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Momento de reflexión

Diego Fares sj

La esperanza verdadera y dos tentaciones

 

Una lucidez y un Afecto        

San Ignacio pone la meditación de los Tres binarios después de las Dos Banderas y antes de entrar a contemplar la vida pública del Señor. Es como decir: si vas a contemplar a Jesús y a querer seguirlo, tendrás que desempolvar dos gracias que el Espíritu Santo te regaló de pequeño y que por ahí quedaron como las estampitas del Bautismo, en el fondo de algún cajón. Una fue como el agua del Bautismo que te derramaron tres veces en la cabeza, la otra fue la marca con el crisma; te la hicieron en la frente, pero fue derechito a ungir tu corazón. El agua es de las que te limpian la mente y la dejan con una sola lucidez: la del discernimiento. Ese que, cuando las cosas vienen mezcladas y uno se confunde, te da la lucidez de recordar que solo hay Dos Banderas: una dice “esto te acerca a Jesús”; la otra: “esto te aleja y te mete en campo enemigo”. El don de la unción te marcó con la Cruz de Jesús. Para ir tras Él y para entender lo que la agrada tenés que dejar que este “afecto” que sentís por tu Dueño y Señor, marque con su sello a todos los demás afectos. No que no los sientas ni le des su lugar a cada uno: pero no serán “el afecto”. Ignacio decía (cuando antes de embarcarse le regaló a un pobre la última moneda que le quedaba para el viaje a Jerusalén) que lo hizo porque quería estar “aficionado solo a Dios”.

Meditación termómetro

La de los Tres binarios es una meditación termómetro, para ver cómo está el afecto que le tenemos a Jesús. Nos viene a decir que para escuchar el evangelio tenemos que quererlo mucho a Jesús. Tanto que andemos deseosos de agarrar todo lo que nos dé: dones, encargos, enseñanzas, e incluso retos, con tal de que vengan de Él.

El Señor, a lo largo de su vida, interactuaba con los que lo seguían de manera tal que no se podían no tomar posición. A veces se trató de algo para toda la vida, como cuando llamó a Pedro y Andrés y a Santiago y Juan y ellos inmediatamente: “dejando todo lo siguieron”. Otras veces, el Señor daba indicaciones concretas, como a los 10 leprosos a los que mandó que fueran a presentarse a los sacerdotes. Vemos aquí que uno fue más allá del mandato y se volvió a dar gracias a Jesús y el Señor no solo aceptó esta actitud, sino que hizo ver que la estaba esperando también de los demás. Es decir: Jesús interactuaba de verdad y si bien le gustaba la obediencia, más le gustaba cuando alguien libremente hacía algo más que el mínimo que establecía la ley. No lo mandaba. Si no lo hacían no pasa nada, pero si le adivinaba lo que le gustaba (como la que le ungió los pies con el perfume de nardo puro) y tenían coraje para hacerlo, contaban con su bendición y le daban una alegría.

Lo que quiero decir es que para escuchar a Jesús –que siempre habla “llamando a una misión”-, uno tiene que tener claro qué cosas está dispuesto a hacer o a renunciar si el Señor se lo pide. Porque puede ser que pida mucho, pero también que pida algo que sorprenda, a veces cosas muy pequeñas y fáciles…

Para estar abiertos a las sorpresas

La meditación de los tres binarios ayuda a discernir tres tipos de escenarios posibles para estar abiertos a estas sorpresas. Para que no nos pase como al joven rico, que corrió muy entusiasmado para preguntarle a Jesús qué tenía que hacer para ganar la vida eterna y resulta que el Señor lo miró con amor! Es verdad que después le dijo que vendiera todo y lo siguiera. Pero el problema de este joven no fue que tuviera apego por sus riquezas –quién no! -, el problema fue que no vio esta mirada! Se la perdió. En ningún otro pasaje del Evangelio se dice de alguien que Jesús lo miró con amor. Se supone que el Señor miraba así a todos y que los que se le acercaban era porque percibían esta mirada de amor. Cuando lo interroga a Pedro sobre la amistad no podemos imaginar, sino que las miradas eran de mucho amor… Pero de este joven Marcos lo dice explícitamente (Mc 10, 20).

Y se ve que este caso tiene algo que nos afecta a muchos, porque en general se absolutiza lo de vender todo y esto hace que mucha gente ni siquiera pregunte qué más puede hacer porque piensan que el Señor les responderá que vendan todo. Para nada es así. A Zaqueo, por ejemplo, el Señor no le dijo que vendiera todo y lo siguiera. Zaqueo se ofreció a devolver lo robado y a dar la mitad de sus bienes y al Señor le pareció bien. Y al Geraseno, al cual le expulsó un demonio y quería seguirlo, le dijo que no, que fuera a dar testimonio en su pueblo.

El Señor puede pedir no solo todo o parte, sino que también puede pedirnos otra cosa. Y puede que no nos pida ni nos cambie nada, sino que acepte y bendiga lo que le damos, como cuando le dijo a Marta que su hermana había elegido la mejor parte y no le sería quitada. También hay gente a la que el Señor la cura sin que se lo pidan, como al paralítico… Por tanto, antes de entrar en el seguimiento de la vida pública de Jesús, San Ignacio nos hace ver que tenemos que disponernos bien, tenemos que reconocer bien nuestros afectos, si estamos libres o si alguna cosa nos inquieta porque sentimos que, si Jesús quiere tratar ese tema, no nos animaremos.

El que se guía por el afecto grande a Jesús

El “tercer tipo de personas” es el que se guía por el afecto grande que le tiene a Jesús.

Se trata de una persona que se da cuenta de que tiene que resolver un tema que lo inquieta: qué hacer con los 10.000 ducados que son para él “una posesión inquietante”.

No es de los que se sacan de encima el problema, esa gente que dice “no quiero andar dando vueltas al asunto: o lo tengo y hago lo que quiero o lo dejo y basta”. No. A esta persona lo que le interesa es lo que siente el Señor, lo que el Señor haría con ese dinero. Si le dice que lo regale, quiere regalarlo con alegría, si le dice que lo administre para el bien común, quiere administrarlo lo mejor posible… Es decir, es una persona que aprovecha las cosas que tiene para trabajar y mejorar su modo de querer a Jesús. Este es el punto.

Ignacio dice que “no le tiene afección a tener la cosa acquisita (cosa a la que uno está afeccionado) o a no tenerla, sino quiere solamente quererla o no quererla según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a él (como libre que es) le parecerá mejor para servicio y alabanza de su divina majestad; y, entretanto quiere hacer de cuenta que todo lo deja en afecto, poniendo fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios nuestro Señor, de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor, le mueva a tomar la cosa o dejarla” (EE 155).

Como vemos, es todo un trabajo afectivo el que este tipo de persona hace. No solo se imagina escenarios distintos, en los que se proyecta con la plata y sin la plata, sino que “pone fuerza” en ordenar sus afectos, para que “lo que le mueva” sea el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor.

“Per aspera ad astra” (por las cosas difíciles se llega a las estrellas)

Ignacio agrega una nota. Dice que estas personas a las que lo que les interesa es lo que siente Jesús, cuando se dan cuenta de que le tienen mucho “afecto o repugnancia” a algo y que se les mete en medio entre Jesús y ellos, usan esta táctica: “Para extinguir el tal afecto desordenado, piden en los coloquios (aunque sea contra la carne) que el Señor les pida eso; y que ellos quieren, piden y se lo suplican, por supuesto sólo si es para servicio y alabanza de la su divina bondad” (EE 149-157). Es como que se chucean a sí mismos y se ponen a prueba para que salga clarito lo que sienten y se les ordenen los afectos. Los ejemplos en la vida de los santos son de todo tipo. San Francisco, para vencer una tentación se tiró sobre un zarzal (y las espinas se convirtieron en las rosas sin espinas que se pueden ver en el jardín de la Porciúncula). Ignacio tiene la famosa regla del “agere contra”, del “hacer lo totalmente contrario” cuando nos damos cuenta de que una cosa es una tentación. Cuenta en su autobiografía que había tocado con la mano a un enfermo de peste y se empezó a sugestionar con que se había contagiado. Entonces se metió la mano entera en la boca diciendo, si está contagiada la mano que se contagie también la boca. Y la obsesión se le pasó. Pero si estos ejemplos heroicos nos asustan, están los “pequeños sacrificios” que hacían Jacinta, Francisquito y Lucía, los pastorcitos de Fátima. Hacer contra a una tentación ofreciendo un “pequeñísimo sacrificio”, que dure un segundo nomás, es un gran remedio y ayuda mucho en la vida espiritual de los que somos más flojos.

Esto que parece muy difícil –no solo estar indiferente a 10.000 ducados, sino pedir lo que más nos cuesta-, es muy fácil si uno siente mucho afecto por Jesús. Cuando uno está enamorado suelen hacerse estos desafíos: pedime lo que quieras. Es una forma de demostrar que el amor es más grande que cualquier otro afecto.

La esperanza es un movimiento del corazón que surge cuando captamos un bien futuro, que es arduo pero posible de conseguir. Por eso se concreta en hacer algunas cosas arduas pero posibles, que están a la altura de ese bien y nos ponen en sintonía. Como dice el dicho “per aspera ad astra”, por lo aspero, a las estrellas.

Presumir en vez de esperar

El segundo binario: “Es el que quiere quitar el afecto, mas así le quiere quitar, que quede con la cosa acquisita; de manera que allí venga Dios, donde él quiere; y no determina de dejarla, para ir a Dios, aunque fuese el mejor estado para él” (EE 154).

Esta actitud es la primera que nos brota espontanea y naturalmente con respecto a todas las cosas y personas a las que les tenemos afecto: nos aferramos! Es parte del amor propio, que hace que nos identifiquemos con las cosas que más amamos, de modo tal que si nos piden algo de poco valor pero a lo que le tenemos mucho afecto, sintamos que no podemos soltarlo, que estamos “pegados”.

Es todo un trabajo “hacernos indiferentes” como dice Ignacio, cuando tenemos que elegir algo o a alguien y esta elección supone renunciar a otras cosas. Hace bien notar una cosa: cómo nuestros afectos, mientras no los tocamos, están como tranquilos, pero basta que un afecto sienta que lo van a dejar de lado para que comience a tironear. Y estos tironeos pueden ir desde una resistencia normal hasta un capricho en el que uno se obceca. Por eso es importante poner a prueba nuestros afectos cuando todo está tranquilo, para que, en los momentos de decisión, podamos decidir libremente. No sea que algo secundario se haya adueñado despóticamente de nuestro corazón… y nos pase como esas personas que mueren en un incendio o un terremoto aferrados a algo que querían mucho pero que no valía su vida.

En clave de esperanza esta tentación tiene que ver con un exceso de presunción. Querer que Dios venga a donde uno quiere es una forma de presunción. Es tratar de quitar el aspecto “arduo” de la esperanza, pensar que nos salvaremos igual aunque no soltemos nada de lo que egoístamente aferramos ni hagamos ningún esfuerzo. Considerado en teoría, este aferrarse a algo de manera caprichosa tiene algo de pueril. Pero en la práctica todos constatamos cuánto nos aferramos a las cosas y como nos cuesta “soltarlas” aunque solo sea en pensamiento. Querer tenerlo todo sin soltar nada es presunción. Si uno sigue todos sus afectos termina dominado por alguno, como sucede en las adicciones. Este segundo binario inunda la cultura moderna del consumo y nos engaña dulcemente: ofreciéndonos todo, nos roba la esperanza, que es de bienes arduos pero posibles.

Postergar y dejar pasar en vez de esperar

El primer binario es el que dilata las cosas. Sabe lo que tiene que hacer, pero no pone los medios para concretar. Ignacio lo describe así:

“El primer binario querría quitar el afecto que a la cosa acquisita tiene, para hallar en paz a Dios nuestro Señor, y saberse salvar, y no pone los medios hasta la hora de la muerte” (EE 153).

A nivel afectivo, dilatar las cosas concretas es señal de poco afecto. Cuando se quiere mucho de veras la tendencia es la contraria: lo que le agrada al otro se hace primero y todo lo rápido que se puede.

