
Momento de reflexión
Diego Fares sj
En nuestros talleres vamos siguiendo las meditaciones «estructurales» de los Ejercicios. Luego de la preparación que nos dan las meditaciones del Reino, Dos banderas, Tres binarios y Tres maneras de humildad toca ahora entrar en el tema de la elección o reforma de nuestra vida.
«Lo deformado, reformarlo; lo reformado, conformarlo, lo conformado, confirmarlo, lo confirmado, consumarlo»
La elección o reforma de vida conforme al estilo de vida de Cristo es el fin que tiene el hacer los Ejercicios espirituales. Según la tradición Ignaciana las diversas etapas de los Ejercicios tienen como finalidad lo que se expresa en la siguiente fórmula: «Lo deformado (por el pecado y los afectos desordenados) reformarlo; los reformado, conformarlo con la vida de Cristo; lo conformado, pedirle al señor que lo confirme; y esa reforma de vida o elección que él confirma pedirle que la perfeccione con el gozo de la resurrección y el don del Espíritu Santo.
Esta fórmula que condensa el proceso de las cuatro semanas de los ejercicios tiene como centro elegir seguir a Cristo en aquella misión y estado de vida que Él nos da, de manera tal que uno siempre profundice y crezca en esa gracia y en los carismas contenidos en el llamado primero.
Configurar nuestra vida con la de Jesús, cada uno en el carisma al que llamado, es el centro de los ejercicios. Para hacer esta elección o reforma de vida hay una preparación remota, la de la primera semana, en la que pedimos perdón por nuestros pecados y reformamos lo deformado. Luego viene una preparación próxima a la elección, la cual consiste en esas meditaciones propias de Ignacio que preparan nuestra mente y nuestro corazón para elegir deliberando con claridad y adhiriéndonos con libertad al bien que el Señor nos propone. Entramos así en el tiempo de la elección que se hace mientras se va contemplando la vida de Cristo. Todo lo que hace y dice el Señor es para nosotros un llamado. Todo en Él es Palabra que busca encarnarse, semilla que quiere dar fruto en los corazones que la acogen.
Aquí es donde uno pone su atención en las cosas y palabras del señor que más le tocan el corazón. Esas constituirán lo que llamamos «la materia» de nuestra elección o reforma de vida.
En nuestro encuentro de hoy aplicamos este esquema dinámico, en el que San Ignacio nos invita entrar cuando hacemos ejercicios, a la Encíclica Laudato sí y a la Exhortación apostólica Querida Amazonia del Papa Francisco.
La idea es leer esta propuestas del Santo Padre como consejos evangélicos, para elegir y reformar nuestra vida personal y comunitaria de manera tal que demos respuesta coherente a los desafíos que nos presenta el mundo de hoy.
¿Por qué escuchar al Papa en cuestiones «ecológicas»? Me inspiro para responder en una reflexión que hacía San Pedro Fabro.
Decía Fabro: «Dios nuestro Señor no debe tener por bien reformar algunas cosas de la Iglesia según el modo de los herejes, porque ellos, aunque en muchas cosas, así como también los demonios (Mc 1, 24-25), dicen verdad, no la dicen con el espíritu de la verdad, que es el Espíritu Santo (Memorial, n. 51). Fabro se refería a la necesaria reforma que había que hacer en la Iglesia de su tiempo. Reforma que algunos hacían «con mal espíritu». Usamos aquí la reflexión de Fabro no para «negar lo que proponen otros», sino para afirmar y hacer ver un plus. En nuestro tiempo todos coincidimos en que «hace falta un cambio» y muchos proponen reformas ecológicas y sociales. Incluyendo a todas, la propuesta del Papa tiene un plus: cuenta con la bendición de Jesús y con la ayuda del Espíritu, que hacen que su discernimiento de los puntos concretos que hay que «tocar» para que se desborde la misericordia de Dios sea eficaz (si uno lo pone por obra libremente en su vida).
Los consejos
Con Ignacio distinguimos entre mandamientos y consejos. Los mandamientos obligan bajo pena de pecado. Los consejos, en cambio, no. Si uno no sigue un consejo evangélico del Señor, como el de poner la otra mejilla o el de caminar dos cuadras al que te pide que lo acompañes una, no cometerá un pecado, pero quedará triste como el joven rico; o se perderá una de esas oportunidades que son algo único en la vida, la de poder hacer lo que dice el Señor contando con su gracia. Cuando la Virgen le dice a los servidores de las bodas de Caná que hagan todo lo que Jesús les diga, se trata de un consejo. Los que le hicieron caso participaron del milagro. Si alguno se borró o se hizo el distraído, se perdió la oportunidad de su vida. Es decir los consejos operan en el ámbito de dos libertades, la de Dios, que nos invita ha realizar algo con Él, y la nuestra, que elige seguirlo, participando en su acción.
