La misericordia en el Papa Francisco
En Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos dejó un tratadito de la misericordia que podemos reunir en diez puntos:
- Francisco nos enseña a rezar pidiendo misericordia
“Señor, me he dejado engañar,
de mil maneras escapé de tu amor,
pero aquí estoy otra vez
para renovar mi alianza contigo.
Te necesito.
Rescátame de nuevo Señor,
acéptame una vez más entre tus brazos redentores” (EG 3).
Agrega Francisco esa formulación tan suya que dice: “¡Nos hace tanto bien volver a él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Porque aquel que nos invitó a perdonar “setenta veces siete” (Mt 18, 22) nos da ejemplo perdonando él setenta veces siete, y nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez”.
Y termina formulando que acudir a la misericordia es una cuestión de dignidad: “Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (EG 3).
- Francisco nos recuerda que la misericordia “primerea”
“«Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!” (EG 24).
- Francisco nos clarifica que la misericordia es la más grande de las virtudes
Santo Tomás enseña que: “En cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes:
“En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del superior, y por eso se tiene como propio de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia de modo máximo” (ST II-II, 30, 4). (EG 37).
Por eso: “Los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre». Esta advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda actualidad. Debería ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación que permita realmente llegar a todos” (EG 43).
- A los sacerdotes Francisco nos quiere muy misericordiosos
“Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas” (EG 44).
- Francisco desea que la Iglesia sea lugar de misericordia gratuita
“Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 114).
- Y que nuestro pueblos se sienta entre los dos abrazos de la Misericordia
La identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos –y predilectos en María–, el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos dos abrazos es la dura pero hermosa tarea del que predica el Evangelio” (EG 144).
- Francisco nos alegra a todos recordandonos que la misericordia con los pobres borra nuestros pecados
“El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia. El Evangelio proclama: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). El Apóstol Santiago enseña que la misericordia con los demás nos permite salir triunfantes en el juicio divino: «Hablad y obrad como corresponde a quienes serán juzgados por una ley de libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia triunfa en el juicio» (2,12-13). En este texto, Santiago se muestra como heredero de lo más rico de la espiritualidad judía del pos exilio, que atribuía a la misericordia un especial valor salvífico: «Rompe tus pecados con obras de justicia, y tus iniquidades con misericordia para con los pobres, para que tu ventura sea larga» (Dn 4,24). En esta misma línea, la literatura sapiencial habla de la limosna como ejercicio concreto de la misericordia con los necesitados: «La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado» (Tb 12,9). Más gráficamente aún lo expresa el Eclesiástico: «Como el agua apaga el fuego llameante, la limosna perdona los pecados» (3,30). La misma síntesis aparece recogida en el Nuevo Testamento: «Tened ardiente caridad unos por otros, porque la caridad cubrirá la multitud de los pecados» (1 Pe 4,8). Esta verdad penetró profundamente la mentalidad de los Padres de la Iglesia y ejerció una resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano. Recordemos sólo un ejemplo: «Así, en peligro de incendio, correríamos a buscar agua para apagarlo […] del mismo modo, si de nuestra paja surgiera la llama del pecado, y por eso nos turbamos, una vez que se nos ofrezca la ocasión de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera una fuente que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio»” (EG 193).
- Francisco sostiene con fortaleza que la doctrina sobre la misericordia es la más ortodoxa
“Es un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia sobre estos textos no debería oscurecer o debilitar su sentido exhortativo, sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y fervor. ¿Para qué complicar lo que es tan simple? Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer lo que es tan claro? No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría” (EG 194).
- Y nos hace abrir los ojos a la buena noticia de que la misericordia es la llave del reino
“A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20); con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s). Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia»” (EG 197-198).
