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Archive for mayo 2018

Momento de reflexión

Diego Fares sj

En su Exhortación apostólica «Alégrense y regocíjense», el Papa Francisco cita el Principio y Fundamento y habla de la «‹santa indiferencia› que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosalibertad interior» (GE 69).

Una hermosa libertad interior!  Es el tema de nuestro encuentro de este mes.

Nos quedamos gustando la hermosura de la libertad. Pero, es realmente hermosa la libertad? O a veces nos da miedo?

El miedo a la libertad

Erich Fromm decía que el drama del hombre actual es «El miedo a la libertad».

Los pueblos nos liberamos de la tutela de los gobiernos monárquicos pero no terminamos de estar contentos con los gobernantes que elegimos; los jóvenes se liberan pronto de la autoridad de sus padres, pero cuando se dan cuenta de que era verdad que había que estudiar duro para poder insertarse en el exigente mercado laboral del mundo actual, ya perdieron un montón de tiempo precioso; los cristianos nos liberamos de los preceptos de la Iglesia, que nos mandaban, por ejemplo, ira misa todos los domingos para terminar descubriendo tarde «el gusto de la oración larga, hecha de abandono y estupor ante la Eucaristía» como dice Don Tonino Bello), sin hablar de que de hecho terminamos obedeciendo al precepto de «ira al shopping» todos los domingos «religiosamente» o buscando en libros de autoayuda alguien que nos «mande» cómo gestionar nuestra libertad…

La libertad, a veces, da miedo. Más que ejercerla, la usamos para postergar. «Soy libre!», nos decimos, y en vez de ponernos a buscar apasionadamente las opciones más grandes y nobles, las que comprometerán lo mejor de nuestra creatividad, las que serán capaces de incidir en la vida social, las que dejarán huella en la vida de nuestros nietos, perdemos el tiempo y gastamos energía en elegir entre mil cosas de consumo, que el final, son más o menos similares.

Escuchemos el lenguaje que utiliza en la web alguien a quien se le cayó su celular: «El dilema de la funda» se titula su artículo (confieso – ay de mí! – que lo encontré perdiendo tiempo para buscar la mejor  funda para mi celular…), y dice así: «De aquel incidente salí escarmentado y con un iPhone marcado de por vida. Lógicamente, lo primero que hice fue comprar una funda y lamentarme por no haberlo hecho antes. Desde aquella caída hasta hoy, todos los iPhone que he poseído han ido convenientemente protegidos con sus fundas y… ¿lo adivinas? Desde que uso fundas nunca se me ha caído el móvil al suelo, lo que ha hecho que me vuelva a plantear usar o no una funda. En realidad, ese dilema, en lo personal, lo tengo resuelto, pero no ha resultado fácil. Optar por poner una funda supone ciertos sacrificios que no todo el mundo parece dispuesto a asumir[1]».

Sin comentarios!

Escuchemos ahora al Papa que nos narra una de sus escenas  preferidas de la vida de Santa Teresita. Está hablando de una comunidad de gente que cuida los «pequeños detalles del amor», donde las personas se cuidan unas otras – se cuidan personas, no solo cosas!- y afirma: «A veces, por un don del amor del Señor, en medio de esos pequeños detalles se nos regalan consoladoras experiencias de Dios (como le pasó a Teresita): «Una tarde de invierno estaba yo cumpliendo, como de costumbre, mi dulce tarea [de cuidar a la monja anciana y tullida…]. De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy bien iluminado, todo resplandeciente de ricos dorados; y en él, señoritas elegantemente vestidas, prodigándose mutuamente cumplidos y cortesías mundanas. Luego posé la mirada en la pobre enferma, a quien sostenía. En lugar de una melodía, escuchaba de vez en cuando sus gemidos lastimeros […]. No puedo expresar lo que pasó por mi alma. Lo único que sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, los cuales sobrepasaban de tal modo el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad[2]» (GE 145).

