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Posts Tagged ‘Oficio de consolar’

a orillas del lago.jpg 

Momento de Meditación

Diego Fares sj

En la cuarta semana, lo que hemos elegido y reformado en nuestra vida, tiene que ser perfeccionado por la alegría y el gozo de la Resurrección. ¿Cómo es esto de que el gozo y la alegría “consuman y perfeccionan” una elección y reforma de vida?

Tenemos claro que, si no estamos dispuestos a “padecer” con Jesús, a cargar la Cruz, a sufrir humillaciones y pobreza, no somos verdaderos discípulos suyos. Pero qué decir de la alegría… Pero ¿estamos dispuestos a alegrarnos con Él?

La vida cotidiana es donde se “encarna Jesús resucitado”, si se puede decir así. Jesús resucitado se encarna en la alegría de una vida sencilla, sí, pero abierta a disfrutar intensamente. A disfrutar en la alabanza de la belleza de la creación; a disfrutar poniendo lo mejor de nuestra parte para hacer que la vida de nuestra familia y de nuestra comunidad sea un ámbito de paz y de gozo para todos, especialmente para los hijos pródigos; a disfrutar trabajando con entusiasmo y espíritu de colaboración para mejorar este mundo, haciendo participar de nuestros bienes a los más necesitados…

No las “grandes cosas” sino la alegría de los pequeños gestos hechos con gran amor es la respuesta a un Jesús resucitado que quiere encarnarse nuevamente en nuestra vida cotidiana. Si hace falta alguna “prueba” de esto, basta con mirar el modo y el estilo con que se aparece Jesús resucitado: como un simple jardinero a María Magdalena, como un compañero de camino, a los de Emaús, como uno que pide que le den algo de comer, a los discípulos, como el que hace de cocinero y les prepara el desayuno, en el lago…

María en la cuarta semana

Esta reflexión nace de contemplar la “impostación mariana” de la cuarta semana. Es decir: al contemplar el rol de María que Ignacio “descubre” y expresa en esa frase simple y punzante: “la Escritura supone que tenemos entendimiento”.

En los Ejercicios siempre distinguimos dos tipos de meditaciones y contemplaciones: las que Ignacio toma directamente de la Escritura, especialmente del Evangelio-, y las que él “creó” con la gracia del Espíritu y que llamamos “estructurales” –la del Rey terreno y el Rey eterno, las dos Banderas… etc. Pues bien, aquí en la cuarta semana, Ignacio pone esta “Cómo Cristo nuestro Señor apareció a nuestra Señora” (EE 218-225). En el Apéndice, al final de los EE, donde da un elenco con puntos para cada contemplación de “Los misterios de la Vida de la Vida de Cristo nuestro Señor(EE 261-312) titula así: “De la resurrección de Cristo Nuestro Señor: de la primera aparición suya” (EE 299).

La verdad es que siempre me había quedado una cierta “indecisión” ante esta contemplación, que no parece ni totalmente del evangelio ni totalmente estructural. Me parecía como el fruto de la religiosidad popular de Ignacio, de su piedad. Hoy la veo, por gracia, como el primer fruto de la resurrección del Señor, que unifica el Evangelio canónico, digamos, y el evangelio personal. Los unifica en la libertad que genera la fe cuando interactúa con el Señor resucitado. Y esta nueva “encarnación” solo se puede dar gracias a María, a la relación de María con Jesús resucitado. Al usar esta clave de lectura,  es bueno recordar lo que siempre dice el Papa, tomando a los Padres: que María es el tipo –modelo- de la Iglesia. Lo que se dice de Ella como persona, se puede aplicar a toda la Iglesia de modo universal y cada uno a su alma de modo particular.

Tenemos entonces que, al poner la primera aparición del Señor resucitado a su Madre, Ignacio no está “agregando” simplemente una contemplación piadosa a las que narran los evangelios, sino que nos está dando el Modelo de todas las contemplaciones de la Resurrección y una nueva “Estructura” para la Cuarta Semana y para la vida.

Toda la Cuarta Semana respira “libertad espiritual”. Ignacio da libertad al ejercitante, que supone ya como una persona discreta (que tiene entendimiento), para agregar o quitar puntos, para hacer menos oraciones y menos penitencia, ya que con la consolación puede recibir el fruto de la oración sin tanto esfuerzo de su parte… etc. Esta libertad revela el sentido que tiene la penitencia y el esfuerzo que a veces se toma como lo característico de un “voluntarismo” ignaciano. Nada de eso: Ignacio es realista y así como sabe que para luchar contra los afectos desordenados hay que poner esfuerzo, también sabe que cuando la gracia sobreabunda, hay que dejarse llevar por la bondad del Señor y basta con “no poner impedimentos”.

