Momento de Meditación
Diego Fares sj
En estos “Encuentros de oración” virtuales, que inauguramos el año pasado, tomaremos el tema de la Misericordia en la espiritualidad de los Ejercicios. Ignacio tiene una experiencia muy honda de haber sido “misericordiado” por Dios nuestro Señor, tomando palabras del Papa Francisco. La palabra “misericordia”, como tal, aparece sólo tres veces en los Ejercicios, pero en lugares que dan pie a desarrollarla ampliamente.
En la “contemplación para alcanzar amor”, Ignacio menciona la misericordia –“mi medida (limitada) misericordia”, dice-, como uno de los dones de Dios que “descienden de arriba, como de la fuente las aguas” (EE 237). Esta pequeña mención en la Contemplación que hace de puente entre los Ejercicios y la vida cotidiana, nos da pie para considerar, por ejemplo, a los ejercicios de la primera semana como “Ejercicios para alcanzar misericordia”.
Alcanzar
Vamos a tomar la palabra “alcanzar” que nos ayudará a entrar en la mente y en el corazón de la espiritualidad de Ignacio.
Todo el esfuerzo que conllevan las meditaciones sobre el pecado ajeno y propio tiene, pues, como fin poder entablar con el Señor, un coloquio de misericordia. Ignacio recomienda:
“Acabar (la oración) con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor porque me a dado vida hasta ahora, proponiendo enmienda con su gracia para adelante. Padre Nuestro” (EE 61).
Este coloquio de misericordia se ensancha a continuación en “tres coloquios”:
“El tercer ejercicio es repetición del 1º y 2° ejercicio, haciendo tres coloquios (…) de la manera que sigue.
El primer coloquio a nuestra Señora, para que me alcance gracia de su Hijo y Señor para tres cosas:
la 1ª, para que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos;
la 2ª, para que sienta el desorden de mis operaciones, para que, aborreciendo, me enmiende y me ordene;
la 3ª, pedir conocimiento del mundo, para que, aborreciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas; y con esto un Ave María.
El segundo (coloquio), otro tanto (pedirle) al Hijo, para que me alcance (estas tres gracias) del Padre; y con esto el Alma de Cristo.
El tercer (coloquio), otro tanto (pedirle) al Padre, para que el mismo Señor eterno me lo conceda; y con esto un Padre Nuestro” (EE 62-63).
Nos centramos en esta palabra “alcanzar”: alcanzar la gracia, el amor, la misericordia. Vemos que Ignacio concibe la gracia como algo que otros –nuestra Señora y Jesús- nos alcanzan del Padre, que es la Fuente.
Así, el “alcanzar” amor, pierde su sentido voluntarista. En lo que respecta a la misericordia, pareciera más claro, ya que es una gracia que viene del que está arriba hacia el que necesita una mano. Pero en la Contemplación para alcanzar amor, Ignacio hace notar que todos los bienes y dones son “limitados” en nosotros y vienen de arriba, de otro que nos los alcanza.
Una cosa buena que tiene esta manera mediada de pensar es que nos hace ver la gracia no solo en cuanto regalo en sí, sino que Ignacio nos la hace ver como regalo que nos “alcanzan” María y Jesús, con todo lo que les implicó a ellos, personalmente, “obtener” esa gracia para nosotros y con lo que significa recibir algo en lo que han intervenido ellos.
Los pasos para alcanzar misericordia
Podemos considerar en el texto de Ignacio los pasos que nos invita a dar para que alcancemos misericordia.
En primer lugar, vemos que son pasos que nos acercan a Personas. Ignacio nos hace repetir el mismo pedido de misericordia a nuestra Señora, a Jesús y al Padre.
No se trata pues de ejercicios de autoayuda sino de ejercicios para ser ayudados por otro, de alcanzar una mirada misericordiosa de María, de Jesús y del Padre, con lo propio de cada una de ellas.
Se trata de dejarnos alcanzar por la mirada misericordiosa de María que, como en Caná, ve que no tenemos vino, que se nos ha acabado el fervor y el gozo y se compadece de nosotros, pecadores.
Se trata de dejarnos alcanzar por la mirada misericordiosa de Jesús, a quien se le conmueven las entrañas al ver nuestras enfermedades y siente compasión de que andemos como ovejas sin pastor.