Agrega el Papa: «En contra de la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás,nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús» (GE 146) de que seamos uno con todos, de que nuestra felicidad consista en optar por las personas y no por consumir cosas.

La cita del Principio y Fundamento

La Exhortación a la santidad – Alégrense y regocíjense– es el documento más jesuítico de Francisco. Decíamos que cita el Principio y Fundamento hablando de la «santa indiferencia» que propone Ignacio: «‹Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás›» (GE 69). Agregamos nosotros la última frase de Ignacio: «Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23).

La cita de Francisco me recuerda a nuestro Maestro Fiorito que siempre machacaba con que la indiferencia era en realidad «preferencia». Y ponía el ejemplo de la mamá que, cuando tiene a su bebé, se olvida de muchas cosas que antes pensaba para sí, pero no porque se haya convertido en una asceta, sino porque cuando mira a su hijito, lo prefiere a todas las otras cosas del mundo.

Visitando a Thomas, en el hospital Bambino Gesù, le pregunté a Vaso, su mamá, «cómo se sentía». Thomas está trasplantado de hígado y riñón y viven desde hace meses en el hospital, lejos de su patria (en estos días le han dado el alta!!) Me sorprendió ver que Vaso ni se había planteado la pregunta. «Si mi hijo está bien, yo estoy bien», me respondió y movió la cabeza sacándose ese pensamiento de encima, como si mirarse a sí misma pudiera convertirse en algo que la apartara de su misión, como si no quisiera que se debilitara su vínculo con la fuente de donde le brotaban las fuerzas: la persona de su hijito amado. Pensé que una madre puede no ser valiente en muchas cosas de la vida, pero cuando está en juego la vida de su hijo, sabe perfectamente qué hacer, toma sus opciones con resolución y las lleva adelante con todo el coraje del mundo. No es que «sea» indiferente a todo, incluso a «cómo se siente». Se hace indiferente, como dice Ignacio, porque lo requiere su «preferido» (no «una preferencia abstracta»). Esto es importante porque a veces se habla de «elegir un estado de vida» y hoy los «estados de vida» son líquidos, uno no puede visualizarlos como un futuro «sólido». En cambio las personas siempre son concretas: tanto en los mundos estables (como el de los egipcios, -que construían pirámides- el de los griegos -que vivían en el reino de las ideas- y el de los romanos -con su derecho universal-) como en los mundos inestables actuales… Las personas siguen siendo concretas.

Por eso la propuesta de Ignacio de «hacernos indiferentes a las cosas» es para poder «preferir a las personas». A la propia familia si uno elige casarse y al pueblo de Dios de mi parroquia si uno se hace sacerdote, si es que hablamos de elegir para toda la vida.  Para toda la vida, elegimos personas!

Manera infantilista de imaginar la santidad

Hay una manera de concebir la santidad que es infantilista. No hablo de la santa niñez espiritual, que une la relación espontánea -simple y pura- del niño para con las personas buenas con la astucia de la serpiente ante las personas malas. Ser infantil con Dios es el camino de la maduración espiritual, pero ser infantil frente al demonio es suicida, no es la propuesta evangélica! Cuando digo que hay una manera infantilista de concebir la santidad hablo de imaginar la santidad conectando una coordenada estética, que imagina la santidad como una estampita de primera comunión, con otra coordenada ética, que concibe la santidad como cumplimiento de un deber heroico y absoluto. Estampita ingenua y deber absoluto conforman una estética y una ética infantilista, que no coincide con el mundo real. Si uno se para en medio de estas dos coordenadas lo que logra es una idea perfeccionista abstracta que aleja la santidad de la vida cotidiana.

Escuchemos una concepción más real de la santidad. Es de Madre Teresa y esta centrada en la misión, no en ocuparse de la propia perfección: «Sí, tengo muchas debilidades humanas, muchas miserias humanas. […] Pero Él baja y nos usa, a usted y a mí, para ser su amor y su compasión en el mundo, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras miserias y defectos. Él depende de nosotros para amar al mundo y demostrarle lo mucho que lo ama. Si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los demás[3]» (GE 107).