- Francisco nos abre la mente haciéndonos ver que nos falta aprender a recibir misericordia de aquellos a quienes ayudamos
Hubo un momento en el encuentro con los jóvenes en Manila, en que el Papa dejó los papeles (después pidió perdón porque no había leído lo que preparó pero dijo que lo consolaba que “la realidad de lo que le habían testimoniado era superior a todas las ideas que había preparado”) y habló de “recibir de los pobres”: “Sólo te falta una cosa. Hazte mendigo. Esto es lo que nos falta: aprender a mendigar de aquellos a quienes damos. Esto no es fácil de entender. Aprender a mendigar. Aprender a recibir de la humildad de los que ayudamos. Aprender a ser evangelizados por los pobres. Las personas a quienes ayudamos, pobres, enfermos, huérfanos, tienen mucho que darnos. ¿Me hago mendigo y pido también eso? ¿O soy suficiente y solamente voy a dar? Vos que vivís dando siempre y crees que no tenés necesidad de nada, ¿sabés que sos un pobre tipo? ¿sabés que tenés mucha pobreza y necesitás que te den? ¿Te dejás evangelizar por los pobres, por los enfermos, por aquellos que ayudás? Y esto es lo que ayuda a madurar a todos aquellos comprometidos como Rikki (el joven al que le hablaba) en el trabajo de dar a los demás: aprender a tender la mano desde la propia miseria”. La mirada que propone Laudato Si es una mirada que “frena” por así decirlo, un momento el impulso a la acción y contempla a Cristo en el rostro del pobre. Antes de ir a ayudar a los más necesitados –o mientras se los va ayudando en su necesidad material urgente- se recibe de ellos esa gracia que tiene todo pobre para dar. La tiene porque Cristo se ha identificado con los pobres: “cuando ayudaste a uno de estos pequeños a mí me ayudaste”. En torno a este “recibir de los pobres a los que ayudamos” la Encíclica hace la diferencia frente a otros discursos sobre la Ecología cuyas razones son muy atendibles pero no siempre logran nuestra adhesión comprometida.
Momento de reflexión
Diego Fares sj
La dicha de la misericordia y el secreto de la vida
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 7).
La limosna y la vida
La palabra griega para misericordia es “eleemosyne”, que para nosotros ha venido a ser “limosna”. Bienaventurados los limosneros, entonces, porque alcanzarán limosna. ¿Es así? ¿No parece que la limosna es poca cosa? Sin embargo misericordia es la palabra que Jesús usa para describir la perfección del Padre! “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).
Sentimiento básico este de sentir compasión en las entrañas ante una miseria.
Gesto pequeño que se puede hacer, muchas veces, más para hacer sentir nuestra solidaridad que para remediar el mal del que padece.
Solo la misericordia de Dios es eficaz por sí misma. Por eso para muchos es un sentimiento inútil, porque uno siente más pena de la que puede remediar. Ahora, si no la consideramos desde la eficacia humana sino como participación en la eficacia de Dios, si nuestra misericordia es para interceder, entonces se muestra infinitamente más eficaz que otros sentimientos y gestos humanos.
Desde esta perspectiva podemos vislumbrar por qué a nuestro Padre le gusta describirse, en su perfección más determinada, por esta “pasión” (porque la misericordia se padece) tan básica, compulsiva casi, que se traduce en gestos pequeños, en una limosnita, en una caricia, en una mirada compasiva.
Podríamos decir que nuestro Padre se nos vuelve cercano al definirse por la misericordia: le gusta que Jesús lo defina por esos gestos en que el amor excede la expresión, como en el abrazo al hijo pródigo. De la misma manera define Jesús a los más perfectos en el reino: a la viuda por las dos moneditas.
Estamos hablando del gesto que se hace participando de la conmovedora misericordia del Padre, entonces lo de dar una limosnita a la abuela que pide en la calle o un caramelo a un chico que en silencio nos deja una estampita en el subte, no es un “sacarse de encima una culpa” sino un “meter en un gesto pequeño toda la misericordia del Padre para que otro se sienta amado al menos por un instante”. En la lástima y la pena que se siente en el corazón y en el gesto espontáneo de remediarla un poquito aunque más no sea, dando algo con cariño, está la semilla de la misericordia.
Esto no es para nada algo accidental. De estos pequeños gestos de misericordia elemental está hecha la vida que, como dice Laudato Si, es fragil. Nuestro planeta es fragil, y cada creatura necesita de la “ternura del Padre”: “Cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño. Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia amorosa»”(LS 77). Toda vida necesita misericordia: desde la vida de la plantita que limosnea con sus raíces unas gotas de agua y con sus hojas un poco de luz, hasta la vida del bebé que estira la manito para recibir unas migas del pan que come su padre o mira atento la palabra que repite una y otra vez la boca de su madre.
La vida no es auto-sustentable, aunque en algunas etapas nos parezca que hemos alcanzado una posición sólida. La vida necesita de la misericordia de los otros, limosna tras limosna. Nuestras manos lo indican. Somos seres con manos, constantemente constreñidos a pedir y dar. Por eso la misericordia es la virtud y el don de las manos –que se juntan para pedir y que se abren para dar- como le enseñaba a Hurtado su mamá.
