Elecciones buenas y nobleza de corazón

Momento para la reflexión
Diego Fares sj
“Mirar a aquel hombre, san José, que se hace cargo
de lo que él no engendró, nos alentará a tener más fe
en nuestra paternidad religiosa”[1]
Dice Francisco:
«José acogió a María sin poner condiciones previas.
Confió en las palabras del ángel.
“La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley;
y hoy, en este mundo donde la violencia
psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente,
José se presenta como figura
de varón respetuoso, delicado que,
aun no teniendo toda la información,
se decide por la fama, dignidad y vida de María.
Y, en su duda de cómo hacer lo mejor,
Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio”».
REFLEXIÓN ACERCA DE “OPTAR CON CORAZÓN DE PADRE,
ES DECIR ELEGIR CON UN AMOR DE PREDILECCIÓN
Optar es la palabra clave de este pasaje
en el que Francisco nos habla de José como padre en la acogida.
Optar, elegir, pero no por frío cálculo o conveniencia humana,
sino como opta un padre, un esposo, con amor de predilección.
José optó con este amor por María — por María embarazada —,
la tomó consigo, recibiéndola y acogiéndola en su casa;
la puso bajo el abrigo de su protección física y jurídica,
librándola así de las sospechas de la gente
y del posible castigo de la ley.
Así de íntegra fue su opción,
lo que decidió y eligió en su corazón
y llevó a cabo con prontitud y fidelidad,
de una vez para siempre.
Acogió a María y al Niño para toda la vida,
en las buenas y en las malas,
en las angustias de la persecución y el destierro
y en la felicidad inefable de los 30 años de vida cotidiana
en compañía de Jesús y María en Nazaret.
Esta opción, dice el Papa, José la pudo hacer
con la ayuda de Dios,
que iluminó su juicio cuando él buscaba
la manera de tomar la mejor decisión.
Como vimos en la reflexión pasada,
el discernimiento cordial
que José hizo lo mejor que pudo,
dadas las circunstancias,
jugándose humanamente
dentro de los parámetros culturales y religiosos
que reglaban su vida,
discernimiento hecho en medio de sus noches de desvelo,
fue la condición previa para que Dios le pudiera ayudar,
iluminándolo en su sueño
al mostrarle la totalidad de su plan de salvación
y permitirle tomar una decisión mejor:
en vez de abandonar en secreto a María
la tomaría consigo públicamente
como esposa para toda la vida.
REFLEXIÓN ACERCA DE LA NOBLEZA DE CORAZÓN
ENTENDIDA COMO “SOPORTAR MAYOR RESPONSABILIDAD”
La virtud que le ayuda a discernir y a elegir lo mejor,
el Papa la llama “nobleza de corazón”.
Es algo nuevo para mí
este modo como Francisco une “discernimiento y nobleza”.
Reflexionemos un poco acerca de la unión entre estas dos virtudes.
Basta un gesto
— el del que no se aprovecha del caído en la derrota, por ejemplo —
para juzgar que una persona es noble.
La nobleza de corazón es algo que cualquiera capta
de modo neto y sin dudar,
en alguno gesto como el que mencionamos más arriba.
Lo mismo pasa con la bajeza:
inmediatamente nos damos cuenta de que alguien es ruin
si vemos que se aprovecha del mas débil.
Sin embargo, no es fácil definir la nobleza
con un concepto abstracto, ya que no se trata
de una virtud más entre otras, sino de una síntesis.
La nobleza de corazón tiene que ver
con la grandeza de corazón o de espíritu,
con lo que los antiguos llaman magnanimidad.
El corazón grande de alguien noble se manifiesta en su generosidad,
tanto para dar como para perdonar.
También se relaciona la nobleza
con una humildad espontánea o falta de vanidad:
el que es noble obra en cada momento lo mejor
sin necesidad de hacerse ver
ni de obtener un beneficio para sí.
Ahora bien, si queremos una característica
radical y definitiva de la nobleza
la tenemos en esto: el que es noble no traiciona.
Culturalmente se ha ligado la nobleza
a una clase social, la de los nobles
en el tiempo mítico en que eran “caballeros andantes”
al estilo de Don Quijote.
