Momento para la meditación
Diego Fares s.j.
La meditación de Dos Banderas -una de Cristo, sumo capitán y Señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemiog de nuestra naturaleza humana- es «para ver la intenciónde Cristo nuestro Señor y, por el contrario, la del enemigo» (EE 135).
La intención última de toda persona no es algo de lo que uno pueda apoderarse, digamos así. Se puede ver, sí,por los frutos,por el modo de comportarse que alguien tiene a lo largo del tiempo y en los momentos claves de la vida, como cuando decimos que «los amigos se ven en las malas».
Lo importante que San Ignacio nos hace ver en esta meditación fundamental – de la que nacen los Ejercicios y la Compañía de Jesús- es que no hay «muchas banderas últimas»entre las que podamoselegir, sino solo dos: la de Jesús o la del Maligno.
En las cosas humanas no es así. No hay sólo pañuelos celestes o verdes (vemos que también han surgido los rojos y los negros…). En las cosas humanas entre los que se dividen en dos bandos siempre surge un tercero que intenta mediar y también otros que se presentan como alternativos. Es importante, por tanto, clarificar que la lucha a muerte es solo contra el Maligno, que quiere la destrucción de todos. En cambio,bajo la bandera de Jesús, el Padre quiere reunir a todos los hombres: «Cristo llama y quiere a todos debajo de su bandera» (EE 137), como dice Ignacio.
Digo que esto es importante porque la bandera de la Cruz es bandera de misericordia. Una misericordia que el Señor extiende también a todos los enemigos, a quienes perdona. El hecho de que los combata francamente denunciando las mentiras y predicando la verdad, no significa que los demonice. Todo lo contrario: el Señor da la vida en la Cruz porque es el único modo de persuadir -mansamente- al que estáen el engaño y en la rebeldía.
Festejar cada vez que el Señor vence en nuestra vida
La vida es, por tanto, un combate permanente, como dice el Papa Francisco en Gaudete et exsultate.Y «se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio». Se trata de «una lucha muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida»(GE 1). Es más, en la «lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal, Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos lograban avanzar en el anuncio del Evangelio superando la oposición del maligno». Jesús «celebraba: ‹Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo›(Lc 10, 18)»(GE 2).
El Papa junta tres cosas que habitualmente tendemos a separar: el festejo,el combateyel Evangelio. Lo habitual es dejarel festejo para el final. Esto de festejar «cada vez que el Señor vence en nuestra vida»no sési lo tenemos incorporado. A míal menos me cuesta, porque en cada cosa que sale bien ya suelo experimentar algo que me urge a no detenerme y a mirar quévendrádespués. Sin embargo, el Papa pone el foco en la alegría de Jesús -«se llenóde gozo en el Espíritu Santo», dice Lucas (10, 21)- ante el éxito de la primera salida evangelizadora de los 72 discípulos. Les advirtió, eso sí, sobre el verdadero objeto de sualegría: no que se les sometiera el demonio sino que sus nombres estuvieran escritos en el Cielo; pero festejócomo si fuera definitivo esto que a otros ojos era sólo un comienzo y en ese sentido un triunfo parcial.
Aquíviene lo del «superar la oposición del Maligno y lograr un paso adelante en el anuncio del Evangelio». Si bien nuestros triunfos son parciales, el anuncio del Evangelio no lo es. El Evangelio es la comunicación íntegra del amor de Jesús, es la siembra de una Palabra viva que da fruto por sísola, capaz de dar el ciento por uno. Por eso, por la fuerza vital y multiplicadora de cada Evangelio,es que la alegría puede ser radical y plena, sin sombra de amenaza. Ni la cizaña puede quitarle nada a esta alegría. Es «alegría y gozo del Señor resucitado»en cada Palabra viva que cae en un corazón humano, que se siembra en una cultura. Daráfruto a su tiempo. Este es el sentido profundo de la Exhortación del Papa a una santidad que es Alegría y gozo en medio de las persecuciones, como dice la bienaventuranza.
Esta constatación de que hay una alegría especial de Jesús por cada pequeña victoria nuestra (en otra parte el Señor nos asegura que «hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por 99 justos que no necesitan conversión), es la clave para cultivar bien el deseo de santidad.