Es ese estremecimiento súbito del corazón que se nos enternece -la misericordia- lo que nos hace sentir y ver la necesidad más vital del otro, lo que nos mueve a acercarnos al lugar donde sentimos que la vida misma está amenazada, lo que nos lleva a elegir el lugar donde debemos estar para dar una mano: allí donde hay una miseria, una necesidad, hacia allí nos inclina y empuja la misericordia con su latido inconfundible, ese que define si no se ha endurecido nuestro corazón. La misericordia se conmueve ante la vida y busca dar vida. Dios es misericordioso porque es un Dios de vivientes, como lo define Jesús. Y por eso Jesús, que es la Vida, dice: “No he venido a buscar a los sanos sino a los enfermos, no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. Y comía con los pecadores, se acercaba a los rebeldes, a los excluidos socialmente de su época, a los leprosos, a los “impuros legalmente”, a los que hacían trabajos denigrantes –los publicanos y las prostitutas- (Mt 9, 13). La misericordia conmovida por nuestra falta de vida fue lo que le hizo venir a este mundo.
La misericordia y los ojos del corazón
La misericordia nos permite ver, ver de verdad, ver sintiendo lo que vitalmente le pasa al otro. Y el misericordioso cultiva como un tesoro esta manera de mirar que sabe escudriñar el fondo del corazón del otro y no se queda en las apariencias. ‘Quiero Misericordia y no sacrificios’ (Mt 12, 7), les dice Jesús a los fariseos que miran con los ojos duros de una justicia legal a sus discípulos y los juzgan. A veces da miedo sospechar lo que se puede llegar a ver si uno se permite mirar con misericordia.
Pero no hay que temer ni sospechar. Toda creatura es es fruto de una mirada amorosa del Creador: es “importante a los ojos del Padre” (LS 96) y toda miseria ya fue mirada por la infinita misericordia de Jesús. Por eso toda miseria reconoce cuando es mirada así y agradece y premia al que siente misericordia devolviéndole misericordia. Es que la misericordia encuentra una solución cordial para cada problema humano, personal y social. No solo porque permite al que ama desarrollar una tarea de caridad social, practicando las obras de misericorida -“tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba sin casa y me acogiste, desnudo y me vestiste, enfermo y me viniste a visitar, en la cárcel y me viniste a ver…” (Mt 25, 35 ss.)-, sino porque es desde la misericordia desde donde toda persona se rearma y se convierte de enfermo en sano, de pecador en apóstol.
En la Encíclica Dios es Caridad, el Papa Benedicto nos hablaba de este “corazón que ve”. Nos decía que su Encíclica brotó de contemplar el Corazón de Jesús traspasado en la Cruz. Y que el Espíritu que brota de ese corazón misericordioso se acompasa con el nuestro y nos lleva a mirar con misericordia a nuestros hermanos. Por eso “el programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (DCE 32). Un corazón que ve con los ojos de la misericordia, no con las anteojeras de las ideologías. Solo la misericordia que siente la vida en sus entrañas limpia la mirada de toda ideología y permite ver y programar las acciones más concretas y eficaces para cuidar esa vida, para que la vida misma encuentre el punto desde donde cuidarse ya que se experimenta amada. El Samaritano tiene claro lo que debe y puede hacer porque mira con misericordia al herido. Solo el que mira con misericordia “ve al otro”. Las ideologías miran sólo aspectos del otro y hacen que uno sólo se mire (también parcialmente) a sí mismo. El Papa Francisco nos dice que si uno se anima a “contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre” (LS 158), su mirada se vuelve “integral” y se aclara la opción por los pobes y por el cuidado de nuestro fragil planeta.
