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Archive for 7 de agosto de 2014

La dimensión social de la evangelización

en el muro

En “La dimensión social de la evangelización” – capítulo IV de “La alegría del Evangelio”- surgen algunas “ideas-fuerza”, por llamarlas de alguna manera, que están entre lo mejor que nuestro Papa tiene para ofrecer y pueden ayudarnos en esta tarea de “Repensar la cuestión social desde la mirada pastoral de Francisco”. Son expresiones de su afecto para con las personas en situación de pobreza. Escuchemos una frase suya: “No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión (EG 53). Utilizo la palabra afecto en el sentido de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, que son ejercicios para cambiar nuestra afectividad, para cambiar nuestro corazón virtual por un corazón de carne. Nuestra afectividad es el lugar donde hacemos síntesis, donde optamos y nos jugamos por los que más amamos.

La espantosa realidad que expresa la palabra “sobrantes”, sólo se cura desde el afecto: que nos afecte, que nos pese, la situación denigrante en que viven tantos hermanos, que nos afectemos con pasión a luchar por su causa, que nos aficionemos de tal manera al problema que nos volvamos creativos, inteligentes, a la hora de crear soluciones. La afectividad integra todas nuestras capacidades: pasiones y voluntad, inteligencia y sentidos. Francisco tiene en grado altísimo eso que San Alberto Hurtado, nuestro querido santo chileno que fundó El Hogar de Cristo, llamaba “el sentido del pobre”. Cuando hay afecto uno “siente”. Ese sentido es el que nos hace ver a Cristo en la persona de los más pobres y servirlos como a nuestros patroncitos (representantes del único Patrón, que es el Señor Jesús). La afectividad es cuestión de peso: el peso del amor que nos inclina decisivamente hacia lo que amamos de verdad.

Nos vamos a centrar en tres expresiones fundamentales de Francisco para “explicitar bien la dimensión social de la evangelización”. Porque si no la explicitamos bien, nos dice el Papa: “corre(mos) el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (EG 176). La primera expresión es “en situación de calle”.

 

En situación de calle

 

En la Iglesia hablamos comúnmente de “los pobres”. Por eso elegí este párrafo en que Francisco utiliza la expresión “en situación de calle”. El papa nos exhorta a “salir”, a ser una “iglesia en salida” y cambiar el lenguaje es una manera de “salir”. Porque hay un lenguaje que encierra y que enferma. Así como hemos cambiado y ya no decimos “discapacitados”, o “gente de la calle”, también tenemos que ser cuidadosos al decir “los pobres”. Sustantivar algo que socialmente es “accidental” implica encerrar a muchísima gente muy distinta, tan digna como cualquiera y con todas sus cualidades únicas y personales en una categoría que los invisibiliza.

El equívoco nos viene, creo, a nosotros de la teología y al pensamiento liberal, de su inclinación a naturalizar lo que no lo es.

A nivel teológico, e incluso  existencial, definirnos como pobres está bien y nos cabe a todos, porque el ser humano es pobre en cuanto que no posee su acto de ser, nuestra vida es don.  Pero si usamos el término pobres a nivel social es denigrante. Una persona no “es” un pobre, está en situación de pobreza. Decir que alguien “es” rico tiene cierto sentido, porque las riquezas se te pegan y pasan a formar parte de tu mismo cuerpo como alimentos, vestidos, operaciones y hasta inyecciones de sangre fresca!. Pero sustantivar la pobreza es, si se lo piensa bien, algo espantoso, porque es sustantivar lo que falta y no por un problema “natural”, sino por una cuestión social, totalmente revertible y en grandísima medida fruto de la injusticia. Incluso cuando un problema se debe a nuestra responsabilidad, como puede suceder con una adicción, es mejor no sustantivar (es un alcohólico, es un adicto…).

