Momento de Reflexión
Diego Fares sj
En la cuarta semana de los Ejercicios Ignacio nos habla de «los efectos -verdaderos y santísimos- de la resurrección. Dice así: “Considerar cómo la Divinidad, que parecía esconderse en la pasión, aparece y se muestra ahora tan milagrosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos de ella» (EE 223).
Y también: «Mirar el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae, y compararlo como el modo como unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).
Los efectos de la resurrección en Jesús nuestro Señor son efectos que irradian: el Resucitado remueve piedras sepulcrales; despierta la memoria –“Acordaos!”; envía -«Vayan a decir a sus discípulos»-; emancipa de toda dependencia, de toda culpa y condicionamiento social – las mujeres se convierten en anunciadoras-; acompaña por el camino; espera a la orilla del lago; se muestra, muestra sus manos heridas; aparece, se hace presente cuando las puertas están cerradas; enciende el corazón, lo hace arder con su tono apasionado; revive los signos, parte el pan como siempre; abre la mente, hace caer los prejuicios, permite pensar cosas nuevas; encabeza la marcha, va adelante, a Galilea; fortalece la fe; interpreta toda la Escritura, poniéndose en el centro mismo de la Biblia entera; insufla su Espíritu, pacifica, les da su paz; los consuela y alegra con su presencia; se va mostrando a cada uno según puede percibirlo, de acuerdo a su psicología y a su historia… E infinidad de efectos -verdaderos y santísimos- más.
Nos quedamos con algunos de Ignacio y otros de Francisco.
Aparecer, o la presencia del Señor Resucitado
Que el Señor resucitado se aparezca a la Iglesia -a la comunidad reunida- tiene que ver en primer lugar con el misterio de un nuevo modo de presencia. Un modo nuevo al que tenemos que abrir nuestro corazón y nuestra mente, si no, no lo veremos! Jesús, antes de comenzar a actuar, antes de darles la paz, de mostrarles sus llagas gloriosas, de comer con ellos y de enviarlos a predicar…, por un momento sólo se les aparece. Los evangelios dicen que «se presentó en medio de ellos estando las puertas cerradas por miedo a los judíos». Lo de las puertas cerradas es un signo, un detalle, pero hay muchos más. El Señor aparece y desaparece, pero su «presentarse» no es solo cuestión de lugar -el cenáculo con las puertas cerradas-, sino también de tiempo. Presentarse, no como quien llama a la puerta, sino como quien se materializa en medio de un grupo, es hacer sentir que ya estaba, aunque no lo vieran, y es también dejar la sensación cierta de que no hará falta salir a buscarlo, porque se presentará en el futuro cuando quiera. Esto es algo que desborda la experiencia de los discípulos. Pero no con un desborde de ansiedad, sino todo lo contrario: la resurrección los pacifica en el lugar mismo donde están, es un desborde de presente! La resurrección crea su propio espacio y tiempo: el Cuerpo de Jesús, el presente de Jesús: “Yo estoy todos los días con ustedes, hasta el fin de la historia”.
Este es un efecto lindísimo de la resurrección: podemos encontrar a Jesús -si Él se nos quiere «presentar»- en cualquier momento y en cualquier espacio. Ignacio decía que él encontraba al Señor cuando quería. Teresa dice que lo sentía a su flanco, siempre como buen compañero.
El Señor apareciendo y desapareciendo no juega a las escondidas, sino que revela su nuevo modo de estar: en el instante presente. Sólo hay que desearlo, invocarlo, ponernos en su presencia nosotros, hacer silencio, partir el pan con alguno, servir… y Él se hará presente de muchas maneras.
Veamos ahora cómo son estas muchas maneras, porque no estamos ante un fenómeno «general», ante una presencia que se pueda registrar con el celular. El Señor resucitado es libre de registros en soportes digitales – infotografiable, digamos -, por más que le duela a nuestra sed de fotos-. Sin embargo, se puede registrar y quedar impreso en la memoria con la nitidez de la alegría y de las grandes consolaciones: de manera inolvidable. Hay cosas que son de tal densidad que uno no teme olvidar porque sabe que quedarán para siempre. En este plano nos situamos.
El Señor se vuelve «perceptible» para sus amigas y amigos de diversas maneras, allí donde hay un «algo» propio de cada uno de ellos que hace que el corazón se le abra a la fe.
