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Archive for 3 de junio de 2009

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Momento de Reflexión

Diego Fares sj

“Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta”

Bienaventurados los que, como Pablo, saben contentarse en todo: en la abundancia y en la privación, en la riqueza y en la pobreza. Vivirán serenos en toda situación.

La libertad espiritual en Pablo

En su carta a los Filipenses, Pablo agrade-ce a los cristianos por la ayuda económica que le hicieron llegar al recibir noticias de que estaba preso. Y en la carta sale a la luz con mucha fuerza su libertad de espíritu: cómo ha “aprendido a hacer frente a cualquier situación”.
“Yo aprendí a bastarme con lo que tengo. Sé vivir con estrechez y sé también nadar en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta” (Fil 4, 11-12).

Las expresiones de Pablo tienen sus matices: Pablo dice que ha aprendido a “bastarse” a “contentarse” (autarkes) “en lo que esté”, “en la situación que le toque vivir”. “Autarkes” literalmente significa ser “autosuficiente” y, generalmente, autosuficiencia suena a orgullo o a vanidad. Pero no es en este sentido que usa Pablo la palabra: él habla de un bastarse a sí mismo “con lo que ven-ga” porque “encuentra fuerzas para todo en Aquel que lo conforta”. Contentarse y encontrar fuerzas en Otro, en “Jesús que lo conforta”, no es algo automático, algo que Pablo posea de ma-nera tal que nada lo afecte. Al contrario, a Pablo le afectaba todo (“Quién desfallece sin que des-fallezca yo” 2 Cor 11, 29). De lo que se trata es de ese ejercicio de confortarnos en Cristo, por el cual, cuando algo nos ata ─ un temor, una cul-pa, una necesidad, una ansiedad…─ nos libera-mos interiormente atándonos sólo al mandamiento de permanecer en el amor.
Es muy iluminadora la carta a Timoteo en cuanto al sentido de esta “autosuficiencia en la fe”. Pablo le habla a Timoteo de los que están “ávidos de discusiones y vanas polémicas” y dice que pretenden hacer de la “piedad” (de lo religioso) fuente de ganancia”, y agrega: “Es verdad que la piedad reporta grandes ganancias, pero si va unida al “desinterés” (autarkeias), al saberse contentar con lo que se tiene sin avaricia. Porque la avaricia es la raíz de todos los males” (1 Tm 6, 4-10).
Desinterés, contentarse, bastarse… son los significados de esta libertad interior que conforta, cuyo contrario es la esclavitud de la avaricia que lleva a ambicionar más y más. Esta avaricia tiene una cara “pasiva”, por así decirlo, que es el descontento, el no sentirse nunca satisfecho con lo que el Señor nos da.
Este avaricia pasiva o descontento consiste en andar esclavos de la queja, disconformes con la situación que nos toca vivir en el presente. En la Iglesia y en la comunidad es frecuente esta tentación, que parte de los “habría que…”, de “lo que me hicieron” o de “lo que nadie hace”… con todos los etcéteras. Es fuente de desánimo y de inquietud.
Lo contrario es la alegría de poder servir al Señor y al evangelio en la situación tal como se da: comulgando, serenamente, con el momento presente.
Pablo no dice que pueda “cambiar” toda situación de mala en buena. Ni siquiera le interesa. Sí le interesa “estar contento” de poder cumplir su misión evangelizadora en la situación en que le toque, seguro de que siempre encontrará fuerzas en Aquel que lo conforta. Esta gracia transforma a Pablo en alguien manso y amable de corazón (prautes), él, que era naturalmente de carácter apasionado e impulsivo (Cfr. Col 3, 12 y Tit 3, 2). Así pues, no se trata de que el Señor nos libre de todas las cosas malas, sino de que siempre nos conforte interiormente.

