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Archive for octubre 2009

Pentecostes vitral“Llénense del Espíritu Santo” (Ef 5, 18)

Momento de Reflexión
P. Diego Fares sj

Bienaventurados los que, como Pablo, no creen haber alcanzado aún la meta y corren hacia ella (Fil. 3, 13). Llegarán seguramente a la plenitud de la Vida.

Plenitud de vida en Pablo

¿Qué es para Pablo la “plenitud de la vida”? Para Pablo “Vivir es Cristo” (Fil 1, 21). Vivir es con-vivir. Vivir con Cristo, en íntima comunión con Él: “Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 19, 20).
Vivir en plenitud es para Pablo llenarse del Espíritu de Cristo. Ananías, cuando va a bautizarlo le dice:
“Saulo el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hc 9, 17).
A partir de allí, toda la vida de Pablo será un buscar llenarse del “conocimiento de Cristo Jesús”; llenarse de su gracia que lo justifica: “ser hallado justo no por mérito propio sino por gracia”; llenarse de sus dolores: “estar en “comunión con los padecimientos” de Cristo; llenarse del poder de su resurrección”.
De esta plenitud brota la recomendación de Pablo a los cristianos de Éfeso: “Llénense del Espíritu. Reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos inspirados; canten salmos en su corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 5, 18-20).
La experiencia de Pablo es la de haber sido “alcanzado” por Cristo, que lo llenó de su Espíritu. De esa plenitud, de esa llenura, brota un de-seo constante de seguir siendo llenado –a pedido, ensanchando líbremente su corazón –de ser llenado más y más. Por eso dice:
“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo captarlo, habiendo sido yo mismo captado por Cristo. Yo, hermanos, no creo haberlo captado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que me queda por delante, puestos los ojos en la meta, sigo corriendo hacia el premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús” (Fil 3, 12-14).

Plenitud de vida en Ignacio

En Ignacio, la experiencia es la misma. En la meditación del Rey nos hace pedir: “Conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para le imitar” (EE 139). A Ignacio le interesa “llenarse” de lo que está lleno Cristo. Si en las Tres maneras de humildad nos invita a pedir oprobios, no es sino porque Cristo está “lleno de ellos”: “quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que rique-za, oprobios con Cristo lleno de ellos, que honores” (EE 167). La gracia, pues, es “llenarse de lo que llena a Cristo”, llenarse de sus penas pa-ra luego ser llenados de su Gloria. La gracia es convivir con el Señor y Rey Eterno que nos llama diciendo: “Quien quisiere venir conmigo, a de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.; por-que así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos” (EE 93).
Una vez que una persona se ha llenado del Espíritu de Cristo, no hace falta darle muchas leyes. Ignacio dice que a la “personas espirituales y aprovechadas para correr por la vía de Cristo nuestro Señor, no parece darles otra regla en lo que toca a la oración, meditación, estu-dio, y sacrificios sino aquella que la discreta caridad, les dictare” (Const. 582). Por eso sus Constituciones no “obligan bajo pena de peca-do”, para que “en lugar del temor de la ofensa haya más bien amor y deseo de toda perfección, y de que mayor gloria y alabanza de Cristo nuestro Criador y Señor se siga” (Const. 602).
La propuesta vital de Ignacio es la de una vida que se va configurando con Cristo de plenitud en plenitud, siempre más y mejor.
“Así mismo es mucho de advertir a los que se examinan, (encareciendo y ponderándolo delante de nuestro Criador y Señor), en cuánto grado ayuda y aprovecha en la vida espiritual, aborrecer en todo y no en parte, cuanto el mundo ama y abraza, y admitir y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Así como los mundanos que siguen al mundo, aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña, así los que van en Espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo el contrario, es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor por su debido amor y reverencia, tanto que donde a la su divina Majestad no le fuese ofensa alguna, ni al prójimo imputado a pecado, desean pasar injurias, falsos testimonios, afrentas y ser tenidos y estimados por locos, (no dando ellos ocasión alguna de ello), por desear parecer y imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor JesuCristo, vistiéndose de su vestidura y librea, pues la vistió Él por nues-tro mayor provecho espiritual, dándonos ejemplo que en todas cosas a nosotros posibles mediante su divina gracia, le queramos imitar y seguir como sea la vía que lleva los hombres a la vida (Examen 101).

