De ahora en más dirás: puedo tomarme unos minutos para hacer mi Contemplación para cosechar amor: el amor que recibí en esta jornada, y el amor que pude dar.
La frase es motivadora. En vez de decir: “tengo que hacer mi examen de conciencia”, que tiene su carga de deber y de rendición de cuentas, la idea de “cosechar amor” tiene una carga linda, como abrir un paquete con regalos o escuchar lo que cuentan los hijos de su día…
Sin embargo, por más que cambiemos el nombre y a lo que llamábamos “examen” le llamemos ahora “contemplación para cosechar amor”, hay un problema. Yo creía que era una cuestión mía, de terminar cansado el día y tener más ganas de distraerme un rato que de ponerme a rezar, pero escuchando a una mamá que contaba que no le había servido un consejo de su párroco, caí en la cuenta de que el problema no es solo el cansancio y el deber, sino que estamos en dentro de un problema más general y es que “el día no termina”. Esta mamá hacía referencia a que el sacerdote le había dicho: “…y después de rezar con los chicos la oración de la noche, se hace silencio y todos a la dormir”. Ella decía que se veía que el padrecito no tenía hijos, que los chicos no se terminan de dormir a la misma hora y que en una familia pasan muchas cosas distintas cada noche antes de que todos “caigan rendidos y se duerman”.
Esto pasa en una familia con chicos, pero de distintas maneras nos pasa a todos: el día no termina, el trabajo no termina, los WhatsApp siguen llegando a todas horas, por dar un ejemplo. Por eso, una tarea clave para la vida espiritual es la de establecer un “ritmo espiritual”.
Estemos atentos porque aquí, “espiritual” pasa a ser sinónimo de “totalmente personal”.Así como cada uno tiene que “encontrar o crear su espacio en la casa para rezar” -el “tameion” del que habla el evangelio (Cfr. Mt 6, 6), el “cuartito de las provistas” donde uno puede entrar y cerrar la puerta para que solo nos vea el Padre-, así también cada uno tiene que “encontrar o crear su “kairos” -su momento especial del día, en el que nada lo molesta, para poder “cosechar amor”.
Para este momento no hace falta un lugar fijo, lo importante es el concepto de “mi momento”, mi ratito de paz. Ese momento de gracia, para alguno sólo lo encontrará de camino a casa, luego del trabajo; otra persona lo encontrará “cuando se van todos…”. Lo importante es que sea un momento en el que la vida nos da una pausa y al que le podemos dar cierta periodicidad, es decir: un ritmo espiritual.
Nuestro maestro Fiorito decía que en el acompañamiento espiritual es más importante lograr periodicidad que preocuparse de la frecuencia. Por eso, en esta contemplación para cosechar amor hay que liberarse del reloj solar y proceder autónomamente: cada uno retomará “su día” a partir de la última “contemplación-cosecha” que haya logrado hacer. Puede que a veces pase una semana, porque uno solo logra hacer una pausa una vez por semana. No importa. El “día” en el que uno se enfoca, será un día “alargado”.
Esto no es fácil. No es fácil romper con la culpa de “no rezar todos los días” o de no “terminar el día con el examen de conciencia”. Así como no es fácil sostener el ritmo de la misa dominical. Como digo, hay que afrontar el problema tomando conciencia de que estos ritmos naturales están rotos, han sido reemplazados por un “ritmo no humano”, un ritmo propio del paradigma tecnológico, que nos necesita encendidos todo el día, vendiendo y comprando y entreteniendo sin pausa. Es difícil proponer/se un ritmo propio para la misa, por ejemplo. Hay gente que trabaja cuidando personas y los fines de semana es cuando tiene más ocupado el tiempo y no va a misa, pero sigue sintiendo culpa por no ir el domingo. Está tan metido ese precepto que sirvió para ordenar la manera de vivir el tiempo de otra sociedad que uno lo confunde con el mandamiento, que es santificar las fiestas. No logramos ver que si el domingo no es para uno un día de fiesta porque está obligado a trabajar, la lógica sería que uno no está obligado a santificarlo. Tendrá que encontrar su propio día de fiesta, que a veces ni siquiera es semanal! No es fácil!
Pero con la contemplación para cosechar amor puede que sea más sencillo. Porque es claro que la cosecha es algo especial: hay que hacerla cuando el fruto está maduro, pero también cuando el tiempo lo permite. Si llueve a cántaros, no se puede salir a cosechar. Por tanto, la idea de “cosechar” es una idea unida a dos cosas “externas” que no dependen de nuestro “voluntarismo”: la de la madurez del fruto, que por su mismo peso, perfume y color invita a ser cosechado, y por las condiciones climáticas, que en este caso son las condiciones que impone el trabajo que hay que hacer y el cansancio que uno tiene.