El Papa discierne que el peor enemigo de la santidad es «el espíritu de derrota». Puede hacernos bien releer entero el número 163 de Gaudete et exsultate:
«En este camino (de resistir a los bienes engañosos y envenados con que nos ataca y seduce el Maligno, como decía Brochero), el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella. Menos aún si cae en un espíritu de derrota, porque «el que comienza sin confiar perdióde antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. […] El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal».
El espíritu de derrota es una tentación mayor que todas las demás. Subyace a todas las tentaciones de ira y agresividad y a todas las tentaciones de posesión y de placer.
Fiorito ponía una serie de «frases motivas»que uno puede descubrir como «pensamientos ya consagrados»que están sembrados en el terreno de nuestra memoria y surgen en el momento de la prueba, desmotivándonos para la lucha: «No podré resistir esto toda la vida»; o, si la batalla parece pequeña: «Perder esto no significa perder todo»; o «No se puede combatir sin pausas».
Aunque parezca paradójico, Bergoglio hacía ver que la tentación de derrotismo es una forma especial de vanagloria o mundanidad espiritual: «La vanagloria más común entre nosotros, aunque parezca paradójico, es la del derrotismo. Y es vanagloria porque se prefiere ser general de los ejércitos derrotados a simple soldado de un escuadrón que, aunque diezmado, sigue luchando.
¡Cuántas veces soñamos con planes expansionistas propios de generales derrotados! Curiosamente, en esos casos, negamos nuestra historia que es gloriosa porque es historia de sacrificios, de esperanzas, de lucha cotidiana».
La conciencia de derrota es la que «Frente a una fe combativa por definición, el enemigo, bajo ángel de luz, sembrarálas semillas del pesimismo».
Bergoglio continuaba: «Nadie puede emprender ninguna lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar, perdióde antemano la mitad de la batalla. El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz bandera de victoria. Esta fe combativa la vamos a aprender y alimentar entre los humildes».
Contra la tentación de pesimismo y el espíritu de derrota, cada uno debe oponer el rostro de sus antepasados y de la gente buena de la que recibiótestimonios de lucha cotidiana. «La cara de las personas humildes, las de la gente de una piedad sencilla, es siempre cara de triunfo y casi siempre la acompaña una cruz. En cambio, la cara del soberbio es siempre una cara de derrota. No acepta la cruz y quiere una resurrección fácil. Separa lo que Dios ha unido. Quiere ser como Dios. El espíritu de derrota nos tienta a embarcarnos en causas perdedoras. Estáausente de él la ternura combativa que tiene la seriedad de un niño al santiguarse o la profundidad de una viejita al rezar sus oraciones. Eso es fe y esa es la vacuna contra el espíritu de derrota».
La cara de triunfo no es la del que festeja una copa con alegría desaforada (menos aún la del que festeja una ley sobre el aborto). Es la cara serena del que estásatisfecho por haber dado lo mejor de síy goza interiormente con el trabajo bien hecho.
Festejar cada victoria del Señor en nuestra vida, cada vez que «encarnamos el Evangelio»en algún gesto concreto -en una obra de misericordia concreta, en un rato de oración contemplativa o de intercesión- es un paso fundamental en el combate espiritual.
Si pensamos las bienaventuranzas y la concretización de la de la misericordia en las obras concretas que Jesús describe, como un «protocolo de la santidad», como esas «pocas palabras, sencillas pero prácticas y válidas para todos»(GE 109), este paso de hacer fiesta con cada victoria del evangelio, es lo que da a todos los otros consejos el espíritu de fondo.
El término «protocolo» viene del griego «proto» -primero- y «kollea» -cola o pegamento-. Se llamaba asía la primera hoja de un documento con los datos de su autenticación sellados. Es un término con muchos significados que, dependiendo del contexto, va de significar algo meramente formal, como pueden ser las reglas de comportamiento en una ceremonia, a algo de importancia vital, como en el caso de los procedimientos a seguir en una toma de rehenes o en una catástrofe en la que se requiere coordinación, rapidez y precisión para salvar la mayor cantidad de vidas posibles. En este contexto dramático -de situaciones de combate y de catástrofes que superan la posibilidad de respuesta común, un protocolo apunta a dar reglas precisas teniendo claro el objetivo principal, favorezcan la toma de decisiones personales que sumen al obrar conjunto.
