Momento de Meditación
Diego Fares sj
Comenzamos y terminamos el año bajo el signo de la Escuela del discernimiento. Para crecer en el discernimiento hay que entrar en esta Escuela cuyo principio pedagógico es que «solo aprende bien el que enseña a otros». La Palabra se hace carne en nuestro corazón cuando la encarnamos en obras de misericordia. Las así llamadas «obras de misericordia espirituales» son la puesta en práctica de una Palabra rezada, es decir recibida como limosna de gracia en la oración, que se transforma en ayuda: «enseñar al que no sabe», «corregir al que se equivoca», dar buen consejo al que lo necesita».
La verdad del evangelio ilumina la mente no de manera puntual, como cuando uno piensa en un concepto abstracto, sino que «va iluminando» -como el sol que sale y va iluminando las torres y palacios más altos de Roma y a medida que él asciende, su luz llega a las casas más bajas-. Podríamos decir que la Palabra toca nuestra inteligencia a través de nuestros sentidos -con alguna frase que nos hace sentir y gustar una verdad evangélica-, desciende a nuestro corazón, tocando nuestros afectos con su belleza y su amor, pone en movimiento nuestros pies y nuestras manos, extendiendo su acción benéfica que se convierte en obras de misericordia, justicia y caridad, ayudando y sirviendo a los demás, especialmente a los más pequeños, y vuelve con su luz, ahora más plena, luego de haber hecho este proceso en el que su Luz se reflejó en cada acción y cada cosa, a nuestra inteligencia, permitiéndonos sacar provecho mediante la reflexión.
La luz de Dios ilumina por reflejo, una vez que la Palabra alcanzó una realidad más amplia, gracias a que la rezamos, la pusimos en práctica y reflexionamos acerca de su sentido. La luz de la Palabra no se nos da toda entera en nuestra inteligencia, sino sólo un poquito, lo suficiente para conmovernos el corazón y las entrañas y poner en movimiento nuestras manos y nuestros pies. Luego, mientras uno pone en práctica el consejo evangélico, o después, cuando uno hace el examen de las consolaciones recibidas en la misión, se termina de «comprender» lo que la Palabra quería decir. Y esto nos hace ir de nuevo, con hambre y sed, a la oración.
Rezar, practicar, reflexionar
En la Escuela ignaciana, rige el principio pedagógico de ser «contemplativos en la acción» o, como dice Aparecida de ser «discípulos misioneros», tiene tres momentos bien definidos: rezar, practicar, reflexionar. Rezar para nutrirse de la Palabra, practicarla para que de fruto en uno y en los demás, y reflexionar -no sobre todo en general sino sobre cómo la palabra incidió en la vida- para sacar provecho. Estos tres momentos, que se repiten en lo cotidiano y a lo largo de los distintos períodos de la vida, constituyen el «ciclo virtuoso» de la iluminación evangélica.
Hemos de incorporar esta convicción, que no es una regla abstracta sino el fruto de una experiencia que nos viene de nuestros santos y maestros: No se pueden separar estos momentos ni se puede prescindir de ninguno de ellos.
Creo que en el lenguaje común ya está aceptada -al menos teóricamente- la relación entre los dos primeros: oración y acción. San Ignacio los une y uno de sus compañeros y fiel intérprete, resume su relación en esa fórmula feliz que dice que marca el ideal al que debemos tender y que es ser: «contemplativos en la acción». Pero no es tan habitual tener en cuenta el tercer momento, el de la reflexión o «examen», al que Ignacio le daba igual o mayor importancia que a los otros dos. Este examen no es examen de los pecados, sino del proceso que recorrió la Palabra en nuestra oración y en nuestra jornada. Examinamos cómo la Palabra se nos dio como limosna de gracia, cómo gustamos algo en la oración, al leer, meditar y contemplar el evangelio; examinamos luego cómo esa Palabra dio fruto primero, en nuestra afectividad misma, moviéndonos a dialogar amorosamente con el Señor en la oración y, luego, cómo dio algún fruto en nuestra vida, cuando la pusimos en práctica en nuestro trato con el prójimo.
