Momento de Reflexión
Diego Fares sj
Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 35 ss.).
Bienaventurados los que, como Pablo, se glorían en las tribulaciones sufridas por anunciar el Evangelio (2 Cor.1, 2-9). Abundará en ellos la consolación del Padre.
Jesús sufrió angustias por nosotros
Tribulación viene de “Thlibo”, que significa opresión, aprieto, angustia, sufrimiento, turbación… Nos hace bien contemplar cómo Jesús experimentó este sentimiento tan nuestro ante la proximidad de su Pascua: Les decía a sus amigos: “Qué angustiado estoy hasta que este bautismo se cumpla” (Lc 12, 50). En Juan el Señor dice: “Mi alma está turbada Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre’. Vino entonces una voz del cielo: ‘Le he glorificado y de nuevo le glorificaré’” (Jn 12, 27-28).
No es fácil vivenciar qué significa “gloriarse en las tribulaciones”
Confieso que siempre he comprendido intelectualmente que la palabra “gloria” contiene algo importantísimo, pero existencialmente su sentido me excede, se me escapa. ¿Qué quiere decir “gloriarse en las tribulaciones”? ¿Cómo puede decir Jesús “glorificá tu Nombre” en vez de “sacame el peso de esta angustia, salvame de esta tribulación”?
La gloria de un ser es su peso, su valor real
Buscando y meditando sobre lo que significa “gloria”, me iluminó mucho una frase del Vocabulario de Teología Bíblica de Jean Dufour que dice: “En la Biblia hebraica, la palabra que significa gloria (kabod) implica la idea de peso. El peso de un ser en la existencia define su importancia, el respeto que inspira, su gloria. Para el hebreo, a diferencia del griego y del castellano, la gloria no designa en primer lugar el brillo y la fama sino el valor real, estimado por el peso.
El amor no siempre brilla, pero tiene peso
Esta pequeña palabrita “peso” es capaz de iluminar todo el evangelio con su gloria. Despleguémosla. Podemos decir: el amor no siempre brilla, pero tiene peso. Y la gloria es el peso del amor. ¿Cuánto pesa el amor? El amor puro (la pureza del amor es la gratuidad) pesa como el oro de 24 quilates: unos gramos valen mucho. El amor de Jesús, el amor que Jesús derrama gracias a su Espíritu en nuestros corazones, tiene peso de eternidad: un pequeño gesto de amor gratuito es capaz de inclinar la balanza de toda una vida hacia el lado de Dios. El amor puro tiene el peso de Dios, porque Dios es Amor. Su peso es absoluto, infinito, eterno. Pesan tanto el amor de las dos moneditas de la viuda como la mitad de los bienes de Zaqueo; pesan tanto los cinco pancitos del chico aquel que se los ofreció a Jesús como los cinco mil panes que comieron con gozo los comensales y las doce canastas que sobraron. Pesa tanto el amor arrepentido del publicano en el templo como el del buen ladrón en la Cruz. Y una gota de la Sangre del Señor pesa más que todos los pecados del mundo. Pesa igual el amor de María que reza en lo secreto de su cuarto como el de cada persona que alaba en secreto a Dios y el de la Iglesia entera que reza las Horas. El amor tiene peso y el peso del amor es la gloria de Dios.
Gloriarse en las tribulaciones en Pablo
Aquí es donde se relacionan tribulaciones y gloria, angustias y consuelo, Cruz y Gloria. Es cuestión de peso. Pablo lo expresa con sencilla claridad en su carta a los Corintios:
“Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas (2 Cor 4, 16 ss.).
El peso breve de la tribulación y el Peso eterno del Amor
El peso de la tribulación, que causa angustia y opresión, se equilibra y es superado por el peso ─ la gloria ─ del Amor. Un Peso –el del Amor de Cristo- aliviana el otro. Experimentar su diferencia específica, consuela. El peso de la tribulación lo experimentamos como pasajero, el del amor como eterno. Por eso el Señor cuando nos pide que carguemos con el peso de su Cruz, agrega que “su carga es liviana y llevadera”. La consistencia, el valor, el precio del Amor, asientan el corazón, lo centran con su propio peso.