Se trata, en fin, de dejarnos alcanzar por la mirada misericordiosa de nuestro Padre, que nos ve de lejos cuando regresamos del exilio al que nos llevaron nuestras ambiciones y conmovido corre a abrazarnos.
En segundo lugar, se trata de una misericordia que llega al pecado en todas sus dimensiones. En primer lugar pecado es un acto libre y personal, y con ayuda de la gracia puedo conocerlo internamente, medirlo y pesarlo como algo mío.
Pero el pecado hunde también sus raíces en un desorden mayor de lo que puede alumbrar mi conciencia: brota de una estructura sicológica desordenada y de la torpeza misma de mis hábitos y modos de pensar, como dice Ignacio, del camino habitual que siguen mis pensamientos y deseos.
Y también, finalmente, el pecado se nutre de un ambiente, de un contexto cultural y social que Ignacio califica como “las cosas mundanas y vanas”.
La necesidad de misericordia, por tanto, se extiende a todas estas dimensiones de la persona. Podríamos decir que necesitamos alcanzar misericordia a nivel consciente, inconsciente, cultural-social y hasta económico y político, sin dejar de lado las estructuras mismas de la vida de la Iglesia, que a veces se vuelven rígidas y abstractas.
Por eso el camino que marca Ignacio parte de lo más personal, de los pecados propios, pasa por el desorden de la propia estructura sicológica –por el desorden de nuestro modo de pensar movido por el desorden de nuestras conductas adictivas…- y termina en la estructura social, política y religiosa global, que tanto influencia nuestro modo de proceder.
En tercer lugar, se trata de una misericordia que tiene como dos movimientos: conocer y aborrecer. Vemos como Ignacio repite, en cada uno de estos niveles a donde pedimos que llegue la misericordia de Dios, la doble petición: conocer – aborrecer.
Aquí se encuentra el núcleo de la misericordia.
La verdadera misericordia hace que uno se conmueva por el pecador –uno mismo y los demás- y aborrezca lo que causa un mal tan grande como es el estar apartado del amor.
Aborrecer el pecado es como la contracara de sentir misericordia por el pecador.
Quien no llega a aborrecer el pecado es que no conoce su poder destructivo y aquello en lo que excede a cada hombre.
No le parece entonces necesaria la misericordia.
Piensa que con un poco de terapia o de buena voluntad se debería superar…
Y termina indignándose con los demás porque “siguen siendo pecadores”, buscando chivos expiatorios… cuando el único que expió los pecados fue el Señor.
Por otra parte, solo llega a sentir aborrecimiento por el pecado aquel que se anima a sentir misericordia por el pecador –uno mismo y los demás-.
Solo el amor misericordioso justifica al pecador y lo ve “separado” de su pecado, con posibilidades de ser redimido y de convertirse.
Hay un texto (difícil de encontrar a no ser por nuestro querido Maestro Fiorito, que en aquella habitación polvorienta del primer piso del Juniorado A, junto con Jaime Amadeo, exploraban los inmensos volúmenes de la Monumenta Histórica de la Compañía de Jesús, en los que están “todos” los escritos de “todo” los jesuitas, las cartas de los misioneros, las diversas versiones de los Ejercicios…). En ese texto Ignacio habla del fin de los ejercicios y, de manera especial, de la Contemplación para alcanzar amor, diciendo así: “Ayudará (a los que están en formación en la Compañía) el hacer los ejercicios espirituales por un mes, para aclararse más la inteligencia y escalentarse en el amor de Cristo nuestro Señor y hacerse después más fervientes en todo lo que hagan” (Monumenta Ignatiana, Constitutiones, Texto a – parte III, C. III nº 6. Cfr. M.A. FIORITO, Buscar y hallar la voluntad de Dios, Buenos Aires, Paulinas, 2000 p 891).
Así como al pecado hay que conocerlo y aborrecerlo, con respecto a Jesús hay que aclararse más la inteligencia y “calentarse” en su amor. Este calentarse hay que usarlo en buen criollo, como cuando decimos que a alguien “no le calienta algo”, en el sentido de que no se ocupa de corazón, o, al contrario, que sabemos que “le calienta” porque pone todo. Ese es el criterio de si uno “ha alcanzado” el amor a Jesús. Cosa que seguro viene de que “se calentó” en pedirle de muchas maneras y de disponerse a que el mismo Señor “se lo alcanzara” del Padre.