Vemos que San Ignacio al final de la oración nos hace hacer una «reflexión para sacar provecho». Nos hace «conversar» con el Señor de lo que vivimos y aprendimos en la oración. Lo mismo recomienda al final del día, como si el día entero hubiera sido «una contemplación en la acción».
Este examen consiste en rebobinarel día. Pero no como si pasáramos rápidamente toda la película sino editando lo que tiene que ver con la gracia recibida en la oración, es decir: desde la perspectiva de la gracia principal que el Señor nos dio. Esto tiene sentido y da unidad a nuestra vida, porque las gracias que el Señor nos da -todas y cada una- están dirigidas y ordenadas teniendo en cuenta nuestra vocación y la misión encomendada.
Por eso, no se trata en primer lugar de revisar en sí mismos y en su sucesión «todos los acontecimientos del día» o «todos los sentimientos y cosas que experimentamos». Se trata de considerarlos, sí, pero tirando el hilo que los junta y unifica. Como si el Espíritu Santo que es «el dedo de Dios» tirara de un hilo que junta muchos globos y no los dejara volar y dispersarse cada uno para su lado.
Reflectir para sacar provecho
Aunque suena a castellano antiguo me gusta poner «reflectir» en vez de reflexionar, aunque digan lo mismo, porque le da otro sabor a esta acción intelectual tan decisiva. Se trata de reflectir «para sacar provecho», dice Ignacio, y da con esto un impulso misionero al examen, poniéndolo lejos de cualquier actitud de ensimismamiento autorreferencial y de todos los enrosques culposos en los que somos tentados de enredarnos cuando el mal espíritu nos sugiere lamentos y frases que contienen el famoso «habríaqueísmo»: debería haber hecho.
Estas tentaciones habituales vienen pegadas a la palabra «examen de conciencia». Van unidas a «tener que confesarse». Pero debemos advertir que los pecados son solo un punto para tener en cuenta en un examen y, dado que Dios en su infinita misericordia los perdona todos, lo importante no es darle muchas vueltas. Los pecados se confiesan y punto. Luego viene esta tarea de examinar y discernir dónde me dejé engañar por el maligno, para aprender a ser más vivo en adelante. Aprender es una palabra importante. Roberto Vecchione, un cantautor italiano, dijo una frase que me tocó. Le preguntaban cómo es que a los 75 se había vuelto optimista. Y él: «Es que en la vida nunca se pierde. Uno vence o… aprende». Me encantó porque da una perspectiva positiva para encarar el examen: voy a ver en qué venció el Señor en mi vida -para festejarlo- y en qué «aprendí», es decir: donde perdí o actué mal y saqué enseñanza de mi propia experiencia.
Reflectir para sacar provecho es lo que cierra un proceso de oración-acción-reflexión de un día, por ejemplo, y abre el próximo, con las mejoras que vienen al caso. Es el gozne sobre el que gira la puerta que cierra bien lo que pasó y abre la etapa nueva al día que viene.
No se trata del examen final, que concluye una carrera o una materia y tiene el carácter «extrínseco» de la nota que te pone el profesor, y que luego, en cierta manera se desentiende de vos en ese punto: «estás aprobado, pasamos al siguiente tema». Es más bien el examen del maestro o entrenador o director espiritual que está a tu lado cotidianamente – ese es el Espíritu Santo, maestro interior- y revisa lo que hiciste en el día dentro de un proceso continuo, para insistir más en algún punto importante para el entrenamiento siguiente. Pienso en un tenista y su entrenador, cómo le apuntala su mejor golpe, lo hace practicar más allí donde tiene su punto débil pero dentro de una estrategia de conjunto, que le permita «hacer su juego», no «ser perfecto en un punto aislado». Y todo, teniendo en cuenta al próximo rival concreto y al torneo. Reflectir para sacar provecho tiene en cuenta todas estas cosas y alegra -digan si no! – pensarlas así.
