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Archive for julio 2016

 

bandera de misericordia (1).jpg

Lectura de la meditación de Dos Banderas

“Comenzaremos juntamente contemplando su vida (de Jesús), a investigar y a preguntar en qué vida o estado se quiere servir de nosotros su Divina Majestad; y así para alguna introducción de esto, en el primer ejercicio siguiente veremos la intención de Cristo nuestro Señor y, por el contrario, la (intención) del enemigo de (nuestra) naturaleza humana; y (veremos) cómo (nuestra intención) debe ser disponernos para alcanzar la perfección en cualquier estado o vida que Dios nuestro Señor nos diere para elegir.

Meditación de dos banderas,

una de Cristo, sumo capitán y Señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana naturaleza.

Oración preparatoria:

“… que todas mis intenciones, acciones y operaciones (imaginar, recordar, razonar, sentir, desear…) estén puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad” (EE 46).

Preámbulos:

1º (Recordar) la historia: será aquí cómo Cristo llama y quiere a todos debajo de su bandera, y Lucifer, al contrario, debajo de la suya (es decir: a sus órdenes, siguiendo sus intenciones).

El 2º: Imaginar el lugar; será aquí ver un gran campo de toda aquella región de Jerusalén, adonde el sumo capitán general de los buenos es Cristo nuestro Señor; otro campo en región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer.

El 3º: pedir lo que quiero; y será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarlo.

Puntos (para  meditar)

Imaginar así como si se asentase el caudillo de todos los enemigos en aquel gran campo de Babilonia, como en una gran cátedra de fuego y humo, en figura horrible y espantosa.

Considerar cómo hace llamamiento de innumerables demonios y cómo los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados, ni personas algunas en particular.

Considerar el sermón que les hace, y cómo los amonesta para echar redes y cadenas; que primero hayan de tentar de codicia de riquezas, como suele (tentar) en la mayor parte de los casos, para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia; de manera que el primer escalón sea de riquezas, el 2º de honor, el 3º de soberbia, y de estos tres escalones induce a todos los otros vicios.

Así por el contrario se ha de imaginar del sumo y verdadero capitán, que es Cristo nuestro Señor.

Considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella región de Jerusalén en lugar humilde, hermoso y gracioso.

Considerar cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos estados y condiciones de personas.

Considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace a todos sus siervos y amigos, que a tal jornada envía, encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos, primero a suma pobreza espiritual, y si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir, no menos a la pobreza actual; 2º, a deseo de oprobios (vergüenza pública) y menosprecios (ninguneos), porque de estas dos cosas se sigue la humildad; de manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el 2º, oprobio o menosprecio contra el honor mundano; el 3º, humildad contra la soberbia; y de estos tres escalones induzcan a todas las otras virtudes.

Coloquios

Conversación con nuestra Señora, para que me alcance gracia de su hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera, y 1º en suma pobreza espiritual (pobreza interior), y si su divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y recibir, no menos en la pobreza actual (pobreza de cosas o dinero); 2º, en pasar oprobios y injurias por más en ellas imitar (a Jesús), sólo que las pueda pasar sin pecado de ninguna persona (que el otro no se de cuenta, digamos, o crea que nos hace un bien) ni displacer de su divina majestad, y con esto una Ave María. 2º Pedir otro tanto al Hijo, para que me alcance del Padre, y con esto decir Alma de Cristo. 3º Pedir otro tanto al Padre, para que él me lo conceda, y decir un Padre nuestro” (EE 135-147). 

