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Archive for 5 de mayo de 2021

La ternura intensa de José

Diego Fares sj

En el apartado «San José, padre en la ternura», el Papa Francisco usa una expresión acerca de la cual vale la pena que nos detengamos a reflexionar: «Debemos aprender -dice- a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura».

Cuando nosotros hablamos de aceptar nuestras debilidades es común agregar que las aceptamos «con resignación« o «con humildad», pero no es tan común decir que las aceptamos con intensa ternura. Es como si muy en el fondo pensáramos que si es verdad que Dios puede hacer grandes cosas con nuestras debilidades haría cosas mucho más grandes si fuésemos más fuertes, más perfectos. No es ilógico este razonamiento sobre la perfección, solo que para nuestro Padre, la perfección es en la Misericordia y la fuerza no hay que ponerla en «endurecerse», sino en hacer más tierna la ternura. «Cada vez que miramos a María (y a José, agregamos nosotros) volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella (y en él) vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes» (EG 288).

Una ternura combativa

      No es virtud de débiles la ternura. Todo lo contrario. Francisco nos dice que la ternura es siempre «combativa»: «Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre (imágenes estas de alguien falto de ternura)».  Y continúa Francisco: «Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo […]. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativaante los embates del mal» (EG 85).

«Ternura intensa» es, por tanto, ternura sostenida en el tiempo y que les hace frente a los embates del mal y a las adversidades. Es la ternura del que se hace cargo de la fragilidad del otro y se deja modelar por ella. Es el otro el que, con su fragilidad, nos da la medida de cuánta ternura hace falta para tratarlo bien. La fragilidad del bebé da a la madre y al padre, que lo tocan con sus manos, la medida de lo que es un gesto tierno: se dan cuenta inmediatamente cuando han sido un poco bruscos. La herida del enfermo dice a la enfermera con cuánta delicadeza la debe tratar. Y cuando la fragilidad y la herida son condición permanente, la ternura debe ser también permanente. Aquí está el por qué de la ternura incondicional de Dios. El sabe (y lo sabe en carne propia en Jesús) que sus criaturas estamos marcadas en nuestra esencia misma por la fragilidad.

Hacer una caricia aislada puede ser que no requiera mucho esfuerzo, pero mantener una actitud de ternura a lo largo del tiempo, sin exasperarse ni cansarse, requiere gran fortaleza de espíritu. Basta pensar en lo heroico de la ternura de una madre que pasa noches enteras, y a veces meses y años enteros, cuidando con la misma ternura a su hijito enfermo. Recuerdo a un paciente con el que me crucé por un rato en la sala de espera para una resonancia magnética. Calculé que tendría unos cuarenta y cinco años, pero un retraso de maduración lo hacía parecer un niño grande. Su madre, mujer entrada en años pero aún enérgica, me contaba cómo se había caído hacía unos días y hablando de los cuidados que necesitaba su hijo dejó escapar con un suspiro que «lo cuidaba desde hacía 48 años. Lo dijo simplemente, como reflexionando para sí que era normal estar un poco cansada, pero sin acentuar mucho la cosa. E inmediatamente, olvidada de sí, ya estaba de nuevo arreglándole la camisa y haciéndole cariñosas recomendaciones acerca de quedarse quieto mientras le hacían el estudio al que no tenía que tenerle miedo.

Se me quedó grabada su figura como la imagen de una mujer tierna y fuerte, de una ternura incondicional, consciente de que tendrá que sostenerla a lo largo de toda la vida con ese hijo-niño. Y me volvió hoy a la mente al escuchar la expresión del Papa «ternura intensa».

El misterio de la fragilidad de Jesús y la ternura de san José

Cuando hay amor, la fragilidad del otro despierta ternura y, viceversa, donde vemos en alguien que ama una inmensa ternura es señal de que el otro tiene una gran fragilidad. Así, la ternura grande de San José es como una ventana abierta que nos permite comprender, en alguna medida, la fragilidad de María y de Jesús. Fragilidad que no se limita a la normal fragilidad de una mujer embarazada y de un niño pequeño, sino que, además, tiene que ver con un misterio muy grande. Un misterio que está relacionado con la encarnación, con la fragilidad de una inocencia y una bondad sin límites como las de María y Jesús en medio de un mundo agresivo y violento como el nuestro. La ternura combativa de José fue la que protegió esta fragilidad de su querida familia.