Ambientación mariana

Los dos “preámbulos” a la contemplación –la síntesis de la historia y la composición del lugar- nos centran en María, en su casa.

En la narración de la historia, el viaje del Señor es un descenso al infierno y luego una “ascensión” a visitar a su “bendita Madre (EE 219).

En la composición del lugar: los lugares que contrapone Ignacio son “el santo sepulcro” y “el lugar o casa de nuestra Señora, mirando cada parte, la cámara, el oratorio, etc.” (EE 220).

Esta ambientación Mariana de la resurrección es parte de la clave de lectura que estamos descubriendo. Fijémonos que Ignacio no contrapone Infierno y Cielo, o Sepulcro y un Jesús resucitado solo y esplendoroso, como se lo suele pintar, sino que contrapone descenso al Infierno y “ascenso a la casa de María, su bendita Madre”; sepulcro y lugar o casa de nuestra Señora.

Jesús resucitado viene a habitar la casa de María, la Iglesia y nuestra alma. La ambientación de Ignacio respira vida cotidiana, trae de vuelta el perfume de Belén y de Nazaret, las alegrías de la vida oculta del Señor en su familia, con María y San José.

Pedir insistentemente la consolación

La petición es “gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” (EE 221).

El tono es el del Magnificat, sin duda. Y se puede rezar perfectamente ese punto de “oír lo que dicen” imaginando que María canta el Magnificat al encontrarse con su Hijo Resucitado.

El Señor, así como consuela a su Madre, quiere consolar a toda la Iglesia y a cada persona concreta. Ya que dio la vida por todos y la habría dado por uno solo, por el más pequeñito de los hombres, también su oficio de consolar lo ejerce con toda la Iglesia y con cada persona que se pone en oración.

Ignacio, como nos dijo el Papa a los jesuitas en su visita a nuestra Congregación General 36, nos insta a “pedir insistentemente la consolación”. En esto de pedir y pedir consolación, para bien de nuestra alma, para bien de los que nos rodean y como servicio a un evangelio que necesita ser anunciado por evangelizadores alegres, siempre podemos dar un pasito más.

Una reflexión sobre los puntos que da Ignacio

Podemos considera, pues, esta contemplación como un gran regalo de Ignacio. Digo regalo porque es fruto de su oración, de una oración “perfeccionada” por los Ejercicios, que le ha dado gran libertad de espíritu y un “entendimiento” evangélico de las cosas de Dios.

Ignacio se anima a “imaginar en la fe” el encuentro de Jesús con su Madre y “defiende” esta libertad diciendo: (Jesús resucitado) “Apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: ‘También vosotros estáis sin entendimiento?’ (Mt 15, 16)” (EE 299).

Al igual que en la Pasión, Ignacio pone en esta contemplación los tres puntos acostumbrados, de mirar las personas, oír lo que dicen y ver lo que hacen, y agrega dos que son especiales.

Uno es “considerar cómo la Divinidad, que parecía esconderse en la pasión, aparece y se muestra tan milagrosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos de ella” (EE 223).

El otro punto dice: mirar el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae, y compararlo cómo unos amigos suelen consolar a otros” (EE 224).

Nos detenemos unos instantes para unir estas tres cosas:

  • el “oficio de consolar” de Jesús,
  • “los efectos o frutos de la resurrección”, que Ignacio califica de “verdaderos y santísimos”
  • y la suposición de la Escritura de que “tenemos entendimiento”.

Estas tres cosas dan una gran confianza y familiaridad en la contemplación y en la vida cristiana porque conectan experiencias que no siempre tenemos bien integradas y cuya integridad es atacada por la tentación.

Uno siente a veces mociones de alegría al rezar, siente consolaciones y piensa cosas, pero no siempre las conecta con que son “efectos verdaderos y santísimos” de un trabajo que activamente está realizando el Señor resucitado.

Más aún son frutos de algo que es propiamente Su Oficio.

Es verdad que hay que “discernir” bien y no engañarse con cualquier sentimiento.