Por eso, aunque parezca un poco rebuscado y usemos comúnmente la expresión “los pobres”, es bueno hacer una pausa y tomar conciencia. Hablar de “situación” nos pone en un presente interpelante. Si es una situación puede (debe) cambiar, puede mejorar. Por eso la imagen que utiliza el Papa de que el mundo es como un gran hospital de campaña, ayuda a no sustantivar la pobreza. No somos un hospital de crónicos sino un hospital de campaña, que es como decir una guardia. En las guardias se mira “la situación del enfermo”, el que tiene heridas más graves. Esto es lo que se “sustantiva” y lo que mueve a la acción urgente y decidida para salvar vidas. Para ayudar a salir a la gente tenemos que aprender a llamar a cada uno por su nombre. Y distinguir nombres propios de situaciones es fundamental. Por eso la gente escucha al papa, porque siente que trata a cada uno como persona, por su nombre, y no como los que te tratan juzgando tu situación y condición como si estuvieran identificadas con tu persona: sos un preso, sos un adicto, sos un pobre…

 

¿Sabes lo que pesa un ladrillo?

 

La segunda expresión es “peso”. ¿Qué nos pesa de la situación social? En la vigilia de Pentecostés el Papa contó una historia: “Desearía contarles una historia. Ya lo he hecho dos veces esta semana, pero lo haré una tercera vez con ustedes. Es la historia que cuenta un midrash bíblico de un rabino del siglo XII.  Él narra la historia de la construcción de la Torre de Babel y dice que, para construir la Torre de Babel, era necesario hacer los ladrillos. ¿Qué significa esto? Ir, amasar el barro, llevar la paja, hacer todo… después, al horno. Y cuando el ladrillo estaba hecho había que llevarlo a lo alto, para la construcción de la Torre de Babel. Un ladrillo era un tesoro, por todo el trabajo que se necesitaba para hacerlo. Cuando caía un ladrillo, era una tragedia nacional y el obrero culpable era castigado; era tan precioso un ladrillo que si caía era un drama. Pero si caía un obrero no ocurría nada, era otra cosa. Esto pasa hoy: si las inversiones en las bancas caen un poco… tragedia… ¿qué hacer? Pero si mueren de hambre las personas, si no tienen qué comer, si no tienen salud, ¡no pasa nada! ¡Ésta es nuestra crisis de hoy! Y el testimonio de una Iglesia pobre para los pobres va contra esta mentalidad”.

Visualicemos por unos instantes ese ladrillo. La pregunta del título “¿Sabés lo que pesa un ladrillo?”, parafrasea al de la película sobre le juventud de San Alberto Hurtado, cuando está por exponer su trabajo para recibirse y llega tarde al examen, luego de haberse demorado visitando a las cosedoras de ojales en los barrios marginales de Santiago. Comienza a exponer y, a poco de empezar, el recuerdo de la mujer que había muerto el día anterior, dejando a su hijita con el oficio, lo conmueve al punto de dejar los papeles y preguntar al auditorio de profesores y abogados: ¿Quién sabe cuánto cuesta hacer un ojal? Ante los rostros de sorpresa del auditorio repite la pregunta: ¿quién de ustedes sabe cuánto cuesta un ojal de sus camisas? Esa es la pregunta “social”, porque, como agrega luego: “Hay lágrimas de mujeres pobres en los ojales de nuestras camisas…”.

El midrash del Papa hace que sintamos el peso del ladrillo, cómo pesa más que un obrero en nuestra preocupación diaria. Es la imagen del dinero, que es lo que más pesa. Y concreta el pensamiento, ya que la ética habla de aquello que pesa en la conciencia con su valor. Podríamos decir que “lo social” tiene que ver con el peso: cuánto pesa “todo el hombre y todos los hombres” (EG 181) en nuestro corazón. Porque ese peso es el que nos inclina a la acción, el que permite verificar si el evangelio que predicamos es verdaderamente el de Jesucristo. Por eso el Papa repite la historia siempre que puede, para que lo “social” resuene con toda su fuerza y complejidad en nuestro corazón. Lo social no se trata sólo de lo estadístico. Es cuestión de peso: el peso de las lágrimas de las mujeres pobres en nuestras camisas. El peso, como tiene que ver con el amor (“amor meus, pondus meus”; mi amor es mi peso, dice Agustín) tiene que ver con el sentido social. El cambio de mentalidad implica un cambio de peso: que nos pese lo social, lo común, el ser pueblo y no individuos aislados.