El Papa toma estas palabras para ilustrar su concepción de la santidad centrada en las bienaventuranzas y en las obras de misericordia: «Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia» (GE 107).

Libertad para elegir la mejor versión de sí

En realidad, la santidad – tal como la propone Francisco – es la libertad de «examinarlo todo y quedarnos con lo bueno» (1 Ts 5, 21). Cuando el Papa nos dice que Él Señor «nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada» (GE 1), no nos está reprochando chaturas sino que está instando a ejercer nuestra libertad para «elegir lo mejor».

Pero no lo mejor «de estampita» ni lo mejor de «superhéroe». El Papa habla de lo mejor concreto que el Espíritu Santo quiere para mí y que puede que no sea lo más perfecto en absoluto.

Por eso habla de la libertad en términos de alegría y -como contracara- de no tener miedo: «No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos[4]» (GE 34). La santidad, por tanto, es ante todo «la libertad de una existencia que está abierta, porque se encuentra disponible para Dios y para los demás» (GE 129).

Lo más alto son las personas

Cuando el Papa habla de «apuntar más alto» hay que tener cuidado porque no se trata de apuntar a un «idealmás alto», que nos produce vértigo y nos da miedo. Se trata de apuntar «al Altísimo», a la persona del Padre, a Jesús, al Espíritu. Y a eso «altísimo» que en cada persona es su dignidad. Apuntar a «tratar con dignidad» a toda persona. Ese es el valor más alto y a la vez más concreto que nos puede movilizar y no paralizar.

La tentación del Maligno va contra la libertad, las otras tentaciones son distractivas…

Esta libertad interior no es automática: seremos tentados por el maligno a no ser libres, a dejarnos esclavizar (las otras tentaciones son «señuelos» para pescarnos, son distractivas, aunque parezcan muy malas y den mucha culpa, no son la principal tentación).

Y esta tentación contra la libertad nos viene incluso cuando rezamos, es decir con «señuelos buenos»: «Podría ocurrir – dice Francisco – que en la misma oración evitemos dejarnos confrontar por la libertad del Espíritu, que actúa como quiere» (GE 172). Es decir: podemos rezar cosas muy piadosas pero que no muerden el duro carozo de la conquista de la libertad.

«Hay que recordar -dice el Papa- que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar (escuchar, no hablar solos): al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciara su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. (…) No basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos» (GE 172).

Este «más» del que habla el Papa, como decíamos, va por el lado de las personas, no de los ideales abstractos. Si renuncio a cosas será por amor a las personas con las que compartiré esas cosas (o mi tiempo), no para ejercitarme en una especie de físico-culturismo espiritual que haría crecer los músculos de mi libertad.

Las tentaciones del Espíritu contra la libertad van por el lado de «idealizarla» tanto que termina por causar rechazo, vértigo. También va por el lado de hacernos creer que es cuestión de fuerza de voluntad, lo cual termina por desilusionar ya que no tenemos tanta «fuerza de voluntad».  De esto habla el papa cuando habla de gnosticismo y pelagianismo: dos modos de distraernos de la verdadera libertad que el Espíritu da como don. Francisco nos entusiasma en cambio con una santidad distinta: que mira a los otros, que nos hace salir de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Jesús y a los demás: «Miremos a Jesús: su compasión entrañable no era algo que lo ensimismara, no era una compasión paralizante, tímida o avergonzada como muchas veces nos sucede a nosotros, sino todo lo contrario. Era una compasión que lo movía asalir de sí con fuerza para anunciar, para enviar en misión, para enviar a sanar y a liberar. Reconozcamos nuestra fragilidad pero dejemos que Jesús la tome con sus manos y nos lance a la misión. Somos frágiles, pero portadores de un tesoro que nos hace grandes y que puede hacer más buenos y felices a quienes lo reciban. La audacia y el coraje apostólico son constitutivos de la misión» (GE 131).