Es todo lo contrario de un examen obsesivo sobre un defecto o un problema recurrente. Y aquí viene bien dejar el ejemplo del deportista individual y pasar al de equipo. La reflexión es reflexión humilde, apunta a que saque provecho el equipo entero. Esto hace que surjan las gracias que cada uno tiene para el bien común y que, potenciadas, ayudan a mejorar también otras, más individuales que, desde esta perspectiva de equipo, se trabajan mejor. ¡No importa tanto que uno sea perfecto, sino que funcione en equipo!
El plan general de la Escuela
Así como ayuda conocer este «principio pedagógico» con sus tres pasos – primera luz de la Palabra en la oración, puesta en práctica de esa Palabra y segunda luz en el reflectir para sacar provecho-, ayuda también conocer el «plan general de la Escuela del discernimiento».
Fin: todo se ordena a la elección de estado de vida y a sus reformas
Los Ejercicios Espirituales se estructuran en orden a producir un acontecimiento decisivo: la elección o reforma de vida. Uno que entra en la Escuela de los Ejercicios no es uno que quiere sacar un título en alguna materia particular sino uno que quiere «investigar y demandar en qué vida o estado se quiere servir de él su Divina Majestad» (EE 135). Es decir: la materia es su misma vida, cuyo aspecto temporalmente más decisivo, requiere una elección radical -para toda la vida-, y los otros aspectos requieren «reformas» periódicas y constantes.
Formar una familia, como ejemplo de estado de vida, no es algo «temporario». Uno será padre para toda la vida y por eso es algo que requiere una seria y ponderada elección. Lo mismo vale para la consagración exclusiva al Señor y, dentro de la Iglesia occidental, para el ministerio ordenado. La Escuela del discernimiento se ordena en torno a esta elección de «estado de vida» como se le llama y, una vez, elegido, a ayudarla con las reformas de vida que se van necesitando en cada nueva etapa y ante cada desafío (EE 189).
Aquí viene bien un ejemplo que pone Gastón Fessard hablando de la importancia de la elección en los Ejercicios. Supongamos que Ignacio se encontrara con un alma cuya vida quedó determinada por una Elección de primer tiempo». Es decir: uno al que el Señor le habló directamente, como a San Pablo o a San Mateo y los llamó y consoló de tal manera que no podrían dudar del llamado (este al parecer fue el caso de la vocación a la Compañía del Padre Martín Olave). Sigue Fessard: «Habría dudado Ignacio en proponerle que hiciera sus Ejercicios, juzgando que tal persona no tendría nada más que sacar de su método? O, por el contrario, la habría instado especialmente a vivir sus treinta días de Ejercicios?». Fessard comenta la última regla de discernimiento en la que San Ignacio dice que hay que distinguir bien dos tiempos: uno, el instante de la consolación -en este caso una consolación sin causa, especialísima y directa de Dios, de la que no se puede dudar-, el otro, el «segundo tiempo», en el que uno retoma el discurso de sus propios pensamientos y saca sus conclusiones y hace propósitos de acuerdo a su modo habitual de ser y al contexto en que vive. Este segundo tiempo puede ser tentado y requiere discernimiento. Por tanto, Ignacio no dudaría en hacer practicar los Ejercicios al que ya eligió. La «reforma de vida» es parte integral de la elección y requiere que uno practique siempre sus ejercicios para discernir todo lo que pertenece a este «segundo tiempo» distinto del «instante» de la consolación.