 

Cambio de mentalidad

 

La tercera expresión es “cambio de mentalidad”, y tiene que ver con el cambio de lenguaje con que nos fascina Francisco. Se trata de la cuestión del lenguaje de Francisco: sus narraciones, sus metáforas, sus frases proverbiales…, hacen a la necesidad de escapar de la prisión de un lenguaje abstracto que no le dice nada vivible al hombre de hoy. En su carta a Klaus Schwab, mentor del Foro Económico Mundial, el papa le decía: “Estoy convencido que una apertura tal a lo trascendente puede dar forma a una nueva mentalidad política y económica, capaz de reconducir toda la actividad económica y financiera dentro de un enfoque ético que sea verdaderamente humano. ¿Es posible “dar forma a una nueva mentalidad política y económica en el mundo actual”?  Cómo podemos reconocer esta “nueva mentalidad” que propone Francisco? Dando una vuelta de tuerca creo que el primer paso que nos propone, para repensar la cuestión social, apunta a repensar nuestra manera de mirar, a una verdadera conversión de mentalidad. Como dice Pablo: “No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12, 2).

En cuanto al contenido, sabemos cuáles son los grandes temas donde se enfoca esa nueva mentalidad: la inclusión social de los que están en situación de pobreza, la paz y el bien común. Bergoglio bajaba estos grandes ideales a nuestro lenguaje: “que la solidaridad hecha cultura” pase a ser una especie de «marca de fábrica», de «certificado de autenticidad» del estilo cristiano. “Es preciso crear una nueva mentalidad, que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos y cada uno por sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”. La música de esta nueva mentalidad tiene que ver con la alegría del evangelio: “Desterremos por un rato la mentalidad nostálgica y tanguera del “no va a andar”, para vencer a los profetas de desgracia que ya el camino los encuentra viejos y cansados… En el mundo actual, ya hay demasiado dolor y rostros entristecidos como para que quienes creemos en la Buena Noticia del Evangelio escondamos el gozo pascual. Por eso, anuncien con alegría que Jesús es el Señor. Cito estos textos de hace diez años, cuando Francisco era nuestro Cardenal, para que abramos los ojos a algo que es propio de la mentalidad cristiana: el paradigma es Emaús. El cristiano es una persona que no “posee” su mentalidad como un economista sus teorías o un político su ideología. Nuestra mente necesita que el Señor nos la abra, una y otra vez, mientras vamos de camino. Nuestra mentalidad necesita ser renovada cada día con el alimento cotidiano del Evangelio confrontado con la realidad cotidiana. Necesitamos la consolación del Espíritu para “ver las cosas de manera distinta, a la luz de Jesús. Teniendo esto en cuenta, podemos contemplar dos características que llevan el sello de Francisco y que constituyen esa manera tan suya de mirar la realidad que nos hace bien.

 

Marcar la diferencia

 

En primer lugar, diría que Francisco mira para marcar la diferencia. La suya es una mirada pastoral, pero no como la de un pastor bucólico que se adormece mirando pastar a su rebaño, sino que es la de un pastor que desea en todo dar la vida por sus ovejas, un pastor atento al lobo y a los mercenarios, un pastor que hurga hasta encontrar el pecado que acongoja a la oveja perdida y la reintegra en sus hombros al rebaño. Los que hemos experimentado la mirada de Francisco a lo largo de la vida, sabemos de lo que hablamos. Es una mirada que quiere incidir en la realidad, no quedarse como espectadora.

Hay una frase que les gusta a los que integran el Foro de Davos: “marcar la diferencia”. Al Papa también le gusta, parece, porque los primereó hablándoles de “una visión trascendente de la persona”; es más: les habló de “vida eterna”. Les citó el nº 205 de Evangelii Gaudium, donde es más audaz todavía: allí dice “¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire los planes (de los gobernantes)?”:

“¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pue­blo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva menta­lidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social” (EG 205).