En clave de esperanza podemos señalar aquí la tentación de pereza o acedia, que es una forma de desesperación, aunque a veces solo parezca desidia. Si uno no se mueve es porque en realidad no visualiza que haya un bien grande que vale la pena. O le parece imposible de conseguir. Hay desesperaciones agitadas y otras mudas, pero son lo mismo. La pereza, el quedarse “esperando” sin hacer nada, es una caricatura de la esperanza. La esperanza no es un mero esperar sino un esperar activo, un esperar velando, deseando, preparando todo… como los siervos que esperan a que venga el novio o las vírgenes prudentes, que esperan con las lámparas llenas de aceite.

El demonio ataca el índice existencial de la esperanza cristiana que da un “adelanto” real y concreto del bien que se espera: no se lo ve ni se lo posee, pero se posee el dinamismo que genera ese bien y que se traslada al resto del actuar. La esperanza es peño –prenda- de los bienes que no se ven. El ancla la ancoramos en el cielo, pero la punta de la soga la tenemos en el puño ahora. Y esa tensión y ese apoyo, brinda una seguridad y una alegría muy real. Al poner los medios de “soltar la cosa acquisita ahora”, uno no queda en el aire sino agarrado a la soga de la esperanza. Y todo el dinamismo del reino donde está el ancla, se traslada a nuestro ser y lo hace vibrar de manera especial. Dos personas pueden estar haciendo el mismo trabajo, pero el que tiene una esperanza más grande lo hace de otra manera.

 

Momento de Contemplación

Marta Irigoy

Para ahondar en los sentimientos que nos deja la lectura y reflexión del texto sobre la Meditación de los Tres Binarios, podemos tomarnos la «temperatura» de nuestro amor a Jesús, como dice el P. Diego:

«La de los tres binarios es una meditación termómetro, para ver cómo está el afecto que le tenemos a Jesús. Nos viene a decir que para escuchar el evangelio tenemos que quererlo mucho a Jesús. Tanto que andemos deseosos de agarrar todo lo que nos dé: dones, encargos, enseñanzas, e incluso retos, con tal de que vengan de Él»

Viene muy bien tener presente el versículo de la carta a los hebreos:

«Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús…» (Hb 12,2), ya que nos puede ayudar mucho, discernir los sentimientos que nos quedan en el corazón, poniendo la mirada en Jesús, dejándonos sostener por esa mirada… y dejándonos seducir y enamorar por su Persona

Poner los ojos en Jesús, amplia el horizonte de nuestra mirada y nos da libertad… y posibilita la apertura de nuestro corazón a las sorpresas de Dios… ya que sabemos de Quien nos fiamos…

Estas «Sorpresas de Dios» muchas veces implican desinstalación, pero ayudan a cimentar la certeza de que «Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó…» (Rom 8,28).

Dios dispone bien…siempre bien…

Esta es nuestra esperanza…

 

Para terminar la reflexión, los invito a rezar con un antiguo himno:

 

Jesu Dulcis Memoria

Es dulce el recuerdo de Jesús,

que da verdaderos gozos al corazón

pero cuya presencia es dulce

sobre la miel y todas las cosas.

Nada se canta más suave,
nada se oye más alegre,
nada se piensa más dulce
que Jesús el Hijo de Dios.

¡Oh Jesús!, esperanza para los penitentes,
qué piadoso eres con quienes piden,
qué bueno con quienes te buscan,
pero ¿qué con quienes te encuentran?

¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones,
fuente viva, luz de las mentes
que excede todo gozo
y todo deseo.

Ni la lengua es capaz de decir
ni la letra de expresar.
Sólo el experto puede creer
lo que es amar a Jesús.

¡Oh Jesús! rey admirable
y noble triunfador,
dulzura inefable
todo deseable.

Permanece con nosotros, Señor,
ilumínanos con la luz,
expulsa las tinieblas de la mente,
llena el mundo de dulzura.

Cuando visitas nuestro corazón
entonces luce para él la verdad,
la vanidad del mundo se desprecia
y dentro se enardece la Caridad.

Conoced todos a Jesús,
invocad su amor,
buscad ardientemente a Jesús,
inflamaos buscándole.

¡Oh Jesús! flor de la Madre Virgen,
amor de nuestra dulzura
a ti la alabanza, honor de majestad divina,
Reino de la felicidad.

¡Oh Jesús! suma benevolencia,
asombrosa alegría del corazón
al expresar tu bondad
me urge la Caridad.

Ya veo lo que busqué,
tengo lo que deseé
en el amor de Jesús desfallezco
y en el corazón todo me abraso.

¡Oh Jesús, dulcísimo para mí!,
esperanza del alma que suspira
te buscan las piadosas lágrimas
y el clamor de la mente íntima.

Sé nuestro gozo, Jesús,
que eres el futuro premio:
sea nuestra en ti la gloria
por todos los siglos siempre.

Amén.

 

 

 

 

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Momento de Reflexión

Diego Fares sj

La meditación del Reino –que Ignacio hace rezar durante todo un día- concluye la semana de los pecados y abre las semanas de la vida del Señor. Es una meditación “gozne” que lo centra todo en la Persona de Jesús y en su llamamiento.

Si miramos al Jesús que Ignacio nos presenta vemos a un Jesús lleno de esperanza, un Jesús joven que viene a llamar discípulos y compañeros para la misión de evangelizar a todos los pueblos. Es un Jesús que quiere entrar con todos los hombres en la Gloria del Padre. Con todos: no quiere que se pierda ninguno; no quiere excluidos ni descartados…, ni enemigos en lo que a Él respecta.

Y la vocación o llamado es a cada uno en particular. Jesús invita a “quien quisiere” ir con Él compartirlo todo: “ha de trabajar conmigo, para que, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE 95). Antes, en la figura del rey temporal, Ignacio había especificado más lo que implica ir por la vida en compañía de Jesús: “quien quisiere venir conmigo estará contento de comer como yo, y así de beber y vestir (como yo) etc.; asimismo tendrá que trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.” (EE 93). En los “etc.” que pone Ignacio entra todo lo que se puede compartir en una amistad vivida en medio de una gran misión.

La esperanza de la Gloria futura atrae y es la meta; los trabajos y las penas son parte inevitable de la lucha, pero la Gloria y la Cruz se hacen a nuestra medida humana en el amor de amistad real que día a día es posible vivir con ese Jesús que alegra el corazón y le da fortaleza y ánimo. Cuando se trabaja y se lucha codo a codo entre amigos uno pone toda la persona y un poquito más. Si se compite en algo es en quién da más de sí y no en quién se lleva los aplausos.

Así, en la meditación del Reino vemos cómo la Esperanza grande de entrar con todos en la Gloria del Padre se concreta en el “Conmigo” al que nos invita Jesús. Ese “Conmigo” es un lugar especial. Digo lugar porque al estar con otro se crea un espacio, un ámbito, en medio del cual las cosas y lo que se realiza tiene otro sentido. El papa Benedicto en “Spes salvi” decía que la esperanza “atrae el futuro dentro del presente”. Eso es lo que hace “estar con Jesús” en el lugar de servicio al que llama e invita a cada uno de manera personal y única.

Conmigo

Este “conmigo”, este “con” Jesús es el lugar teológico que cada uno debe buscar y discernir cuál es, dónde se encuentra. Y, una vez encontrado, si uno lo elige como “su lugar en el mundo”, se convierte en puerta y camino, en verdad y vida. Desde allí toda la vida adquiere sentido: allí uno habita como en su tierra prometida; de allí puede “salir y entrar”, como las ovejas por la Puerta que es Jesús, para ir a misionar y regresar a adorar y a compartir la Eucaristía con sus hermanos; en ese lugar uno puede “estar con Jesús”, ver a Dios en todas las cosas y planear el “modo” de obrar y el ritmo con el cual caminar en la misión.

Que el Señor nos permita estar “con Él” es una gran gracia.

Sabemos dónde está Él, sabemos cuáles son sus criterios cuando se trata de elegir a dónde ir.

Él está donde “dos o tres se reúnen en su nombre”.

Él está donde dos o tres han encontrado su lugar para adorar y alabar y pensar la misión.

Él está siempre de camino, saliendo a buscar a la ovejita perdida o acompañando a un herido que encontró por el camino y que llevó a la hospedería.

Él está donde alguno quiere escuchar el evangelio que Jesús nos predica como a su Madre, a sus hermanas y hermanos.

Él está donde hay alguno que sufre y necesita sanación.

Él está sembrando en todos los terrenos y cuidando que el trigo de fruto, sin preocuparse por la cizaña.

Él está donde hay fiesta de bodas, lavando pies, convirtiendo el agua en vino, partiendo el pan.

Él está en la vida oculta donde su pueblo habita, como habitó Él en Nazaret,

Él está en las barcas donde su pueblo trabaja, como estuvo con sus discípulos en el lago de Galilea.

Él está en todos los amaneceres en que su pueblo se levanta y reza, tomando unos mates, antes de salir a trabajar, como estuvo en el Tabor, cuando se transfiguró ante sus tres amigos.

Él está en todas las cruces donde su pueblo está crucificado, dejándose ayudar, como se dejó ayudar por el Cireneo, y ayudando a otros, como ayudó al buen ladrón y confortó a su Madre y a su amigo.

Él está en todos los cielos abiertos bajo los cuales su pueblo peregrina hacia los santuarios, como estuvo en el monte antes de peregrinar al Cielo.

Él está en todos los cenáculos donde la gente de su pueblo se reúne a adorar al Padre en espíritu y en verdad.

Él está, prometió que estaría todos los días con nosotros hasta el fin del mundo.

El lugar preparado

El Señor, cuando se iba, dejó dicho que “iba a prepararnos un lugar”. Muchas veces se entiende esto como que nos reservó una pieza en el Cielo, como si el Cielo fuera un gran hotel o algo así. A mí me gusta pensar más bien que Jesús se fue junto al Padre para prepararnos un lugar de misión y de adoración en esta tierra. Por supuesto que la promesa habla de un lugar definitivo, del Cielo, al que tendemos en esperanza. Pero el que Jesús nos prepara es también un lugar en el que podemos habitar desde ya.

Es un espacio abierto: el de la intimidad suya con el Padre. Se puede acceder a él desde cualquier lugar. Basta que uno deje que se explaye el deseo de adorar “en Espíritu y en verdad”.

No es un lugar privado. Se abre solo donde “dos o tres se juntan en el Nombre de Jesús”. Es el lugar del “Conmigo” que se declina en “con otros”.

No es un lugar utópico, que quedaría en el “más allá”, en la otra vida. Es bien tópico, situado, pisable, transitable. Eso sí, requiere un tipo de movimiento especial, un movimiento “aproximativo”, no de distancia sino de cercanía. Todos hacemos este tipo de micro-movimientos con los que nos acercamos a otro o tomamos la dirección contraria.

El que Jesús nos prepara es un tipo de lugar “escalera”. Un lugar que apoya los pies en esta tierra y sube a lo alto del cielo.

El de Jesús es un lugar familiar. Y sucede como cuando una familia se va de vacaciones, que lleva su casa consigo. La familia se organiza y habita cualquier lugar recreando un espacio interior suyo que lleva dentro: cuando se sientan en cualquier mesa, cada uno tiende a ocupar los lugares como en casa. La familia ordena sus tiempos y sus cosas en referencia a como los ordena en la casa, a veces de la misma manera, a veces de manera totalmente diversa, para descansar de la rutina, pero teniéndola grabada en la memoria, distendiendo y “desordenando” el espacio habitual para gozar mejor de él. Así, el espacio que se crea entre Jesús y nosotros es un lugar que uno lleva consigo a donde vaya.

Es un lugar móvil también, como una casa rodante, en la que uno habita y viaja a la vez. Y sucede como con nuestros misioneros. San Roque González de Santa Cruz cuenta cómo cuando se internaban en las selvas del Paraguay y de nuestra Misiones, entre las pocas cosas que llevaban la más importante era el altar portátil para celebrar la Eucaristía. Con ese altar, todo alrededor era templo y casa y Reducción futura.

