
Momento de reflexión
Diego Fares sj
“Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción a San José, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos.
Como descendiente de David, de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán, y como esposo de María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por este papel suyo en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano.
“Vayan a José y hagan lo que él les diga” (Gn 41,55)
“La confianza del pueblo fiel en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph” –Vayan a José– , que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55).
La imagen de José, el hijo predilecto de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia y al que Dios bendijo en Egipto, está como trasfondo de la imagen que, como pueblo de Dios, nos hemos ido haciendo de San José.También el Niño Jesús debe haber escuchado la historia de José en el catecismo y seguramente la habrá asociado con el nombre de su abba, de su papá.
Imagino el interés de Jesús proyectando mi experiencia de niño en el colegio de los Maristas. Los hermanos nos contaban las historias bíblicas con tal pasión y arte lleno de cariño que a mí se me quedaron grabadas en mi corazón de niño y se que a muchos de mis compañeros también. La de José era una de ellas. Con qué gusto escuchábamos maravillados cómo Dios lo iba librando de todos las trampas que le iban tendiendo los que le tenían envidia! Cómo lo iba haciendo ascender el Señor ganándole la confianza de sus amos, hasta convertirlo en el hombre más importante de Egipto después del mismo Faraón. Y cómo José usaba todo para bien de los demás y no en beneficio propio.
En lo que nos cuenta Mateo de la infancia de Jesús, hay elementos en común entre los dos José, el hijo de Jacob y el padre adoptivo de Jesús: los sueños salvadores, que adelantan lo que sucederá y los ayudan a librarse del mal; el destierro en Egipto (que hoy sería como emigrar de un pueblito de nuestro interior a New York); la providencia de Dios que convierte en bendiciones todos los males que los demás les infligen. Es común también el ingenio, la mansedumbre y la astucia de ambos para afrontar las pruebas de la vida, confiándose una y otra vez en el Dios que los libra de todo mal y de toda tristeza (“bisha” en arameo significa “mal” y también “tristeza”).
La oración que vence el mal solo con el bien
Reflexionando para sacar provecho llevamos estas cosas a nuestro tema: San José y nuestra oración. Hablando de la eficacia de la oración cristiana, hay una característica propia de Cristo que podemos ver reflejada en la historia del patriarca José y de San José. La señala Tertuliano:
“La oración cristiana no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que, sin evitarles el dolor a los que sufren, los fortalece con la resignación y con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios. Si en el pasado (o en la oración que no ha sido evangelizada del todo aún por el Señor), la oración hacía venir calamidades, aniquilaba los ejércitos enemigos o impedía la lluvia, ahora, por el contrario, la oración del justo aparta la ira de Dios, vela en favor incluso de los enemigos y suplica por los perseguidores. La oración es lo único que tiene poder sobre Dios; pero Cristo no quiso que sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que él le ha dado ha de servir para el bien”.
Este punto contiene una preciosa clave de la oración de Jesús, una clave que disipa todos los escándalos con que el maligno hace tropezar a los que deseamos rezar. Es común sentir una voz interior que -siempre con insidia- insinúa cosas que si las ponemos en palabras dirían más o menos así: “Para qué rezar. Si total Dios no te escucha” o “aunque te escuche, no te concederá lo que le pides”. Esta voz se refuerza cada vez que sufre o muere un inocente. Nos dice: “Ves? Te lo decía. Tu Dios no impide el mal ni la injusticia en el mundo. Que haga lo que quiera, para eso es Dios, pero para qué pensar que podes meterte de manera positiva vos, que no sos nadie”.
Para disipar todas estas falacias de un plumazo, Tertuliano nos hace ver que la oración tiene poder, pero es un poder especial que hay que comprender muy bien: “Cristo no quiso que la oración sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que Él le ha dado a nuestra oración ha de servir para el bien”. Es decir: para ver la eficacia de la oración no tenemos que mirar el mal externo, que nos fascina, nos bloquea al ver cómo se multiplica, se contagia como un virus y se repite, sino el bien, que a veces es externo (en general pequeñito o naciente), perootras muy interior, como por ejemplo, la fortaleza para sufrir con paciencia, e incluso alegremente, como vemos testimoniado en el coraje de los mártires.