Momento de meditación

Diego Fares sj

Hay que comprender bien esta meditación con la que San Ignacio da inicio al proceso de elección. El dice que “comenzaremos juntamente a contemplar la vida de Jesús y a preguntar en qué vida o estado, se quiere servir de nosotros su Divina Majestad” (EE 135). Agrega Ignacio que de lo que se trata es de “intenciones”. Las Banderas son señal de “la intención de Cristo nuestro Señor y, por el contrario, de la (intención) del enemigo de natura humana”. La intención nuestra nos invita a ponerla en “perfeccionarnos”. Da por supuesto que nadie voluntariamente hará lo que desea el demonio (por eso la petición es de “conocer sus engaños”). El asunto es “perfeccionarnos” en la vida verdadera, ir subiendo escaloncito por escaloncito en el camino del bien. Por eso nosotros tenemos que considerar “cómo nos debemos disponer para venir en perfección en cualquier estado o vida que Dios nuestro Señor nos diere para elegir”. Es decir: no importa tanto si el Señor nos da a elegir, por ejemplo, estado de vida religiosa o matrimonial, o una misión o la otra, sino que nuestro deseo e intención debe ser “perfeccionarnos” en lo que le agrada al Padre, dar un paso adelante en la misericordia y en la caridad.

Dos intenciones que se hacen notar

La dos Banderas, los estandartes que Jesús y el demonio levantan y hacen ver, son pues, sus Intenciones.

La intención del enemigo de natura humana o Caudillo de todos nuestros enemigos, es engañarnos.

La intención de nuestro sumo y verdadero Capitán, Cristo, es darnos vida verdadera.

Esta percepción de Ignacio requiere que nos detengamos un momento. Fijémonos cómo el demonio no intenta hacernos mal directamente –matarnos, poseernos, hacernos sufrir…-, sino que lo que trata es de engañarnos. Cuando somos engañados, el mal nos lo hacemos los hombres a nosotros mismos!!! Las tentaciones no son con “cosas malas en sí”. No es el problema la riqueza sino “codiciarla”, en vez de compartirla justamente. En cambio el Señor no solo nos muestra la vida verdadera, sino que nos da ayuda y gracia.

Nuestra intención natural de mejorar, se confrontará por tanto con la intención del mal espíritu, que quiere engañarnos y con la intención de Jesús, que es darnos vida verdadera. Dos Banderas es un ejercicio de discernimiento: se trata de recibir la gracia de conocer los engaños del mal espíritu para guardarnos de ellos y de conocer la vida verdadera de Jesús y pedir la gracia para imitarla (EE 139).

Comprender bien estas dos “banderas” que vemos alzadas en alto como invitándonos a seguirlas, es clave para nosotros, que por naturaleza vamos donde nos llaman o seguimos siempre a alguien que opina o convoca. No se trata, como vemos, en primer lugar de ideas o virtudes. Ignacio describe los tres escalones: riqueza, vanidad y soberbia contra pobreza, humillaciones y humildad. Pero detrás de estas propuestas escalonadas –en las que un paso en esa dirección apunta y se refuerza por el siguiente paso- lo que hay que discernir son las intenciones de los que nos las proponen.

Escalones

Y aquí viene lo curioso. Lo obvio es pensar que el enemigo de natura humana intente que “elijamos riqueza, vanidad y soberbia”, como groseras actitudes opuestas a la sublime pobreza, deseo de humillaciones con Cristo humillado y humildad. Pero me animaría a decir que para nada es así. Hay que prestar atención al nombre que Ignacio da a esto que nosotros llamamos vicios y virtudes. Los llama escalones. Esto equivale a decir que, si uno se toma la foto y ve dónde está parado en la vida, no importa en sí mismo cuánta plata u honores tenga, sino la dirección que toma. El escalón donde uno está parado será de pobreza o de riqueza según si uno agarra para el lado de acumular o de desprenderse. Tenés dos monedas: el asunto es si buscás algún mendigo para darle una de limosna o guardás las dos y sólo pensás en cómo ganar más plata para vos.

El escalón o mejor “los escalones” pobreza/riqueza, por los que venís subiendo o bajando, en cierto punto se te transforman en los escalones vano honor mundano/humillaciones y menosprecios. En cierto punto, en que te podés decir que estás bien (porque experimentás que tenés y podés comprar lo que querés), los escalones cambian de sentido. Pasan a ser una especie de escalera mecánica, en la que tu deseo comienza a ser el de que te reconozcan, te nombren, te hagan pasar primero, te voten y hagan lo que vos decís…

El “honor del mundo” se vive como una riqueza y plenitud interior, espiritual, con menos límites que las riquezas materiales. Y se pasa a ambicionar esta fama y este poder que tienen que ver con poseer no cosas sino personas.