A la nueva mentalidad que tenemos que formar entre todos, Francisco aporta “lo específico cristiano”: esa misericordia sin medida de Dios que rescata e incluye a todo ser humano. Y con esto marca la diferencia, “rompe las reglas” y “apuesta a lo grande”, como le gusta a los integrantes del Foro. Así, me animaría a formular de manera negativa la característica principal de la nueva mirada a que nos invita Francisco: si no te vas a jugar por tu pueblo, mejor hacete el distraído. Si mirás, si querés ver el dolor de los excluidos, que sea con una misericordia tal que marque la diferencia.

Como vemos, no se trata para nada de una nueva receta o de una teoría abstracta que se plasma en una Encíclica. Francisco habla de “dar forma”, de configurar una “mentalidad viva”, a una manera de pensar las cosas con una apertura tal que capte la realidad de modo original y haga surgir soluciones creativas inéditas. Esa nueva mentalidad quiere ser activa, creativa y eficaz.

 

Pensamiento incompleto

 

En segundo lugar, Francisco mira con la conciencia de quien sabe que su pensamiento es incompleto. De aquí vienen sus famosos aforismos. El mira sabiendo que la realidad es superior a sus ideas, que el todo es superior a la parte, que el tiempo es superior al espacio y que la unidad es superior al conflicto. Formulaciones como la que hizo en Tierra Santa: “construir la paz es difícil pero vivir sin ella es insoportable”, inciden allí donde uno piensa por sí mismo, no son frases hechas sino frases que interpelan a cada uno a que las confronte con su propia experiencia y guste la verdad que desvelan. Esta capacidad de entrar en diálogo, de motivarnos a pensar, que Francisco logra de modo admirable, tiene detrás una convicción: la de que la forma más alta del pensamiento es la de un pensamiento crecientemente abierto y, en ese sentido, “incompleto”.

Es propio de las formas de vida más altas tener una apertura que les permite interactuar con el medio en que viven y con los demás. Hace poco les decía a los profesores de la Gregoriana que «el teólogo que se complace de su pensamiento completo y concluido es un mediocre». Pensamiento completo es el de aquel que no “sale de sí en la adoración a Dios” y entonces: “termina ahogado en el más disgustoso narcisismo». Francisco subraya que el «buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento incompleto siempre abierto a la gran obra de Dios y a la verdad» y que «siempre» está «en desarrollo». Una característica de un pensamiento “cerrado” es que carece de bondad y de belleza. Y: «si falta la bondad y la belleza», se termina por ser «un intelectual sin talento», «maquillado de formalismo». El desafío de la actualidad –dijo Francisco- es «trasmitir el saber y ofrecer una llave de compresión vital» y «no un cúmulo de nociones sin relación entre ellas». Esta llave de comprensión la da “una verdadera hermenéutica evangélica» que lleva a entender «la vida» y «el hombre» con los criterios de Jesús.

Antonio Spadaro describe el Pontificado de Francisco como un pontificado de discernimiento y de pensamiento incompleto. Y dice que “ser hombres de discernimiento significa para el papa ser hombres de “pensamiento abierto. Esto significa que él no parece tener un “proyecto”, un plan teórico y abstracto para aplicar a la historia. Tiene en cambio un “diseño”, una experiencia espiritual vivida que toma forma por grados y que se traduce en términos concretos, en acciones. No es una visión “a priori” que hace referencia a ideas y a conceptos, sino una experiencia vital que hace referencia a “tiempos, lugares y persona” como pide San Ignacio de Loyola, y no a abstracciones ideológicas. Por ello esta visión interior no se impone sobre la historia buscando organizarla según las propias coordenadas, sino que dialoga con la realidad, se inserta en la historia de los hombres, se desarrolla en el tiempo. El camino que intenta realizar es para él abierto de verdad y rechaza las conclusiones fáciles, no es un mapa rutero escrito a priori: el camino se hace al andar”.

