Momento de meditación
Diego Fares sj
“El escritor polaco Jan Dobracynski -afirma Francisco-, en su libro La sombra del Padre, noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida”.
En este último punto de Patris Corde, el Papa Francisco nos hace ver que “Sombra” es una imagen evocadora. ¿Qué evoca la sombra? Lo que una metáfora evoca tiene a la vez un contenido específico y otro que depende de cada persona que entra en diálogo con ella. Así sucede con las parábolas: a cada corazón y a cada época le dicen cosas nuevas. Para el José de Dobracynski, “sombra” tiene un sentido positivo (cuidar a Jesús) y otro que a veces parece negativo (estar relegado a no ser una realidad). Al menos estas cosas son las que va imaginando y sintiendo José al recibir esa palabra especial del Ángel.
A Francisco la palabra “sombra” le evoca tres “ideas” y una “imagen” de la Biblia: las ideas de auxiliar, de proteger del calor y de no apartarse del lado de Jesús para seguir sus pasos. Pero, una vez mencionadas, Bergoglio no sigue por el camino de seguir definiendo más y más una idea con otra. Un ejemplo sería tomar la idea de “no apartarse” y definirla como “cercanía” y así siguiendo… El Papa deja un momento en suspenso las ideas y toma una “imagen bíblica” concreta que narra cómo Dios mismo le hizo de “sombra” a su pueblo cuidándolo en el desierto como un padre cuida a su hijo. Luego sí, elige Francisco una acción que integra todo lo demás -ideas e imagen- y que será la clave del punto séptimo: “ejercitar”; realizando día a día lo que evocan estas ideas y esta imagen San José “ejercitó su paternidad” con Jesús. Francisco se centra en adelante en mostrar “modos de ejercitar la paternidad”.
¿Quieres permanecer a su lado como la sombra del Padre…?
Antes de ver los modos de ejercitar la paternidad que tiene San José solacémonos contemplando la escena en la que el Ángel entra en sus sueños y le pregunta ¿Quieres permanecer al lado de Jesús como la sombra del Padre…? Comprenderemos mejor por qué Francisco integra a los poetas para expresar su pensamiento.
Dobracynski narra así cómo se debate José en sus sueños:
“He decidido marcharme. No encuentro otra salida. No volveré a ver a Miriam. No podría verla. Si llegara a mirarla, no sería capaz de creer en la realidad. Hay que ser loco, para no aceptar la verdad de lo que ven los ojos y oyen los oídos. Y sin embargo… ¡Por lo tanto, tengo que marcharme! ¡Tengo que huir! ¡Pero si no he hecho nada reprochable! ¿Por qué he de huir como un cobarde, que teme el castigo? Si huyo, mi huida hará que todos me consideren indigno. Pero solo así la puedo salvar. Yo no puedo acusarla. Tengo que renunciar tanto a ella como a mi buen nombre…
—No temas, acógela en tu casa…
Oyó estas palabras como si alguien las hubiera pronunciado a su lado en voz alta. Se volvió bruscamente. Pero nada había cambiado en derredor suyo. La noche seguía siendo plateada y gélida. La claridad de las estrellas era tan viva que podía verlo todo a su alrededor. No había nadie. Solo allí cerca había brotado una flor blanca que difundía un intenso perfume. No la había visto antes. Es posible que la flor estuviese cerrada y solo abriera sus pétalos en la oscuridad.
Se encogió sobre sí mismo buscando calor en su propio cuerpo. Volvió a dormirse.
En el sueño la flor creció, se hizo gigantesca, se inclinó sobre él. Decía:
—Acéptala en tu casa como esposa. No ha sido un hombre quien te la ha arrebatado… Ha sido Él quien se inclinó sobre ella. El que ha de nacer será el Salvador por todos esperado. El profeta habló de ella y de Él. Vendrá para enseñar el más grande de los amores. No tengo palabras para expresar siquiera lo mucho que os ama… Él mismo os lo dirá, género humano. Él os lo mostrará. Pero, hasta que eso ocurra, todo ha de quedar oculto. Él lo quiere así, para no cegar con su luz. Para no hacer violencia.