Libertad interior y sentido del tiempo cristiano

La bienaventuranza habla de un “andar serenos”, de un andar holgados ─ no ahogados ─, contenidos y contentos ─ no angustiados ─, con tiempo ─ no ansiosos ─, respirando libertad interior en el Espíritu. El “estar hecho a todo” paulino tiene su sentido en lo pasajero del tiempo. Como les dice a los Corintios:
“Les digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo los quisiera libres de preocupaciones” (1 Cor 7, 29-32).
El contentarse en Cristo no es sólo en las penas, también en la alegría! La alegría de Pablo tiene una dimensión de adherencia exclusiva a Jesucristo que supera el ahora, una adhesión en la fe que “posee” ya lo que no ve, lo que espera. Es una alegría que no proviene de otra fuente que no sea aquella que asegura que “el Señor está cerca”. Y “cerca” implica una distancia, un todavía no que, al mismo tiempo, es algo fuertemente presente por el don de la Esperanza.
No es una alegría estética o sentimental, no es de esas alegrías que se pueden aferrar en un instante de emoción y luego se graban en el alma con una nostalgia particular, ya que se las sabe fugaces, pasajeras. La alegría cristiana es de otra índole. No depende de las alegrías o penas huma-nas. Está abierta –tanto en las alegrías como en los sufrimientos- a la alegría del Señor mismo resucitado, presente entre nosotros. Es la “alegría que nada ni nadie nos puede quitar”, prometida por el Señor en el evangelio, porque el que se alegra o contenta en Cristo, puede hacerlo siempre. El Espíritu nos libera de todo lo que no nos deja alegrarnos en Cristo: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor 3, 17).

La libertad espiritual en Ignacio

En Ignacio esta libertad espiritual se llama “indiferencia”. «La indiferencia ignaciana es la apertura radical a las exigencias de la voluntad de Dios. Voluntad que el Espíritu va mostrando al hombre en su historia concreta, que se encamina hacia el fin último: la salvación. Esta indiferencia ignaciana se da en la tensión entre dejar y elegir, entre estar disponible y comprometerse activamente, entre abrirse a escuchar al Espíritu y res-ponder con amor concretado en obras. No tiene nada de neutralidad ni de escepticismo. La indiferencia ignaciana está tensionada más por una “preferencia”, que mueve a elegir lo mejor, que por las cosas que hay que dejar. Preferir a Jesús a todo, hace que las cosas encuentren su lugar, siempre relativo, transitorio, no absoluto. De ahí la paz de esta indiferencia.
Hay en el Kempis, librito de cabecera de Ignacio, un hermosísimo pasaje que se titula así: Que se ha de descansar en Jesús sobre todos los bienes. Lo lindo que tiene es que pone todas cosas positivísimas y a Jesús por encima de ellas. De modo que no es difícil ejercitarse en “ver a Jesús y amarlo” en todas las cosas lindas de la vida, para luego saber también sentirlo valioso en las duras y difíciles.
“Alma mía, descansa sobre todas las cosas siempre en Dios, que Él es el eterno descanso de los santos.
Concédeme tú, Dulcísimo Jesús, que descanse en Ti sobre todas las cosas creadas.
Que descanse en Ti sobre toda salud y hermosura;
Que descanse en Ti sobre toda gloria, honra, poder y dignidad;
Que descanse en Ti sobre toda ciencia, riquezas y artes;
Que descanse en Ti sobre toda alegría, gozo, fama y alabanza; incluso sobre toda suavidad y consolación;
Que descanse en Ti sobre toda esperanza, promesa, mérito y deseo; sobre todos los dones y regalos que me puedas dar;
Que descanse en Ti sobre todo gozo y dulzura que mi alma pueda recibir y sentir: en fin, que descanse en Ti sobre todo lo que no eres Tú, Dios mío. Porque Tú, Señor Dios mío, eres bueno sobre todo: Tú solo altísimo y digno de ser amado por sobre todas las cosas. Por eso es poco y no basta cualquier cosa fuera de Ti. Y no puede mi corazón descansar verda-deramente y contentarse del todo si no descansa en Ti. Oh, Jesús mío amadísimo. ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en Ti?”