Esta nueva mentalidad, porque quiere marcar la diferencia y se sabe incompleta, es una mentalidad abierta a las dos trascendencias –a Dios en la adoración y al prójimo en el servicio-, es una mentalidad que sale de su centro y acude rápido a las periferias, desde donde se “ve mejor la realidad”; es una mentalidad dialogal, incansablemente dialogal, que privilegia a las personas por sobre las cosas y busca incluir a todos, no cuantitativamente, como individuos aislados, sino como pueblo organizado. Es una mentalidad, finalmente, dramática: el testimonio de su apertura es que está siempre atenta a escuchar el clamor de los pueblos, que anhelan la paz y una vida plena en todas sus dimensiones.

 

a. Mentalidad abierta a lo trascendente

 

El pensamiento incompleto es pensamiento “abierto” a las dos trascendencias: a Dios, en la adoración,  y al prójimo en el servicio, comenzando por los más necesitados. Por eso tomamos como punto de partida la intención profunda de la carta, que implica confianza en que sus interlocutores pueden abrirse a estas trascendencias: “La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida” (EG 203). Cuando se trata de una mentalidad, de una “cosmovisión”, de un paradigma, el planteo tiene que ir directamente a lo trascendente, al fin. No es cuestión, en primer lugar, de medios o de técnicas. Si alguien no se abre a estas dos transcendencias, es inútil discutir o dialogar.

Este enfoque apunta a ver “en perspectiva de vida eterna” y a ver a cada persona como “protagonista de su propia promoción”. La vida eterna brinda “aliento” a la teoría del progreso. Un progreso cuantitativo lleva a la desesperanza ya que promete “más de lo mismo”. Vida eterna significa que se puede progresar infinitamente en el conocimiento y el amor interpersonal. La promoción integral de la que cada sujeto es co-protagonista, brinda también aliciente a la tarea de ayudar, mientras que un mero asistencialismo termina por desgastar tanto al que ayuda como al que es ayudado.

 

b. Mentalidad dialogal

 

El pensamiento incompleto es eminentemente dialogal. Es decir: no autorreferencial, no monológica, no abstracta…  Lo dialogal se nota enseguida en el lenguaje del Papa. Destaco un detalle: el del humor.

El Papa considera su “aporte” al Foro como algo que espera los “enriquezca y les sea útil”.

No dejaría pasar este dejo de finísimo humor, que tiene algo de caridad angélica. El Papa quiere “enriquecer al Foro”. En la carta de Cuaresma Francisco habló de que Jesús nos enriquece con su pobreza. ¿Qué quiere decir? Que “Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica”, sino que se acercó, se hizo uno de nosotros, un pobre ser humano cuya única riqueza, como la de un niño, es estar en manos del Padre. “¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros”. Nos enriquece “cambiando nuestra mentalidad”. Como seres espirituales, inteligentes y libres, no hay mayor riqueza que la que nos brinda alguien cuando nos amplía nuestra visión y nos permite obrar por nosotros mismos con mayor plenitud en lo propio nuestro.

En detalles como éste, del humor, se nota que el Papa no comunica “mensajes” sino que “crea eventos comunicativos”, se implica personalmente en el diálogo “atento” a lo mejor del otro, a su mirada, a sus intereses, a su posibilidad de aportar lo propio para bien común. Por eso concluye: “espero que podáis ver en estas breves palabras un signo de mi atención pastoral y una aportación constructiva para que vuestra actividad sea siempre más noble y fecunda”.

·        Diálogo, diálogo, diálogo

 

“Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta es siempre la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social que es la que favorece el diálogo. Hoy o se apuesta por el diálogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, todos perdemos. Por aquí va el camino fecundo”.

Hablar del diálogo es un tópico, pero Francisco, que insiste tres veces, logra hacer creíble el diálogo. En la Biblia cuando se repite algo tres veces significa un deseo de hacer alianza con el otro mostrando cuánto le importa algo a uno.  Una primera reflexión iría por este lado: ¿por qué entusiasman los temas de siempre en boca de Francisco? ¿Son los temas de siempre? Evidentemente que hay un plus y creo que está en la importancia que el Papa da a cada sujeto y a la totalidad de los sujetos.