El lugar que Jesús nos prepara tiene o arma sus cuatro paredes (iba a decir “en esta tierra”, pero no es correcto) siempre en medio de su pueblo.

Las personas vamos por la vida “con nuestro espacio en torno”; cada uno vive y trabaja “con su paisaje incluido”. Es lo que nos distingue.

Se distingue al que va al trabajo del que pasea como turista.

Caminan distinto, el que va con una misión y el que anda dando vueltas nada más.

El modo de “estar” es distinto en el que “está” en un puesto de trabajo que vive como misión y en el que está allí a disgusto, por obligación o porque no le queda otra.

El que va “con Jesús” tiene un espacio que conjuga dos características contrastantes: es el lugar más común y, a la vez, el más especial. Lo vemos en la vida de los santos. Santa Teresita, por ejemplo, tenía una celdita de dos por dos y sin embargo parecía que caminaba por todas las misiones. Y no creo que su lugar en el Cielo sea otra cosa que un lugarcito, como el de su celda en el convento de Lisieux.

Ignacio, que es especialista en esto de rezar “haciendo la composición del lugar”, tenía su piecita en el Gesú –que gracias a Dios se conserva intacta- y desde ahí todo el mundo le era casa, como dice Nadal que tiene que ser para la Compañía.

De Brochero se puede pispear cómo era ese “lugar interior” que tenía “con Jesús” por tres cosas al menos. Una por cómo andaba siempre en su mula, pasando al tranco por las casas, para dar tiempo a que la gente saliera a pedirle la bendición y lo viera hundirse y salir por hondonadas y cerros, yendo a visitar a un enfermo. La otra, por cómo organizó la Casa de Ejercicios, con sus espacios para los fogones en los que siempre había una pava con agua caliente para el mate y cerquita nomás el lugar para los caballos y mulas, para que los paisanos sintieran que estaban bien atendidos, ya que era el mismo cura el que les daba agua y comida. La tercera, por cómo organizó los caminos y los diques y deseó el tren y levantó capillas y escuelas… A Brochero el Señor le preparó un lugar interior en el que cabía un pueblo. Y no hablo sólo del Tránsito, sino todo el pueblo argentino que vendría.

El lugar interior de Hurtado se puede ver en eso tan suyo de “qué haría Cristo si estuviera en mi lugar”. Que rezaba esto de verdad se puede ver en el Hogar de Cristo, lugar único y multiplicado para los pobres concretos de cada rincón de Chile.

Y así con cada santo. Si algo caracteriza a las santas y santos cristianos es ese estar en cualquier lugar santificándolo por su modo de “estar con Cristo”.

Esto que es tan especial es lo más común en la gente de nuestro pueblo: cada uno en su lugar, cada uno en su puesto de trabajo, cuidando a su familia, dando la vida sin hacerlo notar. Es tan lindo ver, como dice el Papa a “la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás” (EG 273). Lo dice el Papa cuando habla de que “En el corazón del pueblo (…) yo soy una misión”.

Pedimos la gracia de discernir cuál es –en el corazón de nuestros pueblos- el lugar de misión que el Señor Jesús nos ha preparado y nos prepara cada día para ir y estar con Él.

 

Momento de contemplación

Marta Irigoy

La Meditación del Reino, nos prepara el corazón para descubrir el lugar que nos será regalado para ser fieles al sueño de Dios que tiene sobre cada uno de sus hijos.

Por un lado, será encontrar “el propio sitio”, que será la tierra sagrada en donde se podrá servir y adorar a Dios que se hará presente en mis hermanos…

Por otro, será lugar sagrado en donde seré fiel al Dios que me invita a caminar con Él…

Saber que la promesa de Jesús: que ira “conmigo” y “yo con Él” llena de esperanza la vida, ahuyenta el desánimo cuando los tiempos de Dios no son los que la realidad impone o exige y anima sabernos “con otros” que han sido misionados para la misma misión: que Jesús sea más conocido y amado por todos…

Para este momento de contemplación, la invitación en contemplar “TU TIERRA SAGRADA”; ese lugar en que hoy, sentimos que tenemos en nuestras manos, una oportunidad única, que está confiada a mis dones y talentos para hacerlos fructificar para el Reino de Dios…

Copio, nuevamente estas palabras que más arriba, escribió el P. Diego, para que sean de profunda rumia del corazón y nos ayuden a adorar al Dios Cotidiano que camina “conmigo” y “contigo” y que se hace el Dios Cotidiano “con nosotros” …

Sabemos dónde está Él, sabemos cuáles son sus criterios cuando se trata de elegir a dónde ir.

Él está donde “dos o tres se reúnen en su nombre”.

Él está donde dos o tres han encontrado su lugar para adorar y alabar y pensar la misión.

Él está siempre de camino, saliendo a buscar a la ovejita perdida o acompañando a un herido que encontró por el camino y que llevó a la hospedería.

Él está donde alguno quiere escuchar el evangelio que Jesús nos predica como a su Madre, a sus hermanas y hermanos.

Él está donde hay alguno que sufre y necesita sanación.

Él está sembrando en todos los terrenos y cuidando que el trigo de fruto, sin preocuparse por la cizaña.

Él está donde hay fiesta de bodas, lavando pies, convirtiendo el agua en vino, partiendo el pan.

Él está en la vida oculta donde su pueblo habita, como habitó Él en Nazaret,

Él está en las barcas donde su pueblo trabaja, como estuvo con sus discípulos en el lago de Galilea.

Él está en todos los amaneceres en que su pueblo se levanta y reza, tomando unos mates, antes de salir a trabajar, como estuvo en el Tabor, cuando se transfiguró ante sus tres amigos.

Él está en todas las cruces donde su pueblo está crucificado, dejándose ayudar, como se dejó ayudar por el Cireneo, y ayudando a otros, como ayudó al buen ladrón y confortó a su Madre y a su amigo.

Él está en todos los cielos abiertos bajo los cuales su pueblo peregrina hacia los santuarios, como estuvo en el monte antes de peregrinar al Cielo.

Él está en todos los cenáculos donde la gente de su pueblo se reúne a adorar al Padre en espíritu y en verdad.

 

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Imagen1“Caminen en el amor” (Ef 5, 2).

Bienaventurados los que, como Pablo, caminan en el amor (1 Cor 12, 31-13 ss.). Serán llamados los verdaderos discípulos del Señor.

MOMENTO DE REFLEXION

P. Diego Fares sj

Caminar en el amor en Pablo

Caminar en el amor no es una frase muy frecuente en las traducciones de Pablo. Pero las expresiones “vivir en el amor”, “andar en” “proceder”… etc., tienen detrás la imagen fuerte de “caminar en el amor”. Pablo la utiliza literalmente en la carta a los Efesios:
“Caminen en el amor como Cristo los amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de sua-ve aroma. Ustedes hora son luz en el Señor” (Ef 5, 2)
Y agrega otra expresión, que viene a ser sinónimo de caminar en el amor:
“Caminen como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinen qué es lo que agrada al Seño” (Ef 5, 8).
Muchas traducciones dicen “vivan en el amor” o “vivan como hijos de la luz”. Es que el camino es símbolo de la vida en todas las culturas. En hebreo, camino se dice “derek” y tiene una raíz de origen cananeo que significa energía vital. Por eso decir camino y decir vida es lo mismo. Vivir es caminar. Caminar en el amor es caminar en la vida.
El camino tiene que ver también con la luz de la verdad práctica, con el discernimiento que uno hace de por donde camina, adonde va y qué ritmo y estilo mantiene al caminar. Por eso decir camino y decir camino verdadero y recto o camino luminoso, es también lo mismo.
Pablo habla de seguir los criterios de Cristo sin dejarnos engañar por los criterios del mundo:
“Caminen, pues, en Cristo Jesús, el Señor, tal como le han recibido; enraizados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se les enseñó, rebosando en acción de gracias. Miren que nadie los esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mun-do y no según Cristo” (Col 2, 6-8).
Caminar en Cristo es la expresión que sintetiza sabiduría y bondad. Es caminar “agradando a Dios en todo”, con discernimiento y dando frutos. Pablo lo dice así:
“Pido que lleguen al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que anden de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1, 7-10).
Cuando Jesús afirma en Juan “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, para la mentalidad hebrea, no está diciendo tres cosas sino una sola: “Yo soy el camino verdadero de la vida”. Yo soy el modelo de lo que le agrada al Padre, el que los hace discípulos agradables al Padre nuestro.
Este caminar en el amor requiere de la fe.
“Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión… Estamos, pues, llenos de buen ánimo y (…) por eso, nos esforzamos por agradarle (2 Cor 5, 6-9).
La fe nos hace estar atentos a las mociones del Espíritu, a sus impulsos, que son contrarios a los impulsos de la carne:
“Por mi parte les digo: Si caminan en el Espíritu, no den satisfacción a las apetencias de la carne. (…) Si vivimos por el Espíritu sigamos sus huellas” (Gal 5, 16-25).
En este caminar en la fe y en el amor de Cristo Pablo recupera lo más lindo de Israel . Como dice el Deuteronomio, para quien la santidad es “caminar en la presencia del Señor”:
“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide de ti Yahveh, tu Dios, sino que temas al Señor, tu Dios, que andes en todos sus caminos, que ames y sirvas a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma (Dt 10, 12).
Como dice el Salmo 25:
Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día. El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres. Todos los senderos del Señor son amor y fidelidad, para los que observan los preceptos de su alianza (Sal 25, 4).
Caminar en el amor es caminar por un camino que el Padre ya ha preparado para nosotros:
“Pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para las buenas obras, las cuales Dios preparó de an-temano para que anduviéramos en ellas” (Ef 2, 10).
Lo lindo de la expresión es que pone la imitación del Señor no en algo extático sino dinámico, imitar a Jesús, vivir en Él y para Él es caminar por Él: caminando según sus criterios, cultivando sus sentimientos y practicando sus obras buenas nos vamos haciendo semejantes a Él. El discipulado se hace sobre la marcha.

Caminar en el amor, en Ignacio

Caminar es elegir un camino, tomar una dirección exterior y llevar un ritmo interior. Caminar en el amor es elegir la dirección del salir de sí para ir al otro y elegir un ritmo que nos permite caminar con el otro, estando atento al otro.

Sentir primero el amor , antes que otros deseos

En las reglas para hacer una sana y buena elección Ignacio expresa la primera en los términos dinámicos del amor, en lo que tiene de caminar. Hacer una buena y sana elección implica:
“Que aquel amor que me mueve y me hace elegir la tal cosa, descienda de arriba, del amor de Dios; de forma que el que elige sienta primero en sí que aquel amor más o menos que tiene a la cosa que elige, es sólo por su Criador y Señor” EE 184).
El primer paso para caminar en el amor es “sentir primero en nuestro interior el amor de Dios y el amor a Dios”. El deseo de agradar a Dios es el principio y fundamento de todos nuestros caminos “para alcanzar amor”.
Ignacio se llena primero afectivamente (con toda su libertad, su memoria, su inteligencia, su imaginación y sentidos espirituales) del amor de Dios “que desciende de arriba”, como dice en la Contemplación para alcanzar amor”, y entonces, en segundo lugar, mira hacia afuera, al paso bueno que puede por amor dar.
Este paso de “sentir primero con todo su afecto el amor de Dios” se le fue haciendo costumbre a Ignacio, de ma-nera tal que cuando le tomó el gusto (a pensar primero en el amor de Dios y a sentirlo y gustarlo internamente en toda ocasión), “comenzó a quedarse (vacare) sólo para Dios”. “Vacare” es vacación: dejar las cosas y quedar libre para hacer lo que a uno le gusta. E Ignacio le toma el gusto a descansar y vacacionar en el amor de Dios en todo momento.
Este paso primero implica también hacer una pausa, frenar los impulsos a actuar de cualquier manera y bajo el impulso de cualquier necesidad, hasta sentir que “lo que nos mueve” y hace caminar es el impulso del Espíritu Santo, que nos lleva a donde Él sabe y quiere.