El peso se siente comparativamente
“Mi amor es mi peso”, como decía Agustín, mi amor es mi fuerza gravitacional, lo que me inclina a desear y a obrar en bien de lo que amo. Sentir este peso valioso (glorioso) es lo que consuela. ¿Cómo decirlo? No es que los sufrimientos consuelen. Consuela sentir los dos pesos, consuela poder compararlos y experimentar que, sintiendo el peso de una pena, se siente que el peso del Amor del Señor pesa más. El Peso del amor –su Gloria- se revela interior tanto a la angustia como a la alegría. Por sí mismas, angustias y alegrías, son “efectos”, por decirlo de alguna manera. Lo que las hace valiosas o vanas es el Peso del amor con que, unidos al Señor, les encontramos sentido y las vivimos. Por eso Pablo puede decir:
“Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 3-5).
Gloriarse no es vanagloriarse sino “cargarse con el peso del amor del Señor”.
Se gloría aún en las tribulaciones, es decir: no sólo cuando todo le va bien. Y encuentra en las tribulaciones mismas no un beneficio secundario sino un beneficio que brota de la misma tribulación. Gloriarse no es “vanagloriarse” o fanfarronear. Gloriarse es experimentar y bendecir el peso de lo valioso que la tribulación da a luz: la paciencia, la virtud probada (aquilatada como el oro), la esperanza que no defrauda… Y todo esto “porque “pesa más que todo” el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”. Gloriarse es “cargarse con el peso del Amor del Señor allí donde la vida nos carga con la tribulación.
¿Hay algo que pese más que el Amor de Cristo?
Cuando Pablo dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? está diciendo: “habrá algo más pesado, algo que pese más que el Amor de Cristo y haga que nuestro corazón se incline hacia otros bienes? ¿Qué será eso más pesado que el Amor del Señor?:
“¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?…”. Pablo considera a todo como “desecho”, como “sin peso ni importancia” con tal de experimentar el peso (la gloria) del Amor de Cristo: “estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 35 ss.).
La caridad de Cristo en nosotros es la fuente de la gloria que consuela. Y esta caridad se muestra en toda situación: “Su caridad sea sin fingimiento (siendo) constantes en la tribulación” (Rm 12, 12).
No todo pesa igual en el dolor
La tribulación no es buscada en cuanto tal sino que siendo constantes en ella se experimenta el peso del amor del Señor. Gracias a la constancia, Pablo descubre matices en las tribulaciones, matices que hablan de cómo no todo es lo mismo, no todo dolor pesa igual. Mirando a Jesús, sintiendo el Peso de la Gloria de su Amor, se puede encontrar “modos de padecer” con paciencia, mansedumbre y amor, que hacen no solo soportable el dolor sino que lo vuelven carga liviana y llevadera:
“A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio, antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos” (2 Cor 6, 3 ss.).
Poder gloriarse en la tribulación es un Don del Padre
La Gloria ─ el hacer sentir este peso dulce del Amor del Señor en medio de las tribulaciones ─ es un don del Padre. Y es un don eclesial: nos une a Jesús y a su Iglesia, esposa amada. El peso de la Gloria ─ lo valioso del amor ─ nos hace sentir un solo cuerpo con Cristo y los demás.
No nuestros sufrimientos sino los de Cristo
Por eso dice Pablo:
“Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Fil 1, 24).
El sentido de amor salvador es lo único que pesa en la vida con un valor definitivo. De allí que Pablo exclame:
“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación de ustedes; si somos consolados, lo somos para el consuelo de ustedes, que les hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos” (2 Cor 1, 3 ss.).
La clave está en la frase que dice: “abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo”. La tribulación del cristiano no es un castigo ni una mala suerte que le toca a uno. No se trata de sufrimientos “míos” sino de los sufrimientos de Cristo”. En definitiva lo que “tiene peso de gloria” es Jesucristo en nosotros, su pasión y su resurrección. Es más, su vida entera. El amor tiene peso porque se encarnó: el amor tiene un caudal de gloria que pesa como el Niño en el Pesebre y como el Señor en la Cruz, o en los brazos llenos de Piedad de su Madre. El Amor tiene el peso de gloria del Niño Jesús en los brazos de San José. El amor tiene el peso leve y glorioso de la Eucaristía en nuestra mano y en nuestra boca. El amor pesa en nuestra frente con la presión del pulgar del sacerdote que nos perdona haciéndonos la señal de la Cruz. Gloriarse es, pues, cargarse y revestirse con estos pesos.