Las tentaciones son muchas y variadas…:

«Como el profeta Jonás, siempre llevamos latente la tentación de huir a un lugar seguro que puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos, dependencia, instalación, repetición de esquemas ya prefijados, dogmatismo, nostalgia, pesimismo, refugio en las normas. Tal vez nos resistimos a salir de un territorio que nos era conocido y manejable. Sin embargo, las dificultades pueden ser como la tormenta, la ballena, el gusano que secó el ricino de Jonás, o el viento y el sol que le quemaron la cabeza; y lo mismo que para él, pueden tener la función de hacernos volver a ese Dios que es ternura y que quiere llevarnos a una itinerancia constante y renovadora» (GE 134).

La gracia fundante: se nos da elegir ser quienes somos

«No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser» (GE 32). La base de esta actitud está en la primera parte del Principio y fundamento: «Necesitamos ‹consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia. Esto es lo difícil hoy en un mundo que cree tener algo por sí mismo, fruto de su propia originalidad o de su libertad[5]›».

Es decir: sólo si reconocemos que toda nuestra vida es don, no estaremos ansiosos por «apoderarnos de algo», ya que todo lo que somos lo tenemos por gracia. Y la libertad misma es don, que se goza «ejercitándola», pero no haciendo lo que se me ocurra de modo caprichoso, sino ejercitándola primero allí donde estoy obligado y debo hacerme responsable: hacerlo libremente, por amor y en señal de agradecimiento, esa es la clave.

Lo mejor está por venir

Lo lindo de la santidad concebida como libertad es que nos abre a la novedad: lo mejor está por venir: «Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (cf. Flp2,6-8; Jn1,14). Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí. Jesús nos primerea en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma oscurecida. Él ya está allí» (GE 135).

«En este camino – dice el Papa –, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella. (GE 163).

Lo mejor está tanto en lo grande como en lo pequeño

«Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia». Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones» (GE 169).

El discernimiento – del que habla el Papa –, en definitiva, conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al que ha enviado: Jesucristo (cf. Jn17,3). No requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más inteligentes o instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los humildes (cf. Mt11,25). (GE 170).

Lo mejor es la misión misma

«Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la salvación. No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo» (GE 174).

«Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo también lo da todo, y no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar. Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.

(GE 175).

El examen de conciencia hecho «a pedido»

Terminamos con un pedido del Papa Francisco a todos nosotros: «Pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia». Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones (GE 169).

El Papa no nos pide muchas cosas. No es un Papa que esté dando a la Iglesia muchos preceptos y normas. Más bien los que lo acusan lo acusan de lo contrario: se escandalizan que no precise más las leyes! Pues bien, aquí hay un pedido suyo muy concreto: nos pide que hagamos el examen de conciencia (que San Ignacio hacía hacer todos los días y hasta dos veces: a mediodía y al atardecer). Es un pedido simple, como el pedido de que no nos olvidemos de rezar por él (que reza por todos nosotros). Pero hay que entenderlo bien, porque si uno se examina como quien hace la caja, se cansa pronto.

Qué hay que examinar?

«Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros―deseos, angustias, temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de los tiempos»— para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1Ts5,21) (GE 168).

Con qué actitud?

«Hay que perderle el miedo a la presencia (de Dios) que solamente puede hacernos bien. Es el Padre que nos dio la vida y nos ama tanto. Una vez que lo aceptamos y dejamos de pensar nuestra existencia sin él, desaparece la angustia de la soledad (cf. Sal139,7). Y si ya no ponemos distancias frente a Dios y vivimos en su presencia, podremos permitirle que examine nuestro corazón para ver si va por el camino correcto(cf. Sal139,23-24). Así conoceremos la voluntad agradable y perfecta del Señor (cf. Rm12,1-2) y dejaremos que él nos moldee como un alfarero(cf. Is29,16) (GE 51).

