Momento de reflexión
Diego Fares sj
Al final de la segunda semana de los Ejercicios, San Ignacio pone un apartado de veinte números en el que de normas acerca de la elección y de la reforma de vida (EE 169-189). Es un «documento normativo», como lo llama Fiorito, que lo distingue de las contemplaciones y meditaciones (documentos temáticos) y de las reglas de discernimiento (documentos prácticos).
San Ignacio trata acerca de las «condiciones» que se requieren para hacer una buena y sana elección: los tiempos y la materia de la elección. El «tiempo» (o estado de ánimo interior) en que el ejercitante se encuentra es una condición más subjetiva. Puede ser un tiempo de lucha espiritual, en el que experimenta consolaciones y desolaciones; puede ser un tiempo tranquilo, en el que puede servirse de su inteligencia para razonar en paz lo que Dios le pide; y puede ser un tiempo en el que Dios con su gracia le hace ver clara e irresistiblemente la misión a la que lo llama.
En este taller nos detendremos en la materia de elección -condición más objetiva-.
Como sabemos, la materia de elección debe ser alguna cosa que sea «indiferente o buena en sí » -dice San Ignacio- y que milite dentro de la santa Iglesia jerárquica« (EE [170]). Es decir: no se elige entre cosas buenas y malas! Se elige en clave evangélica lo mejor, lo que permite amar más.
La materia de elección es algo radicalmente personal
Ahora bien, esta orientación general no basta para la elección – y mucho menos para la reforma de vida –, sino que, para la práctica de cada ejercitante, hay que poner otra condición más personal a la materia de la elección. Para ello el ejercitante debe estar dispuesto a revisar toda situación de hecho en que se encuentre, habiendo llegado a ella » no pura y debidamente por amor de Dios« (EE [150], [174]).
De modo que, si la primera condición de la materia es su indiferencia genérica, la segunda condición sería – por así decirlo – su radicalidad personal. Y aquí entra lo que trataremos acerca de «la santidad» considerada como «materia de elección». Cada uno debe encontrar y elegir el punto concreto (la materia) en que Dios lo llama a ser santo hoy.
En la Primera semana de Ejercicios, que es preparación remota de la elección, se trata de llegar a la raíz de nuestro ser creaturasy de nuestro propio pecado, eso que nos impide ser hijos de Dios plenamente libres.
En la segunda etapa de los Ejercicios, que es de preparación próxima a la elección y reforma de vida, Ignacio nos lleva a la raízde la exigencia o bandera de Cristo, que es la cruz: el Señor nos llama a un seguimiento radical en pobreza y humildad cuyo signo concreto son las humillaciones sufridas o elegidas por amor a Jesús humillado.
En la etapa central de los Ejercicios, la de la elección o reforma de vida, hay que llegar hasta laraízdel propio estado actual de vida, para elegir lo que será la «materia concreta de nuestra santidad personal«. Podríamos decir que se trata de la bienaventuranza concreta que el Señor nos propone como estilo de vida de cada día y la obra de misericordia concreta que se nos presenta en cada situación para que elijamos ponerla en práctica.
Elegir nos interpela
La santidad es una elección. Apenas se escribe o se lee esta frase uno se siente interpelado, se alzan voces de protesta en nuestro interior. Es verdad que uno eligeser santo o no? Suena duro poner la santidad en términos de una opción radical.
En todo caso, pensamos, si uno no elige ser santo no quiere decir que elija ser malo o mediocre. Es difícil que el no a la santidad sea directo, definitivo y excluyente. Nuestra razón práctica nos impide «elegir lo malo en cuanto malo». Puede que el «no» sea más bien un «ni», un «sí pospuesto indefinidamente», un «sí, pero…», condicionado…
Nuestro razonamiento puede ir por este lado: «No elijo ser totalmente santoporque pienso que no es posible, pero eso no quiere decir que elija ser malo o mediocre…».
Pese a todos los «peros»
Pese a las objeciones reafirmemos que «ser santo se elige» y veamos qué sucede. Despejemos primero algunos «peros».
El realismo del amor
Pareciera que no es realista elegir algo que excede nuestras posibilidades. Más aún: suena pretencioso decir «yo elijo ser santo». Contra esta objeción, invito a que demos espacio a esta frase: «A cada uno de nosotros el Señor nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables en Él por el amor (Ef 1, 4)» (GE 2).
La elección de ser santos es, en primer lugar, una elección que hizo nuestro Creador. Llevamos este deseo, este impulso como una «marca de fábrica»: Quien nos regaló la existencia nos soñó santos e irreprochables ante Él por el amor. Lo del amor es importante: Dios quiere que seamos santos por el amor, no por otras cualidades heroicas o extraordinarias. Y ser santos por el amor es posible.