Pero el primer discernimiento es que “cuando nuestra alma se inflama en amor a su Creador y Señor y siente que no puede amar ninguna cosa creada en sí misma sino en el Creador de todas ellas. Y cuando a uno le brotan lágrimas de amor a su Señor, o por el dolor de sus pecados o contemplando la pasión de Cristo. Cuando uno siente deseo de obrar en servicio y alabanza de Dios y también cuando experimenta aumento de esperanza, fe y caridad, y una alegría interior que lo llama y atrae a las cosas del cielo y a la propia salud de su alma, aquietándola y pacificándola en su Creador y Señor, el primer discernimiento, digo, es juzgar claramente que todo esto es una consolación. Sin ningún lugar a engaño.

Estas cosas son “efectos verdaderos y santísimos” que sólo el Señor “produce”. Él es el que está obrando activamente y disponiendo estas gracias para consolar a sus amigos.

Entender esto, el Evangelio supone que lo entendemos.

Es decir: que la consolación no solo somos capaces de “sentirla” sino de “entenderla”.

Qué quiere decir que entendemos?

Quiere decir que como personas comunes, somos capaces de entender perfectamente lo que es un don y cómo supone un Donante.

La experiencia del don es básica en la vida humana y está en la raíz misma de lo que significa hablar, comunicarse, entenderse. Cuando nuestros padres nos hablaban y nos hacían gestos de cariño, antes que las palabras mismas, comprendíamos el don de sí que nos hacían.

Este don es lo que motiva y despierta el deseo de responder y nos hace desear hablar y aprender las palabras.

En la consolaciones entendemos que son regalo por el gusto, la alegría y la dilatación del corazón que nos producen. Y se confirma que son don de Otro por la vía negativa: comprendemos que no son algo nuestro, porque estas consolaciones no son algo que podamos sentir cuando nos lo proponemos ni manejar a gusto.

Además de lo humano, está la gracia. La consolación no es una energía muda o ciega sino que, al mismo tiempo que se hace sentir, también se “explica”, es comprensible para la fe, la despierta y la alimenta. Por eso, la verdad de fe de que Jesús resucitado es el que desempeña este oficio de consolar, es algo que se nos da junto con la consolación misma.

La consolación se da y se explica y nos dice de Quién viene.

Y si en alguna parte de la consolación puede ser que uno exagere, o meta cosas propias, o la achique, o lo que sea, en conjunto, una consolación es una consolación y el mismo Señor que la da, la va ajustando.

Por eso Ignacio habla de “todo aumento” de “esperanza” (primero), en el sentido de que lo que uno recibe es de tal calidad y bondad que aumenta la esperanza de recibirlo más y mejor. Esto contra la tentación que a veces “mata” de entrada a la consolación, al querer hacernos sentir que será algo pasajero y que nunca volverá a ser lo mismo. Todo lo contrario. La esperanza de recibir más y de recibirlo mejor es el juicio correcto si uno mira bien lo que está recibiendo.

Segundo Ignacio pone “todo aumento de fe”, en el sentido de que la consolación misma nos hace confiar más en el Señor que nos la da y nos lleva a conocer la donante en su don.

Tercero pone Ignacio “aumento de caridad”, como consolidación y fruto de las otras dos gracias.

 

Momento de Contemplación

Marta Irigoy

Como cita el P. Diego; el Papa Francisco al hablarle a los jesuitas, les dijo que hay que “pedir insistentemente la consolación”…

Hoy queremos también, pedir este Don, que es Dios mismo… para cada uno de nosotros!

San Ignacio dice que Dios quiere dársenos… y para recibir este regalo hay que entrar en nuestro interior y descubrir en qué lugar o aspecto de mi vida, estoy necesitando la visita de Dios.

en mis desolaciones…

en mis fragilidades…

en mis tristezas…

………………

Y así, como les paso a Zaqueo, a Abraham y en especial a Nuestra Señora…podamos “dejarnos” consolar…

El signo, será la alegría, la confianza y la esperanza, que desbordaran nuestra vida…

Y esto será para bien de los que nos rodean y como servicio a un Evangelio que necesita ser anunciado por evangelizadores alegres –como dice el P. Diego, más arriba.

Terminamos rezando esta Oración de san Alberto Hurtado –sj.

“Señor, son tantos los que sufren

en el mundo de hoy

y tan pocos los que saben

olvidar su dolor.

Yo quiero ser luz

que refleje tu lámpara

y levadura buena

que te esponje las almas.

Te doy gracias Señor

porque has resucitado

y mataste en mi alma

la angustia del pecado.

 

Si me pides la vida,

quiero darla contento,

si no quieres que muera,

quiero vivir sonriendo.

 

Quiero reír,

Quiero soñar,

Quiero darles a todos

La alegría de amar”.

 

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