Ritmo interior de nobleza y señorío de sí para ser buen súbdito de su Divina majestad

Otra manera de expresar lo mismo es decir que este primer paso de nuestro caminar en el amor implica dejar lugar, hacer sitio: vaciar el corazón de los intereses propios para hacer lugar a los intereses de Cristo. “Vacare” es dejar lugar vacante, es la apertura y disponibilidad del que está libre y a la espera de que sea el amor el que le pida un servicio. En Ignacio esta actitud es la del noble caballero que se ejercita en ser dueño de sí para estar disponible y bien entrenado y poder servir a su Divina Majestad en la misión que quiera darle y cuando quiera. La ascética no mira a la propia perfección sino al mejor servicio del Otro. La indiferencia ignaciana y el trabajo exigente en la misión no tienen ningún rasgo voluntarista o de auto-mirada: brotan del Amor. Llenarse afectivamente de este amor implica “ordenar las afecciones desordenadas”; llevar a la práctica aquellas misiones a las que el amor invita implica un buscar siempre más, más amor.

La liturgia concebida como un llenarnos del amor de Dios

Este primer paso para caminar en el amor tiene su expresión concreta en el amor a la liturgia: llenarse afectivamente del amor es llenarse de la Eucaristía y de la Palabra del Evangelio, de modo tal que, luego, nuestras opciones y elecciones estén motivadas por el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. A eso apuntan los Ejercicios Espirituales. Ignacio considera los Ejercicios como Ejercicios para llenarse de amor: llenarse del espíritu de la liturgia, que es pura alabanza y reverencia y llenarse del espíritu de la misión, que es deseo de servicio.

En la Autobiografía, Ignacio utiliza la expresión “seguir el camino del peregrino” para expresar a lo que apuntaban sus Ejercicios espirituales(Cfr. Autob. 92). Hacer los Ejercicios es caminar con Ignacio, ser compañeros de Jesús como Ignacio peregrino. Caminar a las misiones que el Señor da y a su paso, al estilo de Jesús, según su modo.

Caminar en un amor que es “caridad discreta”

Ignacio es el “caballero de la caridad discreta”. Caballero porque que lucha, pero no con armas terrenas de sangre sino con las armas humildes y alegres del amor. De la Caridad porque su caminar es un caminar en el cariño de compañeros, como los 72 discípulos a los que Jesús envía de dos en dos para que se ayuden y acompañen. Esto será propio del modo de enviar Ignacio en misión a los suyos: de dos en dos.
Caridad discreta significa que no se ama a todos de la misma manera y que no se ama sin la distancia óptima que respeta la libertad del otro. Amar discretamente implica el mismo primer paso de la sana elección: amar al otro como Jesús lo ama, mirando primero el “paso pedagógico” por así decirlo, que Jesús tiene para con sa alma; qué paso le quiere hacer dar. Esto para no maltratar los límites, para no exigir de más ni ser permisivos.

Caminar manteniéndonos discípulos

Caminar en el amor, para Ignacio, es mantenerse siempre como discípulo: sin dignidades que no sean para la misión. Ignacio camina como compañero de Jesús, siempre como aprendiz y junto con otros. Ignacio se siente “un contratado sólo a causa de la abundancia de la cosecha”. Trabaja por jornada y en lo que sea necesario. Es un “operario” como decimos nosotros los jesuitas, uno que hace changas, aunque sean “changas grandes y con cargos”. En el fondo Ignacio se considera como un ayudante, uno que da una mano. Ese es el servicio de amor hondo en el que se especializa. Lo demás, es estructura externa, necesaria e importante, pero para poder mostrar de manera estable la esencia del amor, que es el dar una mano personalmente y colaborar con otros en la misión.

Caminar en el amor cargando la cruz

Cargar la cruz no es algo externo para Ignacio. Como si se pudiera caminar en el amor sin tener que cargar la cruz. La cruz no es exterior al amor: es el amor mismo en cuanto no puede dejar de lado a nada ni a nadie y entonces los que se resisten al amor se convierten en peso, en obstáculo y en persecución que hay que sostener y llevar. Así como el gozo no es premio exterior al amor sino que es el amor mismo sentido y gustado internamente, así el sufrimiento tampoco es exterior: el dolor es el amor mismo sentido y gustado interiormente. No se sufre por lo que no se ama así como tampoco se goza con lo que no se ama.
Ignacio nos invita a desear la consolación y a desear las penas de Cristo. Es lo mismo que invitarnos a amar a Dios en todas las cosas. No dejar afuera nada, no dejar afuera al conflictivo ni a los conflictos, eso será caminar en el amor en medio de persecuciones. No dejar afuera nada de lo bueno y hermoso, eso será caminar en el amor en medio de las consolaciones. De ahí el ser compañeros de Jesús en trabajos y penas para serlo también en su gloria.

Storta 4

MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN

Hna. Marta Irigoy
misionera diocesana

Todo el proceso de los Ejercicios Espirituales, es un camino cuya meta es el Amor. El ultimo Ejercicio que San Ignacio propone es la “Contemplación para alcanzar Amor”. El Amor que Dios nos tiene y por el que se ha comprometido en Alianza Eterna, para que toda nuestra vida sea un canto de alabanza ante “tanto bien recibido”…

En la Contemplación para alcanzar Amor, Ignacio nos propone que “recordemos – pasemos por el corazón”, los dones recibidos, para contemplar nuestra vida como un don.

Dios cuando da sus dones, se da a Si mismo, haciéndose presente en la historia…-nuestra historia-, trabajando sin cesar por nosotros y para nosotros. El sigue haciendo su obra en el corazón de cada hombre y de cada mujer, Él trabaja en lo secreto…

Por eso, la invitación a “recordar” como Dios me fue conduciendo a lo largo de mi vida, es lo que posibilita descubrir, reconocer y así poder “agradecer” la acción de Dios en nuestra vida…

Desde esta experiencia, se nos va limpiando la mirada y descubrimos que todo refleja la Gloria de Dios…- su Belleza-…
Todo esta a mi servicio para que así pueda amar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él…haciendo de mi vida un canal del amor de Dios para los demás, es decir servir a Dios en mis hermanos…

A lo largo de este año, en nuestros Talleres, fuimos reconociendo esta experiencia al asomamos al corazón de San Pablo y de San Ignacio. Ellos en su vida y experiencia personal de Jesús, fueron “alcanzados” por el Amor…

Nosotros también, seguramente hemos sido alcanzados y alcanzadas por el Señor resucitado, a lo largo de este año…

Esta propuesta que hacemos hoy, es una invitación para seguir haciéndola en el caminar de este mes de noviembre, siendo una ayuda para hacer la “Contemplación de Amor” de todo este año 2009, en donde fuimos cada uno y cada una “alcanzados por el Amor de Jesús”, para así vivir agradecidamente ante tanto bien recibido de Dios nuestro Señor.
+ Hacé memoria de los hechos más significativos de este año…
+ Recordá los sentimientos que inundaban tu corazón…
+ Podés descubrir de donde venían?
* De tus inseguridades?
* De tu confianza en Dios?
* Agradecé lo que hoy podes, rescatar como enseñanza!
San Pablo, se sintió alcanzado por Jesús, pero a la vez sigue su carrera…
+ Donde podés reconocer la presencia viva de Jesús Resucitado que te “alcanzó con su Amor”…?
* En tu vida familiar?
* En tu vida de oración?
* En tu vida de servicio a los mas pequeños?
* Agradecé la presencia cariñosa y cercana de Jesús…
* Ofrecé todo lo recibido a Dios con esta Oración:
Toma, Señor y recibe toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad,
todo mi haber y poseer. Vos me lo diste y a Vos Señor, lo torno.
Todo es tuyo;
disponed a tu voluntad.
Dame tu amor y gracia, que esta me basta” ( EE 234).

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Teresita2

Momento de reflexión
P. Diego Fares sj

Bienaventurados los que, como Pablo, buscan con sencillez de corazón agradar en todo a Dios, la Gloria del Señor los llenará de alegría.

El deseo de meditar acerca de la bienaventuranza de agradar a Dios en todo, con sencillez de corazón, partió de Santa Teresita. El hermoso librito de P. Liagre, “Una espiritualidad evangélica” (Tere-sa de Lisieux) tiene un capítulo dedicado a “La sencillez de Santa Teresa del Niño Jesús”. Nos dice Liagre: “La originalidad de Teresa consiste en que, apoyada en el Evangelio, considera que la sencillez no es sólo el término de la santidad, sino también su punto de partida. Por eso su camino es “caminito”, accesible a todas las almas, sendero sencillo para comenzar, al medio y al final. Teresa trata de infundir en las almas la sencillez, que en la práctica consiste en querer siempre lo que al Padre le agrada”. El secreto de Teresita radica en esta simplicidad de niña pequeña para relacionarse con Dios.
Vamos pues a contemplar este “deseo de agradar a Dios” de manera que podamos sacar provecho para nuestra vida espiritual.

El agrado descomplica

¿Por qué le agrada a Dios que deseemos agradarle? Aunque parezca un juego de palabras, se trata de una clave para comprender de qué hablamos cuando hablamos de “la voluntad de Dios”. La voluntad de Dios, cuando la planteamos a nivel de conocimiento intelectual, puede resultar complicada de entender. Y cuando la planteamos a nivel moral puede resultar difícil y complicada para practicar. En cambio, planteada en términos estéticos, como lo que al Señor le gusta y le agrada, se vuelve algo sencillo.

El agrado integra

Es que el agrado integra a nivel afectivo lo que es bueno y verdadero. Cuando algo nos resulta agradable sabemos que encierra una verdad y un bien para nosotros. Por eso, conocer la voluntad de Dios y cumplirla se pueden sintetizar simple y hermosamente en “hacer lo que le agrada”.
Jesús es quien nos revela esta clave de su relación con el Padre cuando dice “Yo hago siempre lo que a Él le agrada” (Jn 8, 29).

El agrado en Pablo

Pablo nos exhorta a vivir en el Espíritu, probando todo y quedándonos con lo bueno. Por ahí va el camino de la santidad: “Caminen como hijos de la luz, probando (discirniendo) qué cosa sea agradable al Señor” (Ef 5, 8-10). “A fin de que experimenten lo que es la voluntad de Dios, cuán buena es, cuán agradable y perfecta (Rom 12, 2). Es que la voluntad de Dios, antes que nada, es agradable. Serena el ánimo, aclara con su luz mansa la inteligencia, centra y ordena en paz los afectos del corazón. Los santos, antes que nada, son personas agradables. Más allá de lo bueno que hacen, resulta agradable vivir cerca suyo. Hablamos de una agradabilidad evangélica, por supuesto. Una agradabilidad que incluye la exigencia y la Cruz. Pero, como bien dice el Señor, la Cruz como la llevan los santos, es “suave y llevadera”.

Agradar al Padre, seguir a Jesús

Si nos animamos a tratar de entrar en relación con Dios nuestro Padre atendiendo sólo a lo que le agrada, sentiremos inmediatamente la necesidad de mirar y escuchar a Jesús. El deseo de agradar es tan fuerte en el ser humano, que si no tiene un modelo Absoluto, como el de Jesús, puede llevar a actitudes erradas (fariseas, neuróticas, narcisistas…). La sicología descubre un deseo de agradar al padre no bien elaborado en la raíz de muchas actitudes y prácticas religiosas auto-referenciales. En cambio, si escuchamos y seguimos a Jesús, con deseo de que nos comunique “sus sentimientos”, su deseo de agradar al Padre ilumina y va perfeccionando el nuestro. Jesús nos hace mirar las cosas simples, cómo al Padre le agradan los pequeños, la sinceridad de corazón, el tratar a los otros como hermanos…

El Espíritu y el discernir por el “gusto”

Al plantearnos la voluntad de Dios en términos de lo que le agrada sucede que uno “discierne” como por connaturalidad lo que le agrada al Padre y lo que no.
Es que el Espíritu Santo que nos ha sido dado responde siempre a esta pregunta -¿le agrada esto a Dios o no?- Cuando preguntamos así, el Espíritu hace que nos venga a la mente algún ejemplo de la Vida de Jesús y, con ese evangelio, se ilumina algún paso concreto a dar en orden a agradar a Dios en la situación en que estamos involucrados en el momento presente.