Por el contrario, si bajás algunos escalones de pobreza y le comenzás a tomar el gusto a esa sobriedad en la que sentís que tenés lo que necesitás y gozás compartiéndolo con los que tienen menos. La escalera mecánica podría dispararse para el lado de la vanidad -de compartir bienes para tener aplausos y fama-, pero si uno se mete de verdad a compartir, esta alegría y la necesidad tan grande de tanta gente, hacen que sea difícil “envanecerse” de la pobreza. Todo lo que uno pueda dar no alcanza y la vanidad no entra dentro de un alma cuyo “muro” es la pobreza, como decía Ignacio. Curiosamente, el que baja escalones en esta dirección, como ha hecho el Papa Francisco, si bien en un primer momento suscita admiración, en cierto momento comienza a generar irritación en los que van en la otra dirección. Por supuesto que la crítica se disimula. En el caso del Papa es claro: en muchos que dicen criticar la doctrina lo que les irrita profundamente es que les toque la guita y la carrera, que desacralice su amor por el dinero y la mundanidad espiritual en la que se mueven.

Aquí viene otra paradoja. Si en el paso de pobreza a humillaciones o de riqueza a vanos honores se da un aceleración –de subir o bajar a pie, se pasa a subir o bajar por escalera mecánica y a veces hasta por ascensor-, en el paso de estos dos escalones al de humildad o soberbia se da un misterioso cambio de dirección. El que subía de a dos los escalones de la riqueza y los honores, comienza a bajar, porque aunque suba rápido sólo sube a la altura de su propio ego y del ego del mundito que lo idolatra. El que bajaba poco a poco por los escalones de la pobreza y de las humillaciones, de pronto comienza a subir, porque el Reino de los Cielos ha bajado con toda su altura y profundidad a nuestra tierra y el que camina en ese reino, siempre asciende y crece a la altura de la Misericordia del Padre.

El último escalón –o ámbito de escalones- es el definitivo.

O uno se para en su propio ego y autoafirmación de sí, como alguien que hace lo que quiere,

o uno se para en el escalón de la humildad del Reino, que nos pone en relación filial con nuestro Creador, fuente de nuestra vida y alegría, que nos pide una mano para servir y ayudar a los demás.

Aquí se revelan el engaño y la vida verdadera. El engaño no consiste en que las riquezas y la fama no sean reales y placenteras, el engaño es hacernos creer que nos pueden agregar “altura”, que nos pueden alargar la vida. La vida verdadera es verdadera Vida, con mayúsculas, porque no es solo la nuestra, es la Vida del Señor la que se nos da y, esa Vida sí que se alarga y plenifica, porque es eterna.

Avivarse

Automatizar este olfato espiritual es la gracia del discernimiento. Que apenas alguien alce una bandera, invite a opinar a favor o en contra o a tomar la actitud de seguirlo o dejarlo, sepamos por intuición si es un engañador que nos presenta espejitos de colores o Alguien sincero que nos ofrece vida verdadera.

Hacer connatural este discernimiento, digo, es la clave de la vida espiritual.

Y si uno duda, la clave está en saber con quién aconsejarse.