Pensaba, por ejemplo, en una particular fragilidad que manifestó Jesús a los doce años, cuando se perdió en el Templo siguiendo el impulso de atracción irresistible que sentía por las cosas de su Padre. Este «no poder refrenar» el celo por la casa de su Padre expuso peligrosamente a Jesús al alejarlo de su familia. El Niño quedó vulnerable ante esos doctores de la ley que terminarían siendo sus enemigos (y que ya habían tenido que ver con la persecución de Herodes, doce años antes). Le sucederá lo mismo cuando, ya adulto, expulse a los vendedores del templo: al no poder disimular su celo, el Señor se expone, como lo demuestran las acusaciones que luego le armaron sus enemigos.

La sombra del Padre

Mirando a San José, pensaba: ¿Cómo habrá hecho José para educar a alguien como Jesús? ¿Cómo habrá hecho para educar a alguien tan bueno, tan devotamente obediente, tan irresistiblemente abierto y atraído por el bien? 

Dobraczynski, en La sombra del Padre, termina su libro imaginando el regreso de la sagrada Familia a Nazaret. Leamos este hermoso texto:

«No hablaron hasta llegar al atrio. Solo entonces Miriam le reconvino dolorida:

—¿Qué has hecho, Hijo? ¡Nos has causado tanta alarma y zozobra! ¡Los dos hemos estado muy asustados! Te hemos buscado temblando… ¿Cómo pudiste portarte así?

No bajó la cabeza como quien se siente culpable. José, mirando de reojo al Hijo, percibió un fulgor en Su mirada; el mismo misterioso fulgor que ya había visto una vez.

—¿Me habéis estado buscando? —dijo—. ¿Habéis temido por mí? ¡Teníais que haber sabido que mi sitio está en la casa del Padre!

El tono de voz era sereno, pero lo que decía sonó a reproche. José vio palidecer a Miriam y cómo le temblaron los labios. Ella no dijo nada. Sin mediar palabra, se dirigieron hacia el puente.

Salieron de la ciudad, llegaron a su tienda. Jesús, sin haber pronunciado todavía una sola palabra, empezó a recoger el equipaje. Preparó los fardos, los puso sobre el asno. Mientras trabajaba, ellos le observaban atentamente a hurtadillas.

—No te preocupes —le susurró José—. Vendrá con nosotros. Todo seguirá como antes. —Así parece —le contestó ella en voz baja—. Yo temía que… Pero, José, ¿por qué ha dicho eso?

Ya tenía en la punta de la lengua: “Para que te acuerdes cuando llegue el momento de la verdadera separación…”. Pero no lo dijo. No quiso presumir del conocimiento que le había sido infundido. Sus caminos se separaban. Ella iba a seguir; él, la sombra, iba a desaparecer. Por eso, ella no comprendía todavía lo que él había comprendido. Por primera vez él se le había adelantado…

—Todo listo para el camino —dijo el Muchacho, plantándose delante de ellos—. Si lo mandas, abba, podemos partir.

—Vamos —asintió él con la cabeza.

Ayudaron a Miriam a montar en el asno. Jesús tomó las riendas y José, viéndolo, no alargó la mano para cogerlas. Por primera vez era el Hijo quien iba a conducir la montura de la madre. 

 […] Vio que la mano de Miriam se posaba cariñosamente sobre el brazo del Hijo y que Él frotó la mejilla contra esa mano. Se miraron mutuamente y vio cómo se sonreían.

Era feliz viendo su amor. No sentía soledad ni envidia. Sabía que el amor de Miriam y de Jesús era como un cántaro rebosante, que esparcía el agua a su alrededor. Donde empapaba la tierra, brotaba la vida. El dolor cosquilleaba en su pecho, pero también él iba sonriendo».

Algunas reflexiones para sacar provecho

Hacemos algunas consideraciones para sacar provecho de esta conmovedora escena.