En los relatos de la Resurrección es común la experiencia de que muchos lo tenían delante y no lo reconocían hasta que el Señor les «despertaba algún sentido». A María Magdalena, por ejemplo, el Maestro la despierta con su voz. No podía hacer que lo viera ni aún poniéndosele delante! Y sin embargo, cuando le dice “María”, ella responde automáticamente, como siempre, «Rabbuní», y entonces lo ve!
Cada uno tiene su palabra mágica, esa que le despierta amor, simpatía, interés… Nuestro nombre, dicho de ciertas maneras y en ciertos momentos, es nuestra palabra mágica única y común. Y Jesús lo sabe.
Los discípulos de Emaús caminarán kilómetros con Él al lado e irán sintiendo que les arde el corazón pero recién lo reconocerán cuando el Señor «les abra los ojos» con un gesto suyo que se les había grabado: el de partir el pan. Hay gestos que nos despiertan a comprenderlo todo. Positiva o negativamente. El gesto del que se adelanta a proteger o a servir y el gesto del que se protege a sí mismo o se borra; la sonrisa que se adelanta a la respuesta o la mueca que pone distancia; la caricia o la crispación… El Señor consagró el gesto de partir el pan y abrió un abismo a todos los «materiales que no se pueden partir» (como el dinero).
Simón Pedro lo reconocerá gracias a la fe y la indicación de Juan y se tirará al agua sin necesitar ver o preguntar más. Este es un tipo de gesto muy especial, que el Señor suscitó o inventó indirectamente. Su modo de aparecerse en distintos «grados», hizo que se creara algo nuevo en la comunidad: cada uno contaba «cómo se le había aparecido» y se convertía para la Iglesia en el especialista en un tipo de presencia. El simple hecho de no aparecerse de un único modo y de no hacerlo de manera demasiado ostensible, abrió espacios para que cada sensibilidad pudiera ser valiosa para la comunidad. Surgieron así los distintos relatos y luego los distintos carismas: distintos modos de hacer presente a Alguien que se deja ver por cada uno como le gusta y ayuda más y como le hace más bien.
Tomás, que tenía clara su necesidad y que era consciente de su «sentido para creer» -meter el dedo en la llaga del Señor-, no necesitará usarlo cuando el Señor se presente en medio de ellos y lo invite a tocarlo. Sin embargo quedó legitimado (e invitado a superarse) este modo de «ver para creer».
Así, el Señor se hace todo a todos y se le aparece a cada uno de la manera que lo pueda percibir. Eso sí, a todos, a la vez que les acepta su modo, se les revela en el suyo, que tiene que ver con la Palabra, con la Escritura. A todos el Señor “les abre la mente para que comprendan la Escritura”, a todos los evangeliza: les dice algo evangélico -no teman, tengan paz…-, les recuerda alguna palabra de la Escritura y los envía a anunciar su Palabra a todos los pueblos, a cada uno según su cultura, así como a cada uno se le mostró según la suya. Y es el error más grande confundir el modo como el Señor se le reveló a uno con algo que hay que imponer a los demás!!! Es precisamente todo lo contrario.
Por supuesto que esta mezcla de una capacidad de adaptación infinita con un mensaje único y universal requiere ayuda por parte del que la recibe. Es de tal magnitud la tarea que sólo el Espíritu puede llevarla adelante: anunciar al Resucitado, con sus nuevos modos de presencia, requiere toda la potencia, creatividad e impulso del Espíritu Santo. No es tarea humana. La acción del Señor es «espiritual» y será el Espíritu el que continuará la tarea de «despertarnos la fe». Es lo que pedimos cuando rezamos: «Ven Espíritu Santo, Creador/ Ven a visitar las mentes de tus fieles…/ Enciende con tu luz nuestros sentidos.
Para percibir al Señor Resucitado toda persona necesita la ayuda del Espíritu que es el que nos «adapta y nos vuelve aptos», a su presencia y modo de obrar . Se trata de algo enteramente nuevo en este mundo, pero algo a lo que, con esta Ayuda, nuestra mente y nuestros sentidos se pueden adaptar: creciendo, dilatándose, abriéndose a la nueva realidad que llamamos «gloriosa».