Quiere conquistaros como un joven conquista a su amada, vistiéndose de mendigo y poniendo su corazón a sus pies. Precisamente tú deberías entenderlo…
Estaba echado temblando. Ya no sabía ahora si estaba durmiendo o si oía realmente estas palabras.
—¿Es posible…? —susurró.
Todo esto es cierto —le parecía oír—. Qué poco le conocéis, pese a todo el amor que habéis recibido… ¿Realmente no sabéis todavía quién es Él? Escucha, José, hijo de David, y de Acaz, y de Ezequías, y de Jacob. Él te pregunta a ti: ¿tú, que has renunciado a ella, quieres permanecer a su lado como la sombra del Padre…? ¿Lo aceptas?
Volvió a sentarse. El perfume de la flor llegaba hasta él desde la oscuridad. Las estrellas centelleaban sobre su cabeza. Reinaba el silencio. Se pasó los dedos por la cara
como para convencerse de que no había cambiado de forma.
—¿Podré hacerlo? —susurró—. La amo tanto…
—Acógela en tu casa…
Las últimas palabras se diluyeron en el silencio. Cuando se puso de pie, la flor había desaparecido.
Hundió la cara en las manos. Había repetido tantas veces en su vida: Revélame, Señor, tu voluntad; muéstrame lo que he de hacer. Esperaré tu orden con paciencia…
Había estado esperando durante muchos años. Creía saber lo que estaba esperando. Y lo que esperaba había llegado. Pero al mismo tiempo había superado sus esperanzas. Se enfrentó a algo tan grandioso que le parecía que esta grandiosidad lo iba a aplastar. El miedo se apoderó de él. Pero en medio de este temor veía una sola cosa: la felicidad de volver con Miriam.
Sacudió fuertemente la cabeza, como si quisiera arrojar con este movimiento todos los resentimientos humanos.
Allá a lo lejos, por encima de la cumbre reluciente del Hermón, se quebró la cortina de la noche. Una franja clara de luz apareció sobre la corona de los picos.
Abrió las manos y rezó: Oh Señor, no apartes de mí tu rostro. Sé benévolo y misericordioso con mi ceguera. Ahora sé para qué me mandabas esperar. ¿Quién soy yo para rebelarme? Exiges que tenga una esposa que no sea mi esposa y un hijo para el que debo ser padre, aunque no sea su padre; hágase conforme a tu voluntad. Que sea lo que Tú quieres. Cuando se debiliten mi entendimiento y mi voluntad, apóyame. Acepta mi decisión hoy que me has concedido la fuerza… Frente al día naciente estaba como Josué en el umbral de la Tierra Prometida y, como aquel, susurró una antigua oración:
—Acepto el peso de tu Reino, Señor nuestro…” .
Modos de ejercitar la paternidad
José ejercita su paternidad aceptando hacerse cargo de María y de Jesús. Como dice Francisco: “Nadie nace padre, sino que se hace, y no sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercitala paternidad respecto a él”.
Un modo paterno de pensamiento afectivo e integral
La escena es hermosísima: el perfume de la flor y las estrellas hacen de marco al sueño de José. El Ángel, que solo dice palabras esenciales, usa la palabra “sombra” en esta frase: “Permanecer a su lado como la sombra del Padre”. La metáfora de “ser sombra de Alguien como el Padre”, tiene una impertinencia (como dice Ricoeur que sucede con toda metáfora): ¿es posible que el Padre tenga sombra siendo que es puro Espíritu?
El Ángel dice algo interesante: que Jesús no quiere “cegarnos con su luz”, no quiere hacernos “violencia”. Pues bien, se ve que esto le viene del Padre, que tampoco quiere cegarnos ni imponerse. Como que a los dos les viene bien esto de ser sombra, para no abrumar. El Padre manda a su Hijo luego de una larga preparación de un pueblo, para que inculturado en ese pueblo, le vaya enseñando “como es Dios”: puro Amor misericordioso y gratuito, y lo haga con un lenguaje comprensible.
Y como el Padre quiere cuidar a Jesús, al menos hasta que se sepa cuidar solo, elige a José para que “esté” al lado de Jesús. El Padre siempre “está” con Jesús (el Señor dice que él nunca está solo). Pues bien, en San José podemos “ver” la sombra del Padre que está -invisiblemente- con su Hijo.