Lo de festejar cada victoria es una actitud práctica a mantener en medio del combate. El «cada vez» puede parecer exagerado, como suele parecer exagerado para el que es espectador y no protagonista de una competición deportiva, el choque de manos que se dan los jugadores cada vez que suman un punto o hacen un gol.
Esa pausa para festejar cada punto ganado es esencial a la competición porque consolida, paso a paso, la mentalidad ganadora, une los ánimos y da coraje para seguir combatiendo. La práctica de estos gestos de victoria, que son connaturales a toda competición humana, no siempre resultan tan obvios en el combate de la vida espiritual pero si se practican, dan mucha alegría y confirmación en el Espíritu Santo.
Esta ayuda y consejo prácticodel Papa responde a uno de sus principios: el que dice que la unidad (la victoria) es superior al conflicto.
No obstinarse en usar solo criterios empíricos: pensar es discernir con criterios evangélicos
Otra ayuda del Papa se refiere al procedimiento o «instrumento» por decir así, que debemos poner en práctica para combatir contra el mal en las tres fuentes donde anida: en la de la mentalidad mundana (paradigmas, frases hechas que nos motivan a apartarnos del amor de Dios, ideologías…), en la fuente de nuestras propias fragilidades e inclinaciones (cada uno tiene las suyas, dice el Papa), y en su fuente personal: el Príncipe del mal, que utiliza inteligente y libremente las otras dos e incluso llega a utilizar la misma Escritura para acosarnos, como hizo con el Señor en el desierto.
El modo de proceder que propone el Papa es el de «Jesús (que) nos enseñóa pedir cotidianamente esa liberación para que su poder no nos domine». El Papa remarca el «hecho (de que) cuando Jesús nos dejóel Padrenuestro quiso que termináramos pidiendo al Padre que nos libere del Malo. La expresión utilizada allíno se refiere al mal en abstracto y su traducción más precisa es «el Malo»». Ahora bien, ha hacernos tomar conciencia del valor práctico de este «instrumento» y «modo de comportarnos», el Papa llega situándo el deseo de Jesús en el corazón de la Escritura, que empieza en el Génesis y termina en el Apocalipsis mostrando que la vida es combate y el papel protagónico que tiene el Príncipe del mal, en esta lucha. A su vez, la convicción -asíllama el Papa a este criterio encarnado en la fe de la Iglesia-, es una convicción que se sitúa entre dos polos: el de la obstinación en ver la vida sólo con criterios empíricos y el deseo de comprender por quéa veces el mal tiene tanto poder destructivo. Es un instrumento, pues, que se revela más apto para el fin.
Se trata de un instrumento intelectual: el criterio que usamos. El Papa advierte que si utilizamos solo «criterios empíricos y sin sentido sobrenatural» no aceptaremos la existencia del diablo. Por el contrario, «la convicción de que este poder maligno estáentre nosotros, es lo que nos permite entender por quéa veces el mal tiene tanta fuerza destructiva» (GE 160).
El problema real de la fuerza destructiva del mal supera nuestros criterios empíricos, se nos impone con crueldad. Ante esto uno actúa. La desesperación -tanto la que paraliza como la quelleva a actuar presuntuosa y precipitadamente- no están a la altura del problema. El Papa sugiere utilizar otros criterios: propone los de la Biblia, en la que el Maligno estápresente desde la primera página del Génesis hasta la última del Apocalipsis y centra nuestra fe -criterio sobrenatural- en la enseñanza de Jesús que en el Padrenuestro nos hace pedir al Padre que nos «libere del Maligno», no solo del mal en general o de modo abstracto, sino del Maligno, expresión que «indica un ser personal que nos acosa».