Esto es así porque la nobleza es una virtud
que tiene que ver con el nacimiento, con el linaje,
con ser “de buena cepa”,
en el sentido de que, si uno es de buena familia,
no puede “bajarse” de esos valores que lleva en la sangre
porque significaría traicionarse a sí mismo.
El que es noble actúa noblemente
aunque nadie lo vea y aunque los otros no lo merezcan.
Tiene su lógica este vínculo entre nobleza y realiza,
pero existencialmente la idea clasista de nobleza
ya no tiene cabida en la mentalidad actual.
Las monarquías que aún duran suelen desmentir con sus comportamientos
la idea de una nobleza de corazón.
Sin embargo, creo que persiste el valor raíz
de esta atribución de la nobleza a la sangre
que es “la buena familia”, sea de la clase social que sea:
unos padres trabajadores y honrados
influyen por su propio peso
en la conciencia y en la conducta de sus hijos.
La nobleza también se la atribuimos a algunos animales:
se dice del caballo que es un animal noble,
pensando en que hace lo que tiene que hacer sin protestar,
respondiendo a su propia naturaleza noble
y no a la imposición externa.
Pero hay aquí mucho de proyección:
llamamos nobles a los animales que nos son fieles,
que no son rebeldes y que nos sirven.
Vemos su constancia como si fuera un reflejo
de la decisión libre de ser fieles
que es en definitiva lo que caracteriza la nobleza.
La nobleza tiene que ver con los valores más altos,
esos a los que el que es noble mira y por los que se mide
sin compararse con los que siguen valores más bajos.
Guardini uutiliza ejemplos del juego
para hablar de caballerosidad y nobleza.
Puede hacerlo y resulta ilustrativo porque en el juego,
el valor más alto es gratuito: es el amor al juego mismo.
Esto hace que el actuar con nobleza,
sin hacer trampas ni aprovecharse del adversario,
sean actitudes que un buen jugador mantiene por sí mismo
y no por obligación externa.
En el evangelio, la nobleza tiene estas mismas raíces:
la del origen y la de lo más alto.
Jesús nos dice que
seamos misericordiosos
porque nuestro Padre del Cielo es misericordioso, es decir:
por fidelidad a nuestro origen, a nuestra raíz, a nuestra familia
y por ser fieles a esa vocación
que nos hace tender hacia lo más alto,
hacia lo mejor.
Ahora sí, luego de estas reflexiones, vamos a la relación
entre nobleza, discernimiento y buenas opciones.
El peso de lo que hemos visto acerca de la nobleza
ya nos permite darnos cuenta de que
el discernimiento y la elección según Dios
no es solo cuestión de agudeza intelectual
ni de capacidad de procesar todos los datos de la realidad
para elegir los medios más prudentes a la hora de actuar.
Esto lo pueden hacer
mejor que nosotros y más rápido los algoritmos.
La raíz del discernimiento espiritual
solo arraiga en la tierra buena del corazón noble.
San Ignacio expresa esto en términos de “intención simple”:
“En toda buena elección,
en quanto es de nuestra parte,
el ojo de nuestra intención debe ser simple,
solamente mirando para lo que soy criado, es a saber,
para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima” (EE 169).
El que es noble tiene este ojo simple,
que mira el propio origen y los valores más altos
y no confunde el fin con los medios.
Se pregunta Romano Guardini,
“¿Qué significa ser noble?”
Y responde:
“Soportar mayor responsabilidad que otros.
Esto es, saber que uno se debe al honor;
que su puesto está en el lugar de mayor riesgo;
que, en el fondo, no hay más que un enemigo temible:
el ser rastrero.
El verdadero noble
es aquel que ejecuta todo esto
no sólo a fuerza de propósitos y fatigosas consideraciones,
sino aquel en quien todo esto se ha hecho carne y hueso,
siéndole imposible proceder de otro modo”.
LA NOBLEZA DE CORAZÓN DE SAN JOSÉ
Esta fue la opción de José,
la que lo hacía temer y temblar:
“Soportar mayor responsabilidad que otros”,
sin chicanear, sin excusarse,
aunque nadie lo viera;
hacerse cargo,
elegir el lugar de mayor riesgo
para proteger a sus amados Jesús y María — los más débiles —,
cargar con más trabajo para ayudarlos,
no compararse, no mirar “lo que otros harían”
o lo que “nadie haría”,
sino lo que podía hacer él, con la gracia que había recibido
y la ayuda del Señor, que nunca le faltó…,
estas son sus actitudes nobles.