Cuando encuentran a Jesús en el Templo y este responde a María, hubiera sido lógico que José le dijera a Jesús algo así como: «Está bien. Pero mientras estás en mi casa, al menos avisame si es que tuPadre te manda hacer algo que te pone fuera de mi jurisdicción. Porque Él a mí me ha encargado cuidarte». Pero al tratar de imaginar un razonamiento con frases de este tipo, lo que me viene a la mente es la imagen de José antes de tomar consigo a María y al Niño, cuando se debatía entre los pensamientos que le venían de la ley y los sentimientos de hombre bueno. 

Aquella fue su primera prueba y la definitiva, creo yo. Tuvo que tomar consigo a María, su esposa, que había quedado totalmente vulnerable ante la sociedad de su tiempo, sin posibilidad de defenderse. Y José se hizo cargo de ella de la única manera posible dado lo humillante de la situación de María: con un respeto y una ternura infinitas. La situación era de esas en que un hacerse cargo meramente formal hubiera herido a María incluso más que un repudio. Se ve que san José comenzó a aprender allí cuál sería el modo de tratar a Jesús. 

¿De dónde sacamos que José se hizo cargo con una ternura inmensa? Es una conclusión al ver que no cayó en las tentaciones contrarias a la ternura: no cayó ni en la dureza del legalismo ni en el borrarse excusándose. La única actitud superadora de estas tentaciones es actuar con una intensa ternura. 

En la escena del Templo, en el silencio de José no se nota ningún rastro de legalismo. Ese legalismo que lo habría llevado a decir a Jesús Niño: «Yo soy tu padre, en esta casa mando yo». Tampoco se nota la angustia propia de un padre que siente que ha perdido el control de la vida de su hijo y se encierra en sí mismo. 

Dobracynski, en esta escena, nos permite «contemplar» cómo san José profundiza en su ternura: cómo contiene a María en silencio; cómo deja que Jesús tome las riendas del burrito, reconociéndole mayoría de edad; cómo sonríe al ver que Jesús y María se entienden sin necesidad de que él intervenga. 

El silencio de San José nos hace pensar, como sugiere Dobraczynski, que aquí él se le adelanta a María. La suya es la mirada de un padre que sabe que pronto morirá (el cosquilleo doloroso en su corazón) y saluda las promesas «desde lejos». José vuelve más intenso su silencio y redobla la fuerza de lo que significa «tomar consigo» al Niño (ya independiente) y a su Madre (verdaderamente angustiada).

Notamos, por otra parte, en las palabras de nuestra Señora un tono de  reproche a Jesús, un reproche cariñoso que le nace de su corazón de madre como desahogo de tanta angustia que pasaron. El silencio de José, en cambio, nos hace pensar que ha aprendido la lección: cuando Jesús lo sorprende, como en este caso, él tiene que entrar más hondo en sí mismo y redoblar su confianza en su hijo intensificando suternura. Es el único recurso pedagógico, si se nos permite hablar así, para “educar” a alguien como Jesús, que deja ver aquí la acción de otra “educación”: la misteriosa educación que recibe de su único Padre. 

La respuesta de Jesús a María, finalmente, me hace sentir que es como si el Niño recién ahí se hubiera dado cuenta de que sus padres no maduraban a su mismo ritmo. Por eso, por una parte, les dice que se tendrían que haber dado cuenta, pero por otra, regresa con ellos y les estaba sujeto. En este Jesús de doce años se ve ya madura su entrega absoluta a la misión de seguir la voluntad del Padre incondicionalmente. Y se ve que esta entrega lo pone en situación de una extrema fragilidad, como fue la de quedarse solo por tres días, en medio de los que luego serían sus enemigos acérrimos. 

Concluimos sintiendo que san José debe haber tenido que crecer más allá de lo que nosotros podemos imaginar en su paternidad. La maduración de Jesús debe haber supuesto para José nuevos desafíos a cada momento, con el simple ritmo de su crecimiento natural “en estatura y gracia”. 

