Momento de reflexión
Diego Fares sj
La esperanza verdadera y dos tentaciones
Una lucidez y un Afecto
San Ignacio pone la meditación de los Tres binarios después de las Dos Banderas y antes de entrar a contemplar la vida pública del Señor. Es como decir: si vas a contemplar a Jesús y a querer seguirlo, tendrás que desempolvar dos gracias que el Espíritu Santo te regaló de pequeño y que por ahí quedaron como las estampitas del Bautismo, en el fondo de algún cajón. Una fue como el agua del Bautismo que te derramaron tres veces en la cabeza, la otra fue la marca con el crisma; te la hicieron en la frente, pero fue derechito a ungir tu corazón. El agua es de las que te limpian la mente y la dejan con una sola lucidez: la del discernimiento. Ese que, cuando las cosas vienen mezcladas y uno se confunde, te da la lucidez de recordar que solo hay Dos Banderas: una dice “esto te acerca a Jesús”; la otra: “esto te aleja y te mete en campo enemigo”. El don de la unción te marcó con la Cruz de Jesús. Para ir tras Él y para entender lo que la agrada tenés que dejar que este “afecto” que sentís por tu Dueño y Señor, marque con su sello a todos los demás afectos. No que no los sientas ni le des su lugar a cada uno: pero no serán “el afecto”. Ignacio decía (cuando antes de embarcarse le regaló a un pobre la última moneda que le quedaba para el viaje a Jerusalén) que lo hizo porque quería estar “aficionado solo a Dios”.
Meditación termómetro
La de los Tres binarios es una meditación termómetro, para ver cómo está el afecto que le tenemos a Jesús. Nos viene a decir que para escuchar el evangelio tenemos que quererlo mucho a Jesús. Tanto que andemos deseosos de agarrar todo lo que nos dé: dones, encargos, enseñanzas, e incluso retos, con tal de que vengan de Él.
El Señor, a lo largo de su vida, interactuaba con los que lo seguían de manera tal que no se podían no tomar posición. A veces se trató de algo para toda la vida, como cuando llamó a Pedro y Andrés y a Santiago y Juan y ellos inmediatamente: “dejando todo lo siguieron”. Otras veces, el Señor daba indicaciones concretas, como a los 10 leprosos a los que mandó que fueran a presentarse a los sacerdotes. Vemos aquí que uno fue más allá del mandato y se volvió a dar gracias a Jesús y el Señor no solo aceptó esta actitud, sino que hizo ver que la estaba esperando también de los demás. Es decir: Jesús interactuaba de verdad y si bien le gustaba la obediencia, más le gustaba cuando alguien libremente hacía algo más que el mínimo que establecía la ley. No lo mandaba. Si no lo hacían no pasa nada, pero si le adivinaba lo que le gustaba (como la que le ungió los pies con el perfume de nardo puro) y tenían coraje para hacerlo, contaban con su bendición y le daban una alegría.
Lo que quiero decir es que para escuchar a Jesús –que siempre habla “llamando a una misión”-, uno tiene que tener claro qué cosas está dispuesto a hacer o a renunciar si el Señor se lo pide. Porque puede ser que pida mucho, pero también que pida algo que sorprenda, a veces cosas muy pequeñas y fáciles…
Para estar abiertos a las sorpresas
La meditación de los tres binarios ayuda a discernir tres tipos de escenarios posibles para estar abiertos a estas sorpresas. Para que no nos pase como al joven rico, que corrió muy entusiasmado para preguntarle a Jesús qué tenía que hacer para ganar la vida eterna y resulta que el Señor lo miró con amor! Es verdad que después le dijo que vendiera todo y lo siguiera. Pero el problema de este joven no fue que tuviera apego por sus riquezas –quién no! -, el problema fue que no vio esta mirada! Se la perdió. En ningún otro pasaje del Evangelio se dice de alguien que Jesús lo miró con amor. Se supone que el Señor miraba así a todos y que los que se le acercaban era porque percibían esta mirada de amor. Cuando lo interroga a Pedro sobre la amistad no podemos imaginar, sino que las miradas eran de mucho amor… Pero de este joven Marcos lo dice explícitamente (Mc 10, 20).
