone Ignacio, dejando que resuene todo lo que es “común”. Una frase significativa, por ejemplo, es la que dice que el rey «habla a todos los suyos»; otra es que el rey tiene una mirada sobre «toda la tierra»; una tercera, es que se trata de un rey que «se iguala con los demás», que dice a sus amigos que el que quiera seguirlo: “Ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etcétera”(EE 93). El padre Fiorito hacía notar ese “etcétera” con el que Ignacio nos invitaba a agregar otras cosas en las que nos haría bien ver a ese rey igualándose a nosotros. Aquí podemos decir que nos invita a “decidir con él” y a “llamar a otros en nombre de todos”. El estilo dialogal del rey y su igualarse con los demás nos hablan de una autoridad distinta. Una autoridad que no se impone por la fuerza, sino que persuade con el ejemplo de su vida.

La meditación entonces, gira en torno a algunos con autoridad humana que -en un proceso sinodal- son imagen de la Autoridad espiritual de Jesús. Una “autoridad” que ahora poseen y ejercen los que convocan con el ejemplo y el diálogo a empresas de interés común, que atraen libremente a todos; una autoridad que no teme respetar las diferencias; una autoridad que no se impone a nadie por la fuerza. Esto sería hoy lo que Ignacio llamaba un rey (y nosotros un sínodo) “tan liberal y humano” (EE 94).

Como nota podemos agregar que cuando dice que si alguno no responde al llamado de alguien así, debe ser reprobado por todos y considerado un «perverso caballero», nosotros podemos decir que es una persona “que no se juega por el bien común”. Quizás no nos parezca bien “vituperarlo” o “condenarlo”, ya que hoy es un valor respetar la postura de cada uno, pero si decir claramente que sería un tipo de persona con la que “es mejor no contar”.

Los valores esenciales no cambian

Hemos visto, pues, en torno a la figura del rey, cuánto ha cambiado el paradigma en que vivimos y cómo afecta esto a las expresiones que usamos para anunciar el evangelio. Con la caída o el vaciamiento de la palabra “rey” caen o se vacían de contenido y de poder de convocatoria no solo otras palabras, sino también estructuras e instituciones enteras. Como el rey tiene hoy una autoridad más bien decorativa, la autoridad como tal se ha resentido y se vive como decorativa, cuando no como autoritaria. Como el orden jerárquico se utiliza mucho para vanidad y provecho de los que estaban más arriba, pareciera que todo orden jerárquico se vive como una avivada de algunos para pasarla bien.

Sin embargo, es el valor de la autoridad lo que da valor al rey, y no al revés.  Autoridad viene del latín “augere” y significa “promover”, “hacer crecer” . Tiene autoridad y es bueno que mande el que puede hacer crecer a los otros, el que promueve el bien común. Ahora bien, si el rey no encarna y ejerce esta tarea, el poder no debe quedar vacante, sino que alguien o un equipo debe asumir la autoridad para hacer crecer a los demás.

Si pensamos en el orden jerárquico, es verdad que se debe impedir que alguno lo utilice para tener un trato especial que solo redunde en beneficio suyo. Pero esto no significa que sea malo dar un trato especial a alguien para que redunde en un mayor bien de sus subordinados. Hay que reconocer que la palabra de un médico debe estar por encima de otras en un hospital, por dar un ejemplo, y que darle privilegios para que no se contagie él y descanse bien en una situación como la de la pandemia actual, es algo que redunda en beneficio de los más débiles, de los enfermos a los que ese médico cura.

En  fin: hay que cambiar al rey decorativo y al trepador parásito, pero no disminuir el valor de la autoridad ni el de la jerarquía, ya que hacen a la esencia del bien común.

Ha cambiado nuestro “sensorio social”

Esta dinámica que hace que al devaluarse la figura que encarna un valor  se devalúe el valor mismo se ha radicalizado de manera abrupta con la pandemia del coronavirus. Porque no es que sintamos el vacío de este o de aquel valor concreto, sino que el distanciamiento social ha afectado nuestra vida en su carácter expresivo mismo, que necesita cercanía. La vida se comunica y se expresa en el contacto físico, en la proximidad, en la comunión. Por eso sentimos y con razón que el distanciamiento ha afectado todo de una manera que no podemos mensurar. Lo experimenta de manera violenta el familiar al que no lo dejan entrar al hospital o al geriátrico a ver a un ser querido enfermo. Y lo experimentamos de mil maneras en todos esos pequeños gestos de alejamiento que nos vemos obligados a adoptar de manera antinatural.