·         Importancia a los sujetos por sobre las cosas

 

En el diálogo importa que estén los sujetos que deciden sobre los temas y los sujetos que se ven afectados por esas decisiones. Antes que el contenido del diálogo está la importancia del sujeto.

Francisco nos muestra dos tipos de sujeto que no dialogan porque ellos mismos “se reducen” a sí mismos: unos reducen su ser a su saber o sentir (él lo llama gnosticismo), los otros reducen su ser a sus fuerzas (él lo llama neopelagianismo). El diálogo supone la convicción de nuestro ser social, de nuestra incompletud individual que es algo fundamentalmente positivo ya que nos impide ser seres cerrados y nos abre al amor del cual provenimos.

“Esta mundanidad puede alimentarse espe­cialmente de dos maneras profundamente empa­rentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuesta­mente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus pro­pias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inque­brantablemente fieles a cierto estilo católico pro­pio del pasado. Es una supuesta seguridad doc­trinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evan­gelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verda­deramente. Son manifestaciones de un inmanen­tismo antropocéntrico” (EG 94).

Apunto aquí que estos dos términos que Francisco usa a menudo y que, al leerse desde lo social se vuelven claros y son significativos: ambos caminos, el del gnosticismo y el del neopelagianismo, “no se interesan verdaderamente ni por Jesús ni por los demás”.

·        Los sujetos somos todos, pero no como suma sino como pueblo

 

Pero la clave cristiana en la que Francisco insiste es que “los sujetos somos todos”. Porque nadie niega hoy la importancia de los diversos saberes y del trabajo en equipo, pero la tendencia sigue siendo individualista, con sectarismos de elites. La inclusión de todos, también de los menos inteligentes y de los más débiles, es esencial a la cultura del diálogo.

“Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuen­tro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una socie­dad justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sen­timiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural” (EG 239).  Ahora, los sujetos somos todos no significa una mera suma de todos los individuos sino la totalidad conformada como pueblo. El Papa propone explícitamente que nos detengamos un poco en esta forma de entender la Iglesia –como pueblo fiel de Dios-.

¿Cuál es la mentalidad que tenemos que cambiar?  En el parágrafo “Persona a persona”, donde nos dice que ser discípulo de Jesús implica una disposición permanente a llevar a otros el amor del Señor en cualquier lugar y mediante un diálogo personal (EG 127-8), el Papa hace notar que: “Si el Evangelio se ha encarnado un una cultura, ya no se comunica sólo a través del anuncio persona a persona” (EG 129). No bastaría con hacer una predicación al estilo de los testigos de Jehová o de los mormones que tocan el timbre en las casa o paran a la gente en la plaza. Nuestro anuncio debe implicar el aspecto cultural. Por ejemplo, en nuestra familia, tenemos que buscar la manera de que la fe se vuelva “tradición familiar”, al estilo de cómo hacemos en familia las cosas lindas, las celebraciones, los paseos, la conversación sobre los temas de todos. En su ámbito de trabajo cada uno tiene que preocuparse por confrontar los valores del evangelio con los que se viven entre sus compañeros. Esto hará que la prédica no sea “descolgada” o de algo “puramente espiritual” sino de un evangelio encarna-do, que asume los desafíos del mundo y responde a sus inquietudes con propuestas superadoras. En el Hogar, por ejemplo, desarrollamos un trabajo constante para que nuestro lenguaje y nuestras estructuras sean evangélicos. No es lo mismo utilizar la palabra “asistidos” que la palabra “huéspedes y comensales”. Estas últimas tienen sabor evangélico y hacen que al nombrar a una persona como “huésped” se modifique mi actitud: esa palabra me pone en un dinamismo de acogida, me hace sentir lo lindo que es honrar al huésped… Por otro lado, hay palabras que vienen de lo social y que son mejores que otras. Usuario parece más impersonal que beneficiario. Sin embargo es más digno considerar que el otro es un usuario de nuestros servicios con todo derecho, tal como nosotros somos usuarios del agua corriente y de la luz y el gas, y no un beneficiario, como si fueran servicios que se le brindan por caridad. Uno no se siente “beneficiario” de los servicios básicos y bien que se indigna cuando le cortan la luz.