Recuperar una y otra vez la alegría y la paz en Dios

En el Principio y Fundamento de sus Ejerci-cios Ignacio nos hace pedir la gracia de “hacer-nos indiferentes”. Supone que un cristiano no está siempre indiferente. Todo lo contrario, es propio del cristiano apasionarse por las cosas, especialmente por aquellas que el Señor le encomienda. Y sin embargo, debe estar siempre dispuesto a rever en Dios todas aquellas cosas en las que hay libertad y que no están prohibidas. Un buen ejemplo nos lo da el Padre Ribadeneira contando la reacción de Ignacio ante la perspectiva de la desaparición de lo que más amaba: la Compañía de Jesús:
“Estando una vez Ignacio enfermo, le avisó el médico que no diese lugar a tristeza ni a pensamientos penosos. Y, con esta ocasión, comenzó a pensar atenta-mente dentro de sí qué cosa le podría suceder tan desabrida y dura que le afligiese y le turbase la paz y sosiego de su alma. Y, habiendo vuelto los ojos de su consideración por muchas cosas, una sola se le ofreció (la que tenía más metida en sus entrañas): y era si, por algún caso, nuestra Compañía se deshiciese. Pasó más adelante, examinando cuánto le duraría esta aflicción y pena en caso que sucediese; y le pareció que, si esto aconteciese sin culpa suya, dentro de un cuarto de hora que se recogiese y estuviese en oración, se libraría de aquel desasosiego y se tornaría a su paz y alegría acostumbrada. Y aún añadía más: que tendría esta quietud y tranquilidad, aunque la Compañía se deshiciese como la sal en el agua. Que es señal evidente de cuán arraigado estaba su corazón en Dios, y cuán conforme con la divina voluntad en todo”.
Se ve bien en este ejemplo lo que es la gracia de la libertad interior y ese “sentir fuerzas en todo en Aquel que nos conforta”.
Otro ejemplo nos lo cuenta el Padre Cámara:
“Estando, pues, el 23 de Mayo de 1555, día de la Ascensión, en una habitación con el Padre, él sentado en el apoyo de una ventana y yo en una silla, oímos repicar la señal que anunciaba la elección del nuevo Papa; y, a los pocos momentos, vino el aviso de que el electo era el propio cardenal teatino Carafa, que tomó el nombre de Paulo IV. Al recibir esta noticia, el Padre experimentó una notable conmoción y alteración en el rostro; y, según supe después (no recuerdo si por él mismo o por Padres antiguos a quienes él lo había contado) se le estremecieron los huesos del cuerpo. Se levantó sin decir una palabra, y entró en la capilla. Y, muy poco después, salió tan alegre y contento, como si la elección hubiera sido muy a su gusto. Y, como el Papa fue muy mal recibido y se murmuraba de él en Roma, por ser allí considerado como excesivamente riguroso, comenzó al punto el Padre a fijarse y a descubrir las cualidades y buenas obras que en él se podrían observar, y después las contaba a cuántos le hablaban de él”.

Facilidad en todo con suavidad grande

Nadal explica así la Indiferencia:
“Mortificándose así uno en todo y ejercitándose bien en esto, y regulando su amor en todas las creaturas por lo que debe al Señor, no amando a ninguna sino porque El lo quiere, viene a adquirir uno la libertad del espíritu, que no es otra cosas sino una facilidad en todo, usando de uno y otro medio, sea oración u otro alguno, conforme a la cosas que se trata; y de tal manera que sea pronto a escoger lo que será más conveniente y conforme al servicio del Señor, dejando lo contrario. Y esto con suavidad grande, sin resabio, disgusto ni ansiedades…”.
Es la bienaventuranza de la prautes o mansedumbre y dulzura del corazón, de la libertad espiritual y del contento puesto sólo en Jesús. El P. Cámara introduce este concepto de “regular” el amor a las creaturas con el Amor a Jesús. Nosotros solemos estar sumergidos en el amor a las creaturas y cuando sentimos dificultades nos dirigimos al Señor. De lo que se trata es de ir siempre primero directamente al Señor –en las alegrías y en las tristezas- y confortados en su Amor, descender a las creaturas “regulando”. Esta es la fuente de la suavidad y del sosiego, de la paz y de la libertad espiritual.