Así como tenemos un “imaginario social” que a través de ideas e imágenes potentes influye en la perspectiva desde la cual vemos y juzgamos la realidad, también existe algo que a falta de otra palabra llamaremos un “sensorio social”.

La distancia social es diferente en cada pueblo. Vemos como unos saludan con tres besos en la mejilla y otros con una simple inclinación de cabeza. Hoy al no estar inmersos en el tipo contacto que nos era habitual, experimentamos que la cercanía, el saludo afectuoso al encontrarnos y despedirnos, todo lo que emana de la corporeidad del otro, es algo más básico y fuerte incluso que las imágenes y los sonidos. Algo nos pasa al ver las ciudades vacías, al sentir el peso del silencio que invade la tarde como un manto, al no poder compartir un espectáculo vibrando codo a codo con los demás, al no poder saludar con un abrazo y un beso a los cercanos, o simplemente al sentir temor de compartir el aire y el espacio común.

El distanciamiento social nos hace percibir aguda y dolorosamente, cómo todas nuestras estructuras y todas nuestras cosas están fabricadas para ser compartidas en cercanía, desde los transportes -sean subtes o ascensores- hasta los baños de nuestras casas. Al no poder usarlos o al tener que “hacer fila y esperar”, al tener que frenar el movimiento de acercamiento que brota espontáneo, se ve afectada la vida misma junto con la expresión cambiada o ausente. La vida está afectada no en este o aquel punto, sino en el origen mismo de su carácter expresivo: está contaminada la respiración propia y ajena, el “aliento de vida”.

Por eso tienen razón tanto los que dicen que con el coronavirus “no cambiará nada” -en todo caso el mundo será solamente “un poco peor” (Houellebecq)-, como los que afirman que cambiará todo -los billetes, la privacidad, los espectáculos públicos, la investigación, la enseñanza, el trabajo, la liturgia…-.

Cuestión de peso

Sea que cambien “las cosas” o no cambien, lo que se ha visto afectado es lo que llamaría la relación entre “el peso” de las personas y sus “expresiones”.

Un ejemplo evidente se comprueba en las reuniones virtuales en las que nos vemos todos en una pantalla compartida. La falta de “peso” de nuestras imágenes compuestas de “bytes” se siente al apagar la pantalla. Como si fuera que mientras duró la conexión y se estableció contacto, uno sintió a la otra persona, pero al terminar la conexión, es como si lo que queda tuviera poco peso. Se ve que el contacto físico activa muchas más cosas de las que pueden comunicarse a través de una imagen digital.

Podemos sacar algo positivo de este fenómeno nuevo que se produce por el prolongamiento de la distancia social?

Creo que sí, si vamos al fondo. Si vamos a aquello que “tiene peso propio” y por eso se “expresa por todos los poros”, eso que requiere cercanía y contacto total -físico, psicológico y espiritual- para poder “comunicarse en plenitud”.

Peso propio lo tenemos solo las personas. Los demás seres, tienen peso en la medida en que comparten algún rasgo de nuestro ser personal. En ese sentido “pesa” más un perro que se ha criado con nuestros hijos, que una planta. Y un árbol que plantaron nuestros abuelos en el jardín y ha sido testigo de la historia familiar, pesa más que un parque lejano. Pesan por sí mismos los seres que son más dueños de sí y que en cada expresión libre se pueden expresar, íntegramente, con todo su ser.

El Peso de la Gloria del Padre                                                                     

Con estas reflexiones abordamos la imagen central de la meditación del reino, cuando Ignacio “hace hablar a Jesús que dice que su voluntad es “entrar (con todos) en la Gloria de su Padre” (EE 95).