Esto son las dos Banderas: unos criterios que nos da el Señor para que nos avivemos. Para que sepamos discernir, en medio de una tentación, que a veces es casi irresistible, de poseer cosas y de ganar puestos, que seguir subiendo por esos escalones lo fogonea alguien que intenta engañarnos. Sea cual fuere el escalón de riqueza y fama en el que estemos parados, la dirección no es seguir subiendo irrestrictamente. Parar la mano y mirar para abajo, donde está la mayoría de la humanidad, y mirar cómo bajó por esos escalones Jesús, hasta encontrarse con los que están debajo de todo, es el camino correcto. Podemos dar un pasito hacia ellos. Y paradójicamente, como decíamos, yendo hacia abajo por los escalones de dejar algún bien para los demás y no andar preocupado por nuestra fama, el último escalón, el de la humildad, tiene una curiosa subida. Cuando bajamos hacia los demás, subimos un escalón de “cielo”. Un cielo que está a la altura del suelo, gracias a que Jesús lo bajó a esta realidad, pero que es una subida cualitativamente infinita. Por los otros dos escalones, cuando vamos subiendo hacia la riqueza y la fama, también el tercero es de subida, pero a la altura de nuestro propio yo, que dejado a sí mismo, suele ser bastante peticito. Nada más digno de burla que un soberbio que no se da cuenta que sólo está subido a su propia altura.

Embanderarse

Embanderarse para siempre da miedo y suscita cierto escepticismo. Especialmente si uno ya se embanderó de joven y luego constata que no bajó mucho por los escalones de la pobreza, que sigue estando atento a la aprobación ajena y que no ha profundizado demasiado en las alturas de la humildad. Sin embargo, bajo esta bandera todo se transforma en positivo. Y todos los “no progresos” y aún las incursiones en territorio enemigo, pueden valer como pobreza y humillación que llevan a acogerse con toda humildad a la Misericordia del Padre. Una y otra vez. Nuestros pecados y soberbia son, en el fondo, pobreza.

Además, los escalones del reino a los que nos invita el sumo Capitán Jesús, tiene algo mágico si se los camina con otros. Como en el juego de la Oca, hay escalones con premio. Si uno da una pequeña limosna a un pobre, baja de una sola jugada todos los escalones de riqueza que acumuló comprando y consumiendo para sí. Eso sí, la condición es darla tocando la mano al otro y recibiendo su sonrisa con amor.

Y si uno baja sin quejarse en voz alta al escalón donde lo mandó alguno que consideró que no debía estar tan alto, baja de una sola vez todos los escalones por los que trepó rastreramente para hacerse ver por los demás.

Hay además dos comodines en este juego para ganar la humildad. Uno es la contracara del “agarrar libremente una humillación”, cosa que siempre es difícil y hasta antinatural. El comodín consiste en “expresar una alabanza sincera de alguna cualidad ajena”. Es un modo fácil y seguro, ya que hay tanta gente buena y capaz a quien reconocer y hacer que otros valoren.

El otro comodín es el de hacer un acto de misericordia. La misericordia atrae irresistiblemente al Padre que nos da vida y expulsa al demonio desenmascarando todos sus engaños (que no son pocos). Es que al hacer un acto de misericordia sintonizamos plenamente con la intención última de nuestro Padre, que es darnos vida. Como Él lo que quiere es salvarnos de todo lo que daña nuestra vida –el pecado, la enfermedad y la muerte-, por eso opta por una Misericordia incondicional. La Misericordia testifica que el Padre no tiene otra intención sino nuestro bien.

Y ante la misericordia el demonio muestra la hilacha. Allí no puede fingir ni engañarnos. El demonio detesta la misericordia. Puede disfrazarse con ropa de justicia, de doctrina, de ley… e incluso puede fingir humildad. Lo que no puede es fingir misericordia, porque esta es acción real y concreta a favor del otro y el bien que se le hace es concreto, queda.

Las intenciones últimas de todos –Dios, hombres y demonio- se contrastan ante el muro de la misericordia que, una de dos, o es muro de casa que incluye a todos o es muro que separa y excluye a muchos.

 

Momento de contemplación

Marta Irigoy

En el texto del P. Diego, leíamos que:

“La Misericordia  testifica que el Padre no tiene otra intención sino nuestro  bien”. Y ante la misericordia el demonio muestra la hilacha. Allí no puede fingir ni engañarnos.

El demonio detesta la misericordia. Puede disfrazarse con ropa   de justicia, de doctrina, de ley… e incluso puede fingir humildad. Lo que no puede es fingir misericordia, porque esta es          acción real y concreta a favor del otro y el bien que se le hace es concreto y  queda.