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Momento de Contemplación

Hna Marta Irigoy, misionera diocesana

 

Bienaventurados los que, como Pablo, saben contentarse en todo:  en la abundancia y en la privación, en la riqueza y en la pobreza. Vivirán serenos en toda situación.

 La Bienaventuranza de Pablo, con la que hoy vamos a iluminarnos en el Taller, nos trae a la memoria, una de las Bienaventuranzas más lindas que enseño y vivió Jesús: “Felices los mansos porque recibirán la tierra en herencia”– Mt.5, 4- y hace resonar en el corazón, su enseñanza sobre el secreto de su serenidad: “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”- Mt.11,29-.

 Piet van Breemen tiene un escrito muy hermoso, sobre la mansedumbre, al que tituló: “La Prautes”:

  “La palabra “prautes”, podría servir como resumen de las ochos Bienaventuranzas. Y lo mismo se puede decir de los frutos del Espíritu Santo que Pablo enumera en Gálatas 5,22: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”. Tampoco estas son nueve cualidades aisladas, sino nueve expresiones del mismo Espíritu que, cuando se combinan, retratan a un cierto tipo de hombre y de mujer, la imagen autentica de un discípulo de Cristo, un Cristiano.

La  mejor traducción bien podría ser “con un corazón apacible”, lo que sugiere ausencia de agitación.  La “prautes” describe a la persona que irradia serenidad.

La verdadera serenidad consiste en la ausencia de preocupación. Es la paz de saberse aceptado por Dios tan como se es y abandonarse a su amor. Es descansar seguro con Dios en autentica intimidad con Él, sin lucha ni tensión”.

  Aprovechando la Fiesta de Pentecostés, vamos a pedir con fuerza al Espíritu Santo, para que nos  traiga sus dones y sus  frutos, y así  como Pablo podamos decir:

 “Sé vivir con estrechez y sé también nadar en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta” (Fil 4, 11-12).

 ¿Cómo llega a decir esto Pablo?. Porque se sabía creado, amado y aceptado por Dios, es su Verdad

También nosotros, desde esta experiencia, podemos lograr sentirnos libres. Cuando hacemos experiencia del Dios Creador, que soñó nuestra vida y la va “artesanalmente” trabajando con sus Manos, a través de acontecimientos diarios, logramos la paz, la serenidad, la mansedumbre, al “comulgar con el momento presente”.

 Pablo, nos dice: 

  • “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”- 2Co.3,17-
  • “La  prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre!-Gal.4,6-
  • “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios”- Rom.8,14-15-

El secreto de Pablo, fue dejarse habitar  y conducir por el Espíritu Santo, que hizo de él, un hombre  libre que pudo  ante las situaciones de carencia y abundancia vivir, confiado como hijo en las manos del Padre y  apasionado por dar  a conocer la verdadera vida en el Espíritu que hace que  cada hombre y cada mujer, pueda vivir en libertad.

Momento contemplativo:

  • Vamos a pedir el Espíritu Santo a través de la Secuencia.
  • Haciendo silencio en el corazón, veamos que sentimiento hoy me habita:                                       

                  ¿Paz, amor, alegría, paciencia, cordialidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza?

                ¿Angustia, agobio, tristeza, pereza, desanimo, desesperanza, enojo, etc.?

 Pido al Señor que me regale interiormente, el Espíritu para saberme  creatura soñada desde siempre,  para vivir en las Manos artesanas del Padre. Manos que sostienen, cuidan y hacen vivir  en libertad.

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       *     Terminamos rezando juntos un Padrenuestro.

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