El amor del que habla la Carta a los Efesios es, por un lado, un amor que se nos regala y, por otro lado, como todo amor, es personal, es el nuestro, el que podemos dar nosotros como somos. No se trata de un amor heroico, y menos aún de un amor «standard» o estereotipado, sino de simple amor personal: el de Dios y el nuestro, cada uno como es: el de Dios, infinitamente misericordioso y creativo; el nuestro, pequeño y con sus repliegues, pero amor al fin.
El realismo del ahora
Otra objeción puede provenir de nuestra condición temporal: puedo elegir hoy, si Dios me consuela, pero cómo mantendré mi elección en el tiempo, en «todos los años que tengo por delante»? A esta falacia respondió un día Ignacio diciendo al mal espíritu, al que le reconoció la voz: «Puedes tú prometerme un día de vida?». Se puede elegir ser santo ahora: «solo por hoy», como decía san Juan XXIII. Y en Gaudete et exsultate, Francisco nos dice que la de la santidad es una elección «renovable cada día»:«Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez»(GE 15).
La elección de ser santos conlleva tanto elecciones grandes, esas que son para toda la vida, como elecciones pequeñas, cotidianas, esas que nos llevan a «encontrar una forma más perfecta de vivir lo que ya hacemos: ‹Hay inspiraciones -dice el Papa- que tienden solamente a una extraordinaria perfección de los ejercicios ordinarios de la vida›» Y pone un ejemplo cercano: «Cuando el Cardenal Francisco Javier Nguyên van Thuânestaba en la cárcel, renunció a desgastarse esperando su liberación. Su opción fue ‹vivir el momento presente colmándolo de amor›; y el modo como se concretaba esto era: ‹Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria[1]›»(GE 17).
El realismo de la mejor versión posible de mí mismo
Una tercera objeción puede provenir de otra falsa idea de santidad, la de concebirla como una serie de deberes a cumplir que Dios me impondría desde afuera y que trastocarían todos mis planes y la tranquilidad de hacer de mi vida lo que quiero. No es así. Decir «elijo ser santo» es como decir «elijo ser la mejor versión de mí mismo». De lo que se trata es de vivir mi propio carisma, de asumir mi misión y encontrar mi lugar en esta vida, en mi tiempo y en mi tierra: «Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (GE 19).
Dios santifica totalizando nuestra vida, no fragmentándola
Es interesante tener en cuenta un detalle en el que hace hincapié el Papa al ponernos como modelo la vida de los que «eligieron ser santos». Nos dice: «Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona[2]. No conviene entretenerse en los detalles (de la vida de los santos) porque allí también puede haber errores y caídas». Y agrega: «Esto es un fuerte llamado de atención para todos nosotros. Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy» (GE 22-23). Se trata de estar siempre abierto, eligiendo la santidad una y otra vez, a que Dios me haga santo en la totalidad de mi vida.
El discernimiento del Papa tiene detrás el criterio que dice: el todo es superior a las partes. Dios nos hace santos «totalizando» -al final de nuestra vida y cada vez-, no «fragmentando». Ejemplo de ello son los sacramentos: cada vez que me confieso, totalizo mi vida con un baño de misericordia, que perdona todos los pecados particulares y me santifica íntegramente, no solo una parte. Lo mismo en la comunión: cada vez que comulgo, hago una alianza total con el Señor. No es que comulgo con Él solo en parte. El amor totaliza la vida en cada acto, tiene esa capacidad, cuando uno dice el sí en sus votos, matrimoniales o de vida consagrada, y cada vez que uno dice los mil pequeños «sí» de las obras de misericordia.
El poder totalizante e inclusivo de cada bienaventuranza puesta en práctica
En el capítulo que se titula «A la luz del maestro», Francisco hace estas formulaciones «totalizantes» de la santidad encarnando las bienaventuranzas.
«Ser pobre de corazón, eso es santidad» (GE 70), afirma el Papa. Y concreta ese «ser pobre de espíritu» en lo que dice Ignacio en el Principio y Fundamento: «No querer de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y así en todo lo demás (EE 23)». La indiferencia es pobreza de la propia voluntad al «preferir» la de Dios, es desposeerse para estar abierto a lo que Dios quiera y mientras, poner entre paréntesis lo demás. Elegir «lo que Dios quiera» es elegir ser santos por el amor.
«Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad» (GE 74). Elegir ser santos es elegir reaccionar con mansedumbre. Uno elige cómo reacciona. Aunque no elija el primer movimiento de la ira, sí elige moderarla o darle rienda suelta. Y en esto se juega la santidad: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles. Para santa Teresa de Lisieux «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades[3]» (GE 72).
«Saber llorar con los demás, eso es santidad» (GE 76). Elegir llorar! No es difícil llorar. Sufren tanto los pequeñitos! Sufren tanto tantos inocentes! Basta mirarlos a los ojos, mirar su situación, para que broten las lágrimas de compasión. Y uno elige abrirse o cerrarse a estas lágrimas, a esta piedad y enternecimiento del corazón.
«Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad» (GE 79). Buscar… Buscar es «elegir buscar». Luchar por la justicia es una opción: la opción por los más pobres, por los que no tienen justicia.
«Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad» (GE 82). Nuestro mirar es «selectivo», lo sabemos. Uno elige -subjetivamente- lo que quiere mirar. Y de acuerdo a ello resulta «lo que objetivamente ve». La objetividad no se impone así nomás. Hay cosas que si uno no las contempla largamente, si uno no va al lugar, si uno no se pone en los zapatos del otro, no se ven. Por eso decimos que «mirar con misericordia» es una opción. Y de esa mirada surge el sentimiento y luego el obrar con misericordia.
«Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad» (GE 86). También la limpieza de corazón es una opción. Una opción renovada, que se deja purificar y corregir una y otra vez. Hay que elegir renovar la pureza porque no hay nada más «influenciable» que nuestra mirada, que sigue todo lo bello y lo que es inmediatamente bueno para cada sentido-, y luego mueve nuestro corazón, que se aficiona a todos los bienes que le gustan y resultan placenteros. Elegir que Jesús nos «lave los pies y nos mantenga el corazón limpio», es elegir ser santos.
«Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad» (GE 89). Sembrar es elegir: uno elige la semilla que siembra y el terreno donde la siembra. Sembrar guerra también es una opción. No es una fatalidad. Fatalidad son las siembras ya heredadas, pero no las que uno le toca hacer. Por eso el Papa habla de sembrar.
«Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad»(GE 94). Esta aceptación del camino del Evangelio «aunque nos traiga problemas» es también una elección de vida. Y pongamos atención en que no dice «aceptación del Evangelio» sino «del caminodel Evangelio». Aceptar «el Evangelio» suena abstracto. Aceptar el camino que se nos abre cada día a nuestro paso es una opción concreta y posible.
Vemos así que las bienaventuranzas son las «opciones profundas de Jesús». Opciones que Él nos invita a hacer a nosotros, como estilo de vida y modo de sentir que elegimos para poder cumplir con el «gran protocolo», el de Mateo 25, que es con el que seremos juzgados. Seremos juzgados no por otras cosas sino por nuestra elección de seguir este protocolo, con este estilo.
Esta opción es más honda que los resultados de cada acción particular, que puede tener y ciertamente tendrá sus más y sus menos. Optar por la totalidad de las bienaventuranzas y de las obras de misericordia es la opción profunda – la de Jesús y la nuestra en la de Él:
«El texto de Mateo 25,35-36 ‹no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo[4]›. En este llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse» (GE 96).
Reproducir distintos aspectos de la vida de Jesús en la nuestra
Elegir ser más santos como una misiónes algo que sólo se puede concebir de la mano de Jesús, estando en su compañía de modo siempre más amigable y cercano, hasta llegar a no poder vivir lejos de Él, de su presencia, de sus consejos, de su perdón y de sus palabras. Elegir ser más santos tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él.
«En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor.
La contemplación de estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos carne en nuestras opciones y actitudes[5]» (GE 20).
Examinar cómo nos transformaos cada vez que ponemos en práctica alguna bienaventuranza y alguna obra de misericordia
Concebir el ser santos como una misión, es concebirlo no como un mero «hacer obras santas externas», sino como «ser santificados por el Espíritu de modo tal que esta santidad redunde en obras». Y esto implica «dejarse transformar por Cristo». Esta transformación tiene un instrumento precioso: «la práctica habitual del bien, valorada en el examen de conciencia».
Este examen es «un ejercicio en el que no se trata sólo de identificar los pecados, sino también de reconocer la obra de Dios encarnada:
en la propia experiencia cotidiana,
en los acontecimientos de la historia y de las culturas de las que formamos parte,
en el testimonio de tantos hombres y mujeres que nos han precedido o que nos acompañan con su sabiduría. Todo ello ayuda a crecer en la virtud de la prudencia, articulando la orientación global de la existencia con elecciones concretas, con la conciencia serena de los propios dones y límites[6]» (CV 282).
«Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros―deseos, angustias, temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de los tiempos»— para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21). (GE 168).
Pero examinar todo no es un ejercicio escrupuloso, auto-referencial, de mirarnos a nosotros mismos. Todo lo contrario: es un examinarse para «salir» de nosotros mismos hacia el amor de Dios y a los demás.
Hay tres grandes ámbitos donde el «examinarlo todo» dilata el corazón.
Uno es el de las «novedades de Dios». Es importante examinar bien «cuando aparece una novedad en la propia vida. Entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del espíritu del diablo» (GE 168).