Es muy lindo esto. No es que Dios sea sólo el sol y José una sombra en sentido despectivo: ser sombra es algo propio también de Dios a la hora de interactuar con los hombres.
Esto nos hace descubrir la importancia inusitada de San José y la grandeza de su misión. Tiene que estar como está el Padre: todo el tiempo, siempre, siguiendo de cerca a su Hijo, pero silenciosamente, como nos sigue nuestra sombra.
La tradición exalta el silencio de san José. Pero la “idea” de silencio puede resultar ambigua; puede hacer sentir a alguno que José era un anciano tranquilo, con un rol más bien pasivo… La imagen que narra Dobracynski hace más justicia a lo que nos muestra el evangelio de Lucas: un san José que “piensa a mil”, que se hace cargo hasta en sueños del desafío que tiene adelante, un José activísimo, un hombre de discernimiento y de acción, con todos sus sentidos atentos a la realidad política, a su propio corazón y a la voz de Dios.
Siguiendo esta línea, Francisco expresa su pensamiento de modo integral, teniendo en cuenta las ideas, sí, pero buscando además las imágenes de poetas y literatos. Y dando un lugar decisivo a lo que necesitan los que lo leen, a la necesidad de un tipo de padres -no autoritario- que tiene el hombre de hoy.
Advertir estas características del estilo de Francisco ayuda a la hora de leer sus escritos. Nos ayuda a entenderlo a él más en profundidad y salir de la mentalidad de una cultura actual que nos ha acostumbrado a considerar como teólogo o filósofo solo al que se especializa en un modo de pensar abstracto excluyendo otros modos de pensar. Si uno da importancia a las decisiones que un pensamiento suscita, el san José del evangelio es un gran “pensador”, uno que hace realidad con sus decisiones audaces lo que se le ha revelado en un proceso de discernimiento que le ha costado realizar. Vemos a san José ejercitando un silencio muy activo, que no se expresa con palabras, pero sí con acciones decididas.
Pensemos en un padre o una madre cuyo hijo está enfermo: no se limitarán a leer los números generales de los análisis, sino que estarán atentos a todo, y de manera especial a los síntomas “particulares” y “únicos” de su hijo. Estarán abiertos además a todo el que pueda aportar algo para que su hijo mejore.
Bergoglio une de modo muy sencillo tres cosas: una idea, una imagen y un sentimiento, que es lo que debe contener toda buena homilía, como decía un viejo jesuita. El suyo es un pensamiento contemplativo, que parte de la afectividad – sintiendo de corazón “lo que expresa la realidad sobre la cual medita”- y va dejando que el corazón unifique la inteligencia, la sensibilidad e imaginación y los sentimientos, avanzando hacia nuevas síntesis muy concretas.
Esto es algo que hacemos todos: todos hablamos desde el corazón, porque es algo propio del ser humano, pero esto no siempre se valoriza correctamente. Frente a un pensamiento homogéneo y único (en cuanto abstracto) no todos dan lugar al pensamiento de cada persona y a los modos de expresarse de cada cultura. Es lo que intenta revalorizar el Papa al hablar de un estilo “sinodal” en el que se piensa caminando juntos, integrando las diversidades en el diálogo. Cosa que solo se logra “cordialmente”.
Fin “pastoral” del escrito: sociedad e Iglesia actual
Afirma Francisco: “En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La amonestación dirigida por san Pablo a los Corintios es siempre oportuna: «Podrán tener diez mil instructores, pero padres no tienen muchos» (1 Co 4,15); y cada sacerdote u obispo debería poder decir como el Apóstol: «Fui yo quien los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio» (ibíd.). Y a los Gálatas les dice: «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (4,19)”.
El pensamiento del Papa avanza teniendo en cuenta la necesidad pastoral de nuestro tiempo que “necesita padres”. También la Iglesia, y aquí cita a Pablo: diez mil pedagogos, pero un solo padre. Se da un paso más en cuanto a lo de “ejercitar/se” al hablar de que Cristo se “forme” en cada creyente. Cuando somos pequeñitos, nuestros padres nos hacen de “sombra” de Dios: están atentos, están cerca, pero sin molestarnos, dejando que juguemos libremente mientras no haya peligro. La imagen es realmente evocadora de tiempos de infancia en los que todos hemos tenido quien nos ha hecho de “sombra buena”.