Primera etapa: preparación básica para la elección
Tomar conciencia de lo que somos por gracia como principio y fundamento
El tema de la «elección» suele ser un tema tabú. Creo que es porque se acentúa un aspecto que no es el más profundo: el aspecto funcional. Desde la perspectiva funcionalista se disparan frases tales como «tengo que elegir o «tendría que elegir» o «no se si elegí bien». Son cosas que hacen vivir el tema de la elección desde el deber, desde los futuribles y desde la duda y la culpa. Esto no es lo más fundamental. Lo fundamental es que «ya hemos sido elegidos». El Señor nos eligió y nos dio la vida, nos salvó y nos encomendó la misión de ser santos y de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Esta elección de Dios es lo que somos por gracia. Y en la elección de estado de vida y en las reformas que hacemos, nos basamos en este regalo. Elegir es en realidad hacer real y propia esta elección primera, hacerla real en nuestra vida tomada como un todo y en los desafíos de cada etapa y de cada día. Como dice el Papa en: “Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona (…) y ver la totalidad de su vida como una misión” (GE 22-23)
Elegir sigue los pasos que vimos en el principio pedagógico: es sentir y gustar lo que el Señor eligió darnos, ponerlo en práctica y reflectir en el don, agradeciéndolo y eligiéndolo más libre y conscientemente. En ese sentido, cuando hablamos de «elegir», como se trata en el fondo de elegir a una Persona, de elegir amar Al que nos ama, las otras «elecciones» -tanto del estado de vida como de las reformas de vida- son «modos de amar más y mejor». Esto nos lleva a la concepción de fondo de lo que es la vida: La elección es el acto más radical de la libertad amorosa de Dios para con nosotros: eligió crearnos y darnos todo. Para nosotros, como creaturas, elegir no es elegir «si lo amaremos o no» sino elegir «cómo quiere Él que lo amemos y cómo sentimos nosotros que podemos amarlo mejor».
«He sido elegido», es la conciencia fundamental del ser creatura. «Por qué yo», decimos admirados cuando tomamos conciencia de lo grande y gratuito del don de la vida. Este «por qué» está antes y es más grande que cualquier sufrimiento, aunque haya momentos en que pueda no experimentarse, sobre todo cuando otros hacen injusta e intolerable la vida. De esta conciencia surge la alabanza, la adoración y el deseo de servir, que San Ignacio pone en el Principio y fundamento como preparación primera para lo que será luego la elección.
La elección, por tanto, será del tercer punto creatural -el servicio-. Alabar y reverenciar, en cambio, son más bien fruto de una elección espontánea, que surge como respuesta inmediata ante la experiencia de «estar siendo elegidos», que es sinónimo de «estar vivos».
El primer paso en la preparación para la elección es tomar conciencia de que «somos creados… para Jesús nuestro Señor»
Dejarnos purificar de los afectos desordenados
El segundo paso es tomar conciencia de las tentaciones y afectos desordenados que nos impiden «ser para nuestro Señor». Discernir todo aquello que nos quiere hacer sentir y vivir apartados del amor de Cristo, es lo que San Ignacio nos hace meditar en la primera semana de Ejercicios. Se trata de algo mucho más amplio que pedir perdón por los pecados. Se trata de discernir para rechazar y aborrecer tanto el «desorden» de mis facultades, de mi sensibilidad, de mis comportamientos y hábitos…, como «las cosas mundanas y vanas». A este punto de los pecados se le ha dado excesiva importancia en la predicación, hasta el punto de que uno identifica vida cristiana y conciencia de culpa por los pecados. Pero como vemos, en el esquema de los Ejercicios, los pecados son solo una parte de un sangüiche triple. Están entre la acción de gracias por el don gratuito de la creación y el desafío apasionante de seguir a Jesús. Y dentro del dejarse ordenar, el perdón de los pecados es la parte más fácil, porque allí solo la misericordia de Dios lava los pies y hace todo. La tarea nuestra es discernir los afectos desordenados que dan pie a esos pecados y las cosas mundanas y vanas en medio de las cuales tenemos que vivir sin «ser mundanos».
Escuchar el llamado personal de Jesús a seguirlo
El tercer paso de esta preparación básica para la elección consiste en aprender a escuchar el llamamiento de Jesús, nuestro Rey y Señor, que habla en cada palabra y en cada gesto de su vida tal como nos la narran los evangelios.
Este paso de «no ser sordos a su llamamiento» como dice Ignacio, es un paso de apertura básica, de disponibilidad, que hace vivir la vida no como la mera realización de los propios impulsos, sino en clave dialogal: queriendo encontrar el punto común entre nuestros anhelos y capacidades más íntimas y aquello a lo que se nos invita y que nos desafía desde afuera, desde otra Libertad.
Estos tres pasos del discernimiento son los que se practican en los Ejercicios que uno hace cada año, sean de tres días o de una semana.
Predisponen a las reformas que uno debe afrontar en su vida, en su trabajo y en su apostolado habitual.