En hebreo la palabra Gloria -la Gloria de Dios- encierra la idea de “peso” y de “calidad”. Dios irradia por su propio peso: haciendo gravitar el universo en torno a su Persona misma, que se dona entera como Amor y Misericordia. El corazón entero del Padre está en cada gesto suyo. Y así también juzga nuestros gestos, dando tanto valor a los más pequeños: que compartamos un vasito de agua con un pobre en su Nombre. Cuando decimos que lo hacemos “para Gloria suya” no es para que Él “se lleve” una gloria externa, lo cual no tendría sentido. Hacer las cosas para mayor gloria de Dios es hacerlas como las haría Él, eso significa “en su Nombre”. Y Él las asume así: bendice como si lo hubiera hecho Él en persona el gesto de amor que hicimos nosotros. Por eso es que lo que hacemos “para mayor Gloria de Dios” -imitando su modo de ser y de irradiar- no es ni pequeño ni grande, sino que es íntegro.

La expresión “entrar en la gloria del Padre” no es entrar a ver su gloria como un si fuera un espectáculo, es entrar en su órbita, como los planetas en torno al sol y experimentar su Peso, su fuerza de gravedad, su poder de atracción.

Por eso decíamos que, el hecho de “no sentir el peso de las personas” al no poder estar cerca físicamente, puede ayudar -por contraposición- a experimentar el “Peso de la Gloria de Dios” a captar que es el Peso de su Persona el que da peso y consistencia a todo lo creado. Lo podemos experimentar en la oración, pidiendo al Espíritu Santo la gracia de “usar” este sentido que tenemos para el  “peso espiritual de las personas”. Es un sentido muy particular: tiene que ver con la existencia misma de cada persona y de cada ser, que se siente en sus cualidades concretas pero no se reduce a ellas.

El distanciamiento social nos permite experimentar que al no poder dar un abrazo, el abrazo que queremos dar -o el gesto que lo reemplace – debe “tener peso”, debe ser con todo el afecto, debe ser de corazón, íntegro, no meramente formal. La palabra afecto es importante. El afecto es la síntesis de los sentidos físicos y de la inteligencia y el amor espirituales. Y como es una síntesis, lo que a un sentido o a una potencia le falta, lo suple la síntesis. Esa es la fuerza grande del afecto que pone en relación la totalidad de mi ser con la totalidad del ser del otro y aunque “falte” esto o aquello, el afecto está siempre íntegro. Así como uno es siempre una persona íntegra (no media ni dos) y cuando actuamos o padecemos desde lo que somos como personas “nos irradiamos” íntegramente (gloria).

En este tiempo debemos experimentar (no solo escuchar y entender) la atracción de este “llamado” que emana del “peso de la Gloria de Dios”.

El llamado en Laudato Si

Se trata de un llamado que el Padre no hace “hablando con palabras externas” (Ya habló todo en su Hijo), sino haciéndose sentir en el peso que tiene cada creatura por sí misma: “Estamos llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor (peso) propio ante Dios y, ‘por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria’, porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31) (…) Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de Alemania enseñaron que en las demás criaturas « se podría hablar de la prioridad del ser sobre el ser útiles». (LS 69).

Si reconocemos en toda la Creación que cada cosa no es solo ella misma sino que el Creador habita de manera misteriosa pero real en ella, entonces el llamado es  “a ser los instrumentos del Padre Diospara que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud» (LS 53). Dar Gloria a Dios es cuidar y promover a cada creatura suya. Como dicen “Los Obispos de Brasil: toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos llama a una relación con él. El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las « virtudes ecológicas ». (LS 88).

En esto san Francisco es el modelo que nos presenta el Papa: el santo de Asís “se sentía llamado a cuidar todo lo que existe’. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, ‘lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas’” (Ls 11).

Dar a cada creatura el peso del trato afectivo que le damos a un hermano y a una hermana es dar a Dios el peso del trato afectivo que se le da a un verdadero Padre.