El mostrarse del Señor
Por el simple hecho de aparecer, la presencia del Señor suscita sentimientos encontrados. No solo a nosotros, con nuestra mentalidad un tanto escéptica, sino que altera y desconcertó también los sentidos y la mente de sus discípulos cuando trataron de meterlo en sus esquemas habituales. Les surgieron dudas, creían estar viendo un fantasma, Magdalena pensaba que era el jardinero, los de Emaús, un forastero… Por eso el Señor no solo se aparece, sino que se va mostrando activamente, va donando su presencia, de manera que los suyos se vuelvan capaces de percibirlo tal como El que realmente es.
Si simplemente se hubiera aparecido no habrían estado en grado de captarlo, hubieran prevalecido sus ideas habituales, le habrían proyectado sus ideas y prejuicios…
El Señor se muestra: les da la paz, les hace ver sus manos y su costado, les pide algo para comer… Los signos que utiliza remiten a experiencias vividas con los suyos y les hacen recordar. Pero, como decíamos, lo más importante es cómo les abre la mente y se las ilumina en relación a las Escrituras, para que comprendan todo lo que se refiere en ellas a su Persona.
Se trata de un mostrarse expandido, por decirlo de alguna manera, un mostrarse de Alguien que requiere de toda la Escritura para ser captado en toda su dimensión. El Señor resucitado es un «resumen» viviente de toda la relación entre Dios y su pueblo a lo largo de la historia de salvación. El, como dice Pablo, recapitula todas las cosas en sí. El hecho de que aparezca y desaparezca indica algo. Pienso que apunta a no atraer la atención sobre sí mismo, sino que es invitación a crecer: cada uno, para verlo, tiene que volverse «comunitario» y «misionero». Percibir a Jesús, con toda la mente y los sentidos, y experimentar su acción, solo será posible en comunidad -en la Iglesia- y saliendo a misionar, reconociendo su cuerpo en el de los demás.
El oficio de consolar de nuestro Amigo
La acción definitiva y completadora del Señor resucitado es dar su Espíritu, insuflarlo. Volvernos aptos para «percibir» y «experimentar la acción» del resucitado es algo que solo el Espíritu Santo puede hacer. Si no, nos quedan chicos la mente, los sentidos y la capacidad de experimentar.
Al igual que Jesús, el Espíritu actúa también de modo integral: consolándonos. Cuando estamos consolados, todos los sentidos se activan, toda experiencia se vuelve significativa. La consolación espiritual nos unifica el alma de modo tal que podemos «ver y amar a Dios en todas las cosas y a todas en él»
Esta unificación interior unifica también lo exterior. Sucede lo que dice Mounier: nuestro diálogo interior se vuelve tal -gracias al Espíritu que nos hace sentir la presencia del Señor – que lo podemos proseguir con la primera persona que nos encontramos.
La santidad
Esta es la santidad de la que habla el Papa, la que nos hace caminar en presencia de Dios cada día y «discernir» a Jesús -su presencia, su acción y su oficio de consolar- gracias a «los efectos verdaderos y santísimos de su resurrección.
Algunos efectos de la resurrección según Francisco
En sus Exhortaciones Francisco presenta algunos efectos de la resurrección con un lenguaje y unas imágenes que hablan a nuestra sensibilidad actual.
Empezar de nuevo
“El está en ti, está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar” (CV 2). La santidad de la resurrección es una santidad del volver a empezar. Eso significa resucitar: volver a empezar, pero no desde nosotros mismos, sino desde Jesús resucitado.
Francisco pone el ejemplo del hijo pródigo que “supo recapacitar para empezar de nuevo y decidió levantarse” (Cfr Lc 15, 17-20).
Dice también: “Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (CV 119). “Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza” (CV 142). “Eso implica pedirle al Señor que nos regale la gracia de aprender a tenernos paciencia, de aprender a perdonarse; aprender todos los días a volver a empezar” (CV 217)
Se trata de comenzar no como «si el mundo comenzara ahora» según esas propuestas de «construir un futuro sin raíces» sino asumiendo nuestra historia (Cfr. CV 179).
La Iglesia tiene en sí esta fuerza del Espíritu de comenzar siempre de nuevo (Cfr. CV 101). Y con María aprendemos a decir «sí» en la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar» (CV 45).
Ahora bien: es posible comenzar de nuevo porque “hay salida” y porque “el bien se abre camino, paso a paso pero de manera real en nuestra vida”.
Ver que hay salida
“La santidad de la resurrección es una santidad que parte de las realidades tal como son, aún las más oscuras y dolorosas y anuncia que hay salida” (CV 104).