Las intenciones últimas de todos –Dios, hombres y  demonio- se contrastan ante  el muro de la misericordia que una de dos, o es muro de casa que incluye  a todos o es muro que separa y excluye a muchos. 

Por lo que podemos intuir, la invitación de San Ignacio en este Ejercicio es a embanderarnos con la bandera de la humildad que Jesús nos propone, para alcanzar y dejarnos alcanzar por la misericordia y disponiéndonos para alcanzar la  santidad en cualquier estado o vida que Dios nuestro Señor nos diere para elegir…

Para nuestra oración, meditación y reflexión, quiero compartirles esta carta sobre la humildad que San Agustín le dirige a Dióscoro y que se ha convertido en un texto clásico al hablar de la humildad. Hay que decir que las preguntas de Dióscoro estaban motivadas por una curiosidad malsana, ya que no le movía un verdadero interés religioso, sino el afán inmoderado de poder dar respuesta a quienes le presentasen cuestiones sobre  temas inquietantes. Agustín le dice:

 «Quisiera, mi Dióscoro, que te sometieras con toda tu piedad a este Dios y no buscases para perseguir y alcanzar la verdad otro camino que el que ha sido garantizado por aquel que era Dios, y por eso vio la debilidad de nuestros pasos. Este camino es: primero, la humildad; segundo, la humildad; tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntes, otras tantas te diré lo mismo. No es que falten otros que se llaman preceptos; pero si la humildad no precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones, para que miremos a ella cuando se nos propone, nos unamos a ella cuando nos allega y nos dejemos subyugar por ella cuando se nos impone, el orgullo nos lo arrancará todo de las manos cuando nos estemos ya felicitando por una buena acción. Porque los otros vicios son temibles en el pecado, mas el orgullo es también temible en las mismas obras buenas. Pueden perderse por el apetito de alabanza las empresas que laudablemente ejecutamos. A un nobilísimo retórico le preguntaron cuál era el primer precepto que se debía observar en la elocuencia. Contestó, según dicen, que era la pronunciación. Preguntaronle por el segundo precepto, y dijo que era la pronunciación. Le volvieron a preguntar por el tercero, y sólo contestó que era la pronunciación. Del mismo modo, si me preguntas, y cuantas veces me preguntes, acerca de los preceptos de la religión cristiana, me gustaría descargarme siempre en la humildad, aunque la necesidad me obligue a decir otras cosas» (Epístola 118, 22). 

Algunas preguntas que nos pueden ayudar…

  1. ¿Qué pienso de la humildad?
  2. ¿La valoro, la deseo, la suplico?

Te invito a terminar con esta oración:

Ayúdame, hermano, a ser humilde.

Ten misericordia de mí y muéstrame

lo que Dios va haciendo con tu vida.

Te prometo acoger y escuchar

tus pasos y tus caídas,

tus ternuras y tus rechazos,

tu alegría y tu dolor.

Quiero ser menos yo y más hermano,

porque quiero descender hasta donde

se encuentra lo más humano,

lo profundamente humano.

Me han dicho que allí se encuentra Dios.

Búscame cuando me pierda

y volveré a casa de tu mano,

a casa para servirte más

y compartir juntos el pan.

Cuando veas brillar en mis ojos

la soberbia y la altanería

y mi boca se llene de palabras vacías,

no apartes de mí tu mirada tierna pero vigorosa,

no dejes de comunicarme la esperanza.

Confía en mí que aprenderé de ti

Y suplicaré también por ti al Padre.

Te pido hermano que me ayudes

a ser humilde con tu ejemplo.

Yo también te lo ofrezco.

Señor Jesús, maestro de humildad,

haznos reconocer nuestra pequeñez,

nuestras vidas, su desnudez

y reconocer tu gratuidad

Padre de misericordia,

concédenos caminar en la humildad

para llegar a la eternidad.

Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

Amen

-Autor: Anónimo-

 

 

 

 

 

 

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