La misericordia y el don de poner todo el corazón
“Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). El Padre es misericordioso porque se deja conmover su corazón hasta lo más hondo y por eso se da entero: pone todo su corazón en lo que siente y en lo que da. A esa perfección nos invita Jesús. No se trata para nada de algo voluntarista. La misericordia es una pasión que nos puede, cuando vemos miseria se nos revuelven las entrañas. Dejar que esto suceda “evangélicamente”, dejar que nos inunde una misericordia estando de la mano de Jesús, hace que podamos poner todo el corazón en lo que hagamos como respuesta. Ser misericordiosos, pues, “como” el Padre. El “como” apunta a dejarnos conmover hasta lo más hondo y a poner todo el corazón en lo que hacemos. Dios es amor y verdad, misericordia y fidelidad. Estamos llamados a imitar la ternura de Dios que se deja conmover y su generosidad que no se cansa de dar y de perdonar. ¿Es posible esto? Sí, porque, aunque parezca paradójico, al darse entero el corazón no se gasta, sino que se alimenta de la misma misericordia que da. El corazón se cansa y se gasta cuando se da “partido“, cuando gasta fuerzas en mantener amores contradictorios entre sí. La misericordia unifica el corazón en sí mismo, con el de los demás y con el de Dios. Por eso, si en algún momento no sentimos que “alcanzamos misericordia” al ser misericordiosos, es que no lo estamos siendo de verdad, es decir plenamente. Quizás lo que nos pase en algún momento es que sin darnos cuenta nos aceleramos y pasamos a practicar los gestos exteriores de la misericordia pero sin poner el corazón. Entonces nos quemamos. En cambio si ponemos el corazón entero en lo que hacemos, al mismo tiempo que nos cansamos, descansamos, en la medida en que damos, recibimos, y más aún. Hasta que uno no se convierte en misericordioso no se unifica. La misericordia se retroalimenta: en la misma medida en que uno se da recibe misericordia. Y aprender a recibir misericordia de aquellos a los que ayudamos con misericordia es la clave del amor cristiano.
La misericordia y el alcanzar misericordia
La bienaventuranza de la misericordia se tiene por premio a sí misma: el misericordioso alcanza misericordia, para sí y para los demás. Esto es porque no hay nada más absoluto o mayor que la misericordia: Es lo propio del Padre que crea sacando de la nada, por pura misericordia, que perdona a los pecadores cuando aún son pecadores. Aceptar la misericordia de Dios para nuestra miseria y para el perdón de nuestros pecados supone la delicadeza de Dios de dejarnos recibir libremente algo que ya nos está dando al sostenernos en la vida.
La misericordia se extiende a los que nos la comprenden y a los que nos hacen el mal. Los inmisericordes son también dignos de misericordia. La misericordia grande es para con las miserias grandes: la de Dios que salva la humanidad perdida, la de Jesús que perdona a los enemigos, la de Teresita que entrega la vida por la salvación de los pecadores, y ofrece su noche de la fe por los incrédulos.
La agresión suele provenir de una falta honda de misericordia básica en algún momento clave de la vida. Por eso, si tiene cura, sólo será con una misericordia mayor que la que faltó. De allí que el Señor tuviera que derramar toda su misericordia en la Cruz, ir hasta el extremo, para que esa misericordia tan inmensa suscitara la atención de todos, atrajera a todos hacia sí. La miseria del Señor en la Cruz es tan grande que atrae el corazón de todos, aún de los inmisericordes, como el Centurión o el ladrón. Y allí sí, que cada uno hace su opción. Más allá de su misericordia el Señor no tiene otro ofrecimiento: si uno la rechazara estaría rechazando su vida misma.
La misericordia y la dignidad del otro
Un detalle muy lindo del Señor está en hacernos ver que la misericordia cuanto más en secreto se hace, mejor. Un aspecto del secreto consiste en no hacer propaganda de lo que se hace –“Cuando hagas limosna no vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas… en verdad os digo que ya recibieron su paga” (Mt 6, 2). La alabanza de los demás es un pago menor que el que la misericordia merece. Cuando uno hace una obra de misericordia se la hace a sí mismo también. Reconoce que uno también es alimentado y vestido y necesita que lo visiten cuando está enfermo… Es algo básico lo que está en juego –la necesidad y el corazón-, por eso no se lo puede rebajar a un premio externo como es el aplauso.
Pero en un sentido más profundo, el secreto o la discreción de la misericordia, apunta a la dignidad del otro, a que el otro reciba un poquito y luego se pueda procurar por sí mismo el otro poquito. Como la madre que le da de comer en la boca a su pequeño y le va enseñando a agarrar la cuchara solo. Las dos cosas son misericordia, porque aprender es también recibir. Y aprender a cubrir las propias necesidades es también ser misericordioso con uno mismo: una parte de uno con la otra.