En la vida de José, hijo de Jacob, esta gracia se hace presente de manera paradigmática. Al final del ciclo de los patriarcas se concentran en José todas las bendiciones que Dios fue dando a Abraham, Isaac y Jacob, nuestros padres en la fe. La dinámica de construir solo sobre el bien sin hacer ningún mal se va consolidando lentamente en la historia de salvación (aunque la imagen del Dios que castiga y destruye a los enemigos reaparezca en muchas partes) y sigue una lógica particular. Algunas características, a las que podemos agregar otras que el Espíritu nos sugiera, son las siguientes.
- Vemos cómo Dios va librando a José de un mal mayor sin impedir otros males, como cuando Rubén intercede para que no lo maten sus hermanos, pero no logra evitar que sea vendido como esclavo.
- Vemos también que cada mal, soportado pacientemente por José, se transforma -con el tiempo- en bendición, como la confianza que se gana de su amo que le confía la administración de todos sus bienes y, cuando por la falsa acusación de su mujer es encarcelado, al hacerle un bien al copero del Faraón, se prepara la gracia que hará que se convierta en el hombre más poderoso de Egipto. Sin embargo, el copero al que le interpretó el sueño y fue restituido en su cargo, se olvidó de José hasta dos años después, en que el sueño de las vacas gordas y flacas del Faraón le hizo acordarse de su benefactor y decírselo al Faraón.
- Finalmente, toda la historia de la envidia de sus hermanos se muestra como guiada por Dios para que termine bien. Como afirma Pablo: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Rm 8, 28). En la historia de José vemos cómo Dios construye y actúa siempre que encuentra un resquicio de bien en el corazón de alguien. Vence el mal (extendido) con el bien (pequeño pero concreto).
En la infancia de Jesús vemos en acto esta dinámica del bien íntegro sin sombra de mal.
- San José se juega por María contra todas las apariencias, fiado en un “no temas” que lo consoló en el sueño.
- San José convierte el pesebre desolado en lugar de ternura y de luz para Jesús.
- San José huye oportunamente a Egipto y cuida de que Jesús crezca seguro, en estatura, sabiduría y gracia, en medio de la pobreza del destierro y de las dificultades de la vida.
- Rodeado de males, podríamos decir, San José se mantiene serena y lúcidamente concentrado en sus dos bienes: María y Jesús. Cuida el trigo y no se deja desilusionar por la cizaña.
- San José junto con María insisten y persisten en el bien, como cuando buscan al niño perdido por tres días hasta encontrarlo.
- San José construye bien sobre bien sin darle entidad al mal.
Madeleine Delbrêl expresaba esta gracia puramente cristiana diciendo:
“Discernir en toda persona lo que es luz, incluso fragmentaria, incluso distorsionada. Ser conscientes de que es difícil arrancar la cizaña sin arrancar el trigo bueno. Buscar poner en toda persona siempre más y más grano bueno sin ocuparse de la cizaña. Respetar a cada uno: no ensuciar su ideal a causa de sus desencantos o rencores. No combatir contra el mal, sino sembrar un poco de vida donde se encuentra el mal (como si fuera real), (conscientes de) que el mal es ausencia de bien”.
Que la lucha contra el mal no se robe toda nuestra energía
Por supuesto que vivir siguiendo esta lógica, que la podamos llevar a la práctica y experimentar (con el tiempo) sus frutos, no es algo simplemente humano, sino una gracia. Nosotros solemos obrar alternando dos actitudes: la de buscar hacer un bien y la de luchar contra el mal. Pero en la práctica, la lucha contra el mal nos ocupa más tiempo y en nuestra lucha muchas veces nos mimetizamos con el mal y terminamos luchando contra él con las mismas armas que el maligno usa.
- Si nos gritan, gritamos más fuerte.
- Si nos peganm devolvemos ojo por ojo en el mejor de los casos y muchas veces vamos más allá (para que el otro aprenda, decimos, o para evitar que vuelve a hacernos mal en el futuro, nos justificamos).
- Si el otro habla mal de nosotros, hablamos mal de él.
- Y así. Al final, nos pasamos la vida luchando “mal” contra el mal.
La actitud de Jesús, de vencer el mal sólo con el bien, sin hacer ningún mal, nos parece poco eficaz. “Si uno obra así, lo toman por tonto o por débil” -decimos- “y esto empeora las cosas”(lo cual, a corto plazo y sin la bendición de Dios, puede ser verdad).
