Momento de Reflexión
Diego Fares sj
La meditación del Reino –que Ignacio hace rezar durante todo un día- concluye la semana de los pecados y abre las semanas de la vida del Señor. Es una meditación “gozne” que lo centra todo en la Persona de Jesús y en su llamamiento.
Si miramos al Jesús que Ignacio nos presenta vemos a un Jesús lleno de esperanza, un Jesús joven que viene a llamar discípulos y compañeros para la misión de evangelizar a todos los pueblos. Es un Jesús que quiere entrar con todos los hombres en la Gloria del Padre. Con todos: no quiere que se pierda ninguno; no quiere excluidos ni descartados…, ni enemigos en lo que a Él respecta.
Y la vocación o llamado es a cada uno en particular. Jesús invita a “quien quisiere” ir con Él compartirlo todo: “ha de trabajar conmigo, para que, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE 95). Antes, en la figura del rey temporal, Ignacio había especificado más lo que implica ir por la vida en compañía de Jesús: “quien quisiere venir conmigo estará contento de comer como yo, y así de beber y vestir (como yo) etc.; asimismo tendrá que trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.” (EE 93). En los “etc.” que pone Ignacio entra todo lo que se puede compartir en una amistad vivida en medio de una gran misión.
La esperanza de la Gloria futura atrae y es la meta; los trabajos y las penas son parte inevitable de la lucha, pero la Gloria y la Cruz se hacen a nuestra medida humana en el amor de amistad real que día a día es posible vivir con ese Jesús que alegra el corazón y le da fortaleza y ánimo. Cuando se trabaja y se lucha codo a codo entre amigos uno pone toda la persona y un poquito más. Si se compite en algo es en quién da más de sí y no en quién se lleva los aplausos.
Así, en la meditación del Reino vemos cómo la Esperanza grande de entrar con todos en la Gloria del Padre se concreta en el “Conmigo” al que nos invita Jesús. Ese “Conmigo” es un lugar especial. Digo lugar porque al estar con otro se crea un espacio, un ámbito, en medio del cual las cosas y lo que se realiza tiene otro sentido. El papa Benedicto en “Spes salvi” decía que la esperanza “atrae el futuro dentro del presente”. Eso es lo que hace “estar con Jesús” en el lugar de servicio al que llama e invita a cada uno de manera personal y única.
Conmigo
Este “conmigo”, este “con” Jesús es el lugar teológico que cada uno debe buscar y discernir cuál es, dónde se encuentra. Y, una vez encontrado, si uno lo elige como “su lugar en el mundo”, se convierte en puerta y camino, en verdad y vida. Desde allí toda la vida adquiere sentido: allí uno habita como en su tierra prometida; de allí puede “salir y entrar”, como las ovejas por la Puerta que es Jesús, para ir a misionar y regresar a adorar y a compartir la Eucaristía con sus hermanos; en ese lugar uno puede “estar con Jesús”, ver a Dios en todas las cosas y planear el “modo” de obrar y el ritmo con el cual caminar en la misión.
Que el Señor nos permita estar “con Él” es una gran gracia.
Sabemos dónde está Él, sabemos cuáles son sus criterios cuando se trata de elegir a dónde ir.
Él está donde “dos o tres se reúnen en su nombre”.
Él está donde dos o tres han encontrado su lugar para adorar y alabar y pensar la misión.
Él está siempre de camino, saliendo a buscar a la ovejita perdida o acompañando a un herido que encontró por el camino y que llevó a la hospedería.
Él está donde alguno quiere escuchar el evangelio que Jesús nos predica como a su Madre, a sus hermanas y hermanos.
Él está donde hay alguno que sufre y necesita sanación.
Él está sembrando en todos los terrenos y cuidando que el trigo de fruto, sin preocuparse por la cizaña.
Él está donde hay fiesta de bodas, lavando pies, convirtiendo el agua en vino, partiendo el pan.
Él está en la vida oculta donde su pueblo habita, como habitó Él en Nazaret,
Él está en las barcas donde su pueblo trabaja, como estuvo con sus discípulos en el lago de Galilea.
Él está en todos los amaneceres en que su pueblo se levanta y reza, tomando unos mates, antes de salir a trabajar, como estuvo en el Tabor, cuando se transfiguró ante sus tres amigos.
Él está en todas las cruces donde su pueblo está crucificado, dejándose ayudar, como se dejó ayudar por el Cireneo, y ayudando a otros, como ayudó al buen ladrón y confortó a su Madre y a su amigo.