El momento justo para cosechar requiere, por tanto, la conjunción de tres cosas: la madurez del fruto, el tiempo objetivo y el tiempo subjetivo -que uno se sienta en un momento de paz y con ganas. La ventaja de que el fruto sea el amor de Dios es que “no se pasa”, como los frutos naturales. Es un fruto que el Señor nos da y nos mueve a dar y que permanece, incorruptible y siempre cosechable.
Es esta “cosa espiritual” (lo llamo “cosa” para expresar que siempre es un amor que se concretó en un fruto y se puede cosechar) lo que da libertad de acción en lo que hace al tiempo. Uno puede cosecharlo cuando quiera y pueda, que estará ahí, al alcance de la mano. El punto a ejercitar, a examinar y establecer, luego de experimentar uno poco, es la periodicidad. Hay que trabajar para encontrar los momentos propicios en los que uno puede lograr mayor regularidad, establecer una periodicidad propia y sustentable. Eso sí, uno debe estar atento a su memoria, porque si dejamos pasar muchos días, por ahí hay muchas cosas que se olvidan. Pero igual, como el fruto es de calidad, si de verdad fue amor, con un poco de agradecimiento se recuerda, aunque haya pasado un tiempo.
Los puntos
* Quieres conversar con Jesús?
Conversarás con Jesús, le comunicarás tus cosas del día y te abrirás al Espíritu Santo, que te hace sentir y comprender lo que Jesús te quiere comunicar. Contemplarás lo que te ha dado el Señor y lo que diste a los demás durante el día. La conversación, dice Ignacio, se da como un amigo que habla con su amigo, o un servidor con su Señor. Eligiendo lo que es fue más significativo para compartir.
* Agradece!
Rebobinando el día pasado agradecerás por todo, notando cómo el Señor puso signos concretos de su amor en tu jornada, más en las obras que en las palabras, como hace Uno que te ama. Le darás gracias por todos los beneficios que te hizo, por todo lo que recibiste de los otros.
Recordarás cosas buenas que pasaron hoy, concretas y pequeñas, como el pan o un saludo. Lo harás no tanto «enumerándolas» -cosa que puede cansar a la larga- sino encareciendo mucho alguna gracia grande de amor y dejando que las otras se le peguen en torno, como a un imán que las atrae y las concentra.
Agradecerás un rato hasta que sientas que tu memoria queda rebosada de la luz del agradecimiento, y que eso te dilata el corazón y te hace decir, qué grande! No me había dado cuenta! (como les pasó a los discípulos de Emaús).
Agradecer te purificará la memoria de las culpas -que son siempre autoreferenciales- de todas las “frases” con que el mal espíritu pretende inundarte con sentimientos de fracaso, de culpa, de negatividad: “perdiste tanto tiempo”, “hiciste tan poco”, “tantas cosas salieron a más o menos o quedaron a medias…”. Le responderás al mal espíritu diciendo que tu pasado está en la Misericordia del Padre, que Él ha enterrado todos tus pecados y es capaz de dar vida a todas tus obras muertas.
* Contempla
Mirando tu presente, prestarás atención y notarás cómo Dios «habita» en las personasque te encontraste durante el día y con las que compartiste la vida. Él habita en ellas y esto se puede ver en sus «actos de santidad». Este es el punto en el que Ignacio que dice «mirar cómo Dios ‹trabaja› por mi -por nosotros- en todas las cosas. Se trata de un ejercicio para reconocer el valor de lo que las creaturas «hacen por vos», de todo el trabajo que les das, digámoslo así, y de lo que cada creatura «es» y vale por sí misma.
El reconocimiento de la presencia y del trabajo de Dios en tu presente te purificará de todo sentimiento de soledad e inutilidad. Con Él nunca estás solo, con él ningún pequeño esfuerzo tuyo es inútil. El te acompaña y bendice tus pasos. Y si abrazás la cruz del momento, si abrazás “los clavos” en que la vida te convierte en impotente y insignificante, Él es capaz de convertir esa cruz en fuente de vida para los demás.
* Busca un pequeño deseo
Mirando hacia adelante, al futuro, harás un ejercicio de «humildad que se empeña en lo concreto», de reconocimiento claro de tus límites – sin creerte ni más ni menos de lo que sos – y de que «todo es posible para Dios». Esta mezcla de «tu medida potencia», como dice Ignacio, y de la «suma e infinita potencia de Dios», te vuelve capaz de «dar un paso adelante”, real y concreto, siempre, en el amor.
Tu esperanza, que te permite alegrarte de tu propia pequeñez – finitud gozosa, le llama un autor- y fiarte totalmente de la grandeza de Dios, purifica tu mirada y tu ánimo de todo descorazonamiento, de todo horizonte negro. Cuanto más ponés tu pie en tu propia pequeñez – y desde ahí alzás tu mirada al Cielo -, más se despeja tu futuro y brilla la esperanza.
* Ofrécete tu mismo
Terminarás tu contemplación para cosechar el amor del día ofreciendo tu amor:
Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento,
y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer.
Vos me lo diste, a Vos Señor lo torno.
Todo es vuestro. Disponed a toda vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
Deja una respuesta