Esa salida es cualitativa, es una puerta que se abre en la misma situación en que estamos cuando hacemos el bien.
Que el bien pueda abrirse camino en nuestra vida y tenga poder
Como dice Francisco: “Si Él vive eso es una garantía de que el bien puede hacerse camino en nuestra vida, y de que nuestros cansancios servirán para algo. Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar para adelante, porque con Él siempre se puede” (CV 127). “Cualquier otra solución será débil y pasajera. Quizás servirá para algo durante un tiempo, y de nuevo nos encontraremos desprotegidos, abandonados, a la intemperie. Con Él, en cambio, el corazón está arraigado en una seguridad básica, que permanece más allá de todo. San Pablo dice que él quiere estar unido a Cristo para «conocer el poder de su resurrección» (Flp 3,10). Es el poder que se manifestará una y otra vez también en tu existencia, porque Él vino para darte vida, «y vida en abundancia» (Jn 10,10) (CV 128).
Momento para Contemplar
Marta Irigoy
Este mes vamos a contemplar al Señor Resucitado que “se aparece y se muestra a sus amigos”… Tomando conciencia de que el aparecerse y el mostrarse del Señor no es algo que vaya en dirección puntual e individual, podríamos decir, sino que es un aparecerse y mostrarse que indica una presencia y una acción más grande.
Y esta presencia y acción se concretan en los efectos de la Resurrección en la vida de los discípulos y discípulas del Señor que luego del terrible trance del viernes santo, hacen experiencia de la Vida Nueva, esa a la que, desde los comienzos de la amistad con el Señor, fueron invitados a descubrir…
Para la oración y contemplación, la invitación es elegir alguno de los textos de la Resurrección del Señor que más devoción despierte en mi o quizás el que mejor describe el momento actual de mi vida en donde necesito sentir al Señor que viene a mi vida con el Oficio Bendito de Consolar…
Algunos de los “efectos” de la Resurrección en nuestra vida son:
* Empezar de nuevo
* Ver que hay salida
* Que el bien pueda abrirse camino en nuestra vida y tenga poder
* Tener fe
En la Vida de los discípulos estos efectos se manifestaron siguiendo la dinámica que va:
‒ De la desolación a la paz. Tristes, desolados, desconcertados, reunidos por miedo. Son los discípulos del condenado. Y la Resurrección, sin cambiar nada externo, les da el gozo y la paz. Una paz que no se basa en garantías del mundo (mucho les queda por padecer), sino esa paz que el mundo no puede dar.
‒ De la incredulidad a la fe. Con la muerte de Jesús, su fe, más o menos débil, no se apagó.
“Nosotros esperábamos…” Si era difícil con él, ¿Qué será sin él? Con Jesús vuelve la fe, “vieron y creyeron”. Su corazón arde al reconocerlo. Otros vieron y dudaron.
‒ De la dispersión del grupo a la unidad de la comunidad. Los dispersos vuelven por la fuerza de la Resurrección y el grupo de amigos se convierte en comunidad de hermanos. Van a pescar juntos y se encuentran reunidos en torno a Jesús.
− De la ausencia del Señor a experimentar su presencia. Aunque no le vean. Es su presencia misteriosa para siempre en la Iglesia. No hará falta ver a Jesús para saber que está con nosotros: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos” -Mt. 28, 20-
− De la cobardía al testimonio. Después de la muerte de Jesús no tienen mensaje algún dentro de su corazón. Todo acabó. Las apariciones llevan un mensaje misionero. Ese mensaje lo predicarán y testimoniarán con sus propias vidas. Serán testigos del Señor Resucitado.
‒ Del conocimiento según la carne a la vida según el Espíritu. “No está aquí” pero vive. La tumba está vacía, pero resucitó. El conocimiento que tuvieron de Jesús es completamente distinto del que pueden tener ahora, como la vida de Jesús es ahora una vida nueva según el Espíritu. Esta nueva vida de Cristo la viven ya los apóstoles por la fe en el Resucitado.
− De la letra al conocimiento interno de las Escrituras. El Señor les abre el sentido de las Escrituras. La explicación de las Escrituras hace arder su corazón. No es pura letra que ilustra, sino que adquiere todo un sentido interior.
¿Con qué texto de las Apariciones del Señor, necesitas contemplar, para experimentar los efectos de la Resurrección en tu vida?
Deja una respuesta