La misericordia es secreta en su misma esencia, porque siente más de lo que puede expresar en sus gestos. Por eso, guardarla en secreto no requiere esfuerzo, solo respeto a aquello que experimentamos. Que Dios sea misericordioso, que nos ame en secreto, que nos espere en silencio como el Padre misericordioso esperaba a su hijo, nos debe llevar a asombrarnos de cuánto respeta el Señor nuestra dignidad, cuánta confianza tiene en lo que podemos dar por nosotros mismos.
La imagen del secreto completa las imágenes de la limosna y del sentimiento de conmoción entrañable. Descubrir la misericordia de Dios implica descubrir que me ha estado amando entrañablemente y dando vida en secreto desde siempre. En un secreto tan secreto que ni él mismo “lo sabe”, por así decirlo. Sino que está totalmente volcado a mirar lo que yo hago con la vida que tengo, sin fijarse en que él mismo me la está dando. Como un padre o una madre que da por supuesto que está dando vida, alimento y ayuda a sus hijos y sólo se preocupan por lo que los hijos hacen por sí mismos con su vida.
La misericordia: clave secreta de la vida
Así, vemos que en la misericordia se esconde el secreto de la vida. La vida comienza por un acto de misericordia absoluto, que nos saca de la miseria de la nada, y terminará en un acto de misericordia que perdonará lo mal aprovechado. La vida, para lograr consolidarse, subsistir, organizarse y reconstruirse cada día necesita de la misericordia. Uno se rearma desde la misericordia, no desde otras virtudes. Comprender esto nos debe llevar a mirarnos a nosotros mismos y a mirar a los demás –a todo lo que sea viviente- con ojos de misericordia. El ser humano es un ser necesitado de misericordia porque hace aguas por todos lados, por todos lados está vulnerable, como agujereado ante la nada, ante la posibilidad de no ser, amenazado por la miseria, la ruina, la desintegración. Esto no solo en lo físico –amenazas de la salud y de la sociedad- sino en lo más íntimo, libre y personal. Solo una constante misericordia nos permite mantenernos coherentes, siendo que tantas tensiones tironean de nosotros y nos hacen ser incoherentes en muchas situaciones. Aceptar líbremente la misericordia para con nuestras incoherencias conscientes y libres equivale a reconocer que la estamos aceptando en todo las otras dimensiones de la vida, personal, familiar y social, que no dependen de nuestra libertad.
El día debe pues comenzar invocando la misericordia del Señor y sintiendo que la recibimos, junto con la vida misma, junto con la Eucaristía. Y debe terminar pidiendo misericordia para nuestras faltas y ejerciendo actos de misericordia para con nuestros hermanos. El Señor quiere Misericordia, no sacrificios. Al final del día (y de la vida) el Señor tiene para nosotros una mirada de Misericordia. Y quiere de nosotros una mirada igual. Quiere una mirada misericordiosa, no una mirada vengativa, autosuficiente y vanidosa, tampoco una mirada resentida, culposa y de desprecio. Quiere la mirada misericordiosa del que se siente acogido por su misericordia infinita.
Momento de contemplación
Hna Marta Irigoy md
“La misericordia es el fuego que arde en el corazón de Dios” (Card. Dannels)
Las características del fuego son varias, el fuego quema, purifica, da calor, ilumina…
Cuando hablamos de la misericordia como un fuego al que hay que atravesar, vemos como dice el Cardenal Martini, que:
(…)“Verdaderamente el fuego de la misericordia infinita del Padre nos hace arder, nos persigue, nos devora, nos transforma, nos transfigura a fin de que seamos como el Hijo. Resistirnos a la acción transformante de la misericordia es la infelicidad y el infierno. En cambio, si nos dejamos amar, esta acción purificadora, que nos libera de las escorias personales, sociales, históricas, de familia y culturales, para hacernos respirar la “soltura” y la libertad del Hijo Jesús, el cual en su amor por nosotros pasó primero por el fuego purificador de la muerte (…) para rescatarnos de nuestros pecados y unirnos a su camino”…
Al ir pasando por el corazón las otras bienaventuranzas anteriores: la de los pobres, las lágrimas, los mansos, los hambrientos y sedientos… quizás vamos descubriendo que se va gestando una “situación interior” que nos hace descubrir cuanta misericordia necesitamos, ya que ellas tocan nuestros vínculos más cercanos y los no tanto –Dios, nosotros, prójimos- desvelando “nuestra verdad”, una verdad necesitada de una nueva evangelización del corazón…
- EVANGELIZAR el propio corazón, es darle buenas nuevas al propio corazón… como hizo Jesús ante cada corazón que le salía al encuentro…o al que Él salía a buscar : “He venido a buscar lo que estaba perdido”
- Evangelizar el propio corazón es dejarnos anunciar nuevamente por, Zacarías al nacer su hijo , Juan Bautista:
“Gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc.1,78-79)
Experiencia que el mismo Jesús, ya adulto, nos anunciará, como “secreto” de la felicidad:
- “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6, 36)
- “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en los cielos” (Mt 5, 48)
- “Ustedes serán felices ,si sabiendo estas cosas -misericordiosamente servir- las practican” (Jn 13)
La Misericordia es ¿Exigencia o don?