Y se ve que este caso tiene algo que nos afecta a muchos, porque en general se absolutiza lo de vender todo y esto hace que mucha gente ni siquiera pregunte qué más puede hacer porque piensan que el Señor les responderá que vendan todo. Para nada es así. A Zaqueo, por ejemplo, el Señor no le dijo que vendiera todo y lo siguiera. Zaqueo se ofreció a devolver lo robado y a dar la mitad de sus bienes y al Señor le pareció bien. Y al Geraseno, al cual le expulsó un demonio y quería seguirlo, le dijo que no, que fuera a dar testimonio en su pueblo.
El Señor puede pedir no solo todo o parte, sino que también puede pedirnos otra cosa. Y puede que no nos pida ni nos cambie nada, sino que acepte y bendiga lo que le damos, como cuando le dijo a Marta que su hermana había elegido la mejor parte y no le sería quitada. También hay gente a la que el Señor la cura sin que se lo pidan, como al paralítico… Por tanto, antes de entrar en el seguimiento de la vida pública de Jesús, San Ignacio nos hace ver que tenemos que disponernos bien, tenemos que reconocer bien nuestros afectos, si estamos libres o si alguna cosa nos inquieta porque sentimos que, si Jesús quiere tratar ese tema, no nos animaremos.
El que se guía por el afecto grande a Jesús
El “tercer tipo de personas” es el que se guía por el afecto grande que le tiene a Jesús.
Se trata de una persona que se da cuenta de que tiene que resolver un tema que lo inquieta: qué hacer con los 10.000 ducados que son para él “una posesión inquietante”.
No es de los que se sacan de encima el problema, esa gente que dice “no quiero andar dando vueltas al asunto: o lo tengo y hago lo que quiero o lo dejo y basta”. No. A esta persona lo que le interesa es lo que siente el Señor, lo que el Señor haría con ese dinero. Si le dice que lo regale, quiere regalarlo con alegría, si le dice que lo administre para el bien común, quiere administrarlo lo mejor posible… Es decir, es una persona que aprovecha las cosas que tiene para trabajar y mejorar su modo de querer a Jesús. Este es el punto.
Ignacio dice que “no le tiene afección a tener la cosa acquisita (cosa a la que uno está afeccionado) o a no tenerla, sino quiere solamente quererla o no quererla según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a él (como libre que es) le parecerá mejor para servicio y alabanza de su divina majestad; y, entretanto quiere hacer de cuenta que todo lo deja en afecto, poniendo fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios nuestro Señor, de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor, le mueva a tomar la cosa o dejarla” (EE 155).
Como vemos, es todo un trabajo afectivo el que este tipo de persona hace. No solo se imagina escenarios distintos, en los que se proyecta con la plata y sin la plata, sino que “pone fuerza” en ordenar sus afectos, para que “lo que le mueva” sea el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor.
“Per aspera ad astra” (por las cosas difíciles se llega a las estrellas)
Ignacio agrega una nota. Dice que estas personas a las que lo que les interesa es lo que siente Jesús, cuando se dan cuenta de que le tienen mucho “afecto o repugnancia” a algo y que se les mete en medio entre Jesús y ellos, usan esta táctica: “Para extinguir el tal afecto desordenado, piden en los coloquios (aunque sea contra la carne) que el Señor les pida eso; y que ellos quieren, piden y se lo suplican, por supuesto sólo si es para servicio y alabanza de la su divina bondad” (EE 149-157). Es como que se chucean a sí mismos y se ponen a prueba para que salga clarito lo que sienten y se les ordenen los afectos. Los ejemplos en la vida de los santos son de todo tipo. San Francisco, para vencer una tentación se tiró sobre un zarzal (y las espinas se convirtieron en las rosas sin espinas que se pueden ver en el jardín de la Porciúncula). Ignacio tiene la famosa regla del “agere contra”, del “hacer lo totalmente contrario” cuando nos damos cuenta de que una cosa es una tentación. Cuenta en su autobiografía que había tocado con la mano a un enfermo de peste y se empezó a sugestionar con que se había contagiado. Entonces se metió la mano entera en la boca diciendo, si está contagiada la mano que se contagie también la boca. Y la obsesión se le pasó. Pero si estos ejemplos heroicos nos asustan, están los “pequeños sacrificios” que hacían Jacinta, Francisquito y Lucía, los pastorcitos de Fátima. Hacer contra a una tentación ofreciendo un “pequeñísimo sacrificio”, que dure un segundo nomás, es un gran remedio y ayuda mucho en la vida espiritual de los que somos más flojos.