Plenitud de vida en nosotros

Tratando de graficar la bienaventuranza de hoy se me ocurría la imagen del anti-consumismo. ¿Por qué es tan denostado el con-sumismo y sin embargo nos atrae a todos? Me animo a decir que es porque esconde un engaño dentro de una verdad. La verdad es que nos inculca un dinamismo que es propio de la vida. El engaño consiste en que el consumismo sustituye el contenido verdadero de esa dinámica vital por uno de menor calidad.
¿Cuál es la dinámica del consumismo que es propia de la vida? La dinámica de la muerte y la resurrección. La regla de oro del consumismo es que un producto tiene que morir para poder ser sustituido por uno mejor. Esta dinámica nos atrae porque es propia del vivir. Vivir implica concluir cosas –etapas, trabajos, estudios…- para comenzar otras nuevas. Al descartar cosas viejas para comprar cosas nuevas sentimos que estamos vivos, el dinamismo en el que nos vemos implicados al comprar y consumir es una metáfora de la vida. Al comprar productos nuevos experimentamos un momento de resurrección y de plenitud que brotan de algo que terminó y murió (el producto viejo).
¿En qué radica el engaño? En que la plenitud duradera de este dinamismo no la pueden dar “cosas” que se compran, se usan y se consumen. La plenitud no está en comprar, ni siquiera en dar, sino en “darse”. La plenitud no está en consumir cosas sino en consumirse por amor a otros.
La dinámica del consumismo se basa en una insatisfacción graduada, en una promesa de plenitud que durará un momento –el de adquirir o consumir los bienes que se nos ofrecen- y dará paso a una nueva necesidad. Esta plenitud que se pierde apenas se goza es propia del consumismo, propia de tener por meta “cosas”.
En cambio la plenitud de la que nos habla la bienaventuranza es una plenitud que brota de la relación interpersonal, con Dios y con la comunidad de nuestros hermanos. La plenitud del amor tiene la dinámica del deseo del Bien gratuito que se incrementa de plenitud en plenitud, no de carencia en carencia.
La meta de la vida plena está asegurada no como se aseguran las cosas –poseyéndolas, controlándolas, teniéndolas bajo custodia-, sino asegurada como está segura una amistad incondicional entre amigos. Uno sabe que tiene lugar en el corazón de sus amigos, un lugar al resguardo de cualquier crítica o traición. Y por eso mismo, porque está asegurada, se puede buscar que crezca más y más, sin miedo a perder lo que se tiene. “Pongan la mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 2-3).
Así, Pablo e Ignacio nos muestran en grado sumo lo que es vivir en plenitud. Ellos están llenos de Cristo, de su Espíritu, con una llenura que al mismo tiempo los sacia y los hace desear más. Esta plenitud es fruto sólo del amor, que cuanto más saciado está más busca, no por necesidad sino gratuitamente, por el placer de compartir. La dinámica del consumo se basa en la necesidad, la del amor, en la gratuidad del don.
Tanto el “seguir corriendo” de Pablo como el Magis de Ignacio son fruto de esta plenitud de vida, que se recibe por gracia, sin mérito de nuestra parte, y lleva a querer ayudar a otros como forma de expresar gratitud ante tanto bien recibido.
Lo de los padecimientos, para ser bien entendido, debe verse como la expresión última del amor, que una vez que ha dado todo lo bueno al otro, estando ambos saciados y seguros del bien compartido, la única expresión que queda es la de compartir con el otro las penas o ahorrarle alguna molestia. Pero siempre como expresión de una plenitud experimentada en la alegría y no como una manera de pagar culpas o ganar méritos.