En este ámbito de libertad es donde se sitúan las Encíclicas y Exhortaciones del Papa. En Querida Amazonia él dice expresamente que su «deseo es enriquecer interpelar inspirar a sacar provecho del del Sínodo». Por eso el Papa no da dogmas ni preceptos, sino que hace propuestas. Comparte, por ejemplo, sus cuatro sueños sobre la Amazonia. Propone actitudes de conversión ecológica que nos pueden hacer bien.
La materia de elección
La materia de la elección y de la reforma de vida no son los mandamientos, sino los consejos de Jesús en el Evangelio. Pero no se trata de elegir algún consejo de vida más perfecto en abstracto, sino que en los Ejercicios cada uno está invitado a profundizar y encontrar esa materia concreta en la que él, si da un paso adelante, entra de lleno en el Reino de Dios.
En el Evangelio vemos que Jesús tiene propuestas concretas para cada persona. A los discípulos les propondrá que vayan con Él y vean dónde vive. Con Nicodemo será muy radical: tiene que nacer de nuevo. Con la pecadora le bastará decirle no que la justifica, sino que la exculpa, que no la condena, para que ella por sí misma encuentre el modo de seguir más de cerca a su Señor. A Zaqueo le aceptará que done la mitad de sus bienes y devuelva tres veces lo que robó…
Como dice el maestro Fiorito la materia de elección y de reforma tiene que ser algo que afecta radicalmente a la vida de cada uno en particular.
En nuestro caso tomando Laudato sí y Querida Amazonia tratamos de discernir cual sería esa materia en la que el Papa nos invita a todos a hacer una reforma radical de vida que incida en el cuidado del planeta y la promoción de los más pobres.
Una feliz sobriedad
Hay una formulación que hace el papa Francisco que sintetiza de manera muy concreta y realista cuál puede ser esa materia de reforma de nuestra vida. La expresión que es el Papa es «feliz sobriedad», una gozosa sobriedad.
Es una actitud que tiene que ver con lo económico. Pareciera algo marginal y sin embargo toca algo que es esencial: el rechazo concreto -humilde- al dios dinero. No se trata de un rechazo estrepitoso ni espectacular, sino simplemente de ser más sobrios.
Es interesante notar que en los Ejercicios, en el momento importante en que uno ha hecho su elección y reforma de vida y le está pidiendo al Señor que lo confirme, mientras medita la santísima pasión del Señor, en la tercera semana de ejercicios, Ignacio pone unas reglas para ordenarse en el comer. Es decir nada demasiado sublime, pero si algo bien concreto. De manera análoga ante los grandes desafíos que supone una conversión ecológica, el papa Francisco nos habla de algo humilde pero muy concreto como es el cultivar una gozosa sobriedad de vida.
El criterio es una sobriedad que permita gozar de los bienes personales de Cristo por encima de los bienes de consumo, siendo señor de ellos y no esclavos. La gozosa sobriedad en el uso de las cosas nos permite gozar de los bienes mayores que son las personas: la persona de Dios nuestro creador y Señor y la persona de nuestro prójimo.
Esta gozosa sobriedad es como el ambiente propicio para la fraternidad universal que propone Francisco. Fraternidad que se debe concretar en el amor social, tanto civil como político.
En esto estaría en el núcleo de la reforma de vida que nos propone la conversión ecológica. Es decir la sobriedad no es enfocada como una actitud ascética meramente individual, sino que se trata de una sobriedad socialmente orientada, que ayuda a compartir los bienes con los más pobres y a trabajar -junto con otros- no para el propio bienestar, sino para el bien común.
Actitudes que facilitan la sobriedad de vida y dan gozo
La conversión ecológica – dice Francisco- que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria. Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno de ternura.
Gratitud y gratuidad
(La sobriedad) En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha … y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,3-4).
Conciencia de que todo está conectado
También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres.
Creatividad y entusiasmo en la propia tarea
Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable » (Rm 12,1) (cfr. LS 220).
Apertura al mensaje que cada criatura nos regala con su existencia misma
Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar.
Una gozosa sobriedad en lo económico que nos abre al amor social
La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco (LS 222). Esta «pobreza» abre al amor social. Abre a una fraternidad universal (LS 228) que se concreta en amor social, civil y político. El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: « Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción» (Ls 231).
Invito a todos los cristianos – dice Francisco – a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís (cfr. LS 221).