Nos hemos detenido unos momentos en esta imagen de san José padre en la ternura que nos regala el Papa Francisco. Hemos visto que José, como todo padre que se hace cargo de su familia, cuida con ternura la fragilidad de su esposa embarazada y de su hijo pequeño. Y también hemos visto que hay aquí algo más, algo que hace que la paternidad en la ternura de san José tenga un plus. Es plus será lo que le permitirá «extender» después su paternidad a toda la Iglesia y a todos los «hermanos» de Jesús. Ese plus es el que trasunta su imagen haciendo que se gane nuestra confianza sin sombra de dudas. Ese plus de ternura José lo recibió como gracia de estado en el instante en que decidió «hacerse cargo y tomar a su esposa y al Niño» bajo su custodia y cuidado, es un plus que brota de la fragilidad extrema de Jesús. Un Jesús cuyo corazón rebosa de intensa ternura y al que solo se le puede responder creciendo en ternura, como nos enseña nuestro querido san José.

Momento para contemplar

Marta Irigoy

Hermosa expresión para rezar en este mes de mayo… Ternura intensa

En la su Carta Apostólica sobre San José, el Papa Francisco, dedica como comenta el P. Diego, un lindo, profundo y desafiante modo de proceder, hablando de la TERNURA…

Y para poder  vivir de un modo tierno, miremos a  “San José, padre en la ternura”…

El Papa Francisco usa una expresión acerca de la cual vale la pena que nos detengamos a reflexionar: “Debemos aprender -dice- a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura”. No es virtud de débiles la ternura. Todo lo contrario. Francisco habla de una “ternura combativa”…

Por eso, para este momento para contemplar, estamos invitados a pedir la Gracia de poder mirar nuestra debilidad con «intensa ternura»

  • Lo primero será mirar ese aspecto de mi persona con lo que muchas veces entro en «combate»… Lo que no me gusta, entristece, aisla o apaga la luz de mi mirada…
  • Luego animarme a agradecer mi debilidad… en ella se esconde esa grieta que posibilitara que la vida luminosa de Dios entre en mi vida…
  • Después, con esa paz profunda que emerge en los corazones agradecidos, abrazar mi debilidad…

El gran desafío es permanecer en este trabajo interior ya  que nos puede llevar tiempo…

“Ternura intensa” es ternura sostenida en el tiempo y ante las adversidades…

  • Y mientras  vamos haciendo este proceso, no olvidarnos, -como escribe más arriba el P. Diego-, que “Ternura intensa”, es la ternura del que se hace cargo de la fragilidad del otro y se deja modelar por ella. Es el otro el que, con su fragilidad, nos da le medida de cuánta ternura hace falta para tratarlo bien. La fragilidad del bebé da a la madre y al padre la medida de lo que es un gesto tierno y lo que no. La herida del enfermo dice con cuánta delicadeza se la debe tratar. Y cuando la fragilidad y la herida es condición permanente, la ternura debe ser también permanente. Aquí está el porqué de la ternura incondicional de Dios para con nosotros, sus criaturas, marcadas en nuestra esencia misma por la fragilidad…
  • ¿Qué persona, lugar o situación me desafían a compartir la Ternura incondicional que Dios me tiene?

Cuídame ( Jorge Drexler y Pedro Guerra)

Cuida de mis labios
Cuida de mi risa
Llevame en tus brazos
Llevame sin prisa

No maltrates nunca Mi fragilidad
Pisare la tierra q tu pisas
Pisare la tierra q tu pisas

Cuida de mis manos
Cuida de mis dedos
Dame la caricia
Que descansa en ellos

No maltrates nunca Mi fragilidad
Yo sere la imagen de tu espejo
Yo sere la imagen de tu espejo

Cuida de mis sueños
Cuida de mi vida
Cuida a quien te quiere
Cuida a quien te cuida

No maltrates nunca a mi fragilidad
Yo seré el abrazo que te alivia
Yo seré el abrazo que te alivia

Cuida de mis ojos
Cuida de mi cara
Abre los caminos
Dame las palabras

No maltrates nunca mi fragilidad
Soy la fortaleza de mañana
Soy la fortaleza de…

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