Nos ayudan a recuperar la oración de adoración y alabanza, a dejarnos purificar y ordenar los afectos que se nos desordenaron y a abrir mejor el oído para escuchar la palabra del Señor en nuestra vida.
En términos de escuela, los ejercicios son una especie de curso permanente cuya estructura fundamental se repite cada año de distintas maneras o bajo distintos lemas.
Segunda Etapa: Preparación próxima para elegir bien
Antes de la elección propiamente dicha, que incluye el tiempo de pedir al Señor que confirme lo que elegimos, los Ejercicios nos brindan la posibilidad de hacer una preparación más cuidadosa para poder elegir bien tanto el estado de vida como la reforma puntual que queramos hacer.
Las materias de esta preparación próxima son «los misterios de la vida oculta de Cristo» a la que San Ignacio agrega algunas «meditaciones estructurales»: Dos banderas, Tres binarios y Tres maneras de humildad (o de amor, como decía el ejercitante de Ignacio, el Dr. Ortiz).
Ahora bien, en estas meditaciones estructurales, el tema único y principal que ayuda a prepararnos para la elección, son las bienaventuranzas, las exigencias radicales de Cristo al que quiere seguirlo como discípulo. El discernimiento se afina y no es ya la adoración y la alabanza creatural, que surgen espontáneamente ante el Creador, sino las actitudes evangélicas que practica Cristo y que, al contemplarlo a Él, como vive la misericordia, la pobreza, la mansedumbre de corazón, cómo trabaja por la paz y lucha contra la injusticia…, suscitan movimientos de espíritu en nuestro corazón. El discernimiento afina la punta y se trata de ver cuál bienaventuranza nos quiere regalar el Señor como carisma particular para servicio y bien común del cuerpo de la Iglesia.
Tercera Etapa: Elección propiamente dicha, que incluye la confirmación
La elección o reforma de vida es un acontecimiento muy personal al que San Ignacio le pone un marco amplio. La «materia» que va dando para meditar es toda la vida pública del Señor. Dice Ignacio: «La materia de las elecciones se comenzará desde la contemplación de (la ida del Señor de) Nazaret al Jordán y cómo fue bautizado» (EE 163). Fiorito dice que la temática dentro de la cual se da la elección o reforma de vida se extiende hasta la Ascensión del Señor (EE 312). Y -agrega el maestro- «En cierto momento de este proceso ‹se hace la elección o deliberación› como la llama Ignacio (EE 183). Elección con la que el ejercitante debe ir ‹con mucha diligencia a ofrecerla› al Señor para que la reciba y confirme» (Ibíd.).
Este largo espacio de tiempo -segunda, tercera y cuarta semana- nos cambia la idea de la elección como algo puntual. Es cierto que hay un momento puntual en el que uno «elige». Es un momento que se puede sintetizar en una frase cuyo esquema abstracto es: elijo «esto» y no «aquello». Suele ser una frase muy personal que en la vida de cada santo y en cada vocación refleja algo del evangelio de manera original.
Me viene aquí de detenerme un poco y dar algunos ejemplos. San Ignacio nos cuenta cómo en su conversión: «Todo su discurso era decir consigo: Santo Domingo hizo esto; pues yo lo he de hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo he de hacer». Santa Teresa de Calcuta dice que cuando ese mendigo en harapos se acercó a decirle «Tengo sed», ella sintió en si que elegía «no negarle nada a Cristo». En San Francisco de Asís me llama la atención la frase: «Comencé a pedirle al Señor que se dignara dirigir mis pasos». Al poco tiempo se dio el encuentro con el leproso! Teresita expresa así su elección: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado». Brochero expresa su elección con una frase que, como la de Teresita, hace referencia a «su lugar» en este mundo: “Yo me felicitaría si Dios me saca de este planeta sentado confesando y predicando el Evangelio.”
Podríamos seguir infinitamente por este camino de gozar con estas expresiones con las que los santos expresan su elección y reforma de vida.
Vemos que la elección puntual incluye un tiempo en el que «eso» que uno elige, tiene un pasado, es algo que uno fue sintiendo y gustando más y mejor y con lucha espiritual mientras contemplaba la vida de Cristo. Y luego, «eso» que eligió requiere la confirmación del Señor, que se hace contemplando los misterios restantes de su vida hasta completarlos.