Carácter transitivo de la gloria
Y así como lo que consuela es experimentar el peso del amor de Cristo en el peso del sufrimiento, así también consuela sentir que el peso soportado con amor alivia el peso de los padecimientos de los hermanos. La amistad en Cristo de los que padecen juntos por el evangelio es la mayor fuente de gloria y de consuelo. No se trata del peso insoportable de un dolor solitario sino del peso lleno de sentido porque se comparte y sella la amistad en el Señor, como les sucedió a los Apóstoles cuando salieron contentos de haber sufrido latigazos juntos por el Nombre del Señor. La Gloria de Dios no hace que brille no cada persona aislada sino el amor que fluye entre los que comparten las tribulaciones por el evangelio.
Pablo es de los que saben alegrarse en esta amistad que fructifica en medio de las tribulaciones:
“Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones. Efectivamente, en llegando a Macedonia, no tuvo sosiego nuestra carne, sino, toda suerte de tribulaciones: por fuera, luchas; por dentro, temores. Pero el Dios que consuela a los humillados, nos consoló con la llegada de Tito, y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo que le habíais proporcionado, comunicándonos vuestra añoranza, vuestro pesar, vuestro celo por mí hasta el punto de colmarme de alegría (2 Cor 7, 4 ss.).
Queda así planteada toda una manera de sentir y gustar el peso de la gloria del Amor de Dios. Una gloria en la que hay brillo y resplandor a veces. Y otras, lo visible se nubla y se vela por el dolor. Pero el peso del Amor nunca deja de pesar en el corazón. La tribulación también “pesa”: por eso produce opresión, angustia…, Pero cuando a ese peso natural de las cosas duras de la vida se le suma el Peso del amor de Cristo y del amor a los hermanos, este Peso glorifica, transfigura el otro peso: y en la angustia misma se encuentra la consolación. El peso del amor compartido, el cargar el peso de la cruz junto con Cristo y los demás, hace que se vuelva valioso, que cobre peso, la propia vida.
Gloriarse en las tribulaciones en Ignacio
En Ignacio, el deseo de hacerlo todo “para la Mayor Gloria de Dios”, va por este mismo lado. La Mayor Gloria de Dios no es en Ignacio algo grandioso que brille exteriormente. Puede serlo, como de hecho sucedió en la Transfiguración. Y por algo Jesús dice que “nuestras buenas obras tienen que brillar para que los que las vean alaben al Padre”. Pero la Mayor Gloria de Dios puede ocultar su brillo a los ojos de los hombres y puede manifestarse también bajo apariencia totalmente contraria, como la Gloria de Cristo en la Cruz. Teresita lo expresaba así: « Comprendí lo que era la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me mostró que la verdadera sabiduría consiste en ‘desear ser ignorada y no ser contada para nada’; en poner el gozo en el menosprecio de sí mismo”.
Que sólo Dios pese
En los ejercicios hay un texto que puede ayudarnos a comprender cómo vive Ignacio la Gloria de Dios y su papel dentro del Plan de Dios. Habla de cómo tiene que proceder el que acompaña en los ejercicios:
“En los tales exercicios espirituales, más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a su ánima devota, abrazándola en su amor y alabanza y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante. De manera que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; mas estando en medio, como un peso, deje inmediatamente obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor” (EE 15).
Es el Peso del Amor del Señor el que debe inclinar al alma hacia lo que será su mayor servicio y mayor gloria. Y el que acompaña, buscando no influir, busca la Gloria de Dios y no su propia gloria.
En los modos para hacer una buena elección, el criterio de la gloria de Dios y del peso también van juntos:
“Es menester tener por objeto el fin para que soy criado, que es para alabar a Dios nuestro Señor y salvar mi ánima; y con esto hallarme indiferente sin afección alguna desordenada, de manera que no esté más inclinado ni afectado a tomar la cosa propuesta, que a dejarla, ni más a dejarla que a tomarla; mas que me halle como en medio de un peso para seguir aquello que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima” (EE179).
El discernimiento y la elección en Ignacio es cuestión de peso, de que el Señor “mueva e incline todo mi ser –inteligencia, voluntad y afectos-.
“Pedir a Dios nuestro Señor quiera mover mi voluntad y poner en mi ánima lo que yo debo hacer acerca de la cosa propuesta, que más su alabanza y gloria sea, discurriendo bien y fielmente con mi entendimiento y eligiendo conforme su santísima y beneplácita voluntad” (EE 180).