Él está en todos los cielos abiertos bajo los cuales su pueblo peregrina hacia los santuarios, como estuvo en el monte antes de peregrinar al Cielo.
Él está en todos los cenáculos donde la gente de su pueblo se reúne a adorar al Padre en espíritu y en verdad.
Él está, prometió que estaría todos los días con nosotros hasta el fin del mundo.
El lugar preparado
El Señor, cuando se iba, dejó dicho que “iba a prepararnos un lugar”. Muchas veces se entiende esto como que nos reservó una pieza en el Cielo, como si el Cielo fuera un gran hotel o algo así. A mí me gusta pensar más bien que Jesús se fue junto al Padre para prepararnos un lugar de misión y de adoración en esta tierra. Por supuesto que la promesa habla de un lugar definitivo, del Cielo, al que tendemos en esperanza. Pero el que Jesús nos prepara es también un lugar en el que podemos habitar desde ya.
Es un espacio abierto: el de la intimidad suya con el Padre. Se puede acceder a él desde cualquier lugar. Basta que uno deje que se explaye el deseo de adorar “en Espíritu y en verdad”.
No es un lugar privado. Se abre solo donde “dos o tres se juntan en el Nombre de Jesús”. Es el lugar del “Conmigo” que se declina en “con otros”.
No es un lugar utópico, que quedaría en el “más allá”, en la otra vida. Es bien tópico, situado, pisable, transitable. Eso sí, requiere un tipo de movimiento especial, un movimiento “aproximativo”, no de distancia sino de cercanía. Todos hacemos este tipo de micro-movimientos con los que nos acercamos a otro o tomamos la dirección contraria.
El que Jesús nos prepara es un tipo de lugar “escalera”. Un lugar que apoya los pies en esta tierra y sube a lo alto del cielo.
El de Jesús es un lugar familiar. Y sucede como cuando una familia se va de vacaciones, que lleva su casa consigo. La familia se organiza y habita cualquier lugar recreando un espacio interior suyo que lleva dentro: cuando se sientan en cualquier mesa, cada uno tiende a ocupar los lugares como en casa. La familia ordena sus tiempos y sus cosas en referencia a como los ordena en la casa, a veces de la misma manera, a veces de manera totalmente diversa, para descansar de la rutina, pero teniéndola grabada en la memoria, distendiendo y “desordenando” el espacio habitual para gozar mejor de él. Así, el espacio que se crea entre Jesús y nosotros es un lugar que uno lleva consigo a donde vaya.
Es un lugar móvil también, como una casa rodante, en la que uno habita y viaja a la vez. Y sucede como con nuestros misioneros. San Roque González de Santa Cruz cuenta cómo cuando se internaban en las selvas del Paraguay y de nuestra Misiones, entre las pocas cosas que llevaban la más importante era el altar portátil para celebrar la Eucaristía. Con ese altar, todo alrededor era templo y casa y Reducción futura.
El lugar que Jesús nos prepara tiene o arma sus cuatro paredes (iba a decir “en esta tierra”, pero no es correcto) siempre en medio de su pueblo.
Las personas vamos por la vida “con nuestro espacio en torno”; cada uno vive y trabaja “con su paisaje incluido”. Es lo que nos distingue.
Se distingue al que va al trabajo del que pasea como turista.
Caminan distinto, el que va con una misión y el que anda dando vueltas nada más.
El modo de “estar” es distinto en el que “está” en un puesto de trabajo que vive como misión y en el que está allí a disgusto, por obligación o porque no le queda otra.
El que va “con Jesús” tiene un espacio que conjuga dos características contrastantes: es el lugar más común y, a la vez, el más especial. Lo vemos en la vida de los santos. Santa Teresita, por ejemplo, tenía una celdita de dos por dos y sin embargo parecía que caminaba por todas las misiones. Y no creo que su lugar en el Cielo sea otra cosa que un lugarcito, como el de su celda en el convento de Lisieux.
Ignacio, que es especialista en esto de rezar “haciendo la composición del lugar”, tenía su piecita en el Gesú –que gracias a Dios se conserva intacta- y desde ahí todo el mundo le era casa, como dice Nadal que tiene que ser para la Compañía.