El fin de la elección es «hallar en paz a Dios nuestro Señor en todas las cosas» (cfr. EE 150) y este se vuelve tema específico en la Contemplación para alcanzar amor. Concluimos diciendo que para poder «contemplar» el amor del Señor en todas las cosas uno tiene que estar en el lugar preciso de su misión, habiendo elegido y reformado su vida cada vez siempre en función a esa misión. Desde ese lugar teológico del propio carisma y la propia misión, se puede ver y experimentar el amor de Dios en todo lo demás.
Los tres modos de orar, las reglas de discernimiento y las reglas sobre limosnas, escrúpulos y para sentir con la Iglesia
San Ignacio termina su librito de los Ejercicios con indicaciones acerca de distintos modos de orar y con varios tipos de reglas que, en conjunto, constituyen más de la tercera parte de los Ejercicios. Aunque en general son considerados como «apéndices», si se miran habiendo puesto en el centro la elección y reforma de vida, se iluminan con una nueva luz.
El primer discernimiento -siempre renovado- es acerca de la oración
Los modos de orar nos hacen sentir que el primer discernimiento que siempre hay que rehacer, es acerca de la oración, para ver si nuestro modo de rezar es verdadero -si nos lleva a la práctica de lo que Dios nos encomienda- o no. Y las reglas ayudan a estas dos cosas, a ordenar nuestra oración y a ordenar nuestra práctica.
Las así llamadas «reglas de primera semana», pueden verse como ayudas para sentir y conocer las mociones que se dan en el alma en la etapa de «preparación remota a la elección».
Las reglas 1 y 2 ayudan a comprender cómo es que actúan el buen espíritu y el malo según que la persona vaya cuesta abajo en la vida espiritual (EE 314) o, por el contrario, «vaya intensamente purgando sus pecados y de bien en mejor subiendo en el servicio de Dios nuestro Señor» (EE 315).
Las que siguen ayudan a «rezar bien» -sobre todo cuando uno está en desolación (EE 318—322) y a «hablar bien con el director espiritual» (EE 325), abriendo totalmente la conciencia para poder ser bien ayudado.
Las reglas «de segunda semana» ayudan en la preparación inmediata y en la elección misma y confirmación.
En la última, como hemos visto, San Ignacio da una clave: dice que hay que distinguir el tiempo de la consolación (en que uno elige, podemos agregar) del tiempo siguiente, en el que uno queda consolado y «por su propio discurso y por su hábitos y a consecuencia de sus ideas y juicios, forma diversos propósitos y pareceres, que no son dados inmediatamente por Dios nuestro Señor y por tanto, requieren ser muy bien examinados antes que se les de entero crédito ni se pongan por efecto» (EE 336).
Esta regla ayuda a comprender, a mi parecer, el sentido de los tres grupos de reglas que Ignacio pone después:
las del ministerio de distribuir limosnas (338-345);
las notas para «sentir y entender escrúpulos y suaciones de nuestro enemigo» (EE 346-351)
y las reglas «para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener» (352-370).
Estas reglas suelen verse como un apéndice agregado a los Ejercicios. Pero si se considera que los ejercicios se ordenan a la elección y reforma de vida, podemos integrarlas en una estructura amplia que tiene dos grandes tiempos, como les llama San Ignacio: el primer tiempo, es el de la consolación. La elección -con sus preparaciones y confirmación- es un tiempo de especial consolación. La consolación está en el centro de todo el proceso de ejercicios y cuando uno recibe esta gracia de elegir su vocación y de reformar su vida, todo lo que rezó y lucho adquiere un sentido unificado y pleno.
El segundo tiempo lo podemos llamar el tiempo de la contemplación en la acción. Es el tiempo de poner en práctica y concretar la elección o reforma de vida, insertándonos en la vida en común.