Si se nos ha aclarado un poco más la inteligencia, debemos estar comprendiendo que los Ejercicios no son para que uno haga un esfuerzo por mejorar, sino que son mil maneras de lograr que nuestra Señora y Jesús nos alcancen esa misericordia y ese amor que el Padre “tiene preparado para darnos”. Un recurso, por supuesto, es hacernos disponibles para que el Señor y la Virgen nos alcancen esa gracia. Sería algo así como poner el agua de las tinajas de Caná y el trabajo de los servidores para que el Señor la transforme en vino. Pero también hay gracias que el Señor nos alcanza sin que hayamos hecho nada, como cuando multiplicó los panes o curó al ciego de nacimiento sin que nadie se lo pidiera. El asunto, pues, es alcanzar la gracia –la misericordia y el amor-, ya sea después de mucho trabajo, como el que buscaba perlas preciosas, ya sea por encontrarla de pura suerte, como el que encontró el tesoro en el campo.
El coloquio con la Virgen
En la Autobiografía tenemos un hermoso recuerdo de Ignacio del cual bien puede haber brotado este primer coloquio con nuestra Señora, dice así:
“Ya se le iban olvidando los pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía, los cuales se le confirmaron con una visitación, de esta manera. Estando una noche despierto, vió claramente una imagen de nuestra Señora con el santo Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de toda la vida pasada; y especialmente de cosas de carne, que le parecía habérsele quitado del ánima todas las especies que antes tenía en ella pintadas. Así desde aquella hora hasta el Agosto de 53 que esto se escribe, nunca más tuvo ni un mínimo consenso en cosas de carne; y por este efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios, aunque él no osaba determinarlo, ni decía más que afirmar lo susodicho” (Autobiografía, 10).
El coloquio de misericordia que lleva a Ignacio a aborrecer el pecado, comienza por María. Gozando con la visión de la pureza de nuestra Señora con el Niño, el pecado queda situado dentro de una experiencia estética. La pureza consuela y la fealdad del pecado produce asco. Mientras no sentimos que el pecado es asqueroso y feo, sino que nos parece malo pero lindo y que tiene su gustito, es muy difícil despegarse de él. Es lo que sucede en todas las adicciones. Y Dios, antes que exigente por su bondad es atractivo por su gloria y hermosura. El sentimiento de misericordia tiene un ingrediente estético: la fealdad ante la degradación del pecado nos conmueve y nos golpea tanto a nivel estético como ético. En el coloquio con María la experiencia estética de la belleza de quien está con Dios es un primer paso para “alcanzar misericordia”.
El coloquio con Jesús
El coloquio con Jesús está en los EE:
“Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio; cómo de Creador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo; y así viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere. El coloquio se hace propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su Señor; cuando pidiendo alguna gracia, cuando culpándose por algún mal hecho, cuando comunicando sus cosas, y queriendo consejo en ellas” (EE 53-54).
El coloquio con el Señor puesto en Cruz “por mí” es un coloquio dramático, en el que el pecado queda situado en medio de dos amigos que se miran, uno de los cuales está dando la vida por el otro, que se siente interpelado moralmente en lo más hondo de su corazón. Es el coloquio de un pecador agraciado, que le debe todo a su Señor y está pensando en cómo devolver vida por vida. Es que la misericordia, cuando se experimenta su gratuidad tan inmensa hace nacer el deseo de devolver bien por bien. Nobleza obliga, como decimos. O “uno se calienta” para responder con lealtad.
El coloquio con el Padre
Los diálogos de Ignacio con el Padre son los de quien tiene sumo acatamiento y reverencia amorosa. En ellos experimenta la misericordia pura, más allá de lo que se puede imaginar y responder. Ignacio busca en todo servir al Padre buscando su mayor Gloria. Para lo cual se siente como un hijo pequeño a quien Dios trata como Maestro y a quien conduce “poniéndolo con su Hijo amado”. En la Autobiografía Ignacio cuenta la experiencia más honda de su relación con el Padre:
“Fueron a Roma en grupos de tres y cuatro, y el peregrino fue con Fabro y Laynez, y en este viaje fue muy especialmente visitado de Dios. Había deliberado que, después que fuese sacerdote, estaría un año sin decir misa preparándose y rogando a nuestra Señora que lo quisiese poner con su Hijo. Y estando un día, a algunas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia, haciendo oración sintió tal mutación en el alma y vio claramente que Dios Padre lo ponía con Cristo, su hijo amado, tanto que no tendría ánimo de dudar de esto, sino que Dios Padre lo ponía con su Hijo” (Autobiografía. 96).