De Brochero se puede pispear cómo era ese “lugar interior” que tenía “con Jesús” por tres cosas al menos. Una por cómo andaba siempre en su mula, pasando al tranco por las casas, para dar tiempo a que la gente saliera a pedirle la bendición y lo viera hundirse y salir por hondonadas y cerros, yendo a visitar a un enfermo. La otra, por cómo organizó la Casa de Ejercicios, con sus espacios para los fogones en los que siempre había una pava con agua caliente para el mate y cerquita nomás el lugar para los caballos y mulas, para que los paisanos sintieran que estaban bien atendidos, ya que era el mismo cura el que les daba agua y comida. La tercera, por cómo organizó los caminos y los diques y deseó el tren y levantó capillas y escuelas… A Brochero el Señor le preparó un lugar interior en el que cabía un pueblo. Y no hablo sólo del Tránsito, sino todo el pueblo argentino que vendría.
El lugar interior de Hurtado se puede ver en eso tan suyo de “qué haría Cristo si estuviera en mi lugar”. Que rezaba esto de verdad se puede ver en el Hogar de Cristo, lugar único y multiplicado para los pobres concretos de cada rincón de Chile.
Y así con cada santo. Si algo caracteriza a las santas y santos cristianos es ese estar en cualquier lugar santificándolo por su modo de “estar con Cristo”.
Esto que es tan especial es lo más común en la gente de nuestro pueblo: cada uno en su lugar, cada uno en su puesto de trabajo, cuidando a su familia, dando la vida sin hacerlo notar. Es tan lindo ver, como dice el Papa a “la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás” (EG 273). Lo dice el Papa cuando habla de que “En el corazón del pueblo (…) yo soy una misión”.
Pedimos la gracia de discernir cuál es –en el corazón de nuestros pueblos- el lugar de misión que el Señor Jesús nos ha preparado y nos prepara cada día para ir y estar con Él.
Momento de contemplación
Marta Irigoy
La Meditación del Reino, nos prepara el corazón para descubrir el lugar que nos será regalado para ser fieles al sueño de Dios que tiene sobre cada uno de sus hijos.
Por un lado, será encontrar “el propio sitio”, que será la tierra sagrada en donde se podrá servir y adorar a Dios que se hará presente en mis hermanos…
Por otro, será lugar sagrado en donde seré fiel al Dios que me invita a caminar con Él…
Saber que la promesa de Jesús: que ira “conmigo” y “yo con Él” llena de esperanza la vida, ahuyenta el desánimo cuando los tiempos de Dios no son los que la realidad impone o exige y anima sabernos “con otros” que han sido misionados para la misma misión: que Jesús sea más conocido y amado por todos…
Para este momento de contemplación, la invitación en contemplar “TU TIERRA SAGRADA”; ese lugar en que hoy, sentimos que tenemos en nuestras manos, una oportunidad única, que está confiada a mis dones y talentos para hacerlos fructificar para el Reino de Dios…
Copio, nuevamente estas palabras que más arriba, escribió el P. Diego, para que sean de profunda rumia del corazón y nos ayuden a adorar al Dios Cotidiano que camina “conmigo” y “contigo” y que se hace el Dios Cotidiano “con nosotros” …
Sabemos dónde está Él, sabemos cuáles son sus criterios cuando se trata de elegir a dónde ir.
Él está donde “dos o tres se reúnen en su nombre”.
Él está donde dos o tres han encontrado su lugar para adorar y alabar y pensar la misión.
Él está siempre de camino, saliendo a buscar a la ovejita perdida o acompañando a un herido que encontró por el camino y que llevó a la hospedería.
Él está donde alguno quiere escuchar el evangelio que Jesús nos predica como a su Madre, a sus hermanas y hermanos.
Él está donde hay alguno que sufre y necesita sanación.
Él está sembrando en todos los terrenos y cuidando que el trigo de fruto, sin preocuparse por la cizaña.
Él está donde hay fiesta de bodas, lavando pies, convirtiendo el agua en vino, partiendo el pan.
Él está en la vida oculta donde su pueblo habita, como habitó Él en Nazaret,
Él está en las barcas donde su pueblo trabaja, como estuvo con sus discípulos en el lago de Galilea.
Él está en todos los amaneceres en que su pueblo se levanta y reza, tomando unos mates, antes de salir a trabajar, como estuvo en el Tabor, cuando se transfiguró ante sus tres amigos.
Él está en todas las cruces donde su pueblo está crucificado, dejándose ayudar, como se dejó ayudar por el Cireneo, y ayudando a otros, como ayudó al buen ladrón y confortó a su Madre y a su amigo.
Él está en todos los cielos abiertos bajo los cuales su pueblo peregrina hacia los santuarios, como estuvo en el monte antes de peregrinar al Cielo.
Él está en todos los cenáculos donde la gente de su pueblo se reúne a adorar al Padre en espíritu y en verdad.
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