MOMENTO DE REFLEXIÓN
Diego Fares sj
Contemplación del icono
En el último icono, el de los testigos, cambia el estilo de todos los demás (este ya no es de la escuela Cuzqueña). Cambian también los personajes: ya no son del evangelio sino más actuales. El discípulo misionero que lleva grabado en su tilma la imagen de nuestra Señora de Guadalupe puede ser San Juan Diego. Está vestido a la usanza del siglo XVI y anuncia el evangelio a un discípulo misionero vestido con traje moderno. Los que anuncian tienen el libro de la Palabra de Dios, la Biblia, en la mano y están hablando mientras los otros escuchan. Es que el Evangelio se transmite de generación en generación y es siempre antiguo y nuevo, como el mandamiento del amor.
Se destacan la fuente, la imagen de Guadalupe y el libro de la Palabra. Son como una sucesión de respaldos o “testimonios” de la Palabra anunciada a viva voz: la fuente del Espíritu, María (la Iglesia) como custodiando desde la espalda la Palabra, y las Biblias con que los misioneros respaldan su anuncia.
Lo que importa es la Palabra viva que se anuncia personalmente. La fuente con sus chorros de agua que desbordan mansamente del recipiente superior y llenan la pileta de abajo, nos hablan de una Palabra que tiene su fuente en la llenura del Espíritu. De la plenitud del corazón de los discípulos misioneros habla su boca. La imagen de María y la Biblia nos hablan de una Palabra encarnada, eclesial, tradicional.
La imagen de María de Guadalupe en la tilma de San Juan Diego también nos conecta con el ícono anterior: el mismo Espíritu recibido en Pentecostés como lenguas de fuego se comunica a través del tiempo de un discípulo misionero a otro. Recordamos lo meditado en torno a la Palabra. Vemos a los discípulos que anuncian serenamente la Palabra. Se nota una contenida alegría, un anuncio que es Palabra articulada que comunica la vida interior, dejando libertad al otro para acogerla y hacerla propia. Hay paz en el icono, aunque una misma actividad lo llena todo: todos giran en torno a la Palabra. Los que hablan tienen ese “hablar persuasivo y comprensible a todos”, propio del lenguaje de Jesús, que se expande permitiendo que toda nuestra vida cotidiana se clarifique con su luz.
La serena claridad de la Palabra
Este es quizás el rasgo más propio del icono: la serena claridad que transmiten sus colores cálidos y la mansedumbre de los personajes. La Palabra lo llena todo y se nota que están comunicando algo co-mún e importante, pero lo hacen sin desasosiego alguno, con cierto aire de dignidad cuyo énfasis se contiene, de manera tal que comunican persuadiendo, sin imponer.
“Ustedes serán mis testigos…” ¿De dónde viene el epígrafe?
El epígrafe “Ustedes serán mis testigos…”, caracteriza la escena pintada y está tomado del libro de los Hechos. Lo ponemos en contexto:
“Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba co-miendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días» (…) Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra».
En el pasaje de los Hechos el Señor vincula la misión de ser testigos con el Bautismo en el Espíritu Santo: allí está la fuente mansa de la que brota la fuerza de los testigos de la resurrección.
Aparecida subraya la vinculación personal entre Cristo y los testigos (“Mis” testigos, dice el Señor).
“(Jesús Resucitado) Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano”.
También subraya la unión entre ser discípulo (recibir el Espíritu del Maestro) y ser misionero (comunicarlo comunitariamente a todos):
“Así como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma” (Ap 144).
Discipulado y misión: dos caras de la misma medalla, como decía el Papa.
El libro de los Hechos nos muestra una Iglesia que comparte en la oración la experiencia de la resurrección y del Espíritu: “Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hc 1, 3-14).
Así, la misión consiste en ir incorporando a esta experiencia de vida a muchos otros:
“Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8). (Ap 145).
En la conclusión del Documento de Aparecida, la oración del Papa “quédate con nosotros”, retoma el texto de los Hechos en otro contexto. Nos invita a rezar diciendo: “Quédate con nosotros Señor… estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección” (Ap 554).