San Ignacio pone diferentes ayudas teniendo en cuenta que en ese tiempo uno deberá atender, sin que esto sea exclusivo, a tres cosas:
A lo que tiene que dar (reglas sobre distribuir limosnas),
a lo que uno debe «hablar u obrar dentro de la Iglesia» (algunas de las reglas sobre escrúpulos)
y a lo que uno «siente y juzga» de la Iglesia (reglas para sentir con la Iglesia).
Así, estas reglas con como una especie modelos de «reflexión para sacar provecho» que propone Ignacio al final de sus ejercicios, en orden a que lo experimentado con consolación en la oración se ponga en práctica discretamente en la vida diaria.
Quizás la iluminación final para todo esto que hemos reflexionado esté en la máxima ignaciana que dice: «Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est». Se traduce de muchas maneras, según el caso a que se aplique, ya que es de esas máximas tan especiales que brotan de la espiritualidad ignaciana. Aquí yo pondría, que: Es de Dios la gracia de no achicarnos ante lo máximo – los Ejercicios en su totalidad- y sin embargo dejarnos contener por lo mínimo – la oración y el examen de cada día-.
El Papa Francisco la usa en Gaudete et exsultate para hablar del discernimiento y de hacerlo todo «A la luz del Señor», que es lo que ha guiado nuestra reflexión. Dice:
“El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer. Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano (“En la tumba de san Ignacio de Loyola se encuentra este sabio epitafio: «Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est» (Es divino no asustarse por las cosas grandes y a la vez estar atento a lo más pequeño)”. Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo (estar) concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia». Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones.” (GE 169).
Si todo lo que hemos dicho sirve para comprender un poco mejor qué quiere decir el Papa cuando nos exhorta a todos los cristianos a no dejar de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero ‘examen de conciencia’, vale la reflexión. Es el núcleo olvidado de la vida espiritual que, puesto en medio de la contemplación y de la acción, revigoriza todo. Hoy más que nunca es necesario este «reflectir para sacar provecho» que es ese: discernimiento como dice el Papa, que-nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones.
Momento para Contemplar
Marta Irigoy
Comenzamos y terminamos el año bajo el signo de la Escuela del discernimiento, y lo que buscamos fue ayudar a descubrir que en esta escuela, siempre seremos niños que tienen mucho que aprender, como así también –como dice el P. Diego- «solo aprende bien el que enseña a otros…».
Retomo algunos de los párrafos que están escritos más arriba, y que pueden ayudarnos a sentir y gustar este material desde el Principio y Fundamento:
Es importante y esencial tomar conciencia que «ya hemos sido elegidos». El Señor nos eligió y nos dio la vida, nos salvó y nos encomendó la misión de ser santos y de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Esta elección de Dios es lo que somos por Gracia.
Es sentir y gustar lo que el Señor eligió darnos, ponerlo en práctica y reflectir en el don, agradeciéndolo y eligiéndolo más libre y conscientemente, sabiendo que cuando hablamos de «elegir», se trata en el fondo de elegir a una Persona, de elegir amar Al que nos ama: a Jesús…
La elección es el acto más radical de la libertad amorosa de Dios para con nosotros: eligió crearnos y darnos todo. Para nosotros, como creaturas, elegir no es elegir «si lo amaremos o no» sino elegir «cómo quiere Él que lo amemos y cómo sentimos nosotros que podemos amarlo mejor».
«He sido elegido», es la conciencia fundamental del ser creatura. «Por qué yo», decimos admirados cuando tomamos conciencia de lo grande y gratuito del don de la vida…”
Para rezar podemos hacer memoria de los “discernimientos” que fuimos haciendo en este año que estamos terminando y examinar “reflictiendo para sacar provecho», -como dice San Ignacio- para descubrir:
- lo que Dios nos fue regalando con su Gracia…
- para ver en qué venció el Señor en mi vida -para festejarlo-…
- asombrarme de lo que «aprendí», es decir: donde perdí o actué mal y que enseñanza saque de mi propia experiencia…
- y luego, ofrecer todo lo discernido, elegido, aprendido y enseñado para que el Señor lo transforme con su Gracia y nos regale ser hombres y mujeres contemplativos en la acción, para la Mayor Gloria de Dios…
Que tengamos un Fecundo Adviento y una Gozosa Navidad!!