Sin embargo, aquí está todo el espíritu del Evangelio:
- si alguien te abofetea, pon la otra mejilla;
- si te quita la bufanda dale también la campera;
- si te obliga a caminar con él un kilómetro (o a esperarlo una hora) camina dos.
Las bienaventuranzas son bendiciones de Jesús para quien obra así: respondiendo al mal con el bien, cuidando de utilizar solo cosas, palabras y gestos buenos. Es lo que nos enseña la parábola del trigo y la cizaña, como decía Madeleine.
Entrenarnos haciendo memoria
Pero antes de intentar practicar este modo de combatir el mal al estilo de Jesús, hace falta entrenarse, y un primer paso consiste en releer nuestra historia, la historia de nuestros “males”, de las situaciones en las que otros nos hicieron el mal o la vida nos hizo padecer cosas malas, y buscar dónde estuvo Dios haciéndonos algún bien concreto (aunque siempre nos haya parecido insuficiente, ya que no evitó todo el gran mal). Se descubren muchas cosas. La primera es que, si estamos haciendo esta revisión, es que sobrevivimos! Mucho de bueno (interior y también exterior) debe haber habido para que estemos hoy aquí. Buscarlo, ponderarlo y agradecerlo: estas actitudes preparan nuestro ánimo para obrar con esta lógica en adelante.
Debemos pedir al Padre que nos haga sentir amados y predilectos
Ahora bien, dado que la ausencia del bien es tan vasta y persistente que adquiere estructura y consistencia real, el bien que pedimos en la oración no puede ser cualquier bien, sino que tiene que tener la riqueza vital de un bien especialísimo y grande. No basta con pedir ser amados, sino que debemos pedir a Dios ser y sentirnos sus predilectos. Solo un bien así -íntimamente gozado- es capaz de hacer frente al mal, tan extendido y por eso mismo tan aparentemente consistente.
Estaba rezando a San José y meditando acerca de esa gracia tan suya de sentirse amado siendo el número dos, siendo “no protagonista”, y de hacer siempre el bien sin ningún mal, y pensaba que la imagen de Dios que tengo tiene que ver con con esta necesidad y deseo de ser amado con amor de predilección.
Al constatar esto me vino la tentación de preguntarme si no era que este deseo, al no verse satisfecho de manera plena en esta vida, es lo que hacía que de alguna manera me inventara un Dios para el que soy especial, un Dios que me ama con amor de exclusividad en medio de un cosmos que me ignora, en sus 2 billones (o dos “Tera”) de galaxias en expansión y dentro de una especie -la humana- en la que solo soy uno más entre 8 mil millones de personas que nacen y mueren de a miles cada hora.
Contra este sentimiento de anónima insignificancia, que me provocan los grandes números (y los escritores que los manejan con astucia de sofistas), me venía la palabra del Padre a Jesús en el bautismo: “Tú eres mi hijo amado, el predilecto”. Y junto con esta escena, la revelación de Jesús de que el Padre nos ama a cada uno igual que a Él, como a hijos muy queridos.
Contraponiendo estas dos cosas (un tipo de estadísticas y el Evangelio), reflexionaba que no es justo afirmar como si fuera algo obvio -dada la magnitud de esos grandes números-, que el cosmos nos ignora. De hecho nuestra existencia como personas únicas es fruto de un trabajo que podríamos juzgar como especializado de todo el universo, que no produce seres en serie, sino únicos.
Nuestra unicidad no solo es espiritual, sino también genética y material. Y aunque nuestra materia es frágil y la configuración especial que lleva a cada uno de nosotros a ser el que es cesa con la muerte y se diluye, no por eso deja de causarnos maravilla. Es lo que se llama el “fine tuning” o “sintonía fina” del universo, que consiste en constatar que si las leyes de la física fuesen diversas, aunque solo fueran un poquitito diversas, la vida no sería posible. Nuestro universo ha sido y es sintonizado finamente para que pueda aparecer y mantenerse la vida.
Además, nuestra vida personal y social también lleva lleva en sí este sello de la unicidad y de la predilección: nacemos como hijos predilectos de nuestros padres y aunque con el tiempo pasemos a ser uno más en la escuela, en el trabajo, en la vida de nuestro pueblo, la humanidad siempre reconoce a sus predilectos y cada persona atesora para sí la parte de predilección que le brindan las personas que lo aman, sus amigos, sus seres queridos, aquellos a los que uno sirve y tiene como predilectos a su vez.