Momento de Contemplación
Hna. Marta Irigoy
Misionera diocesana

“Bienaventurados los que como Pablo, no creen haber alcanzado aun la meta y corren hacia ella (Fil. 3, 13). Llegaran seguramente a la plenitud de la vida”.
A los que creemos en Jesús, muchas veces se nos olvida que la plenitud cristiana, no es la que se consigue siendo eficientes, teniendo éxito, poseyendo bienes materiales, saberes y títulos varios. La plenitud que vivió Pablo, es aquella que tiene como certeza, que la vida surge de la muerte. La plenitud cristiana, no está en el éxito, sino en la fecundidad…Podemos decir, entonces que la felicidad es la plenitud que encontramos al descubrir la fecundidad de nuestra vida…
El P. Eduardo Casas, en una de las charlas sobre “La felicidad”, que dio en Radio María, decía:
En la vida, la mayoría de las veces uno no se siente siempre feliz y pleno, radiante y desbordante; al contrario, la rutina, el estrés, las presiones y las innumerables dificultades y conflictos de la existencia erosionan tanto nuestras limitadas energías que, en general, suspiramos por la felicidad como si fuera un imposible, una quimera, un espejismo, una utopía, un anhelo irrealizable, un sueño inalcanzable.
Asociamos felicidad a la aspiración y al sueño que cada uno pretende alcanzar. Esto nos aleja de la verdadera felicidad, ya que ésta es más consistente en la medida en que se desliga de los sueños y se conecta con la realidad.
La realidad de cada uno posee una serie de potencialidades que esperan por salir, como los brotes después de la lluvia. No hay que ver la realidad de otros y compararse. No hay que lamentarse por la suerte propia y envidiar el destino ajeno. No es la realidad del otro la que nos va a hacer felices. La felicidad de cada uno, está en la realidad de cada uno.

Lo que hay que hacer es liberar la propia realidad de esas potencialidades dormidas que están latiendo, desplegarlas al viento y al sol, levantarlas y hacerlas crecer. Cuando las posibilidades se conviertan en realidades, nos darán más plenitud, haciéndonos sentir más com-pletamente nosotros mismos. No hay que buscar nuestro rostro en otro espejo. Tenemos que activar todas nuestras potencialidades.
La propia realidad es la posibilidad de cada felicidad, la cual no tiene que ver con los sueños, fantasías, anhelos y deseos sino con la posi-bilidad que emerge de la realidad de cada uno. No podemos, en la vida, vestir la “ropa” de otro. No se puede vivir una existencia prestada y ajena. Cada uno tiene sus propias expectativas y su singular realidad…
La felicidad se construye. Es una artesanía personal que puede llevar muchos años diseñar y disfrutar. Es una tarea ardua, un trabajo lento y, a menudo, fatigoso. Se necesita creatividad, empeño, tesón, paciencia y sacrificio. Sucede que actualmente se promueve una felicidad de consumo, fácil, inmediata, descartable, pasajera, ficticia y sin esfuerzo.
¿Por dónde pasa tu felicidad? ¿Por tus sueños o por tu realidad? ¿Tu felicidad tiene por destino lo material, lo afectivo, lo espiritual?,
¿En dónde ponés tu felicidad más profunda?…

Momento contemplativo

La fecundidad, es lo que experimentamos en un momento concreto de la vida. Cada persona en “su momento oportuno”.
Fecundidad, que se encuentra la mayoría de las veces en “lo oculto”, como hizo aquel hombre que halló un tesoro escondido, en un campo…
Fecundidad, que se muestra en “la vida escondida con Cristo en Dios”, como fue la vida de Santa Teresita…
Fecundidad, que cantó con alegría, la Virgen María al experimentar la mirada de Dios que se poso en su pequeñez…
Fecundidad que se revelo, una noche en Belén, en aquella cueva oculta…
Como vemos, la llamada a la plenitud, nos invita a entrar en el corazón y descubrir, que plenitud buscamos, que felicidad anhelamos, hacia donde corremos…
Vamos a tomar para la oración, el Cántico de la Virgen, para que gustándolo internamente, podamos como ella, descubrir como el Señor: ha hecho, hace y hará, con cada uno de sus hijos…
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende
de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono
y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para siempre» (Lc. 1, 46-55).

+ Podes poner ante el Señor tus anhelos más hondos…
+ Sentí toda tu persona, ante la bondadosa mirada del Señor…

María e Isabel Zefirelli

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