La reflexión sobre este aspecto “cultural” del Evangelio, nos lleva a reflexionar acerca quién es el que evangeliza y a oponer a nuestra mentalidad individualista una nueva mentalidad: es todo el pueblo de Dios el que anuncia el Evangelio.

·        Mentalidad que se enfoca en lo inclusivo

 

Lo esencial de la nueva mentalidad a la que el Papa nos desafía a dar vida creo que va por su carácter eminentemente social. El diagnóstico de la visión política y económica actual es que, a pesar de sus logros, que son valiosos, genera una “amplia exclusión e inequidad”. Y esto trae violencia, con consecuencias trágicas para todo tipo de personas concretas.  Por eso el remedio va por el lado de la inclusión. La nueva mentalidad requiere, en primer lugar, “un enfoque inclusivo”.

 

La inclusión no es algo obvio. En las ciencias actuales, incluso en las más teóricas como la filosofía, hay quienes plantean que es necesaria la “renuncia a aferrar la totalidad de lo real mediante el pensamiento” (Th. Adorno). Si esto se plantea a nivel filosófico no es de extrañarnos que la economía piense un país para veinte millones y no para los cincuenta que somos, o que el 46% del dinero esté en manos del 1% de las personas. Existe una mentalidad “reductiva” que es perniciosa no porque muestre una realidad dura sino porque es falsa. Planteo, sólo para invitar a la reflexión, dos cuestiones. Una teórica: nuestro pensamiento no puede “aferrar” la totalidad de lo real pero si puede “abrirse” –y de hecho es esa apertura- a la totalidad de lo real. Otra cuestión es práctica: no es posible “excluir” a nadie. Los excluidos “se incluyen” por las buenas o “nos excluyen” por las malas, a la corta o a la larga. Esta es otra manera de decir que “la exclusión engendra violencia”. Los excluidos se meten. Por eso, antes de enfocar, como quien enfoca un objetivo con su cámara, hay que creer en la posibilidad de ser captado que tiene el objeto. Hay que plantear que por el hecho de que ciertas ciencias no cuenten con el lente adecuado para algo tan complejo no quiere decir que esas ciencias no puedan ampliarse ni que no se puedan intentar otras miradas. En un campamento que hicieron nuestros jóvenes de la parroquia en San José de los Ríos (Cosquín), el primer día estaban deslumbrados por el paisaje y sacaban fotos a todo con sus celulares. A la noche, cuando salieron las estrellas como sólo saben hacerlo en las sierras, donde no hay smog, una de las chicas que trataba de sacar fotos al cielo en un momento exclamó: “esto no cabe en un celular” y se dedicó a contemplar sólo con sus ojos. Esta experiencia siempre me conmueve y la traslado del cielo estrellado a la humanidad multitudinaria: hay que mirarla con nuestros propios ojos, ensanchados por los de Jesús, el Buen Pastor que “mira a la gente con compasión”. Sólo esa mirada puede lograr un “enfoque inclusivo”. El Papa Francisco está entrenado en esa mirada. Dicen que no mira multitudes sino que en la multitud “pesca” rostros concretos y establece contacto. Y la gente se siente mirada en ese que privilegia aunque para verlo a él no pueda mirarme a mí. Pero está abierta la posibilidad. Es lo que sucede cuando se salva a una persona en una catástrofe o se incluye a un indigente en El Hogar: para ese uno es el cien por ciento lo incluido y por eso vale para todos.

 

Si la inclusión no es algo obvio, tampoco lo es el enfoque. Estamos hablando de “mirar humanamente” no a través de la mediación científica o técnica que “influye y modifica” la realidad al observarla con sus instrumentos. Guardini nos dice que el ojo humano no es como una cámara fotográfica. “El ojo humano se equivoca y se corrige, se orienta, elige y descarta. La cámara no. Hay cosas que no vemos o que falseamos por la intensidad de nuestro deseo o aversión. Cosa que no puede hacer la cámara, que fotografía objetivamente lo que tiene delante. Las fotos no se equivocan porque congelan la realidad en un instante (y si es un film, en varios cuadros por segundo). Pero el ojo humano capta infinitamente más porque se modifica al mismo tiempo que se modifica el ser que tiene delante y que se expresa. Por eso nos emociona más ver a alguien realmente que verlo por TV, aunque no nos demos cuenta, la cantidad de información –subjetiva y objetiva- que intercambiamos en un encuentro real es infinitamente mayor a la que captamos por TV”.