Otro ámbito que dilata el alma es el de dejar que el Señor nos examine, como a Pedro, en el amor y la amistad. Tengamos en cuenta que «Antes de toda ley y de todo deber, lo que Jesús nos propone para elegir es un seguimiento como el de los amigos que se siguen y se buscan y se encuentran por pura amistad. Todo lo demás viene después, y hasta los fracasos de la vida podrán ser una inestimable experiencia de esa amistad que nunca se rompe.(CV 290).
El tercer ámbito del examen es el de la humildad. Dice el Papa: «La humildad solamente puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones. Sin ellas no hay humildad ni santidad. Si tú no eres capaz de soportar y ofrecer algunas humillaciones no eres humilde y no estás en el camino de la santidad.» (GE 118).
«No me refiero solo a las situaciones crudas de martirio, sino a las humillaciones cotidianas de aquellos que callan para salvar a su familia, o evitan hablar bien de sí mismos y prefieren exaltar a otros en lugar de gloriarse, eligen las tareas menos brillantes, e incluso a veces prefieren soportar algo injusto para ofrecerlo al Señor: «En cambio, que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios» (1 P 2,20). (GE 119).
La elección de ser más santos «para los demás»
En estos tres ámbitos -el de la novedad evangélica, el de la amistad y el de las humillaciones- se juega la elección última que es la elección de «ser para los demás». «Esta vocación misionera tiene que ver con nuestro servicio a los demás. Porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda. Recuerdo que «la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo[7]» (CV 254)
«Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación[8]». Tu vocación te orienta a sacar afuera lo mejor de ti para la gloria de Dios y para el bien de los demás» (CV 257).
San Ignacio se expresa así hablando de la elección: «En toda buena elección, en cuanto es de nuestra parte, el ojo de nuestra intención debe ser simple, solamente mirando para qué soy creado, que es a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi alma» (EE 169). Esperamos que con estas reflexiones palabras como «santidad», «alabanza» y «salvación del alma» consideradas desde la perspectiva de una elección que cada uno puede hacer hayan mostrado algo de la riqueza profunda que se esconde en su interior.
Momento para contemplar
Marta Irigoy
En este mes de setiembre, seguimos ahondando el hermoso llamado a la Santidad que Dios nos hace…
La primera certeza que tenemos es que el Padre nos llamó a la vida y en ese llamado sopló en nosotros su Espíritu de Vida…
Por eso, redescubrir esta vocación profunda a la Santidad es lo que queremos rezar en este tiempo…
En lo arriba escrito por el P. Diego, podemos dejar que estas palabras puedan iluminar de un modo nuevo, la certeza de sabernos elegidos por nuestro Amado Padre desde toda la eternidad para ser santos, como lo escribió hermosamente San Pablo : «A cada uno de nosotros el Señor nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables en Él por el amor (Ef 1, 4)»
Y así podamos encontrar y elegir en lo concreto de la vida cotidiana aquello a lo que Dios nos llama a la santidad…
Sera poder descubrir aquello que hoy me hace desplegar “la mejor versión de mí mismo” para luego elegir con alegría el modo propio de sembrar en mi vida gestos de ternura y compasión al estilo de Jesús, que paso haciendo el bien…-Hch 10, 38-.
Podríamos sintetizar la santidad como el modo propio de pasar por la vida haciendo el bien…
El Papa Francisco, dice:
“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad» -GE7-
También cita el Concilio Vaticano II que dice:«Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la santidad.
Quizás una linda imagen para rezar en este tiempo puede ser contemplar el propio camino por donde se me invita a pasar haciendo el bien…
Esta elección del llamado a la santidad, será fecunda sabiéndonos pequeños en las Manos del Padre que sabe lo que cada uno de sus hijos necesita…
Para terminar, puedes rezar con esta oración del P. Arrupe, sj:
Enamórate
No hay nada más práctico que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse rotundamente y sin ver atrás.
Aquello de lo que te enamores,
lo que arrebate tu imaginación, afectará todo.
Determinará lo que te haga levantar
por la mañana,
lo que harás con tus atardeceres,
cómo pases tus fines de semana,
lo que leas, a quién conozcas,
lo que te rompa el corazón
y lo que te llene de asombro
con alegría y agradecimiento.
Enamórate, permanece enamorado,
y esto lo decidirá todo.
[1]Cinco panes y dos peces: un gozoso testimonio de fe desde el sufrimiento en la cárcel, México 19999, 21.
[2]Cf. Hans U. von Balthasar, “Teología y santidad”, en Communio6 (1987), 486-493.
[3]Manuscrito C, 12r.
[4]Ibíd.
[5]Cf. Ejercicios espirituales, 102-312.
[6]Ibíd.
[7]Exhort. ap. Evangelii gaudium(24 noviembre 2013), 273: AAS105 (2013), 1130.
[8]S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio(26 marzo 1967), 15: AAS59 (1967), 265.
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