El agrado afecta a lo más personal

El agrado es algo muy personal. Nos hace mirar más a la reacción de la persona que a las cosas. Uno nota enseguida cuando alguien nos atiende bien, queriendo agradarnos, y cuando se nos trata con frialdad o con desprecio. Y a todos nos agrada ser tratados agradablemente. Por supuesto que con sencillez, en la justa medida. No con ese querer agradar para luego vendernos algo que impostan los comerciantes. El buscar lo que agrada al otro, cuando es gratuito y sencillo, hace a lo más humano. Es un regalo y un homenaje a la persona del otro, que merece ser bien tratada. Jesús expresa esto en la regla de oro del Evangelio:” traten a los demás como les agrada ser tratados a ustedes”.

El agrado es digno de fe

El criterio estético del agrado no engaña porque hace que uno esté atento al otro y vaya ajustando su trato de acuerdo al agrado o desagrado que el otro manifiesta. Lo agradable es el criterio para la charla amistosa, para el cuidado de un bebé o de un enfermo, para el amor de pareja y de familia… Crear un clima agradable; hacer un programa que agrade a todos; escuchar con atención de manera que al otro le agrade contar algo…: son expresiones de esa regla no escrita de la amistad y del amor que llamamos agrado. Por eso es que esa sencilla regla es la que nuestro Padre quiere que apliquemos en nuestro trato con él. El nos revela que Jesús es su Hijo predilecto, en quien se complace. Y Jesús nos cuenta en el evangelio qué actitudes son las que le agradan al Padre: lo primero de todo: la confianza plena en su Providencia, especialmente que creamos y confiemos en su Hijo amado; esta confianza se expresa en una oración simple, sin mucho palabrerío y que busca la intimidad para expresarse al Padre que ve en lo secreto; en la práctica, la confianza en la Providencia se expresa en compartir nuestros bienes (limosna) y en el perdonar las faltas a los demás como nosotros hemos sido perdonados. Por último, al Padre le agrada que nos parezcamos a él, como a todo Padre le agrada que su hijo se parezca a él. Por eso Jesús nos manda que seamos perfectos en misericordia. El Padre quiere compasión y justicia y no sacrificios y holocaustos. Esta perfección consiste en llevar a cabo las buenas obras que Él planeó para que realicemos, de modo que todos lo glorifiquen… A Dios le agrada que lo bendigamos, lo alabemos y lo glorifiquemos. Pero lo que venimos reflexionando nos muestra el sentido interior que tienen estas pala-bras que parecen un poco grandilocuentes: la Gloria de Dios –lo que hace que resplandezca su sonrisa de satisfacción- es que a sus hijos les agrade su amor y hagan su voluntad líbremente y de corazón.

Agradar a Dios con sencillez de corazón

Pablo precisa muy bien esto de agradar a Dios con sencillez de corazón. Hay dos textos en las cartas de Pablo, que llaman la atención por estar repetidos casi literalmente. Están dirigidos a los esclavos que se convertían al cristianismo y venían a encontrarse en una situación paradójica: la de ser libres en Cristo y seguir siendo esclavos socialmente. Pablo los libera interiormente recordándoles que tienen que agradar a un solo Amo: Jesús. “Esclavos, obedezcan a sus amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos (oftalmodoulian), como quien busca agradar a los hombres, sino como esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres” (Ef 6, 5-7). Casi con las mismas palabras se repite la recomendación en Colosenses 3 22 ss. , clarificando Pablo que: “El Amo a quien sirven es Cristo” (Col 3, 22 ss.).
Nos detenemos en la palabra que utiliza Pablo “oftalmodoulian”. “Oftalmos”, es “ojo” y “doulian” servicio. Hacer un “servicio para ser visto” es una expresión muy gráfica para expresar la fuerza que tiene el deseo de agradar. Lo interesante es que Pablo no dice que esté mal este deseo de ser vistos y de agradar. Lo importante es tener claro a quién debemos agradar: nuestro Amo es sólo Cristo. Y a El le agrada que le sirvamos con sencillez de corazón.

Clarificar mi deseo de agradar

Tener claro a quién busco agradar clarifica todo el panorama del corazón. La aparentemente compli-cada lucha de afectos y sentimientos que se agitan en nuestro interior, encuentran fácilmente su sitio si uno se hace esta sencilla pregunta: ¿a quién estoy buscando agradar? ¿A mi mismo? ¿A los demás? ¿A una imagen de mí que viene de lo que le agradaba a mis padres?
Y en estas imágenes tan humanas es bueno descubrir el por qué de su fuerza. Qué es lo que hace que el deseo de agradar mueva tan fuertemente nuestro corazón? Es que nuestro ser mismo en lo más personal se construye atraído por una imagen: la de Jesús, a cuya imagen hemos sido creados. Somos seres creados a imagen de otro y por eso buscamos en los otros nuestra imagen. Necesitamos que otros (Otro) nos revele quiénes somos, quiénes podemos ser. Nos atrae la imagen que Dios tiene de nosotros, que es Él mismo, ya que estamos hechos a su imagen y semejanza.
El deseo de agradar uno mismo –en el fondo de ser amado por uno mismo- es el más profundo en el ser humano. Y Jesús hace que no se estanque en “agradabilidades” parciales y relativas. Lo impor-tante es que este deseo crezca dialogalmente, en la reciprocidad que el mismo verbo indica con su doble sentido (agradar puede significar tanto ser agradable como brindar agrado). Es el estancamiento del agrado lo que trae problemas. Un agrado dinámico, armónico, abierto e inclusivo, que buscar salir de sí gratuitamente y recibir gratuitamente, es un agrado que hace crecer en humanidad.

El agrado o desagrado de los hombres en servicio del agradar a Dios

El deseo de agradar al Dios siempre más grande y más bueno lleva tanto a “agradar” a los otros más que a uno mismo como a “desagradar” a los otros si está en juego la mayor gloria de Dios. Pablo ex-presa ambas situaciones: por un lado no busca su propio agrado sino, en cuanto de él depende, busca lo que le agrada al prójimo: “Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro propio agrado. Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación; pues tampoco Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mi (Rm 15 1-3). Es lo que él llama “hacerse todo a todos para ganarlos para Cristo”: “Me es-fuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven. (1 Cor , 31-33). Sin embargo, no se trata de hacerse el simpático a toda costa. Hay veces en que agradar a Dios implica no tener en cuenta si le cae bien a la gente o no: “Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros cora-zones” (1 Tes 2, 4 ss.). “Porque ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (Gal 1, 10).

Agradar a Dios en Ignacio

Para profundizar el agrado a Dios en Ignacio tomamos un texto clave de la Autobiografía. Estamos al comienzo del camino de conversión de Ignacio y él muestra cómo Dios nuestro Señor le puso en el corazón los principios y fundamentos básicos de la vida espiritual:
“En el camino le acaeció una cosa, que será bueno escribirse, para que se entienda cómo nuestro Se-ñor se había con esta ánima, que aún estaba ciega, aunque con grandes deseos de servirle en todo lo que conociese, y así determinaba de hacer grandes penitencias, no teniendo ya tanto ojo a satisfacer por sus pecados, sino agradar y complacer a Dios. Tenía tanto aborrecimiento a los pecados pasados, y el deseo tan vivo de hacer cosas grandes por amor de Dios, que, sin hacer juicio que sus pecados eran perdonados, todavía en las penitencias que emprendía a hacer no se acordaba mucho dellos. Y así, quando se acordaba de hacer alguna penitencia que hicieron los Santos, proponía de hacer la misma y aún más. Y en estos pensamientos tenía toda su consolación, no mirando a cosa ninguna interior, ni
sabiendo qué cosa era humildad, ni caridad, ni paciencia, ni discreción para reglar ni medir estas virtudes, sino toda su intención era hacer destas obras grandes exteriores, porque así las habían hecho los Santos para gloria de Dios, sin mirar otra ninguna más particular circunstancia” (Autobiografía 14).

Se trata de un texto clave en el que Ignacio revela un segundo paso del “principio y fundamento” que Dios puso a su vida espiritual. El deseo de agradar a Dios se le manifestó primero cuando se le abrie-ron los ojos y distinguió la diferencia entre la alegría que le daba la lectura de las aventuras de los libros de caballería (alegría que cesaba apenas cerraba el libro) y la alegría que experimentaba al leer la vida de los Santos y de Cristo (alegría que permanecía). La agradabilidad de Dios se le revela comparativamente como “mayor”.
En este otro pasaje, Ignacio nos muestra cómo ese fervor que Dios le despertó en el alma, y que primero se tradujo en deseo de hacer cosas grandes (debido a su natural vanidad y deseo de agradar a los hombres) y en disgusto por sus pecados, encuentra pronto su centro más profundo en un sencillo “deseo de agradar y complacer solo a Dios”. Este deseo le modera todo lo demás, tanto que se acuerda poco de sus pecados y aunque siempre permanecerá el deseo de hacer cosas grandes por servicio de Dios, estas cosas grandes no serán sólo exteriores sino también interiores: grandes no en otra cosa sino en servicio y amor.
Ignacio cuenta esto para mostrar cómo hace Dios nuestro Señor cuando quiere formar a una persona que es como ciega en las cosas espirituales. Retomamos aquí lo de Teresita, que la sencillez no es sólo perfección final de la vida espiritual sino su comienzo. La vida espiritual comienza sencillamente y se retoma siempre sencillamente, cada día.
El Señor trabaja con los deseos de Ignacio, con su afectividad (que es la integración de inteligencia y sensibilidad y de voluntad y sentimientos). Le hace gustar y sentir con todo su afecto, grandes deseos de servirle en todo lo que le vaya mostrando. Esto significa que el Señor hace sentir su Persona, por encima de las cosas. Y de aquí viene lo del agrado. Ignacio dice que Dios le hace sentir deseo de agra-darle y complacerle en todo.
Podríamos decir que hace ver cómo le imprimió Dios el deseo de su mayor Gloria, cosa que sería determinante en toda su espiritualidad. Ignacio hace notar que Dios le da esta gracia de buscar agradarle y complacerle a Dios y de poner toda su intención en su Gloria antes de darle otras gracias y más allá de la preocupación por sus pecados.
Como si le hubiera infundido el fin último de la vida –la Gloria de Dios- a manera de un Principio y Fundamento. Todo lo demás vino por añadidura.
Ahora bien, lo lindo es conectar la mayor Gloria de Dios, que suena como algo muy grande, con el sencillo deseo de agradar a Dios y de complacerlo. Este deseo comienza a ocupar el corazón del peregrino y atrae y concentra todas sus fuerzas espirituales como un imán poderosísimo, en la Persona de Jesús, despejando la mente de Ignacio de toda vanagloria, de todo escrúpulo por sus pecados y de toda complicación espiritual.
En el cristianismo todo es personal, nada es anónimo ni estandar. El amor se expresa más en el agrado con que se hacen las cosas que en el peso que tienen como contenido. Por eso le agradan tanto a Jesús las dos moneditas de la viuda… El gusto que se siente cuando se da uno entero se transmite a las cosas que uno ofrece y las hace de una calidad superior. La contraimagen es el fariseísmo, que busca agradar con prácticas externas sin entregar el corazón. Es auto-agrado y auto-glorificación. Al Señor le disgusta tanto el fariseísmo porque suplanta lo más auténtico del corazón del hombre: su deseo de agradar a Dios como un hijo agrada a su Padre.

Momento de contemplación

Hna Marta Irigoy md

Bienaventurados los que, como Pablo, buscan  con  sencillez  agradar  a  Dios  en  todo, la  Gloria  del  Señor  los  llenará  de  alegría.

 La bienaventuranza de Pablo, de hoy, nos pone frente a la misión que se nos ha confiado en la vida: la hermosa tarea de  hacer felices a los demás.

 Toda nuestra vida es buscar la voluntad de Dios y seguirla. Concretamente, en la búsqueda sencilla de la felicidad. Pero, no  cualquier felicidad, sino aquella que nos mostró Jesús que en la “Última Cena”, cuando nos dejó el secreto de su propia  felicidad, en uno de sus últimos gestos, expresando después, una de las más lindas bienaventuranzas.