El discurso De Francisco, por tanto, no es solo teórico, sino que integra lo pastoral. El corazón no solo unifica las potencias intelectuales y sensibles de cada persona, sino que también tiene en cuenta a los demás, sus necesidades con respecto a Cristo, que moldean el propio discurso y lo hacen en orden a que Cristo “se vaya formando”. Esto también lo tiene en cuenta cualquier pensamiento publicitario interesado en vender a la persona concreta que tiene delante: no sigue la línea de un discurso aisladamente racional, sino que tiene en cuenta al cliente a la hora de ver qué dice para lograr vender su producto. Los publicistas conocen mejor al hombre actual que muchos teólogos de escritorio, que viven sólo en su mundo abstracto.
Padre castísimo
Dice Francisco: “Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de ‘castísimo’. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya”.
Cuando escuchamos a Francisco hablar de la castidad y decir que es: “ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida”, sentimos un buen gusto en el alma y la posibilidad de abrirnos a una nueva perspectiva: la de un amor que se alegra de ver crecer en libertad al otro, a los hijos, de manera especial. Dios mismo nos ama con “amor casto”, sin imponerse… haciéndonos libres, incluso de alejarnos de Él. Desea que seamos capaces de elegir, de ser libres, de salir… aunque nos vayamos como el hijo pródigo.
Así narra Dobracynski al final del libro la alegría de José al ver que su hijo se ha vuelto adulto:
“Solo cuando salieron del Templo Miriam le reconvino dolorida:
—¿Qué has hecho, Hijo? ¡Nos has causado tanta alarma y zozobra! ¡Los dos hemos estado muy asustados! Te hemos buscado temblando… ¿Cómo pudiste portarte así?
No bajó la cabeza como quien se siente culpable. José, mirando de reojo al Hijo, percibió un fulgor en Su mirada; el mismo misterioso fulgor que ya había visto una vez.
—¿Me habéis estado buscando? —dijo—. ¿Habéis temido por mí? ¡Teníais que haber sabido que mi sitio está en la casa del Padre!
El tono de voz era sereno, pero lo que decía sonó a reproche. José vio palidecer a Miriam y cómo le temblaron los labios. Ella no dijo nada. Sin mediar palabra, se dirigieron hacia el puente.
Salieron de la ciudad, llegaron a su tienda. Jesús, sin haber pronunciado todavía una sola palabra, empezó a recoger el equipaje. Preparó los fardos, los puso sobre el asno. Mientras trabajaba, ellos le observaban atentamente a hurtadillas. —No te preocupes —le susurró José—. Vendrá con nosotros. Todo seguirá como antes. —Así parece —le contestó ella en voz baja. Yo temía que… Pero, José, ¿por qué ha dicho eso? Ya tenía en la punta de la lengua: «Para que te acuerdes cuando llegue el momento de la verdadera separación…». Pero no lo dijo. No quiso presumir del conocimiento que le había sido infundido. Sus caminos se separaban. Ella iba a seguir; él, la sombra, iba a desaparecer. Por eso, ella no comprendía todavía lo que él había comprendido. Por primera vez él se le había adelantado…
—Todo listo para el camino —dijo el Muchacho, plantándose delante de ellos—. Si lo mandas, abba, podemos partir.
—Vamos —asintió él con la cabeza.
Ayudaron a Miriam a montar en el asno. Jesús tomó las riendas y José, viéndolo, no alargó la mano para cogerlas. Por primera vez era el Hijo quien iba a conducir la montura de la madre.
Anduvieron un trecho, cuando preguntó:
—¿Qué opinas, Hijo, ¿de la ciencia de los grandes doctores? Sabes que quise hablar por ti con el venerable Johanan. No tenía tiempo para charlar conmigo. Pero hablaron contigo… Dime, ¿quieres que vayamos otra vez a la ciudad santa y que le pida al rabbí Johanan que te tome por discípulo?