La fuerza para ser testigos de la resurrección brota aquí de la Eucaristía.
Puede ayudar contemplar a los discípulos misioneros del icono como personas que “han comulgado”, discípulos como los de Emaús, que al partirles Jesús el pan, sin necesidad de un envío explícito, comprenden que deben salir a anunciar que Jesucristo ha resucitado. Es que el recuerdo de Jesús que les hace arder el corazón con su Palabra, mientras va con ellos de camino, al comulgar, se les convierte en deseo ardiente de salir a anunciar a otros la misma Palabra. Somos misioneros del Señor que nos hizo discípulos.
¿Cómo son los testigos que el Señor elige?
Son hombres y mujeres enamorados de la Palabra.
Enamorados implica que la escuchan con total atención: “En América Latina y El Caribe, innumera-bles cristianos buscan configurarse con el Señor al encontrarlo en la escucha orante de la Palabra” (Ap 142).
Enamorados significa que se alimentan de ella: “La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Pala-bra de Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo” (Ap 158).
Enamorados significa que sólo en ella están parados, en ella tienen su fundamento y su fin, su esperanza:
“Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salva-ción a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (Ap 146).
Enamorados significa que están apasionados por la Palabra y que al tener en ella la pasión dominante, son dóciles a la Palabra:
“Esta es la razón por la cual los seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (cf. Gal 5, 25), y hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor” (Ap 152).
Enamorados de la Palabra significa que la viven como lugar de encuentro con Cristo y entre los hermanos
“Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura, “Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo”, es, con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo. De aquí la invitación de Benedicto XVI: “Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Lati-na y El Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia General en Aparecida, es condi-ción indispensable el conocimiento profundo y vivencial de la Palabra de Dios. Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y la meditación de la Palabra: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vea que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63). De lo contra-rio, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios”. Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad”. Esta propuesta será mediación de encuentro con el Señor si se presenta la Palabra revelada, contenida en la Escritura, como fuente de evangelización. Los discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra: quieren acceder a la interpretación adecuada de los textos bíblicos, a emplearlos como mediación de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma de la propia evangelización y del anuncio de Jesús a todos. Por esto, la importancia de una “pastoral bíblica”, entendida como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de la Palabra. Esto exige, por parte de obispos, presbíteros, diáconos y ministros laicos de la Palabra, un acercamiento a la Sagrada Escritura que no sea sólo intelectual e instrumental, sino con un corazón “hambriento de oír la Palabra del Señor” (Am 8, 11). Entre las muchas formas de acercarse a la Sagrada Escritura, hay una privilegiada a la que todos estamos invitados: la Lectio divina o ejercicio de lectura orante de la Sagrada Escritura. Esta lectura orante, bien practicada, conduce al encuentro con Jesús-Maestro, al conocimiento del misterio de Jesús-Mesías, a la comunión con Jesús-Hijo de Dios, y al testimonio de Jesús-Señor del universo. Con sus cuatro momentos (lectura, meditación, oración, con-templación), la lectura orante favorece el encuentro personal con Jesucristo al modo de tantos personajes del evangelio: Nicodemo y su ansia de vida eterna (cf. Jn 3, 1-21), la Samaritana y su anhelo de culto verda-dero (cf. Jn 4, 1-42), el ciego de nacimiento y su deseo de luz interior (cf. Jn 9), Zaqueo y sus ganas de ser diferente (cf. Lc 19, 1-10)… Todos ellos, gracias a este encuentro, fueron iluminados y recreados porque se abrieron a la experiencia de la misericordia del Padre que se ofrece por su Palabra de verdad y vida. No abrieron su corazón a algo del Mesías, sino al mismo Mesías, camino de crecimiento en “la madurez conforme a su plenitud” (Ef 4, 13), proceso de discipulado, de comunión con los hermanos y de compromiso con la sociedad” (Ap 247-9).
Enamorados de la Palabra, como María:
La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (cf. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las accio-nes de Jesús (cf. Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor .
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Hna Marta Irigoy, misionera diocesana
“El discípulo misionero es un testigo Enviado”
Durante este año, estamos rezando en torno a los distintos “Iconos” del Tríptico de Aparecida, que posibilita y ayuda a una verdadera catequesis en imágenes. Cada detalle está lleno de belleza y simbolismo, como fuimos descubriendo gracias a lo que nos fue compartiendo el P. Diego. Esta forma de representar el Evangelio es muy antigua en la Iglesia, desde el siglo XV circulaba la llamada “Biblia de los pobres” que era una edición popular de textos bíblicos acompañados con muchas Imágenes que iban enseñando sobre los misterios de la vida del Señor.
Nosotros, venimos también siendo “catequizados” -si se puede decir así-, en cada uno de los encuentros a través de la “contemplación” de los Iconos, para ser enviados a anunciar, según la Carta Pastoral que han hecho los Obispos con ocasión de la Misión Continental, envío que nos hizo la V° Conferencia de Aparecida:
“En[1] vistas a renovar nuestro ardor apostólico y nuestro fervor. Cada uno de nosotros sabe lo que es “evangelizar” y lo que implica esta vocación en la Iglesia. Pues: “anunciamos a nuestros pueblos, esta Buena Noticia:
* que Dios nos ama,
* que su existencia no es una amenaza para el hombre,
* que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino,
* que nos acompaña en la tribulación,
* que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (DA 30).
Esta es la Buena Noticia, que se nos confía y de lo que tenemos que “dar testimonio” con toda nuestra vida…
San Pablo, ante la necesidad de anunciar el Amor de Dios, que aconteció en su vida y del que se siente “TESTIGO”, se cuestionaba:
“¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Que hermosos son los pies de los que anuncian Buenas Noticias! -Rom10, 14-17-
Ser Testigo, es haber experimentado tanto bien recibido y quererlo compartir con los demás…
MOMENTO CONTEMPLATIVO
Hoy queremos a volver cada uno de los “Iconos” que fuimos contemplando a lo largo de este año, para descubrir la “llamada” de esa Palabra Viva, que sigue atrayéndonos a esa Fuente que es Jesús, para beber de esa
AGUA-PALABRA que como dice el Profeta Isaías, cumple siempre la misión para la fue enviada –Is 55, 10-11-
Vamos a detenernos en un detalle que aparece en el último Icono:
LA FUENTE, que es contemplada por dos discípulos…
Dice Alejandro Pronzatto:
“La fuente de la misión está en la oración, -es decir en el vinculo personal con el Señor- y no en el proyecto humano.
«Rueguen al dueño de la mies que mande obreros a su mies».
Los obreros para la mies no son reclutados mediante insistentes campañas publicitarias, patéticas llamadas a la generosidad, sino que son «mandados» por Dios, que gusta ser «solicitado» mediante la oración.
Si el apóstol, pues, es fruto de la oración, ha de encontrar también, en la oración, el estímulo, la fuerza y la orientación para su acción.
La misión se apaga en el mismo momento en que se interrumpe la vinculación con la fuente.
Contemplemos “LA FUENTE” donde, escuchamos cada una de esas “AGUA-PALABRA”, que a lo largo de este año, venimos “bebiendo”, sorbo a sorbo en cada uno de los ICONOS contemplados…
“Hagan todo lo que Él les diga” –Jn. 2, 5-
- “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida. Vayan y hagan discípulos a todos los Pueblos” –Jn 14, 6-
- “Navega mar adentro” –Lc.5,1-11-
- “El mirar de Dios es Amar”
- “Denles de comer ustedes mismos” – Mc 6, 37-
- “Como ardía nuestro corazón” – Lc 24, 32-
- “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” –Hch 2, 4-
- “Ustedes serán mis testigos” –Hch 1, 8-
Quedémonos, sintiendo y gustando esa “AGUA-PALABRA”, de la que se nos da a beber de LA FUENTE que brota del CORAZÓN de JESÚS.
[1] Carta Pastoral de los Obispos Argentinos con ocasión de la Misión Continental