 “Antes de llavatorioa fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.  Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,  se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.  Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?».  Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás».  «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte» … Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: « ¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?  Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.  Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.  Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican (Jn.13).

Practicar  estas cosas, primero nos lleva a ahondar en  porqué Jesús obraba así. Su estilo de vivir, sólo para los demás, tiene en Él como única fuente al Padre, que en el momento de su Bautismo, hablo diciendo:  «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección» (Mc.9, 11).

 La predilección del Padre, es su Hijo Amado. Su complacencia está en Él  y  también en todos los que buscamos obedecer con  fidelidad  a  SU  VOLUNTAD.

Pero, muchas veces, a la voluntad de Dios, la entendemos y vivimos mal.

 André Louf, monje cisterciense, dice en su libro: “El Espíritu ora en nosotros”:

  “Se ha cultivado una noción de la voluntad de Dios, convertida en una espada, amenazadora y arbitraria, colgada encima de la cabeza de los hombres, a la que no podrían escapar y que debería herirles en el momento menos previsible.

La noción bíblica de voluntad de Dios está muy lejos de este modo de hablar. Lo que  se tradujo en la Biblia, por voluntad y beneplácito, tiene por sentido: aspiración, deseo, amor, alegría… El amor –voluntad- de Dios reposa sobre el pueblo de su beneplácito…

La plenitud de este mismo amor reposa ahora en Jesús. El es el deseo y el amor de su Padre, su felicidad. En Él reposa el Padre.

Por lo tanto, el Padre da testimonio del hecho de que la plenitud de su voluntad –en el sentido de amor, deseo, alegría- reposa en su Hijo Amadísimo…”

Así, Jesús mismo es el lugar por excelencia donde Dios se revela, el hombre en quién, el deseo, el amor y la voluntad del Padre se hacen manifiestos. Jesús es la epifanía –manifestación- de la alegría de su Padre…

PARA CONTEMPLAR

Nos quedamos mirando nuestra vida cotidiana y desde ella, podemos preguntarnos:

 ¿Cómo puedo  agradar  a  Dios, en lo sencillo de mi vida, buscando en todo la Voluntad –Amor- del Padre?

 ¿En que gesto humilde hacia los demás, puedo gritar el secreto de la felicidad que Jesús nos ha confiado en la “Ultima Cena”, cuando lavo los pies a los discípulos?

 En silencio contemplativo pido vivir  en sencilla y constante búsqueda, lo que más me hace parecido/parecida a Jesús, en este momento de mi vida.  Para que, la Gloria del Señor me llene de la VERDADERA  ALEGRÍA.

 UNA ALEGRÍA DIFERENTE

Para que mi alegría esté en vosotros  Jn 15, 9-17

Las primeras generaciones cristianas cuidaban mucho la alegría. Les parecía imposible vivir de otra manera. Las cartas de Pablo de Tarso que circulaban por las comunidades repetían una y otra vez la invitación a «estar alegres en el Señor».

 El evangelio de Juan pone en boca de Jesús estas palabras inolvidables: «Os he hablado… para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena».

¿Qué ha podido ocurrir para que la vida de los cristianos aparezca hoy ante muchos como algo triste, aburrido y penoso? ¿En qué hemos convertido la adhesión a Cristo resucitado?

¿Qué ha sido de esa alegría que Jesús contagiaba a sus seguidores? ¿Dónde está?

La alegría no es algo secundario en la vida de un cristiano. Es un rasgo característico. Una manera de estar en la vida: la única manera de seguir y de vivir a Jesús. Aunque nos parezca «normal», es realmente extraño «practicar» la religión cristiana, sin experimentar que Cristo es fuente de alegría vital.

Esta alegría del creyente no es fruto de un temperamento optimista. No es el resultado de un bienestar tranquilo. No hay que confundirla con una vida sin problemas o conflictos. Lo sabemos todos: un cristiano experimenta la dureza de la vida con la misma crudeza y la  misma fragilidad que cualquier otro ser humano.

El secreto de esta alegría está en otra parte: más allá de esa alegría que uno experimenta cuando «las cosas le van bien». Pablo de Tarso dice que es una «alegría en el Señor», que se vive estando enraizado en Jesús. Juan dice más: «es la misma alegría de Jesús dentro de nosotros».

La alegría cristiana nace de la unión íntima con Jesucristo. Por eso no se manifiesta de ordinario en la euforia o el optimismo a todo trance, sino que se esconde humildemente en el fondo del alma creyente. Es una alegría que está en la raíz misma de nuestra vida, sostenida por la fe en Jesús.

Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento que hay en el mundo, pues es la alegría del mismo Jesús dentro de nosotros. Al contrario, se convierte en principio de acción contra la tristeza. Pocas cosas haremos más grandes y evangélicas que aliviar el sufrimiento de las personas contagiando alegría realista y esperanza.

 José Antonio Pagola

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Momento de reflexión

Diego Fares sj

“Tengan los sentimientos de Jesús (Fil 2)

Bienaventurados los que, como Pablo, aún siendo libres se hacen servidores de todos por el Evangelio (1 Cor 9, 19). Encontrarán por el camino infinidad de amigos.

Amistad y servicio en Pablo

Timoteo, Epafrodito, Sosípater…, hay que convenir que los nombres de los colaboradores de Pablo nos suenan extraños, como suele suceder con los nombres de las personas de otras culturas. Sin embargo, detrás de esos nombres hay rostros de gente buena, simpática y fiel: son los compañeros y colaboradores de Pablo, su equipo apostólico, sus compañeros de misión y amigos en el Señor. Si uno se fija con atención es notable el grupo de “compañeros y colaboradores” con que Pablo se mueve.
El Apóstol utiliza poco el término “amigo”. Más bien utiliza “compañero” (koinonos) y sobre todo “colaboradores” (synergos) y consiervos en Cristo (syndoulos). La amistad y el compañerismo en Pablo se definen en relación al servicio del Evangelio. Pablo se considera a sí mismo “Siervo (esclavo) de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios” (Rm 1, 1). Pablo es un “servidor del evangelio de Cristo” (Rom 15, 16).
Pablo es muy radical y no habla de “amistad” que no sea en Cristo: “Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal 1, 10). Su postura es: “Ya no conocemos a nadie según la carne” (2 Cor 5, 16). Pero, por eso mismo, aquellos a quienes conoce en Cristo y con quienes comparte el servicio del evangelio se convierten en amigos entrañables.
Veamos a algunos de sus amigos en el Señor: Timoteo, en primer lugar: “Les enviamos a Timoteo, nuestro hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro en el evangelio de Cristo, para confirmarlos y exhortarlos en su fe” (1 Tes 3, 2). Para Pablo, Timoteo es alguien que “como un hijo junto a su padre ha servido conmigo en favor del Evangelio” (Fil 2, 22).
Son también amigos queridos, colaboradores y compañeros, Tito, Urbano, Filemón…: “En cuanto a Tito, él es mi compañero y colaborador entre ustedes” (2 Cor 8, 23); “Saluden a Urbano, nuestro colaborador en Cristo Jesús, y a Estaquis, querido amigo mío” (Rm 16, 9). “Pablo, prisionero de Jesucristo, y el hermano Timoteo, al querido amigo Filemón, colaborador nuestro” (Filem 1, 1). Epafrodito es llamado también compañero de milicia, en el sentido de que servir al evangelio conlleva lucha: “Creí necesario enviarles a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de milicia, quien también es su mensajero y servidor para mis necesidades” (Fil 2, 25).
Un término lindo que utiliza Pablo es el de “consiervos”, esclavos en común del evangelio: “En cuanto a todos mis asuntos, os informará Tíquico, nuestro amado hermano, fiel ministro y consiervo en el Señor” (Col 4, 7). “Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo para ustedes” (Col 1, 7).
Este término, “consiervos”, sintetiza tres cosas, la primacía de Cristo de quien son esclavos y servidores, el servicio del evangelio y el hecho de compartirlo como amigos y compañeros.
Teniendo en cuenta esto destacamos algunas cualidades de este servicio del evangelio que son al mismo tiempo características de la amistad:

Igualdad

En primer lugar, la supremacía de Cristo no deja lugar a disensiones, lo cual es como la contracara de la amistad: “Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy de Apolo», ¿no proceden al modo humano?
¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?… ¡Servidores, por medio de los cuales ustedes han creído” (1 Cor 3, 4-5).
El ser todos servidores, en pie de igualdad, implica y favorece la amistad. Una igualdad sin celos sólo puede darse entre amigos!

Fidelidad

La fidelidad, virtud propia de la amistad, es también lo propio del que es servidor y administrador: “Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles” (1 Cor 4, 1-2). Esta fidelidad es fidelidad objetiva al mensaje íntegro del evangelio y, al mismo tiempo, es fidelidad al estilo de Cristo: “Y el Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús (Rm 15, 5-9).

Compartir sufrimientos

La fidelidad al evangelio conlleva “soportar juntos como amigos “los sufrimientos por el evangelio”, como le dice Pablo a su hijo Timoteo (Cfr 2 Tm 1, 7-11)
No ser gravoso
“A otras Iglesias despojé, recibiendo de ellas con qué vivir para servirles. Y estando entre ustedes y necesitado, no fui gravoso a nadie” (2 Cor 11, 8-9).

Sinceridad

“Todo cuanto hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor les dará la herencia en recompensa. El Amo a quien sirven es Cristo” (Fil 3, 23-24).

Alegría

La alegría es la característica que muestra que uno está realizando el servicio que Dios quiere: “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 7-13).

Extensión a lo social: la colecta

“Les damos a conocer, hermanos, la gracia que Dios ha otorgado a las Iglesias de Macedonia (que hicieron la colecta). Pues, aunque probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad. Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente nos pedían con mucha insistencia la gracia de participar en el servicio en bien de los santos” (2 Cor 8, 2-8). Vemos así que en Pablo, el servicio del evangelio genera colaboración y amistad crecientes y esta amistad en el Señor hace que el servicio sea más eficaz e inclusivo.

Amistad y servicio en Ignacio

En Ignacio amistad y servicio configuran un círculo virtuoso. Los Ejercicios tienen por fruto una gracia de amistad en el Señor que se traduce en el servicio y en la ayuda a las almas. A su vez, el servicio del Evangelio nos va haciendo cada vez mejores amigos en el Señor.

Amigos en el Señor

“Amigos en el Señor” es una frase que escribió San Ignacio a Juan de Verdolay, amigo laico de Barcelona en 1537: “De Paris llegaron aquí, mediados de enero, nueve amigos en el Señor”. Con San Ignacio, estos nueve amigos, formarían el grupo de los diez que fundaron la Compañía de Jesús en 1540.

Mucho servir a Dios nuestro Señor por puro amor”.

Al final de los Ejercicios, en la última regla para “sentir con la Iglesia”, Ignacio pone una frase que sintetiza su espiritualidad: “sobre todo se ha de estimar el mucho servir a Dios nuestro Señor por puro amor” (EE 370). Jesús es para Ignacio, fundamentalmente Amigo y Compañero. Esto, que cuando uno lo piensa bien suena inusitado, es pura gracia, pero gracia correspondida.
Veamos los tres textos de los Ejercicios en que Ignacio utiliza la palabra amigo.

Amistad y perdón

Con Jesús se conversa “como un amigo habla a otro” (EE 54), porque vino “a hacerse hombre … y a morir por mis pecados” (EE 53). Ignacio piensa la redención y el perdón de los pecados en términos de amistad: lo que mi Amigo a hecho por mí y lo que yo debo hacer por mi Amigo.

Amistad y seguimiento

El Sumo Capitán, en la meditación de Dos Banderas, llama a todos “sus siervos y amigos” y los envía a la tarea de ayudar a las almas (EE 146). El que llama no es un Señor lejano sino el Rey Eternal que quiere “conquistar a sus enemigos” (convirtiéndolos en amigos) y que invita así: “quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria” (EE 95). Así pues, el seguimiento y la lucha espiritual se viven en un clima de estrecha amistad con Cristo. Hay un pasaje muy lindo que confirma este estilo de Jesús. Se trata del primer punto de la contemplación de la Transfiguración. Allí Ignacio dice: “tomando en compañía Christo nuestro Señor a sus amados discípulos Pedro, Jacobo y Juan, transfigurose y su cara resplandecía como el sol y sus vestiduras como la nieve” (EE 284).