En el mundo innoble en que vivimos,
en el que campean todos los tipos y modos de “ser innobles”,
desde la traición a los valores más sagrados
—como la vida, la patria, el honor y los deberes de la propia profesión —,
a la vulgaridad cotidiana
que lleva a pequeños gestos innobles,
ventajitas, faltas de compromiso, rastrerismo, desagradecimiento…,
en este mundo innoble, decía,
paradójicamente,
la sed de nobleza ha crecido.
¡Es así! Aunque no seamos del todo conscientes,
la nobleza es el reclamo de fondo
que late en tanto grito y queja social
(que se tiñe también, a veces, de falta de nobleza,
quizás por despecho o impotencia).
Tenemos sed de gente noble,
Tenemos necesidad física de ver
de oír que alguien ha tenido un gesto de nobleza,
aunque más no sea uno, que nos refresque el alma
y reencienda la esperanza como solo la nobleza sabe hacer.
Un solo gesto de nobleza
repara el tejido social lastimado
por mil gestos de vileza.
Tenemos hambre de grandeza de espíritu,
de gestos desinteresados,
de actos buenos hechos por puro amor al bien,
de gestos de libertad soberana,
de fidelidad…, de nobleza de corazón.
En este sentido,
la nobleza de San José es una bocanada de aire fresco
dentro de la Iglesia y también para todo el que se interese por su figura.
SUPEDITAR LA LEY A LA CARIDAD
De todas las virtudes y actitudes
que irradia la nobleza, en José,
el Papa destaca una:
la que hace que “supedite la ley a la caridad”.
Su nobleza lo lleva
a “decidirse por la fama, dignidad y vida de María”,
a elegir el bien de ella por encima del propio.
De hecho, los reproches de los maledicentes
habrán recaído sobre él,
a quien considerarían contaminado
por haber elegido a María y a un hijo que no era suyo.
Lo que nos lo vuelve más cercano a José
es la constatación de que esta nobleza suya
no estuvo exenta de luchas.
Bien podría haber pasado a la historia
como el que se borró para quedar bien
y abandonó a María en secreto.
Actitud por encima de la ley judaica común,
pero por debajo de la nobleza de la caridad evangélica.
San José estuvo tentado de supeditar «— sutilmente —
la caridad a la ley.
Decía Bergoglio en unos Ejercicios espirituales
allá por los años 70:
“En San José
cuando resuelve repudiar a María en secreto,
vemos esa resistencia inicial a la misión
al no poder comprender la magnitud del llamado:
es el miedo a la misión.
Y es una señal de buen espíritu sentir esto, s
obre todo si uno no se queda allí
y permite que la fuerza del Señor
se exprese sobre esa debilidad,
le de consistencia y la funde:
“José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa,
porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo (Mt 1,20)”.
Continúa Bergoglio:
“El Señor, al darnos la misión, nos funda.
Y lo hace no con la funcional consistencia
de quien da una ocupación o empleo cualquiera,
sino con la fortaleza de su espíritu el cual,
de tal modo nos hace pertenecer a esa misión,
que nuestra identidad quedará sellada por ella”[2]
Este sello, que funde en una sola cosa
identidad y misión en nuestro corazón,
es el sello de la nobleza.
RECONCILIARSE CON LA PROPIA HISTORIA
Para poder tener la libertad de espíritu
que nos permite supeditar la ley a la caridad
(toda ley, no solo la externa
sino también los mandatos internos
que provienen de nuestro carácter y del entorno social)
la nobleza se vuelve hacia el propio corazón
y lo hace mirar su propia historia con ternura y misericordia.
El fruto de esta mirada se constata
en lo que el Papa llama
“acoger la propia historia,
reconciliarnos con todo lo que aconteció,
tal como fue y es”.
“Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida
cuyo significado no entendemos.
Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión.
José deja de lado sus razonamientos
para dar paso a lo que acontece y,
por más misterioso que le parezca,
lo acoge,
asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia.