Así, nuestros diálogos de misericordia con el Padre pueden ir por este lado: el de pedirle que nos “ponga con su Hijo”, que nos atraiga a Jesús, que nos acerque al que ha enviado para salvarnos.
Los coloquios para alcanzar misericordia hacen del lugar de nuestro pecado y de nuestro límite sicológico, familiar, social y eclesial un lugar de encuentro privilegiado con lo mejor de Dios. La belleza de la misericordia purifica nuestras fealdades. La gratuidad sin límite de la misericordia hace arder nuestro deseo de entrega generosa. El abismo insondable de la misericordia nos hace sentir hijos amados, buscados, esperados y festejados sin medida.
Momento Contemplativo:
Hna Marta Irigoy
Quisiera invitarnos a considerar uno de los pasos a los que nos invita San Ignacio -en el texto de los EE- a dar para que alcancemos misericordia…
Como primer paso está el dejarnos mirar…
- Dejarnos mirar es dejarnos alcanzar por la mirada misericordiosa de Jesús, a quien se le conmueven las entrañas al ver nuestras enfermedades y siente compasión de que andemos como ovejas sin pastor.
- Dejarnos alcanzar por la mirada misericordiosa de nuestro Padre, que nos ve de lejos cuando regresamos del exilio al que nos llevaron nuestras ambiciones y conmovido corre a abrazarnos.
Les comparto, una de las Homilias del Papa Francisco, en Santa Marta, de 5 de julio de 2013, en donde nos dice que el corazón del mensaje de Dios es la misericordia…
“Quiero misericordia y no sacrificios”, son las palabras de Jesús a los fariseos que critican al Señor que comió con los pecadores y los publicanos; estos “eran doblemente pecadores, porque eran apegados al dinero y también traidores a la patria” porque cobraban los impuestos a su pueblo por cuenta de los romanos. Jesús, entonces, ve a Mateo, el publicano, y lo mira con misericordia:
“Y a aquel hombre sentado a la mesa de recaudación de impuestos:
En un primer momento: Jesús lo ve y Mateo, “este hombre” siente algo de nuevo, algo que no conocía – aquella mirada de Jesús sobre él – siente un estupor dentro, siente la invitación de Jesús: ‘¡Sígueme! ¡Sígueme!’. En aquel momento, este hombre está lleno de gozo, pero también duda un poco, porque es muy apegado al dinero. Sólo bastó un momento en el que Mateo dice si, deja todo y va con el Señor. Es el momento de la misericordia recibida y aceptada: ‘¡Sí, vengo contigo!’. Es el primer momento del encuentro, una experiencia espiritual profunda”.
“Viene luego un segundo momento: la fiesta”, “el Señor festeja con los pecadores”: se festeja la misericordia de Dios que “cambia la vida”. Después de estos dos momentos, el estupor del encuentro y la fiesta…
Por fin, un tercer momento: “el del trabajo cotidiano”, anunciar el Evangelio… pero, “se debe alimentar este trabajo con la memoria de aquel primer encuentro, de aquella fiesta. Y esto no es un momento, esto es un tiempo: hasta el final de la vida. La memoria. ¿Memoria de qué? ¡De aquellos hechos! ¡De aquel encuentro con Jesús que me ha cambiado la vida! ¡Que tuvo misericordia! Que ha sido tan bueno conmigo y que también me ha dicho: ‘¡Invita a tus amigos pecadores, para que hagan fiesta!’. Aquella memoria da fuerza a Mateo y a los demás para ir adelante. ‘¡El Señor me ha cambiado la vida! ¡He encontrado al Señor!’. Recuerden siempre. «Es como soplar sobre las brasas de aquella memoria, es soplar para mantener el fuego, siempre”… (Papa Francisco, Homilías en Santa Marta, 5/07/2013).
Para concluir este momento contemplativo, la invitación es:
- Hacer memoria de aquellos momentos de tu vida, en donde la mirada de Jesús llego a lo más hondo de tu corazón…
- Quedarte dando Gracias por tanta Misericordia que Dios te ha regalado…
Les comparto este video con una canción de Salome Acirribita, para que puedas saborear en esta Cuaresma como La Misericordia de Dios, cambia la vida…
Ver el video:
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