Notó que Jesús sacudió vigorosamente la cabeza. Luego el Muchacho se volvió hacia José y dijo:
—Si me permites, abba, que diga lo que pienso, lo diré. No deseo estudiar con los doctores. Estos hombres son sabios de palabras, pero no ven la vida. Quieren discutir acerca del cielo, y no vislumbran la tierra…
—Pero el Altísimo habita en el cielo —señaló José.
—También dice: levanta una piedra y me encontrarás, da un corte a un árbol y allí estoy…
Se sobresaltó. No recordaba las palabras citadas por su Hijo.
—Él está oculto aquí —seguía diciendo el Muchacho— y ahora quiere venir para quedarse con los hombres… Permíteme que no vaya a estudiar con ellos. Me quedaré con mamá. Cuidaré de ella.
En las últimas palabras había un afecto tan profundo como si un momento antes no hubiesen sido pronunciadas aquellas otras palabras llenas de reproche. Vio que la mano de Miriam se posaba cariñosamente sobre el brazo del Hijo y que Él frotó la mejilla contra esa mano. Se miraron mutuamente y vio cómo se sonreían.
Era feliz viendo su amor. No sentía soledad ni envidia. Sabía que el amor de Miriam y de Jesús era como un cántaro rebosante, que esparcía el agua a su alrededor. Donde empapaba la tierra, brotaba la vida. El dolor cosquilleaba en su pecho, pero también él iba sonriendo”.
Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo.
Momento para Contemplar
Marta Irigoy
Terminamos con esta entrega, el Año de San José, con un conocimiento interno de este Santo tan amigo y tan querido…
Hemos compartido la Carta apostólica Patris corde, del Papa Francisco, en donde fuimos ahondando junto al P. Diego, una mirada nueva sobre la vida de San José…
Muchos de nosotros hemos descubierto un lado diferente del Santo de la Providencia, que nos ha ayudado a crecer en devoción, en cercanía y en profunda confianza para relacionarnos con él de un modo nuevo…
La presencia escondida (en la sombra) de San José, ha marcado la vida de Jesús y de Maria.
La invitación de este último Taller, es:
- Hacer memoria agradecida de los momentos de este año en que sentimos a San José presente, como hizo con Jesús “permaneciendo a nuestro lado como la sombra del Padre”.
“El pensamiento del Papa avanza teniendo en cuenta la necesidad pastoral de nuestro tiempo que “necesita padres”. También la Iglesia, y aquí cita a Pablo: diez mil pedagogos, pero un solo padre. Se da un paso más en cuanto a lo de “ejercitar/se” al hablar de que Cristo se “forme” en cada creyente. Cuando somos pequeñitos, nuestros padres nos hacen de “sombra” de Dios: están atentos, están cerca, pero sin molestarnos, dejando que juguemos libremente mientras no haya peligro. La imagen es realmente evocadora de tiempos de infancia en los que todos hemos tenido quien nos ha hecho de “sombra buena”.
Hacer memoria agradecida de quienes en este tiempo han sido “sombra buena” en nuestro caminar…
- “Teniendo en cuenta la necesidad pastoral de nuestro tiempo que “necesita padres”; ante quienes hoy, sientes la invitación (pidiendo consejo e iluminación a San José) a “permanecer a su lado como la sombra del Padre”.
Terminamos este Año de San José, agradeciendo tanto bien recibido, con este hermoso Himno que compartimos en nuestro primer Taller de este año:
Hacer clik en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=qWxGT7TUZ5g
Himno a san José
Hoy a tus pies ponemos nuestra vida;
hoy a tus pies, ¡Glorioso San José!
Escucha nuestra oración
y por tu intercesión obtendremos la paz del corazón.
En Nazaret junto a la Virgen Santa;
en Nazaret, ¡Glorioso San José!
cuidaste al niño Jesús
pues por tu gran virtud fuiste digno custodio de la luz.
Con sencillez humilde carpintero;
con sencillez, ¡Glorioso San José!
hiciste bien tu labor obrero del Señor
ofreciendo trabajo y oración.
Tuviste Fe en Dios y su promesa;
tuviste Fe, ¡Glorioso San José!
Maestro de oración alcánzanos
el don de escuchar y seguir la voz de Dios.