Un recurso cinematográfico

Una propuesta para hacer el examen es la de hacerlo como si editáramos una película de nuestro día. Si pensamos el examen como rebobinar el día, esta tarea de «editar» es fundamental. Porque no se trata de recordar todo lo que hicimos como si fuera volver a ver una película aburrida que ya vimos, sino de elegir escenas y cortar otras.

Para esto tenemos que centrarnossolo en la mejor escena del día, allí donde hayamos sentido algo especial. Y a esa escena darle espacio. Es decir: interactuar con ella, agrandarla, mejorarla, descubrir detalles que no vimos, gustar la presencia de la gracia y del Espíritu que estuvo allí. Otras escenas del día, intrascendentes o no tanto, las podemos cortar, directamente. Y quedarnos con aquello que de este día podrá entrar en la película de mi vida para la eternidad.Veremos que se tratará de pequeñas escenas en las que estuvo en juego alguna bienaventuranza y alguna obra de misericordia. Todo lo demás, es material de descarte.

Momento para contemplar…

Hna Marta Irigoy

Linda propuesta la del Papa Francisco, de ayudarnos a caminar en libertad, e invitarnos a mirar el dia que hemos vivido para descubrir la presencia de Dios que nos acompaña sin que nos demos cuenta…

Me ayuda mucho, este versículo del Profeta Miqueas:

“Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué pide de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios…”

Quizás, una ayuda para hacer este ejercicio espiritual, es descubrir como  en el día he practicado la justicia…

Como he sido fiel a la misión que se me confía…

Y si mi caminar está yendo de la mano de Dios, que en humildad se hace compañero de camino de nuestra vida cotidiana…

Aquí, les dejo una linda propuesta de buscar a Dios en la propia vida…

Busco a Dios en la vida

Al finalizar el día me sereno y me dispongo para compartir mi día con mi Señor.

* Pido luz para reconocer las señales y la acción de Dios en este día.

*Le cuento a Jesús cómo me ha ido hoy: mis actividades, experiencias, encuentros, dificultades, estados de ánimo, etc.

* Le doy gracias por lo que hoy he vivido.

  No importa lo que haya sucedido, todo me puede ayudar a crecer: “Señor, por todo, gracias!”.

* ¿Cuál ha sido el momento de mayor cercanía de Jesús?

   Jesús siempre nos sorprende, pero son claras las señales de su presencia: paz, motivación, libertad y alegría, perdón, esperanza, entrega, gratitud, etc. ¿En qué momentos del día he tenido esos sentimientos?

* A que me invitó hoy Jesús? ¿Qué propuestas me hizo?  (en las personas, situaciones, sentimientos, deseos…)

 ¿Cuál ha sido mi respuesta?

* Le pido perdón por mis faltas y omisiones, porque  muchas veces me quedo a mitad de camino.

   Pido perdón a quienes hoy ofendí. Doy mi perdón a quienes me lastimaron.

   Me doy a mí mismo /a  el perdón que Jesús me regala.

* Le presento las personas con las hoy me he relacionado, con sus necesidades y deseos para que las bendiga.

* Miro con esperanza el día de mañana. Renuevo mi amistad con el Señor y mi deseo de amar y servir:

 “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

* Le pido la bendición a María.

 

 

[1]Cfr. https://www.applesfera.com/iphone/compensa-usar-una-funda-en-el-iphone.

[2]Sta. Teresa de Lisieux, ManuscritoC, 29v-30r.

[3]Cristo en los pobres, Madrid 1981, 37-38.

[4]La mujer pobre, II, 27.

[5]Lucio Gera, “Sobre el misterio del pobre”, en P. Grelot-L. Gera-A. Dumas, El Pobre,Buenos Aires 1962, 103.

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