Amistad y discernimiento

En la contemplación de la Resurrección Ignacio expresa una intuición hermosísima: Jesús resucitado tiene por oficio “consolar” como los amigos consuelan a sus amigos. Dice el texto: “Mirar el oficio de consolar, que Christo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros” (EE 224).
El “mucho servirnos por puro amor” de Jesús es un servicio que lo lleva a dar la vida por sus amigos y, una vez resucitado, lo lleva a salir a buscarlos y a consolarlos en todas las encrucijadas en las que se encuentran. Este oficio de consolar se traduce y se concreta en todas las “reglas de discernimiento”. En ellas, lo propio del Señor y del buen espíritu es “dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce” (EE 329).
El trato de amistad es clave para comprender el espíritu de las reglas. Negativamente, se confirma esto al ver que Ignacio habla del mal espíritu en términos de “enemigo”. El enemigo seduce y facilita las cosas cuando uno va por mal camino y perturba y pone impedimentos de todo tipo cuando uno va por el buen camino. El enemigo mete miedo, miente y quiere ser secreto como un vano enamorado, ataca por la parte más débil… Todas maneras de actuar diametralmente opuestas a las de un buen amigo, del cual es propio corregir si uno obra mal y alentar si uno va bien.

Amistad y servicio

La amistad que se consolida en medio del servicio del Evangelio es una amistad fiel y abierta. Una amistad que lleva a la alabanza y a la reverencia para con el Padre y a incorporar a otros muchos en un mismo servicio y amistad, sin celos ni competencias. Es bueno unir estas cosas: servicio, adoración y amistad con muchos.

El mayor servicio requiere más amigos

La amistad abierta a muchos, amistad que incorpora gente, es la piedra de toque del verdadero servicio evangélico. Si se sirve a los más pobres y se da gloria y alabanza a Dios no puede estar ausente una amistad alegre y abierta entre los convocados. Los celos, las envidias, la competencia, el resentimiento, las distancias, las suspicacias, los chismes, la descalificación, la lucha por espacios de poder, el ver la paja en el ojo ajeno, el no perdonar las deudas chicas, el condenar al hijo pródigo y no querer que vuelva, el pescar infraganti a los pecadores y hacerlo público, el no juntarse con los publicanos… son todas señales de que el servicio a los más pobres necesita ser purificado porque esconde una búsqueda de sí mismo (o un escape de sí mismo, que es lo mismo).

El servicio incrementa la alabanza al Padre

En Ignacio, el servicio va unido a la alabanza al Padre: “el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir (por puro amor y para mayor gloria de Dios)” (EE 23).
La oración, al igual que cualquier tarea, se hace pidiendo “gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad, para poderlo “mucho servir por puro amor” (EE 46).

El servicio no teme a las humillaciones

El Rey Eternal pone la piedra de toque de su servicio en la capacidad de mantener la alegría de la amistad. Esto surge si uno lee en esta clave en qué se fija Jesús cuando llama a sus amigos y servidores a acompañarlo en la tarea de ayudar a las almas. Dice que los que quieren “afectarse y señalarse en el servicio del Señor” tienen que ser capaces de ofrecerle “toda su persona” y tienen que estar dispuestos a “pasar injurias y vituperios y toda pobreza si eso es “mayor alabanza y servicio de su divina majestad” (EE 97-98).
Estas injurias y vituperios no son sólo de los enemigos. Se trata de saber recibir sinsabores también de los cercanos. Buscando por supuesto aclararlos y perdonarlos, pero este no “herirse” por cualquier contradicción es propio del servicio por amistad. Ignacio tiene muchas recomendaciones en este sentido: la de “salvar la proposición del prójimo, la de hablar con quien corresponde y no hacer públicos pecados o defectos que no eran públicos, la de “obedecer al cocinero en la cocina” (el lo hacía aunque era el general de la Compañía), la de expulsar como peste al que siembra discordias, la recomendación de la unión de los ánimos….

En la Contemplación para alcanzar amor Ignacio expresa cómo el poder “en todo amar y servir” brota de un conocimiento interno de tanto bien recibido. “Pedir lo que quiero; será aquí, pedir conocimien¬to interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente recono¬ciendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad (EE 233).
Esto es propio de la amistad, que siente interiormente cuánto ha recibido del amigo en el mismo momento en que el otro requiere algún servicio o ayuda y por eso responde espontáneamente con mucho amor.

El modelo de servicio por puro amor lo expresa hermosísimamente en la contemplación de la Encarnación, donde se pone a sí mismo como servidor y amigo: “Ver a nuestra Señora y a José y a la sirvienta, y al niño Jesús después de ser nacido; haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos, y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible; y después reflexionar sobre mi mismo para sacar algún provecho” (EE 114).

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En síntesis podemos ver que tanto Pablo como Ignacio unen servicio y amistad de manera tal que se potencian y mejoran entre sí. Una amistad sin servicio es amiguismo. Un servicio sin amistad, eficientismo. En cambio el servicio por amistad es eficaz y la amistad que se orienta al servicio se consolida y crece.

 

Momento de Contemplación

Hna Marta Irigoy md

 

Bienaventurados los que, como Pablo, aún siendo libres se hacen servidores de todos por el Evangelio (1 Cor 9, 19). Encontrarán por el camino infinidad de amigos.

 Esta hermosa “Bienaventuranza de Pablo”, me trajo a la memoria, un párrafo del libro “Sabiduría de un pobre”, de Eloi Leclerc, y me pareció lindo iluminar con él, nuestro Taller de EE, de este mes de Julio.

En los  EE, hacemos una petición a partir de la Segunda Semana, en donde pedimos “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga /sirva”, es decir, pedimos al Señor conocerlo, para luego imitar sus sentimientos y descubrir el llamado que nos hace.  Por lo tanto, podemos decir que los EE siempre son de “seguimiento”.  Seguimiento que tiene su Principio y Fundamento en el el mandamiento del amor:

 Este es mi mandamiento:  Ámense los unos a los otros,  como yo los he amado.  No hay amor más grande  que dar la vida por los amigos.   Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer  todo lo que oí de mi Padre.  No son ustedes los que me eligieron a mí,  sino yo el que los elegí a ustedes,  y los destiné para que vayan y den fruto,  y ese fruto sea duradero” (Jn 15, 12-17).

 El texto de Eloi Leclerc, nos puede ayudar a descubrir este modo simple y a la vez extraordinario, de hacer conocer más a Jesús, como él mismo se nos dio a conocer  y  a través del gesto de nuestra amistad, hacer que todos los hombres descubran que son amados por el Padre.

Esta es la Buena Nueva, que se nos envía a anunciar!!

“Para nosotros es preciso aprender a ver el mal y el pecado como Dios lo ve. Eso es precisamente lo difícil, porque donde nosotros vemos naturalmente una falta a condenar y a castigar, Dios ve primeramente una miseria a socorrer. El Todopoderoso es también el más dulce de los seres, el más paciente. En Dios no hay ni la menor traza de resentimiento… Nadie ama como Él, pero nosotros debemos intentar imitarle. Hasta ahora no hemos hecho todavía nada. Empecemos, pues, a hacer algo.

Pero ¿por dónde comenzar?; padre, dímelo-.preguntó Tancredo

-La cosa más urgente- dijo Francisco- es desear tener el Espíritu del Señor. Él solo puede hacernos buenos, profundamente buenos, con una bondad que es una sola cosa con nuestro ser más profundo.

Se calló –Francisco- un instante y después volvió a decir:

 -El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres, pero ¿has pensado ya lo que es evangelizar a los hombres? Mira, evangelizar a un hombre es decirle: «Tu también eres amado de Dios en el Señor Jesús». y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba y que se despierte así a una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas. Es preciso ir hacía los hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un campo de lucha por la riqueza y el poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades les ocultan el Rostro de Dios. Es preciso, sobre todo, que al ir hacia ellos no les aparezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser en medio de ellos testigos pacíficos del Todopoderoso, hombres sin avaricias y sin desprecios, capaces de hacerse realmente sus amigos. Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y salvados en Jesucristo.

  El sol había caído detrás de los montes y bruscamente había refrescado el aire, el viento se había levantado y sacudía los árboles, era ya casi de noche y se oía subir de todas partes el canto ininterrumpido de las cigarras”.

    Gustemos en silencio contemplativo este texto, y hagamos memoria de todos los que a través de su sencilla y profunda  amistad, nos revelaron el Amor de Dios.

   Terminemos cantando juntos: Tengan los sentimientos de Jesús.

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Momento de Reflexión

Diego Fares sj

“Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta”

Bienaventurados los que, como Pablo, saben contentarse en todo: en la abundancia y en la privación, en la riqueza y en la pobreza. Vivirán serenos en toda situación.

La libertad espiritual en Pablo

En su carta a los Filipenses, Pablo agrade-ce a los cristianos por la ayuda económica que le hicieron llegar al recibir noticias de que estaba preso. Y en la carta sale a la luz con mucha fuerza su libertad de espíritu: cómo ha “aprendido a hacer frente a cualquier situación”.
“Yo aprendí a bastarme con lo que tengo. Sé vivir con estrechez y sé también nadar en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta” (Fil 4, 11-12).

Las expresiones de Pablo tienen sus matices: Pablo dice que ha aprendido a “bastarse” a “contentarse” (autarkes) “en lo que esté”, “en la situación que le toque vivir”. “Autarkes” literalmente significa ser “autosuficiente” y, generalmente, autosuficiencia suena a orgullo o a vanidad. Pero no es en este sentido que usa Pablo la palabra: él habla de un bastarse a sí mismo “con lo que ven-ga” porque “encuentra fuerzas para todo en Aquel que lo conforta”. Contentarse y encontrar fuerzas en Otro, en “Jesús que lo conforta”, no es algo automático, algo que Pablo posea de ma-nera tal que nada lo afecte. Al contrario, a Pablo le afectaba todo (“Quién desfallece sin que des-fallezca yo” 2 Cor 11, 29). De lo que se trata es de ese ejercicio de confortarnos en Cristo, por el cual, cuando algo nos ata ─ un temor, una cul-pa, una necesidad, una ansiedad…─ nos libera-mos interiormente atándonos sólo al mandamiento de permanecer en el amor.
Es muy iluminadora la carta a Timoteo en cuanto al sentido de esta “autosuficiencia en la fe”. Pablo le habla a Timoteo de los que están “ávidos de discusiones y vanas polémicas” y dice que pretenden hacer de la “piedad” (de lo religioso) fuente de ganancia”, y agrega: “Es verdad que la piedad reporta grandes ganancias, pero si va unida al “desinterés” (autarkeias), al saberse contentar con lo que se tiene sin avaricia. Porque la avaricia es la raíz de todos los males” (1 Tm 6, 4-10).
Desinterés, contentarse, bastarse… son los significados de esta libertad interior que conforta, cuyo contrario es la esclavitud de la avaricia que lleva a ambicionar más y más. Esta avaricia tiene una cara “pasiva”, por así decirlo, que es el descontento, el no sentirse nunca satisfecho con lo que el Señor nos da.
Este avaricia pasiva o descontento consiste en andar esclavos de la queja, disconformes con la situación que nos toca vivir en el presente. En la Iglesia y en la comunidad es frecuente esta tentación, que parte de los “habría que…”, de “lo que me hicieron” o de “lo que nadie hace”… con todos los etcéteras. Es fuente de desánimo y de inquietud.
Lo contrario es la alegría de poder servir al Señor y al evangelio en la situación tal como se da: comulgando, serenamente, con el momento presente.
Pablo no dice que pueda “cambiar” toda situación de mala en buena. Ni siquiera le interesa. Sí le interesa “estar contento” de poder cumplir su misión evangelizadora en la situación en que le toque, seguro de que siempre encontrará fuerzas en Aquel que lo conforta. Esta gracia transforma a Pablo en alguien manso y amable de corazón (prautes), él, que era naturalmente de carácter apasionado e impulsivo (Cfr. Col 3, 12 y Tit 3, 2). Así pues, no se trata de que el Señor nos libre de todas las cosas malas, sino de que siempre nos conforte interiormente.