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Momento para contemplar

 Marta Irigoy

Estamos atravesando un tiempo raro, difícil para algunos y muy fecundo para otros…

Escuchando a las personas, a veces no es fácil encontrar palabras para responder a los acuciantes momentos que muchos están atravesando, desde problemas económicos o situaciones de soledad que en estas circunstancias se hacen más patentes y gritan silenciosamente mirando por las ventanas…

Me ayuda mucho, tener una actitud y mirada contemplativa cada día, para descubrir el llamado que el Señor me hace a mí, aquí y ahora…

La meditación del Rey que llama a todos a sumarse a su Bandera y a su causa puede ayudarnos a descubrir cómo resuena, en nuestra propia cotidianeidad, un llamado concreto y personal a  hacer crecer el Reino de Dios…

En Laudato Si, nos encontramos varias llamadas que el Papa Francisco nos invita a escuchar;  por eso, vamos a pedir con fuerza y devoción:

Eterno Señor de Todas las Cosas,

ayúdanos a tener un oído de discípulos

para que estemos atentos al querer del Padre

con la confianza de saber que el Padre ha puesto todas las cosas en tus Manos…

Esas manos que nos cuidan y sostienen

en las pequeñas búsquedas cotidianas para hacer de nuestro mundo

ese lugar maravilloso donde nos soñaste…

 

Luego, podemos leer estos llamados cimentados en  Laudato Si,  para “sentirlos y gustarlos”  y poder así responder con alegría: Aquí estoy, Señor! Envíame…

Llamado del Padre:

“Estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud” (LS 53).

Llamado de la Carta de la tierra:

“Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo[…] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida –Carta de la Tierra, La Haya (29/6/ 2000)” (LS 207).

 Llamado a una cultura del cuidado

“Una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica” (LS 231).

Para rezar y contemplar:

¿Cuál es el llamado del Señor, que este tiempo me hace?

¿Me animo a darle mi si?

Terminar este momento  con esta poesía que en estos tiempos circula mucho por redes sociales, pero quizás en este momento, nos ayuda a ser disponibles a la  Voz del Buen Pastor, que nos conoce y sabe lo que estamos necesitando…

ESPERANZA

(Alexis Valdés)

Cuando la tormenta pase
Y se amansen los caminos
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.

Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.

Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte
de conservar un amigo.

Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.

Y no tendremos envidia
pues todos habrán sufrido.
Y no tendremos desidia
Seremos más compasivos.

Valdrá más lo que es de todos
Que lo jamás conseguido                                                                                                                                            Seremos más generosos
Y mucho más comprometidos.

Entenderemos lo frágil
que significa estar vivos
Sudaremos empatía
por quien está y quien se ha ido.

Extrañaremos al viejo
que pedía un peso en el mercado,
que no supimos su nombre
y siempre estuvo a tu lado.

Y quizás el viejo pobre
era tu Dios disfrazado.
Nunca preguntaste el nombre
porque estabas apurado.

Y todo será un milagro
Y todo será un legado
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.

Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.

Link para mirar en video: https://www.youtube.com/watch?list=RDp-qgBTHqZk4&v=p-qgBTHqZk4&feature=emb_rel_end

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Momento de Reflexión

Diego Fares sj

La meditación del Reino –que Ignacio hace rezar durante todo un día- concluye la semana de los pecados y abre las semanas de la vida del Señor. Es una meditación “gozne” que lo centra todo en la Persona de Jesús y en su llamamiento.

Si miramos al Jesús que Ignacio nos presenta vemos a un Jesús lleno de esperanza, un Jesús joven que viene a llamar discípulos y compañeros para la misión de evangelizar a todos los pueblos. Es un Jesús que quiere entrar con todos los hombres en la Gloria del Padre. Con todos: no quiere que se pierda ninguno; no quiere excluidos ni descartados…, ni enemigos en lo que a Él respecta.

Y la vocación o llamado es a cada uno en particular. Jesús invita a “quien quisiere” ir con Él compartirlo todo: “ha de trabajar conmigo, para que, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE 95). Antes, en la figura del rey temporal, Ignacio había especificado más lo que implica ir por la vida en compañía de Jesús: “quien quisiere venir conmigo estará contento de comer como yo, y así de beber y vestir (como yo) etc.; asimismo tendrá que trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.” (EE 93). En los “etc.” que pone Ignacio entra todo lo que se puede compartir en una amistad vivida en medio de una gran misión.