Para el uso de este «criterio sobrenatural» toca dos puntos sensibles: uno es la imagen que se ha estandarizado de las posesiones diabólicas como enfermedades mentales meramente. El Papa solo advierte de «no simplificar tanto la realidad». La otra es el peso de la Palabra de Dios, expresada sin aditamentos: «Jesús nos enseñóa pedir cotidianamente esa liberación para que su poder no nos domine». El protocolo dice: no combatir tan alto poder destructivo con instrumentos meramente empíricos. Usar los sobrenaturales, que permiten comprender mejor la realidad.
No obstinarse en usar solo criterios empíricos es una concreción del principio que dice: la realidad es superior a la idea.
Momento para Contemplar
Marta Irigoy
La espiritualidad Ignaciana, tiene muchas maneras y ayudas para plasmar en nuestra vida, el modo de proceder de Jesús.
La Meditación de Dos Banderas, es un ejercicio espiritual, que nos ayuda a descubrir las luchas que muchas veces, se dan en el propio corazón.
La Meditación de Dos Banderas, en esta oportunidad nos ayuda a poder desenmascarar el espíritu que quiere dominar en nuestra vida en este tiempo…
Si es el «espíritu de celebrar» las pequeñas batallas ganadas , cuando nos tomamos de la Mano de Dios o nos quedarnos entrampados, en el espíritu de derrota, que oscurece la mente y el corazón…porque toca nuestro ego y nuestros deseos de grandeza, tan diferentes del modo de proceder de Jesús, que «siendo grande se hizo pequeño por amor…»
Sin embargo, trae mucha luz, lo que dice el Papa Francisco: «Se trata de «una lucha muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida»(GE 1).
Y nos ayuda a discernir que el peor enemigo de la santidad es «el espíritu de derrota»; ya que, quien cae en un espíritu de derrota, es aquel que comienza cualquier misión, tarea, servicio, etc.; sin confiar!! y como consecuencia, ese corazón ya perdióde antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos, porque va al «frente de batalla», sin esperanza…
Retomo, esta frase de la reflexión del Padre Diego Fares, que cita al Papa Francisco: «Nadie puede emprender ninguna lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar, perdióde antemano la mitad de la batalla. El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz bandera de victoria. Esta fe combativa la vamos a aprender y alimentar entre los humildes».
Festejar cada victoria del Señor en nuestra vida, cada vez que «encarnamos el Evangelio»en algún gesto concreto -en una obra de misericordia concreta, en un rato de oración contemplativa o de intercesión- es un paso fundamental en el combate espiritual.
- Para rezar contemplativamente, en este tiempo, pueden ayudar estas dos preguntas:
- ¿Que “espíritu”habita mi mente y mi corazón en este tiempo: espíritu de derrota o espíritu de celebración?
- ¿Quégesto de Jesús, pone luz, paz, alegría y confianza en las luchas de tengo que enfrentar en el día a día?
- Terminar con esta Suplica al Espíritu Santo, pidiendo que el Espíritu de Jesús sea quien habite nuestra vida:
PREGON AL ESPÍTU
Ven, Espíritu divino, de Jesús, vida y aliento.
Ven, soplo eterno del Padre, que creas el hombre nuevo.
Ven, intimidad de Cristo, que das savia a los sarmientos.
Ven, Espíritu divino y manda tu luz desde el cielo
Ven, energía divina, tempestad de Dios y viento, que abres las puertas cerradas, que quitas todos los miedos, que liberas al esclavo, que rompes todos los cepos.
Ven, Espíritu divino, destruye todos nuestros miedos.
Baja, hoguera trinitaria, bautízanos con tu fuego, somos carbón apagado, todo oscuridad e invierno, enciéndenos en amores, conviértenos en luceros.
Ven, Espíritu divino, ilumínanos y quémanos por dentro.
Ábrete, fuente dichosa, agua que mana del cielo, que limpia las impurezas, que riega todos los huertos, sacia nuestra sed profunda, conviértenos en veneros.
Ven, Espíritu divino, sacia nuestra sed y aviva nuestro fuego.
Ven, consejero y amigo, ven, defensor y Maestro. Ven, tesoro inagotable, de todos los dones lleno, intimidad misteriosa, nuestro yo más verdadero.
Ven, Espíritu divino, queremos tenerte y sentirte compañero.
Deja una respuesta