Libertad interior y sentido del tiempo cristiano

La bienaventuranza habla de un “andar serenos”, de un andar holgados ─ no ahogados ─, contenidos y contentos ─ no angustiados ─, con tiempo ─ no ansiosos ─, respirando libertad interior en el Espíritu. El “estar hecho a todo” paulino tiene su sentido en lo pasajero del tiempo. Como les dice a los Corintios:
“Les digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo los quisiera libres de preocupaciones” (1 Cor 7, 29-32).
El contentarse en Cristo no es sólo en las penas, también en la alegría! La alegría de Pablo tiene una dimensión de adherencia exclusiva a Jesucristo que supera el ahora, una adhesión en la fe que “posee” ya lo que no ve, lo que espera. Es una alegría que no proviene de otra fuente que no sea aquella que asegura que “el Señor está cerca”. Y “cerca” implica una distancia, un todavía no que, al mismo tiempo, es algo fuertemente presente por el don de la Esperanza.
No es una alegría estética o sentimental, no es de esas alegrías que se pueden aferrar en un instante de emoción y luego se graban en el alma con una nostalgia particular, ya que se las sabe fugaces, pasajeras. La alegría cristiana es de otra índole. No depende de las alegrías o penas huma-nas. Está abierta –tanto en las alegrías como en los sufrimientos- a la alegría del Señor mismo resucitado, presente entre nosotros. Es la “alegría que nada ni nadie nos puede quitar”, prometida por el Señor en el evangelio, porque el que se alegra o contenta en Cristo, puede hacerlo siempre. El Espíritu nos libera de todo lo que no nos deja alegrarnos en Cristo: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor 3, 17).

La libertad espiritual en Ignacio

En Ignacio esta libertad espiritual se llama “indiferencia”. «La indiferencia ignaciana es la apertura radical a las exigencias de la voluntad de Dios. Voluntad que el Espíritu va mostrando al hombre en su historia concreta, que se encamina hacia el fin último: la salvación. Esta indiferencia ignaciana se da en la tensión entre dejar y elegir, entre estar disponible y comprometerse activamente, entre abrirse a escuchar al Espíritu y res-ponder con amor concretado en obras. No tiene nada de neutralidad ni de escepticismo. La indiferencia ignaciana está tensionada más por una “preferencia”, que mueve a elegir lo mejor, que por las cosas que hay que dejar. Preferir a Jesús a todo, hace que las cosas encuentren su lugar, siempre relativo, transitorio, no absoluto. De ahí la paz de esta indiferencia.
Hay en el Kempis, librito de cabecera de Ignacio, un hermosísimo pasaje que se titula así: Que se ha de descansar en Jesús sobre todos los bienes. Lo lindo que tiene es que pone todas cosas positivísimas y a Jesús por encima de ellas. De modo que no es difícil ejercitarse en “ver a Jesús y amarlo” en todas las cosas lindas de la vida, para luego saber también sentirlo valioso en las duras y difíciles.
“Alma mía, descansa sobre todas las cosas siempre en Dios, que Él es el eterno descanso de los santos.
Concédeme tú, Dulcísimo Jesús, que descanse en Ti sobre todas las cosas creadas.
Que descanse en Ti sobre toda salud y hermosura;
Que descanse en Ti sobre toda gloria, honra, poder y dignidad;
Que descanse en Ti sobre toda ciencia, riquezas y artes;
Que descanse en Ti sobre toda alegría, gozo, fama y alabanza; incluso sobre toda suavidad y consolación;
Que descanse en Ti sobre toda esperanza, promesa, mérito y deseo; sobre todos los dones y regalos que me puedas dar;
Que descanse en Ti sobre todo gozo y dulzura que mi alma pueda recibir y sentir: en fin, que descanse en Ti sobre todo lo que no eres Tú, Dios mío. Porque Tú, Señor Dios mío, eres bueno sobre todo: Tú solo altísimo y digno de ser amado por sobre todas las cosas. Por eso es poco y no basta cualquier cosa fuera de Ti. Y no puede mi corazón descansar verda-deramente y contentarse del todo si no descansa en Ti. Oh, Jesús mío amadísimo. ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en Ti?”

Recuperar una y otra vez la alegría y la paz en Dios

En el Principio y Fundamento de sus Ejerci-cios Ignacio nos hace pedir la gracia de “hacer-nos indiferentes”. Supone que un cristiano no está siempre indiferente. Todo lo contrario, es propio del cristiano apasionarse por las cosas, especialmente por aquellas que el Señor le encomienda. Y sin embargo, debe estar siempre dispuesto a rever en Dios todas aquellas cosas en las que hay libertad y que no están prohibidas. Un buen ejemplo nos lo da el Padre Ribadeneira contando la reacción de Ignacio ante la perspectiva de la desaparición de lo que más amaba: la Compañía de Jesús:
“Estando una vez Ignacio enfermo, le avisó el médico que no diese lugar a tristeza ni a pensamientos penosos. Y, con esta ocasión, comenzó a pensar atenta-mente dentro de sí qué cosa le podría suceder tan desabrida y dura que le afligiese y le turbase la paz y sosiego de su alma. Y, habiendo vuelto los ojos de su consideración por muchas cosas, una sola se le ofreció (la que tenía más metida en sus entrañas): y era si, por algún caso, nuestra Compañía se deshiciese. Pasó más adelante, examinando cuánto le duraría esta aflicción y pena en caso que sucediese; y le pareció que, si esto aconteciese sin culpa suya, dentro de un cuarto de hora que se recogiese y estuviese en oración, se libraría de aquel desasosiego y se tornaría a su paz y alegría acostumbrada. Y aún añadía más: que tendría esta quietud y tranquilidad, aunque la Compañía se deshiciese como la sal en el agua. Que es señal evidente de cuán arraigado estaba su corazón en Dios, y cuán conforme con la divina voluntad en todo”.
Se ve bien en este ejemplo lo que es la gracia de la libertad interior y ese “sentir fuerzas en todo en Aquel que nos conforta”.
Otro ejemplo nos lo cuenta el Padre Cámara:
“Estando, pues, el 23 de Mayo de 1555, día de la Ascensión, en una habitación con el Padre, él sentado en el apoyo de una ventana y yo en una silla, oímos repicar la señal que anunciaba la elección del nuevo Papa; y, a los pocos momentos, vino el aviso de que el electo era el propio cardenal teatino Carafa, que tomó el nombre de Paulo IV. Al recibir esta noticia, el Padre experimentó una notable conmoción y alteración en el rostro; y, según supe después (no recuerdo si por él mismo o por Padres antiguos a quienes él lo había contado) se le estremecieron los huesos del cuerpo. Se levantó sin decir una palabra, y entró en la capilla. Y, muy poco después, salió tan alegre y contento, como si la elección hubiera sido muy a su gusto. Y, como el Papa fue muy mal recibido y se murmuraba de él en Roma, por ser allí considerado como excesivamente riguroso, comenzó al punto el Padre a fijarse y a descubrir las cualidades y buenas obras que en él se podrían observar, y después las contaba a cuántos le hablaban de él”.

Facilidad en todo con suavidad grande

Nadal explica así la Indiferencia:
“Mortificándose así uno en todo y ejercitándose bien en esto, y regulando su amor en todas las creaturas por lo que debe al Señor, no amando a ninguna sino porque El lo quiere, viene a adquirir uno la libertad del espíritu, que no es otra cosas sino una facilidad en todo, usando de uno y otro medio, sea oración u otro alguno, conforme a la cosas que se trata; y de tal manera que sea pronto a escoger lo que será más conveniente y conforme al servicio del Señor, dejando lo contrario. Y esto con suavidad grande, sin resabio, disgusto ni ansiedades…”.
Es la bienaventuranza de la prautes o mansedumbre y dulzura del corazón, de la libertad espiritual y del contento puesto sólo en Jesús. El P. Cámara introduce este concepto de “regular” el amor a las creaturas con el Amor a Jesús. Nosotros solemos estar sumergidos en el amor a las creaturas y cuando sentimos dificultades nos dirigimos al Señor. De lo que se trata es de ir siempre primero directamente al Señor –en las alegrías y en las tristezas- y confortados en su Amor, descender a las creaturas “regulando”. Esta es la fuente de la suavidad y del sosiego, de la paz y de la libertad espiritual.

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Momento de Contemplación

Hna Marta Irigoy, misionera diocesana

 

Bienaventurados los que, como Pablo, saben contentarse en todo:  en la abundancia y en la privación, en la riqueza y en la pobreza. Vivirán serenos en toda situación.

 La Bienaventuranza de Pablo, con la que hoy vamos a iluminarnos en el Taller, nos trae a la memoria, una de las Bienaventuranzas más lindas que enseño y vivió Jesús: “Felices los mansos porque recibirán la tierra en herencia”– Mt.5, 4- y hace resonar en el corazón, su enseñanza sobre el secreto de su serenidad: “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”- Mt.11,29-.

 Piet van Breemen tiene un escrito muy hermoso, sobre la mansedumbre, al que tituló: “La Prautes”:

  “La palabra “prautes”, podría servir como resumen de las ochos Bienaventuranzas. Y lo mismo se puede decir de los frutos del Espíritu Santo que Pablo enumera en Gálatas 5,22: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”. Tampoco estas son nueve cualidades aisladas, sino nueve expresiones del mismo Espíritu que, cuando se combinan, retratan a un cierto tipo de hombre y de mujer, la imagen autentica de un discípulo de Cristo, un Cristiano.

La  mejor traducción bien podría ser “con un corazón apacible”, lo que sugiere ausencia de agitación.  La “prautes” describe a la persona que irradia serenidad.

La verdadera serenidad consiste en la ausencia de preocupación. Es la paz de saberse aceptado por Dios tan como se es y abandonarse a su amor. Es descansar seguro con Dios en autentica intimidad con Él, sin lucha ni tensión”.

  Aprovechando la Fiesta de Pentecostés, vamos a pedir con fuerza al Espíritu Santo, para que nos  traiga sus dones y sus  frutos, y así  como Pablo podamos decir:

 “Sé vivir con estrechez y sé también nadar en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta” (Fil 4, 11-12).

 ¿Cómo llega a decir esto Pablo?. Porque se sabía creado, amado y aceptado por Dios, es su Verdad

También nosotros, desde esta experiencia, podemos lograr sentirnos libres. Cuando hacemos experiencia del Dios Creador, que soñó nuestra vida y la va “artesanalmente” trabajando con sus Manos, a través de acontecimientos diarios, logramos la paz, la serenidad, la mansedumbre, al “comulgar con el momento presente”.

 Pablo, nos dice: 

  • “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”- 2Co.3,17-
  • “La  prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre!-Gal.4,6-
  • “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios”- Rom.8,14-15-

El secreto de Pablo, fue dejarse habitar  y conducir por el Espíritu Santo, que hizo de él, un hombre  libre que pudo  ante las situaciones de carencia y abundancia vivir, confiado como hijo en las manos del Padre y  apasionado por dar  a conocer la verdadera vida en el Espíritu que hace que  cada hombre y cada mujer, pueda vivir en libertad.

Momento contemplativo:

  • Vamos a pedir el Espíritu Santo a través de la Secuencia.
  • Haciendo silencio en el corazón, veamos que sentimiento hoy me habita:                                       

                  ¿Paz, amor, alegría, paciencia, cordialidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza?

                ¿Angustia, agobio, tristeza, pereza, desanimo, desesperanza, enojo, etc.?

 Pido al Señor que me regale interiormente, el Espíritu para saberme  creatura soñada desde siempre,  para vivir en las Manos artesanas del Padre. Manos que sostienen, cuidan y hacen vivir  en libertad.

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       *     Terminamos rezando juntos un Padrenuestro.

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