La esperanza de la Gloria futura atrae y es la meta; los trabajos y las penas son parte inevitable de la lucha, pero la Gloria y la Cruz se hacen a nuestra medida humana en el amor de amistad real que día a día es posible vivir con ese Jesús que alegra el corazón y le da fortaleza y ánimo. Cuando se trabaja y se lucha codo a codo entre amigos uno pone toda la persona y un poquito más. Si se compite en algo es en quién da más de sí y no en quién se lleva los aplausos.

Así, en la meditación del Reino vemos cómo la Esperanza grande de entrar con todos en la Gloria del Padre se concreta en el “Conmigo” al que nos invita Jesús. Ese “Conmigo” es un lugar especial. Digo lugar porque al estar con otro se crea un espacio, un ámbito, en medio del cual las cosas y lo que se realiza tiene otro sentido. El papa Benedicto en “Spes salvi” decía que la esperanza “atrae el futuro dentro del presente”. Eso es lo que hace “estar con Jesús” en el lugar de servicio al que llama e invita a cada uno de manera personal y única.

Conmigo

Este “conmigo”, este “con” Jesús es el lugar teológico que cada uno debe buscar y discernir cuál es, dónde se encuentra. Y, una vez encontrado, si uno lo elige como “su lugar en el mundo”, se convierte en puerta y camino, en verdad y vida. Desde allí toda la vida adquiere sentido: allí uno habita como en su tierra prometida; de allí puede “salir y entrar”, como las ovejas por la Puerta que es Jesús, para ir a misionar y regresar a adorar y a compartir la Eucaristía con sus hermanos; en ese lugar uno puede “estar con Jesús”, ver a Dios en todas las cosas y planear el “modo” de obrar y el ritmo con el cual caminar en la misión.

Que el Señor nos permita estar “con Él” es una gran gracia.

Sabemos dónde está Él, sabemos cuáles son sus criterios cuando se trata de elegir a dónde ir.

Él está donde “dos o tres se reúnen en su nombre”.

Él está donde dos o tres han encontrado su lugar para adorar y alabar y pensar la misión.

Él está siempre de camino, saliendo a buscar a la ovejita perdida o acompañando a un herido que encontró por el camino y que llevó a la hospedería.

Él está donde alguno quiere escuchar el evangelio que Jesús nos predica como a su Madre, a sus hermanas y hermanos.

Él está donde hay alguno que sufre y necesita sanación.

Él está sembrando en todos los terrenos y cuidando que el trigo de fruto, sin preocuparse por la cizaña.

Él está donde hay fiesta de bodas, lavando pies, convirtiendo el agua en vino, partiendo el pan.

Él está en la vida oculta donde su pueblo habita, como habitó Él en Nazaret,

Él está en las barcas donde su pueblo trabaja, como estuvo con sus discípulos en el lago de Galilea.

Él está en todos los amaneceres en que su pueblo se levanta y reza, tomando unos mates, antes de salir a trabajar, como estuvo en el Tabor, cuando se transfiguró ante sus tres amigos.

Él está en todas las cruces donde su pueblo está crucificado, dejándose ayudar, como se dejó ayudar por el Cireneo, y ayudando a otros, como ayudó al buen ladrón y confortó a su Madre y a su amigo.

Él está en todos los cielos abiertos bajo los cuales su pueblo peregrina hacia los santuarios, como estuvo en el monte antes de peregrinar al Cielo.

Él está en todos los cenáculos donde la gente de su pueblo se reúne a adorar al Padre en espíritu y en verdad.

Él está, prometió que estaría todos los días con nosotros hasta el fin del mundo.

El lugar preparado

El Señor, cuando se iba, dejó dicho que “iba a prepararnos un lugar”. Muchas veces se entiende esto como que nos reservó una pieza en el Cielo, como si el Cielo fuera un gran hotel o algo así. A mí me gusta pensar más bien que Jesús se fue junto al Padre para prepararnos un lugar de misión y de adoración en esta tierra. Por supuesto que la promesa habla de un lugar definitivo, del Cielo, al que tendemos en esperanza. Pero el que Jesús nos prepara es también un lugar en el que podemos habitar desde ya.