 

c. Mentalidad que se deja interpelar dramáticamente

 

El pensamiento incompleto se autentica en el dejarse interpelar dramáticamente por el otro.

Es tan importante esta visión trascendente que el Papa se juega antes de darla y la plantea dramáticamente, como reafirmación y desafío. “Sé que estas son palabras fuertes, incluso dramáticas”. En Evangelii Gaudium dirá: “Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra” (EG 208).

El carácter dramático es esencial a la “nueva mentalidad”. Hay “enfoques” que sólo hacemos cuando alguien “nos grita”, cuando escuchamos el clamor del otro: eso hace que uno enfoque la mirada y descubra lo que estaba oculto, lo que no se veía, como cuando alguien se está ahogando y uno se guía por la voz. Dice Francisco: “Se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera” (EG 54).

Atención y responsabilidad precisa

La nueva mentalidad de la que habla el Papa requiere atención y responsabilidad precisa. Una atención que se plasme en decisiones políticas y económicas y que no se quede en mera retórica o en “replanteamientos”. Y una responsabilidad precisa, ya que lo propio del bien es concretarse. En un mundo en que el poder es cada vez más anónimo, la responsabilidad que se concreta es la manera de hacerle frente a ese anonimato. Dice Francisco: “Me refiero a la atención que debería plasmar cualquier decisión política y económica, pero que, de momento, parece ser poco más que un replanteamiento. Los que trabajan en estos sectores tienen una responsabilidad precisa para con los demás, especialmente con los más frágiles, débiles y vulnerables”.

Este carácter dramático de la nueva mentalidad está presente en el subcapítulo “La inclusión social de los pobres”. La atención al clamor de los pobres, escuchar bien los reclamos, saberlos leer “desideologizadamente” es parte de la conformación de esta nueva modalidad: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo. (…) Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto” (EG 187).

“La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada sólo a algunos: « La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas ». En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: « ¡Dadles vosotros de comer! » (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra « solidaridad » está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (EG 188).

 

d. Una mentalidad que nos desafía: “desde las periferias se ve mejor la realidad”

 

El pensamiento incompleto se elabora saliendo a las periferias. La trascendencia de la que habla el Papa Francisco no es sólo a Dios, como estamos acostumbrados a pensar ni tampoco hacia “valores éticos”. Incluye ambas realidades pero su desafío es a salir a una trascendencia bien cruda: la de las periferias existenciales. Allí donde uno se le vuelve “intolerable que todavía miles de personas mueran cada día de hambre, a pesar de las grandes cantidades de alimentos disponibles, simplemente desperdiciados”. Este párrafo, junto con el de los refugiados, “los innumerables refugiados que buscando condiciones de vida con un mínimo de dignidad, no sólo no consiguen encontrar hospitalidad, sino que a menudo mueren trágicamente mientras se desplazan de un lugar a otro”, nos proporcionan la condición fundamental para el cambio de mentalidad. Francisco nos invita a “salir”. Cuando uno sale le cambia la mentalidad. La realidad se ve mejor desde las periferias que desde el centro. “Yo estoy convencido de una cosa: los grandes cambios de la historia se realizan cuando la realidad es vista no desde el centro sino desde la periferia. Es una cuestión hermenéutica: se comprende la realidad si se la mira desde la periferia y no si nuestra mirada es desde un centro equidistante de todo. Para entender de verdad la realidad debemos movernos de la posición central de la calma y tranquilidad y dirigirnos hacia la zona periférica… Nos debemos “descolocar”, ver la realidad desde más puntos de vista diferentes”.

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