Esto que parece muy difícil –no solo estar indiferente a 10.000 ducados, sino pedir lo que más nos cuesta-, es muy fácil si uno siente mucho afecto por Jesús. Cuando uno está enamorado suelen hacerse estos desafíos: pedime lo que quieras. Es una forma de demostrar que el amor es más grande que cualquier otro afecto.
La esperanza es un movimiento del corazón que surge cuando captamos un bien futuro, que es arduo pero posible de conseguir. Por eso se concreta en hacer algunas cosas arduas pero posibles, que están a la altura de ese bien y nos ponen en sintonía. Como dice el dicho “per aspera ad astra”, por lo aspero, a las estrellas.
Presumir en vez de esperar
El segundo binario: “Es el que quiere quitar el afecto, mas así le quiere quitar, que quede con la cosa acquisita; de manera que allí venga Dios, donde él quiere; y no determina de dejarla, para ir a Dios, aunque fuese el mejor estado para él” (EE 154).
Esta actitud es la primera que nos brota espontanea y naturalmente con respecto a todas las cosas y personas a las que les tenemos afecto: nos aferramos! Es parte del amor propio, que hace que nos identifiquemos con las cosas que más amamos, de modo tal que si nos piden algo de poco valor pero a lo que le tenemos mucho afecto, sintamos que no podemos soltarlo, que estamos “pegados”.
Es todo un trabajo “hacernos indiferentes” como dice Ignacio, cuando tenemos que elegir algo o a alguien y esta elección supone renunciar a otras cosas. Hace bien notar una cosa: cómo nuestros afectos, mientras no los tocamos, están como tranquilos, pero basta que un afecto sienta que lo van a dejar de lado para que comience a tironear. Y estos tironeos pueden ir desde una resistencia normal hasta un capricho en el que uno se obceca. Por eso es importante poner a prueba nuestros afectos cuando todo está tranquilo, para que, en los momentos de decisión, podamos decidir libremente. No sea que algo secundario se haya adueñado despóticamente de nuestro corazón… y nos pase como esas personas que mueren en un incendio o un terremoto aferrados a algo que querían mucho pero que no valía su vida.
En clave de esperanza esta tentación tiene que ver con un exceso de presunción. Querer que Dios venga a donde uno quiere es una forma de presunción. Es tratar de quitar el aspecto “arduo” de la esperanza, pensar que nos salvaremos igual aunque no soltemos nada de lo que egoístamente aferramos ni hagamos ningún esfuerzo. Considerado en teoría, este aferrarse a algo de manera caprichosa tiene algo de pueril. Pero en la práctica todos constatamos cuánto nos aferramos a las cosas y como nos cuesta “soltarlas” aunque solo sea en pensamiento. Querer tenerlo todo sin soltar nada es presunción. Si uno sigue todos sus afectos termina dominado por alguno, como sucede en las adicciones. Este segundo binario inunda la cultura moderna del consumo y nos engaña dulcemente: ofreciéndonos todo, nos roba la esperanza, que es de bienes arduos pero posibles.
Postergar y dejar pasar en vez de esperar
El primer binario es el que dilata las cosas. Sabe lo que tiene que hacer, pero no pone los medios para concretar. Ignacio lo describe así:
“El primer binario querría quitar el afecto que a la cosa acquisita tiene, para hallar en paz a Dios nuestro Señor, y saberse salvar, y no pone los medios hasta la hora de la muerte” (EE 153).
A nivel afectivo, dilatar las cosas concretas es señal de poco afecto. Cuando se quiere mucho de veras la tendencia es la contraria: lo que le agrada al otro se hace primero y todo lo rápido que se puede.
En clave de esperanza podemos señalar aquí la tentación de pereza o acedia, que es una forma de desesperación, aunque a veces solo parezca desidia. Si uno no se mueve es porque en realidad no visualiza que haya un bien grande que vale la pena. O le parece imposible de conseguir. Hay desesperaciones agitadas y otras mudas, pero son lo mismo. La pereza, el quedarse “esperando” sin hacer nada, es una caricatura de la esperanza. La esperanza no es un mero esperar sino un esperar activo, un esperar velando, deseando, preparando todo… como los siervos que esperan a que venga el novio o las vírgenes prudentes, que esperan con las lámparas llenas de aceite.