Es un espacio abierto: el de la intimidad suya con el Padre. Se puede acceder a él desde cualquier lugar. Basta que uno deje que se explaye el deseo de adorar “en Espíritu y en verdad”.

No es un lugar privado. Se abre solo donde “dos o tres se juntan en el Nombre de Jesús”. Es el lugar del “Conmigo” que se declina en “con otros”.

No es un lugar utópico, que quedaría en el “más allá”, en la otra vida. Es bien tópico, situado, pisable, transitable. Eso sí, requiere un tipo de movimiento especial, un movimiento “aproximativo”, no de distancia sino de cercanía. Todos hacemos este tipo de micro-movimientos con los que nos acercamos a otro o tomamos la dirección contraria.

El que Jesús nos prepara es un tipo de lugar “escalera”. Un lugar que apoya los pies en esta tierra y sube a lo alto del cielo.

El de Jesús es un lugar familiar. Y sucede como cuando una familia se va de vacaciones, que lleva su casa consigo. La familia se organiza y habita cualquier lugar recreando un espacio interior suyo que lleva dentro: cuando se sientan en cualquier mesa, cada uno tiende a ocupar los lugares como en casa. La familia ordena sus tiempos y sus cosas en referencia a como los ordena en la casa, a veces de la misma manera, a veces de manera totalmente diversa, para descansar de la rutina, pero teniéndola grabada en la memoria, distendiendo y “desordenando” el espacio habitual para gozar mejor de él. Así, el espacio que se crea entre Jesús y nosotros es un lugar que uno lleva consigo a donde vaya.

Es un lugar móvil también, como una casa rodante, en la que uno habita y viaja a la vez. Y sucede como con nuestros misioneros. San Roque González de Santa Cruz cuenta cómo cuando se internaban en las selvas del Paraguay y de nuestra Misiones, entre las pocas cosas que llevaban la más importante era el altar portátil para celebrar la Eucaristía. Con ese altar, todo alrededor era templo y casa y Reducción futura.

El lugar que Jesús nos prepara tiene o arma sus cuatro paredes (iba a decir “en esta tierra”, pero no es correcto) siempre en medio de su pueblo.

Las personas vamos por la vida “con nuestro espacio en torno”; cada uno vive y trabaja “con su paisaje incluido”. Es lo que nos distingue.

Se distingue al que va al trabajo del que pasea como turista.

Caminan distinto, el que va con una misión y el que anda dando vueltas nada más.

El modo de “estar” es distinto en el que “está” en un puesto de trabajo que vive como misión y en el que está allí a disgusto, por obligación o porque no le queda otra.

El que va “con Jesús” tiene un espacio que conjuga dos características contrastantes: es el lugar más común y, a la vez, el más especial. Lo vemos en la vida de los santos. Santa Teresita, por ejemplo, tenía una celdita de dos por dos y sin embargo parecía que caminaba por todas las misiones. Y no creo que su lugar en el Cielo sea otra cosa que un lugarcito, como el de su celda en el convento de Lisieux.

Ignacio, que es especialista en esto de rezar “haciendo la composición del lugar”, tenía su piecita en el Gesú –que gracias a Dios se conserva intacta- y desde ahí todo el mundo le era casa, como dice Nadal que tiene que ser para la Compañía.

De Brochero se puede pispear cómo era ese “lugar interior” que tenía “con Jesús” por tres cosas al menos. Una por cómo andaba siempre en su mula, pasando al tranco por las casas, para dar tiempo a que la gente saliera a pedirle la bendición y lo viera hundirse y salir por hondonadas y cerros, yendo a visitar a un enfermo. La otra, por cómo organizó la Casa de Ejercicios, con sus espacios para los fogones en los que siempre había una pava con agua caliente para el mate y cerquita nomás el lugar para los caballos y mulas, para que los paisanos sintieran que estaban bien atendidos, ya que era el mismo cura el que les daba agua y comida. La tercera, por cómo organizó los caminos y los diques y deseó el tren y levantó capillas y escuelas… A Brochero el Señor le preparó un lugar interior en el que cabía un pueblo. Y no hablo sólo del Tránsito, sino todo el pueblo argentino que vendría.