Si no nos reconciliamos con nuestra historia,
ni siquiera podremos dar el paso siguiente,
porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas
y de las consiguientes decepciones”.
Para poder vivir el presente y el futuro
en una colaboración creativa y fecunda con Dios nuestro Señor,
para poder “jugar el partido con él,
esperando sus pases y pasándole la pelota”,
(para poder criar hijos, luchar por los demás,
servir a la patria y a la iglesia)
no podemos estar siempre preocupados por nosotros mismos
(ni por ambiciones ni por culpas),
debemos estar reconciliados con nuestro pasado,
bendiciéndolo íntegramente
ya que por la misericordia del Señor
nos trajo hasta aquí, hasta este presente
en el que colaboramos, como blanda arcilla,
con Dios que mete mano en nuestra historia
y la remodela a gusto (suyo y nuestro).
San José, decía Bergoglio,
para poder recibir la misión
y dejarse conducir por Dios dócilmente
de modo tal de salvar la fama de María
y proteger a Jesús de todos los peligros,
“fue primero salvado por Dios
de una conciencia de justicia no abierta a los designios de Dios,
de un plan de vida aislado,
de una vida, quizás sin tantas tribulaciones,
pero sin el consuelo de llevar a Dios en sus brazos”[3].
ACOGER NO IMPLICA PODER EXPLICAR Y ENTENDER TODO
Reconciliarse con la propia historia
para poder actuar con libertad y nobleza de espíritu
no significa poder entender y explicar
todo lo que pasó, sino acogerlo.
El Papa hace alusión a esto cuando dice que:
“La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica,
sino una vía que acoge.
Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación,
podemos también intuir una historia más grande,
un significado más profundo.
Parecen hacerse eco las ardientes palabras de Job que,
ante la invitación de su esposa a rebelarse
contra todo el mal que le sucedía, respondió:
«Si aceptamos de Dios los bienes,
¿no vamos a aceptar los males?» (Jb 2,10).
El discernimiento espiritual de un corazón noble
primero acoge lo que viene del Dios Noble
y luego pide explicaciones.
Esto es lo que vemos en María y en José.
Entre amigos, primero se dice “sí”
y luego se ve cómo será posible realizar ese sí.
Pero en los que son nobles, el sí que acoge todo va primero.
Sin peros ni condiciones.
El REALISMO CRISTIANO: NO RECHAZA NADA DE LO QUE EXISTE
Afirma Francisco: “El realismo cristiano,
que no rechaza nada de lo que existe,
vuelve una vez más.
La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad,
es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y sombras. E
sto hace que el apóstol Pablo afirme:
«Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28).
Y san Agustín añade:
«Aun lo que llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur)».
En esta perspectiva general,
la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste”.
Este realismo cristiano del que habla Francisco
extiende la nobleza a toda la realidad,
no solo a algunas personas nobles en grado sumo.
Contra la opinión habitual de que “la vida me engañó”
para el cristiano la creación es noble,
la realidad modelada constantemente
por las manos nobles de nuestro Padre que,
como un buen jardinero,
poda su viña para que de más fruto es noble:
todo contribuye al bien de quienes aman a Dios.
Ver la nobleza en los demás
El que es noble de corazón
sabe ver la nobleza en los demás.
En Dios, en primer lugar: sea lo que sea que nos “hace”
(que nos sucede),
el que es noble no duda ni un segundo
de la nobleza del corazón del Señor.
Esta fe absoluta en la nobleza de Dios,
como un amigo se fía ciegamente de la nobleza de su amigo,
aunque le digan otra cosa o las apariencias parezcan indicar otra cosa,
hace que uno pueda discernir mejor.
Acoger a los más débiles
Dice el Papa: “La acogida de José
nos invita a acoger a los demás,
sin exclusiones, tal como son,
con preferencia por los débiles,
porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27),
es «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6)
y nos ordena amar al extranjero”.
Con la nobleza que Jesús describe en sus parábolas
“Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José
el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32)”.
Afrontar y asumir
“Entonces, lejos de nosotros el pensar
que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan.
La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José,
que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía,
asumiendo la responsabilidad en primera persona”.