El demonio ataca el índice existencial de la esperanza cristiana que da un “adelanto” real y concreto del bien que se espera: no se lo ve ni se lo posee, pero se posee el dinamismo que genera ese bien y que se traslada al resto del actuar. La esperanza es peño –prenda- de los bienes que no se ven. El ancla la ancoramos en el cielo, pero la punta de la soga la tenemos en el puño ahora. Y esa tensión y ese apoyo, brinda una seguridad y una alegría muy real. Al poner los medios de “soltar la cosa acquisita ahora”, uno no queda en el aire sino agarrado a la soga de la esperanza. Y todo el dinamismo del reino donde está el ancla, se traslada a nuestro ser y lo hace vibrar de manera especial. Dos personas pueden estar haciendo el mismo trabajo, pero el que tiene una esperanza más grande lo hace de otra manera.
Momento de Contemplación
Marta Irigoy
Para ahondar en los sentimientos que nos deja la lectura y reflexión del texto sobre la Meditación de los Tres Binarios, podemos tomarnos la «temperatura» de nuestro amor a Jesús, como dice el P. Diego:
«La de los tres binarios es una meditación termómetro, para ver cómo está el afecto que le tenemos a Jesús. Nos viene a decir que para escuchar el evangelio tenemos que quererlo mucho a Jesús. Tanto que andemos deseosos de agarrar todo lo que nos dé: dones, encargos, enseñanzas, e incluso retos, con tal de que vengan de Él»
Viene muy bien tener presente el versículo de la carta a los hebreos:
«Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús…» (Hb 12,2), ya que nos puede ayudar mucho, discernir los sentimientos que nos quedan en el corazón, poniendo la mirada en Jesús, dejándonos sostener por esa mirada… y dejándonos seducir y enamorar por su Persona
Poner los ojos en Jesús, amplia el horizonte de nuestra mirada y nos da libertad… y posibilita la apertura de nuestro corazón a las sorpresas de Dios… ya que sabemos de Quien nos fiamos…
Estas «Sorpresas de Dios» muchas veces implican desinstalación, pero ayudan a cimentar la certeza de que «Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó…» (Rom 8,28).
Dios dispone bien…siempre bien…
Esta es nuestra esperanza…
Para terminar la reflexión, los invito a rezar con un antiguo himno:
Jesu Dulcis Memoria
Es dulce el recuerdo de Jesús,
que da verdaderos gozos al corazón
pero cuya presencia es dulce
sobre la miel y todas las cosas.
Nada se canta más suave,
nada se oye más alegre,
nada se piensa más dulce
que Jesús el Hijo de Dios.
¡Oh Jesús!, esperanza para los penitentes,
qué piadoso eres con quienes piden,
qué bueno con quienes te buscan,
pero ¿qué con quienes te encuentran?
¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones,
fuente viva, luz de las mentes
que excede todo gozo
y todo deseo.
Ni la lengua es capaz de decir
ni la letra de expresar.
Sólo el experto puede creer
lo que es amar a Jesús.
¡Oh Jesús! rey admirable
y noble triunfador,
dulzura inefable
todo deseable.
Permanece con nosotros, Señor,
ilumínanos con la luz,
expulsa las tinieblas de la mente,
llena el mundo de dulzura.
Cuando visitas nuestro corazón
entonces luce para él la verdad,
la vanidad del mundo se desprecia
y dentro se enardece la Caridad.
Conoced todos a Jesús,
invocad su amor,
buscad ardientemente a Jesús,
inflamaos buscándole.
¡Oh Jesús! flor de la Madre Virgen,
amor de nuestra dulzura
a ti la alabanza, honor de majestad divina,
Reino de la felicidad.
¡Oh Jesús! suma benevolencia,
asombrosa alegría del corazón
al expresar tu bondad
me urge la Caridad.
Ya veo lo que busqué,
tengo lo que deseé
en el amor de Jesús desfallezco
y en el corazón todo me abraso.
¡Oh Jesús, dulcísimo para mí!,
esperanza del alma que suspira
te buscan las piadosas lágrimas
y el clamor de la mente íntima.
Sé nuestro gozo, Jesús,
que eres el futuro premio:
sea nuestra en ti la gloria
por todos los siglos siempre.
Amén.
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