El lugar interior de Hurtado se puede ver en eso tan suyo de “qué haría Cristo si estuviera en mi lugar”. Que rezaba esto de verdad se puede ver en el Hogar de Cristo, lugar único y multiplicado para los pobres concretos de cada rincón de Chile.

Y así con cada santo. Si algo caracteriza a las santas y santos cristianos es ese estar en cualquier lugar santificándolo por su modo de “estar con Cristo”.

Esto que es tan especial es lo más común en la gente de nuestro pueblo: cada uno en su lugar, cada uno en su puesto de trabajo, cuidando a su familia, dando la vida sin hacerlo notar. Es tan lindo ver, como dice el Papa a “la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás” (EG 273). Lo dice el Papa cuando habla de que “En el corazón del pueblo (…) yo soy una misión”.

Pedimos la gracia de discernir cuál es –en el corazón de nuestros pueblos- el lugar de misión que el Señor Jesús nos ha preparado y nos prepara cada día para ir y estar con Él.

 

Momento de contemplación

Marta Irigoy

La Meditación del Reino, nos prepara el corazón para descubrir el lugar que nos será regalado para ser fieles al sueño de Dios que tiene sobre cada uno de sus hijos.

Por un lado, será encontrar “el propio sitio”, que será la tierra sagrada en donde se podrá servir y adorar a Dios que se hará presente en mis hermanos…

Por otro, será lugar sagrado en donde seré fiel al Dios que me invita a caminar con Él…

Saber que la promesa de Jesús: que ira “conmigo” y “yo con Él” llena de esperanza la vida, ahuyenta el desánimo cuando los tiempos de Dios no son los que la realidad impone o exige y anima sabernos “con otros” que han sido misionados para la misma misión: que Jesús sea más conocido y amado por todos…

Para este momento de contemplación, la invitación en contemplar “TU TIERRA SAGRADA”; ese lugar en que hoy, sentimos que tenemos en nuestras manos, una oportunidad única, que está confiada a mis dones y talentos para hacerlos fructificar para el Reino de Dios…

Copio, nuevamente estas palabras que más arriba, escribió el P. Diego, para que sean de profunda rumia del corazón y nos ayuden a adorar al Dios Cotidiano que camina “conmigo” y “contigo” y que se hace el Dios Cotidiano “con nosotros” …

Sabemos dónde está Él, sabemos cuáles son sus criterios cuando se trata de elegir a dónde ir.

Él está donde “dos o tres se reúnen en su nombre”.

Él está donde dos o tres han encontrado su lugar para adorar y alabar y pensar la misión.

Él está siempre de camino, saliendo a buscar a la ovejita perdida o acompañando a un herido que encontró por el camino y que llevó a la hospedería.

Él está donde alguno quiere escuchar el evangelio que Jesús nos predica como a su Madre, a sus hermanas y hermanos.

Él está donde hay alguno que sufre y necesita sanación.

Él está sembrando en todos los terrenos y cuidando que el trigo de fruto, sin preocuparse por la cizaña.

Él está donde hay fiesta de bodas, lavando pies, convirtiendo el agua en vino, partiendo el pan.

Él está en la vida oculta donde su pueblo habita, como habitó Él en Nazaret,

Él está en las barcas donde su pueblo trabaja, como estuvo con sus discípulos en el lago de Galilea.

Él está en todos los amaneceres en que su pueblo se levanta y reza, tomando unos mates, antes de salir a trabajar, como estuvo en el Tabor, cuando se transfiguró ante sus tres amigos.

Él está en todas las cruces donde su pueblo está crucificado, dejándose ayudar, como se dejó ayudar por el Cireneo, y ayudando a otros, como ayudó al buen ladrón y confortó a su Madre y a su amigo.

Él está en todos los cielos abiertos bajo los cuales su pueblo peregrina hacia los santuarios, como estuvo en el monte antes de peregrinar al Cielo.

Él está en todos los cenáculos donde la gente de su pueblo se reúne a adorar al Padre en espíritu y en verdad.

 

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