Acoger lo que no hemos elegido, pero está allí, es fortaleza y protagonismo
Agrega el Papa: “José no es un hombre que se resigna pasivamente.
Es un protagonista valiente y fuerte.
La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida
el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo.
Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es,
para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria,
inesperada y decepcionante de la existencia”.
REFLEXIÓN SOBRE LA NOBLEZA
Y EL DISCERNIMIENTO DEL PUEBLO FIEL DE DIOS
Esta fortaleza para acoger la realidad como es y como viene
es una de las virtudes que caracterizan
al pueblo fiel de Dios en su conjunto.
Es la fortaleza para ir adelante,
con paciencia grande ante las desilusiones,
buscando la paz sin renunciar a la lucha por la justicia,
trabajando por el bien común pese a todo,
volviendo a ponerse en pie una y otra vez
cuando la vida tira abajo lo construido.
Esta fortaleza del pueblo fiel de Dios
es propia de su nobleza de corazón
y tiene que ver con esa “infalibilidad en el modo de creer”
que tenemos como pueblo,
de la que el papa siempre habla.
Van unidas la nobleza y fortaleza de corazón
y la capacidad de discernir
-aún en medio de equivocaciones parciales y de idas y vueltas-
lo que es de Dios y lo que ayuda al bien común.
Continúa Francisco: “La venida de Jesús en medio de nosotros
es un regalo del Padre,
para que cada uno pueda reconciliarse
con la carne de su propia historia,
aunque no la comprenda del todo.
Como Dios dijo a nuestro santo:
«José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20),
parece repetirnos también a nosotros:
“¡No tengan miedo!”.
Tenemos que dejar de lado nuestra ira y decepción,
y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana
y con una fortaleza llena de esperanza—
a lo que no hemos elegido, pero está allí.
Acoger la vida de esta manera
nos introduce en un significado oculto.
La vida de cada uno de nosotros
puede comenzar de nuevo milagrosamente,
si encontramos la valentía para vivirla
según lo que nos dice el Evangelio.
Y no importa si ahora todo parece haber tomado
un rumbo equivocado
y si algunas cuestiones son irreversibles.
Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas.
Aun cuando nuestra conciencia nos reprocha algo,
Él «es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20)”.
MOMENTO PARA CONTEMPLAR
Marta Irigoy
Luego de leer esta hermosa reflexión del Padre Diego,
podemos quedarnos con aquellos párrafos que más toquen el propio corazón…
Dentro de los mensajes que se nos proponen para la meditación,
emerge la imagen de San José como quien deja de lado sus razonamientos y acoge lo acontece…
Nos puede ayudar a seguir ahondando
en la hermosa tarea de acoger nuestra propia historia…
“Acoger la propia historia, reconciliarnos con todo lo que aconteció, tal como fue y es”.
“Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos.
Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión.
José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y,
por más misterioso que le parezca, lo acoge,
asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia.
Si no nos reconciliamos con nuestra historia,
ni siquiera podremos dar el paso siguiente,
porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas
y de las consiguientes decepciones”…
Debemos estar reconciliados con nuestro pasado,
bendiciéndolo íntegramente
ya que por la misericordia del Señor nos trajo hasta aquí,
hasta este presente en el que colaboramos,
como blanda arcilla con Dios, que mete mano en nuestra historia
y la remodela a gusto (suyo y nuestro).
Para la oración, la invitación será traer a la memoria
aquellos acontecimientos de nuestra vida
que en su momento no entendíamos, nos asustaban,
nos llenaron de angustia y confusión y nos abrumaba el temor…
- Leemos este texto de San Pablo:
«Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28).
- ¿Qué sentimientos surgen el propio corazón?
- ¿Me animo a bendecir mi historia con todo lo que aconteció?
- Dejo que las mismas palabras que Dios Padre le dijo a San José, consuelen nuestro hoy…
“José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20)…
Parece repetirnos también a nosotros: “¡No tengan miedo!”…
[1] J. M. BERGOGLIO, Meditaciones para religiosos, Bilbao, Mensajero, 2014, 238.
[2] J. M. BERGOGLIO, El Señor que nos funda, cit., 125.
[3] Ibíd., 251.