La preocupación de Ignacio es que el peso del amor y gloria del Señor sea el que incline la balanza:
“(Lo que cuenta es que) “aquel amor que me mueve y me hace elegir la tal cosa, descienda de arriba del amor de Dios, de forma que el que elige sienta primero en sí que aquel amor más o menos que tiene a la cosa que elige es sólo por su Criador y Señor” (EE 184).
Gratuidad de la gloria o “el peso sin peso del amor”
Ahora bien: donde mejor se puede ver que para Ignacio la gloria no es algo exterior sino cuestión del peso del amor, es cuando habla de la manera más perfecta de humildad (o de amor, como traduce en otros ejercicios):
“La 3ª es humildad perfectísima, es a saber, cuando incluyendo la primera y segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecerme más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores, y (pido) desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE 167).
Aquí se ve que el peso del amor a Jesús es lo que glorifica y llena de consuelo el corazón de Ignacio. Y se ve claro que se trata de un peso cualitativo y gratuito. Si es igual gloria de Dios sufrir pobreza y persecuciones que tener riqueza y alabanzas, por asemejarse más a Jesús, prefiere la cruz. La expresión de Ignacio será “vestirse de la vestidura y librea de Cristo” pobre y despreciado. Revestirse del oprobio del Señor, que es gloria que no brilla, hace sentir y gustar el peso de su amor.
Pedir un amor doble
Desear esto no es posible sin ayuda. Teresita nos enseña cómo buscarla. Impulsada por “el peso de sus deseos audaces” les pedía a los santos del Cielo que le dieran un Amor doble, ya que se sentía la más pequeña. Y como ve que no puede reflejar la Gloria de Dios con grandes obras, promete demostrar su amor con flores, perfumes y cantos al Señor.
Momento de Contemplación
Hna Marta Irigoy MD
Bienaventurados los que, como Pablo, se glorían en las tribulaciones sufridas por anunciar el Evangelio (2 Cor.1, 2-9). Abundará en ellos la consolación del Padre.
Vamos a quedarnos en esta noche, con las últimas palabras de la Bienaventuranza de Pablo:
“Abundará en ellos la consolación del Padre”
Pablo ha hecho memoria de la presencia de Dios durante toda su vida, y por eso cuando dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? – Rm 8, 35-, tiene como base –su Principio y Fundamento- la confianza total en la obra de Dios. Pues antes ha dicho:
“Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó”. -Rm 8, 28-
Y este saber es comparado a la sabiduría de la vida, de quien aprendió a vivir, y dejo que se escribiera en ese lugar tan vulnerable y a la vez tan fuerte, que llamamos corazón, que todo lo que acontece en nuestra existencia tiene como fuente una certeza, que muchas veces no sabemos descubrir, porque permanece oscura hasta que pasado un tiempo, – ya que muchas veces las lágrimas nos van limpiando la mirada- vemos con ojos nuevos que Dios camina al lado del que sufre y consuela al afligido.
Dios consuela. Pone firmeza en nuestros pies, cuando la vida nos hace sentir que el suelo se hunde. Dios pone suelo firme a nuestros pies y ese suelo firme se llama: confianza…
* Vamos a volver al corazón, para recordar a aquellas personas que han significado en nuestra vida, un lugar seguro donde hacer pie. Personas que fueron lugar de descanso y alivio. AGRADECE A DIOS POR ELLAS. Ya que fueron el Rostro de Dios que iluminaba la oscuridad del camino…
* Vamos a recordar también, aquellas personas a las que por medio del consuelo que nos venía de Dios, fuimos casa que recibe, manos que acarician, pies que caminan al lado. REZA POR ELLAS. Ya que te fueron encomendadas por Dios para que la luz que venía de su consuelo iluminara sus pasos…
Dios que habitas dentro. -Joice Rupp-
Dios que estás con nosotros
en los buenos y malos momentos,
volvemos nuestros corazones
de nuevo hacia Ti y
proclamamos que nadie puede
ponerse entre nosotros y tu Amor,
aunque tengamos problemas,
estemos preocupados o perseguidos,
carezcamos de comida o ropa,
seamos amenazados
e incluso atacados.
Pueden crecer nuestros momentos de dificultad
porque la fuerza de tu Amor trabaja en nosotros.
Como estamos seguros de esto,
ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados,
nada de lo que existe,
ni de lo que esté por venir,
ni poder, ni altura, ni profundidad,
ni ninguna cosa creada,
nos podrá separar de tu amor visible en Jesús.
Nos apoyamos en Ti y te damos gracias. Amen.
-adaptación de Rm 8,35-39-