Es un misterio nuestra existencia y estas dos experiencias, la de sentirnos predilectos y la de sentirnos descartables, se alternan y se mezclan sin que podamos reducir nuestra vida a una de las dos. Si miramos hacia atrás, somos fruto de una predilección. Si miramos hacia adelante, al no poder atravesar con la inteligencia el muro de la muerte, parecemos prescindibles y olvidables.
Un consideración más. Esto de desear ser predilectos es un anhelo de nuestro corazón que no depende de nosotros en cuanto que no podemos obligar ni reclamar a los demás nos amen de manera especial. Sin embargo, sí depende de nosotros amar a los demás con amor de predilección. Y como dice San Francisco de Asís, hay más alegría en amar que en ser amado. Es más pleno amar que ser amado, porque amar con predilección a los otros es un acto libre y en cambio ser amados es algo que no depende de nosotros.
Por tanto, queda al menos argumentado racionalmente que la imagen de un Dios que nos ama como a hijos predilectos no es una mera proyección de deseos sin sustento, sino de deseos que tienen que ver con nuestro propio ser y con la manera de actuar de todo el universo.
Porque existimos podemos decir que somos predilectos, de la naturaleza, de nuestra familia y de la humanidad, y porque somos predilectos es que deseamos este amor y podemos donarlo como expresión de lo más profundo de nuestro ser.
Los que han amado más
En el orden social podemos ver que son más amadas por sus pueblos aquellas personas que han amado más. Es en este sentido que el Papa habla de un San José amado por su pueblo. Amó mucho a María y a Jesús y, ya que ellos son las personas que más nos aman, aquel que más las amó y las cuidó, goza justamente de nuestra predilección.
Este es un fruto directo y propio de la encarnación del Verbo: las personas que más aman a Jesús, reciben más amor, no solo de parte suya, sino también del Padre, que ama a los que aman a su Hijo, y del pueblo de Dios, ya que aquellos que aman a Jesús transmiten mejor este amor a los demás y se transforman en fuente de irradiación de ese amor. Santa Teresita del Niño Jesús es el testimonio más dulce y esplendente de cómo la predilección a una pequeñita se desborda en predilección para todos los demás.
En síntesis: si vamos a rezar, que sea concentrándonos en el bien y no en el mal. Si vamos a rezar, que sea como predilectos, no como alguien que se siente “un número más en la fila” de gente anónima y desconocida.
MOMENTO PARA CONTEMPLAR
Marta Irigoy
Durante el tiempo de Cuaresma, tan propicio para que todos conozcamos “la misericordia de Dios”. Es la gran revelación que ha sido y es la misión de Jesús. Por eso, la cuaresma prepara el corazón, para que cada uno de nosotros hagamos experiencia del Corazón del Padre, ese corazón en el que cada uno de nosotros es un “hijo único”, como dice Pronzatto…
Por eso, en providencial el tema de este mes, en el que rezamos en torno a “San José, padre amado por el pueblo…”
El Padre Diego, nos invita en su Meditación a “rezar sintiéndonos amados y predilectos”, confiando como afirma Pablo: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien dequienes lo aman” (Rm 8, 28)…
“El bien que pedimos en la oración no puede ser cualquier bien, sino que tiene que tener la riqueza vital de un bien especialísimo y grande. No basta con pedir ser amados, sino que debemos pedir a Dios ser sus predilectos. Solo un bien así -íntimamente gozado- es capaz de hacer frente al mal…
Ayudas para la reflexión y oración
Para un este momento de reflexión / oración, siguiendo la propuesta del P. Diego, vamos a tomar un tiempo para releer nuestra historia, la historia de nuestros “males”, de las situaciones en las que otros nos hicieron el mal o la vida nos hizo padecer cosas malas, y buscar dónde estuvo Dios haciéndonos algún bien concreto (aunque siempre nos haya parecido insuficiente, ya que no evitó todo el gran mal)…
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-Agradecer la presencia de Dios, en personas que han sido instrumentos enviados por El…
Para este tiempo de Pascua que comenzamos, pidamos la Gracia de ahondar en nuestra vida estas palabras de San Pablo:
“Sabemos que Dios dispone todas las cosas
para el bien de lo aman” (Rm 8, 28)…
Les Deseamos una Fecunda Semana Santa y una Gozosa Pascua!!
Estimados, lamentablemente no puedo abrir la página, Angélica
se puede entrar directamente en google poniendo http://www.diegojavierfares.com