La perfección del Padre es su corazón misericordioso. Por lo tanto, cuanto mas misericordiosos más parecidos al Padre seremos, pero es una perfección que es don, porque solamente quien se anime a pasar por el corazón en llamas del Padre, sin miedos, podrá alcanzar misericordia, para luego llevarla a los demás.
Pasar las bienaventuranzas por el corazón es ejercitarnos en ellas, siendo en un primer momento la oportunidad de descubrir la propia pequeñez, en un segundo momento exponerla ante la mirada llena de bondad del Padre, como lo hizo la Virgen, que canto las grandezas del Señor, porque dejo que Dios mirara con bondad su pequeñez (Magnificat), para en un tercer momento hacer con los demás lo mismo, que Dios ha hecho con nosotros…
- La misericordia cultiva una forma de mirar que va al centro del corazón del otro y no a sus apariencias…(P. Fares –La dicha de alcanzar misericordia que experimenta el misericordioso -2005) porque se ha hecho experiencia de ser mirado con misericordia.
Otra faceta de este ejercitarse en la misericordia es lo que muy iluminativamente dice el P. Amedeo Cencini, -aunque escribe para la vida religiosa nos ayuda en lo referente a todos nuestros vínculos- :
“Si en el centro de la vida está la gracia o la experiencia de la misericordia, entonces hay espacio u lugar para todo, también para el mal; el sol de la misericordia –el fuego- divina atrae todo hacia sí y lo transforma todo; el enemigo en amigo, la huida de casa en abrazo paterno, la miseria del propio envilecimiento en banquete de fiesta, porque “aunque nuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve…(Is 1,18)”.
La gracia es lo contrario de la rabia. Es la ternura de quien es rico en misericordia.
La misericordia es una fuerza de integración por medio de la cual se nos permite, también a nosotros integrar el mal que hay en nuestro interior y a nuestro alrededor… de lo contrario el “anti-misericordioso”, es como una toxina rabiosa que deambula y corrompe e infecta todo lo que toca. En cambio la misericordia recibida -de Dios- y donada –a los hermanos- es el centro vital y el corazón que late en la existencia de cada hombre y mujer, en cada comunidad humana –comunidad religiosa, familia, comunidad de fe y de servicios- (Como ungüento precioso, -La misericordia, una fuerza integradora- pág. 190)
Momento Contemplativo:
- Vamos a hacer memoria de estos últimos días, ó el día de hoy, para descubrir como dice el Salmo “desde la salida del sol hasta el ocaso…” la misericordia de Dios, dada (a mí) o donada (por mí), fue haciendo encender la Paz en el corazón.
- Haremos luego un “dialogo de misericordia” con Cristo puesto en Cruz, para agradecer y/o pedir Gracia, para reconocer su presencia misericordiosa en toda realidad.
Cita Amedeo Cencini, esta poesía anónima, que quizás no ayude también a entender que es en el fondo la misericordia:
¿Acaso no sería este mundo mejor
si la gente con que nos cruzamos nos dijera:
“Conozco algo bueno de ti”,
y nos tratáramos según esta afirmación?
¿No sería mejor y más estimulante
si cada apretón de manos sincero y cordial
llevara consigo esta afirmación:
“Conozco algo bueno de ti?
¿No sería la vida mucho más feliz
si esa pequeña bondad
que hay en todos nosotros
fuera la única cosa nuestra
que la gente se molestara en recordar?
¿No sería la vida mucho más feliz
si alabáramos la bondad que vemos?
Hay una cantidad inmensa de bondad
en la peor parte de ustedes y de mí.
No sería también hermoso practicar
esta buena manera de pensar?
¡Conoces algo bueno de mí!
¡Yo conozco algo bueno de ti!
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